Héctor de MauléonActeal, Chiapas
![]()
a matanza de Acteal se pudo haber evitado. Pero nadie quiso impedirla. El 22 de diciembre de 1997, horas antes de que comenzara el ataque, tres personas que en la comunidad de Quextic habían presenciado los preparativos de la agresión, lograron llegar a la ermita donde 250 desplazados iniciaban una jornada de oración y ayuno, y comunicaron al catequista Alonso Vázquez Gómez lo que se avecinaba. Pero el catequista de la Diócesis de San Cristóbal sólo se encogió de hombros. Les dijo:
Que sea lo que Dios quiera.
Y después entró en la ermita para continuar la oración. Así firmó la sentencia de muerte de 45 miembros de su rebaño. Y también, la suya propia:
Fue de los primeros en caer, dice, a tres años de la masacre, el indígena tzotzil Mariano Pérez Cura.
Construida con sucios tablones de madera, que presentan las huellas de al menos una docena de impactos, la ermita de Acteal permanece cerrada con candado desde hace tres años. Ya no queremos rezar aquí, dice Pérez Cura.
Después, relata:
Aquí estábamos cuando entraron. Llegaron disparando, divididos en tres grupos. Todos llevaban traje de Seguridad Pública, eran 100 ó 150... No sé. Quedé borracho por el miedo, bolo por el miedo. No sabía si era sábado o domingo, tenía temblor, calentura y enfermedad.
Frente a las barrancas que se precipitan justo detrás de la ermita abandonada, Pérez Cura muestra al reportero el sitio donde hace tres años, confundido entre los muertos, logró sobrevivir a la masacre. Con un temblor en los labios, recuerda:
Cuando comenzaron los disparos, hombres y mujeres salieron corriendo hacia el arroyo. Querían esconderse. Pero los otros ya los habían rodeado, tenían cercado el campamento. Los niños lloraban y ellos los oyeron, oyeron dónde estaba la gente, vieron donde estaba la gente, y le dispararon de cerca. Yo estaba ahí, en medio de donde murieron los 45, viendo de dónde viene, quién era el que disparaba... A las cinco de la tarde gritaron, chiflaron, y cada grupo supo dónde estaba el otro: unos por la ermita, otros por la carretera... Se fueron más tarde.
Seguían sonando los disparos cuando llegaron los de Seguridad Pública: pasaron, en un camión, por arriba del campamento relata otro de los sobrevivientes, Manuel Pérez Pérez. Yo les avisé: Aquí hay tiros. Nos están matando. Pero ellos dijeron: No tenemos derecho de ir a ver. Ai que se maten entre ellos.
Tres años después, los desplazados de Acteal siguen teniendo una certeza: fueron masacrados por paramilitares pagados por el gobierno. El gobierno lo preparó todo. No quiere que nos organicemos, no quiere que haya organizaciones, quiere que toda la vida sigamos siendo priistas, dice Pérez Pérez.
Hoy, en este campamento habitado por 785 desplazados, casi nada ha cambiado. La miseria se sigue respirando. Está en los niños que corren entre el lodo y en los hombres que tosen en las casuchas de lámina y madera. La humedad y el frío hinchan los tablones de las casas.
La Cruz Roja nos da despensas cada 15 días dice Lázaro Arias Gómez, integrante de la mesa directiva de la organización civil Las Abejas. Pero no alcanzan: son cuatro kilos de maíz y dos de frijol para cada persona. Los niños están desnutridos, nos estamos muriendo de hambre, pero tenemos que seguir aquí: no hay condiciones para el retorno.
Agrega el subsecretario de la mesa directiva:
Todos los días llegan rumores de que la matanza viene otra vez, de que los paramilitares quieren entrar otra vez. Pero las autoridades dicen que hay tranquilidad, dicen que no debemos preocuparnos. Lo mismo dijeron en 1997 y por eso tuvimos 45 muertos. El 12 de noviembre hubo un operativo en Los Chorros, pero no avanzó: los habitantes de esa comunidad están organizados y bloquearon las carreteras y golpearon a los ministerios públicos. Por eso no aparecieron las armas. Pero nosotros somos testigos de que las tienen, somos testigos de que los paramilitares siguen armados, y de que sueltan rumores diciendo que van a regresar para acabarnos.
Atrapados entre el miedo y el hambre, los desplazados de Acteal pasan los días mirando las nubes que rozan la punta de las montañas. Es tiempo de cosechar café y no podemos ir a cortarlo. Tenemos miedo de que nos estén esperando, tenemos miedo de que vuelvan a emboscarnos, dice Pérez Pérez.
Para Lázaro Arias Gómez, la única seguridad de los desplazados, nuestra única esperanza de vida, consiste en no olvidar la matanza. Por eso, en la cañada donde cayeron los cuerpos, siempre hay coronas de flores. Por eso, quienes vivieron la masacre, no dudan en recordarla:
El gobierno sigue sin dar justicia
Eran las once y media cuando entraron, vinieron disparando. Algunos traían pasamontaña y algunos pañuelo rojo. Algunos traían en la punta del cañón un pedacito de listón rojo, y otros un pañuelo rojo amarrado a la mano relata Manuel Pérez Pérez. Todos nos escondimos. Pero a las mujeres las delataron los niños. Me acuerdo que los niños lloraban y al poco rato se oía el disparo, veíamos el humo de los fusiles y los cuerpos tirados de los muertos. Sentí que íbamos a morir todos, sólo estábamos esperanzados de muerte. Fui el primero en salir, creí que habían muerto mis familiares, creí que me iba a esperar la muerte. Ya pasaron tres años. Pero el gobierno no da justicia, sigue sin dar justicia.
Para los desplazados, el lugar más importante de Acteal es el panteón donde descansan las víctimas. Se trata de un cuadrángulo de ladrillo rojo, al que cada día acude la gente para rezar y encender veladoras. En una de las paredes cuelgan las fotografías de los muertos, con sus nombres y fechas de nacimiento. En otra se exhiben tres cuadros realizados por artistas locales: en uno de ellos, Samuel Ruiz conforta a las mujeres y les seca las lágrimas.
A tres años de distancia seguimos sin saber qué pasó dice José Montero, abogado del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas.
El abogado tiene razón: aunque la PGR consignó a 89 personas como responsables de la masacre, pudo descubrir, sin embargo, que varios testigos llegaban a declarar, aleccionados para dar listas de nombres de los supuestos responsables. Esa cosecha de odio, que sirvió para vengar afrentas ancestrales, escondió todavía más la verdad. Prosigue Montero:
Los resultados de las investigaciones son poco satisfactorios. Se ha acreditado que en la matanza hubo organización, ejecución y presencia de Seguridad Pública. Pero la PGR sólo llegó hasta ese nivel. Nunca indagó a los autores intelectuales o responsables indirectos, nunca rastreó las líneas de apoyo financiero y político que hicieron posible la masacre. Se sabe que hubo estructura, mando y apoyo gubernamental. Se sabe que estuvo involucrado el ejército. Pero esas investigaciones no han tenido frutos satisfactorios.
Prosigue el abogado:
¿Quién ordenó a los servidores públicos vinculados con la masacre no intervenir? ¿Quién ordenó darles protección a los grupos civiles armados? Si nadie lo ordenó, la omisión por parte del gobierno de Julio César Ruiz Ferro representa una responsabilidad de carácter penal. El gobernador es responsable directo de la matanza. ¿Por qué no se le juzgó? La PGR descubrió que un capitán del ejército, Germán Parra, devolvió fusiles que les habían sido decomisados a un grupo de priistas. Son amigos, dijo. La PGR entregó esos datos a la Procuraduría de Justicia Militar, pero la Procuraduría ha sido hermética: no ha informado nunca sobre el avance de las investigaciones. El general Rafael Macedo de la Concha se limitó a negar sistemáticamente que hubiera mandos del ejército vinculados con paramilitares. Pero la PGR comprobó que hubo militares relacionados, demostró que al menos uno de ellos, Mariano Pérez, entrenaba a los grupos civiles durante sus vacaciones. De un modo u otro, en Acteal hay responsabilidad del Estado Mexicano. Mientras no se persiga esa responsabilidad, la matanza seguirá impune. Sigue hasta hoy impune. n