LA DESAPARICIÓN

DE LAS FAMILIAS NUMEROSAS

Juan Velarde Fuentes

 

 

Normalmente, todas nuestras funciones demográficas siguen las tendencias europeas, pero con ciertos retardos y ciertas exageraciones. Por lo que se refiere al retardo de la natalidad, la recuperación de sus índices en lo que se denominó estallido de niños, o baby boom de los setenta de este siglo XX, dio paso a un descenso general. En el conjunto comunitario esto ocurrió a partir de 1965. En España, esa caída fue clara sólo a partir de 1975. Asimismo existió una evidente exageración en el cambio de coyuntura.

Al contemplar las cifras de fertilidad españolas, medidas por los hijos de cada mujer fértil —de 15 a 45 años—, observamos cómo la pendiente española es la más acusada de todo el mundo occidental. Esta caída tiene otro contexto, que sintetiza muy bien Gonzalo Fernández de la Mora y Varela en su excelente ensayo La despoblación de España, aún no publicado: Las españolas comienzan a tener hijos a una edad más tardía, y dejan de tenerlos siendo más jóvenes de lo que lo hicieron sus madres (y todas sus antepasadas durante siglo y medio y, probablemente, mucho más). La edad fértil ha llevado consigo una disminución de la natalidad hasta niveles desconocidos desde el punta de vista histórico. Como resultado fácil de comprender, al acortarse el tiempo de fertilidad, la probabilidad de tener familias numerosas se esfuma en gran medida.

 

Los motivos son muy variados. En primer lugar, en España, como consecuencia de la coyuntura económica, entre otras cosas la nupcialidad también ha descendido. Una característica de nuestra demografía es que un enorme porcentaje de niños nace en el seno de hogares de personas que han contraído matrimonio. Ahora mismo, la media de hijos por mujer casada en edad fértil es de 1,86 y la media de hijos por mujer soltera en edad fértil es de 0,08, existiendo casi tantos solteros —4,5 millones— como casados —5,2 millones— en edad fértil. Algo complica esta caída en los índices de nupcialidad, la reacción de Peter Pan, como la denominó el profesor Gustavo Bueno, muy presente en nuestro jóvenes, quienes, como consecuencia del fuerte paro juvenil que experimentan, se refugiaron vitalmente en el hogar de sus padres. La natalidad, en estas condiciones, resulta frenada.

 

El segundo motivo es el de la incorporación de la mujer a la población activa. Basta observar las estadísticas para saber que la cifra de las bien preparadas en todas las ramas de enseñanza comienza a superar a la de los hombres, y que el matrimonio no constituye ya, sociológicamente, un argumento para no estar en la población activa. Hace muchos años, el profesor Botella Lussiá señaló que esto parecía indicar que en este otro animal social que es el hombre, surgía la misma tendencia que en los insectos sociales: la de que existiesen hembras estériles dedicadas al trabajo.

 

HEDONISMO Y ABORTO

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El tercer motivo es la difusión de los anticonceptivos. Dentro de ellos, el papel jugado por la píldora ha sido revolucionario. Según la Encuesta de Fecundidad de 1999 del INE, las españolas de 15 a 49 años, en un 70,5%, han utilizado, en algún momento de su vida, algún método eficaz anticonceptivo. Únase a esto una subida notable del PIB por habitante. En estos instantes los españoles, en paridad de poder adquisitivo, vivimos como los norteamericanos de los comienzos de los setenta. Como nos ha señalado el premio Nobel de Economía Fogel, en su artículo aparecido en marzo de 1999, en The American Economic Review, esta civilización del ocio comienza a plantear las cuestiones todas de la vida social desde otros prismas. Concretamente, como nos había dicho otro Premio Nobel de Economía, Amartya Sen, el modelo Condorcet —deben tenerse los hijos a los que es probable que se les va a dar felicidad— ha frenado el modelo Malthus bien conocido. Si a esto añadimos que el modelo de sociedad de masas que asustaba a Ortega y Gasset —el pecado es ser diferente—, se entiende que un hedonismo masificado haya frenado asimismo la natalidad. Su límite monstruoso es la generalización del aborto.

 

El cuarto motivo es una agresión consciente a la familia y a sus valores, que se hizo explícita en la Revista Internacional de Sociología en relación con la postura española en la Conferencia de México de Población. La delegación de nuestro país hizo en ella un triste papel, que en su día comenté y critiqué. No volvería sobre ello si no estuviese en la raíz de una transformación muy honda de la economía de nuestro Estado del Bienestar. En el reciente documento de Eurostat, firmado por Giuliano Amerini, La protection sociale en Europe —en Statistiques en bref, tema 3, febrero de 2000—, que cierra sus datos en 1997, se observa que en el porcentaje de las prestaciones sociales, en España se destina el 2,0% a la familia y los niños —frente al 46,1% para pensiones de vejez y supervivencia, el 36,6% para atenciones de salud e invalidez, el 14,1% para los parados, y un 12% para vivienda y necesidades de los excluidos por la sociedad y otras necesidades—, la menor cifra de toda la Unión Europea. En ella los porcentajes mayores son los de Irlanda y Luxemburgo, ambos países con el 13,2% de las prestaciones sociales para la familia y los niños. En el Espacio Económico Europeo la palma se la lleva Noruega, con el 13,7%. Por supuesto que no está clara la causalidad entre ayudas a la familia y natalidad, pero, como decía el profesor Estapé, es duro decir que sólo sea la causalidad la que las rija.

 

El resultado global es que tenemos la menor natalidad del mundo, y una de las menores mortalidades. Esto asegura que el descenso de nuestra población será minúsculo durante los próximos 25 años, pero después su caída será impresionante. La Oficina del Censo de los Estados Unidos prevé que nuestra población descenderá desde el año 2010, y en el 2050 existirán en España unos 29 millones de habitantes, en grandísima parte ancianos, que desequilibrarán los presupuestos de las atenciones sanitarias, como reiteradamente se ha puesto de relieve en todos los análisis hechos en relación con la economía de la salud. La reacción monstruosa que puede surgir para atacar el problema, paralelo al aborto, es la eutanasia.

 

Puede asegurarse que eso no hará que en España vivan 29 millones de personas. La inmigración mantendrá los 40 millones, pero ésta vendrá, en parte notable, del Norte de África, y en cifras menores del Este de Europa y de Iberoamérica. Para que la convivencia sea posible, serán necesarias cantidades muy fuertes de gasto público. En otro caso se originarán guetos, organizaciones criminales, relaciones xenófobas y una pérdida, también muy costosa, de la paz social.

 

SIN LEY NI DIOS NO HAY FUTURO

 

 

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Por supuesto que si, por un milagro, mejorase el talante de los españoles ante la familia y aumentase seriamente la natalidad, los beneficios serían considerables. Ello exige un cambio radical en la conducta de nuestro Estado del Bienestar, y también una alteración profunda de los talantes sociales. No se trata sólo de un problema para la Iglesia, que lo es —vendría muy bien una actualización para la actual realidad española, tanto de la encíclica Casti connubi como de la Humani generis—, sino también para el Estado, porque el futuro de España está seriamente amenazado y no digamos el de algunas de sus regiones, como es el caso, concretamente, de Cantabria, País Vasco, Baleares, La Rioja y Asturias.

 

Ya dijo Jeremías (9,11-12): ¿Por qué perece el país y se abrasa/ como desierto intransitado?/ Responde el Señor:/ Porque abandonaron la Ley que yo les promulgué,/ desobedecieron y no la siguieron,/ sino que siguieron a su corazón obstinado/ y a los Baales recibidos de sus padres.

 

En lo que acontece se observa una colección de Baales bastante escalofriantes.