Michael Hardt y Antonio Negri
Traducción: Ramón Vera
Herrera
El renovado interés
por el concepto de bellum justus, o guerra
justa, y su efectividad, son síntomas del
resurgimiento del concepto de imperio. Este concepto,
orgánicamente vinculado a los antiguos órdenes
imperiales y cuya rica y compleja genealogía se
remonta a la tradición bíblica, comenzó a
reaparecer en tiempos recientes como relato central
en las discusiones políticas, en particular desde la
Guerra del Golfo. Tradicionalmente, el concepto
descansa en la idea de que cuando un Estado debe
confrontar una amenaza de agresión que pueda poner
en peligro su integridad territorial o su
independencia política, adquiere jus ad bellum, el
derecho a la guerra.
Pero hay un
problema con este renovado foco sobre el concepto de bellum
justus, que por cierto la modernidad, o más bien
el secularismo moderno, luchó por erradicar de la
tradición medieval. El concepto tradicional de la
guerra justa implica la trivialización de la guerra
y la celebración de ella como instrumento ético,
ideas que el pensamiento político moderno y la
comunidad internacional de las naciones-Estado han
rehusado enfáticamente. Pero estas dos
características tradicionales han reaparecido en
nuestro mundo posmoderno: por un lado, la guerra es
reducida al estatus de acción policiaca, y por otro
se sacraliza un nuevo poder, que mediante la guerra
queda facultado para ejercer funciones éticas.
Lejos de
sólo repetir nociones antiguas o medievales, los
conceptos actuales presentan algunas innovaciones en
verdad fundamentales. Una guerra justa no es ya en
sentido alguno una actividad de defensa o
resistencia, como lo fuera, por ejemplo, en la
tradición cristiana de San Agustín a los
escolásticos de la Contrarreforma: una necesidad de
"la ciudad mundana" para garantizar la
sobrevivencia lograda. Ahora, las acciones bélicas
se justifican en sí mismas. Dos elementos distintos
se combinan en este concepto de guerra justa:
primero, la legitimación del aparato militar en
tanto tiene fundamentos éticos, y segundo, la
efectividad de las acciones militares en la
consecución del orden y la paz deseados. La
síntesis de ambos elementos pueden de hecho ser el
factor determinante en la fundación, y la nueva
tradición, del imperio. Hoy el enemigo, al igual que
la guerra misma, nos llegan trivializados (reducidos
a un objeto rutinario de represión policiaca) y se
tornan en absolutos (como el Enemigo, una amenaza
absoluta al orden ético). La Guerra del Golfo fue
tal vez el primer ejemplo plenamente articulado de
esta nueva epistemología del concepto. La
resurrección del concepto de guerra justa puede ser
un síntoma de la emergencia de un imperio, uno muy
poderoso y plagado de sugerencias.
(*)
Fragmento del libro Imperio. que en breve publicará editorial
Paidós en español.
La
Jornada, 12/10/01.