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         Y
        demás/Historia 
         
         
 Decadencia
        y honores a la familia Romanov
        Ellos fueron las primeras víctimas de la revolución rusa. Sólo hasta que cayó el comunismo y se supo el verdadero destino de los Romanov fue hecha la corrección histórica en torno a lo cometido por los bolcheviques. 
        
        AGOSTO, 2005. Cuando se asumen responsabilidades como obligación
        hereditaria ello trae consigo un desempeño lamentable. Una cosa es
        engolosinarse con el poder, intoxicarse con el ansia de expedir
        decretos, y otra, verse obligado a administrar ese poder. La
        combinación es letal, y ha tenido resultados funestos al curso de la
        historia.  
        Esta descripción encaja perfectamente con el Zar Nicolás II, hombre
        bienintencionado pero un tanto ingenuo, elementos ambos que no ayudan en
        mucho para gobernar una monarquía. Algo que también disgustaba al
        soberano era ver gente en harapos, algo que, en una cabeza donde
        dominara el sentido común, avergonzaría a quien hiciera esa
        observación y al mismo tiempo gobernara un país. Pero en la mente del
        Zar --y prácticamente todos los reyes absolutistas europeos-- la
        pobreza era vista no como reflejo de una situación social sino como una
        falta de respeto y ética hacia la Corona: dicho de otro modo, los
        mendigos eran culpables por mostrarse así ante el Zar.  
        (Aquí cabe una necesaria digresión en torno a las familias reales:
        exhibir joyas, pieles caras y un boato exacerbado no implicaba que los
        soberanos fueran limpios; podían ser iguales o peores que los
        harapientos pues demostrar riqueza material importaba más que el baño,
        algo que, históricamente está corroborado, eran enemigos jurados, ya
        no digamos del aseo bucal, el de los pies o el de las axilas. Sus
        atuendos reales solían albergar chinches, pulgas y aun ratas. Dicho
        esto, continuemos).  
        Una mentira ampliamente difundida por los jerarcas soviéticos afirmaba
        que antes de la revolución Rusia era un país feudal sumido en al
        miseria. La verdad es que, como en México, Colombia o Brasil
        actualmente, existía una Rusia intelectual, la que nos dio a Chéjov, a
        Tchaikovsky, Tolstoi (todas ellas grandes glorias apreciadas hasta hoy)
        y la Rusia caciquil donde no existían los derechos laborales. Otra
        falsedad propalada decía que aquella miseria era producto del
        capitalismo cuando en verdad la revolución industrial estaba a punto de
        llegar a Rusia al iniciar la revolución rusa.  
        La Rusia que le tocó gobernar a Nicolás II estaba plagada de estos
        cacicazgos, producto de décadas en que recibieron tierras como favores
        políticos o, para mantener apaciguado al pueblo; sin estos caciques, la
        unidad de tan gigantesco país habría resultado imposible. Ciertamente
        los latifundios habían empobrecido a un pueblo de por sí menesteroso,
        de modo que, sin duda, existía un terreno fértil para la propagación
        de ideas a favor de cambios radicales.  
        La gran tragedia de Nicolás II prefirió seguir viviendo en su mundo
        propio. Ante esto debemos ubicarnos y remarcar que ningún monarca
        pensaría en abdicar ni mucho menos que lo destronaran; después de todo
        llegaron ahí "por la voluntad divina". Cuando el Zar optó
        por dejar las cosas como estaban insospechadamente estaban marcando el
        final de los Romanov pues ya resultaba inevitable el estado de cosas que
        al estallar iban a inclinarse hacia un lado. Nicolás II optó por la
        pasividad y perdió.  
        La pasividad, por supuesto, eran los cambios, pues conforme avanzaban
        las ideas revolucionarias, al mismo tiempo aumentaba la represión
        zarista. Pero Nicolás II carecía en lo absoluto de tacto y destreza
        políticas; prácticamente fue devorado por sus ministros, subalternos e
        inclusive por el celebérrimo Rasputín, un hechicero semicharlatán
        quien, según algunos historiadores, llevaba una amistad más que
        íntima con la Zarina y aun con consentimiento tácito del soberano,
        quien ya había perdido todo interés en ella.  
        Durante los años de Nicolás II y dada su inmovilidad, la corrupción y
        el burocratismo se agudizaron en Rusia, todo esto azuzado por la
        insensibilidad de la monarquía cuando desestimó el resentimiento y la
        urgente necesidad de cambiar las estructuras sociales, lo cual equivale
        a decir que la una inmejorable ayuda que recibieron los bolcheviques
        provino de la insensibilidad por parte de la monarquía zarista.  
        A principios de 1917 se multiplicaron los disturbios en San Petesburgo y
        Moscú, las dos principales ciudades rusas. Hacia poco que el famoso
        monje Rasputín había sido asesinado y ello parecía haber precipitado
        la mala suerte de Nicolás II. Rasputín era un protegido de la Zarina
        de modo que su ausencia le fue mermando el ánimo. Mientras tanto
        Vladimir Ilich Lenín regresaba de su estancia en Europa Occidental. El
        Zar planeaba pedir ayuda a sus aliados pero al final nada ocurrió:
        Alemania, celosa de un país que se perfilaba como potencia mundial,
        simplemente desoyó al soberano; además la guerra que había iniciado
        en 1914 tenía al país sumido en la quiebra.  
        Tampoco de Inglaterra había buenas noticias: durante el reinado de la
        reina Victoria las relaciones con Rusia habían sido inmejorables, no
        sólo por los lazos sanguíneos --Victoria y la Zarina eran primas--
        sino también por los incipientes intercambios comerciales. Pero la
        muerte de Victoria había enfriado los lazos entre ambos países. Ante
        tal situación, carente de experiencia militar y capaz de creer
        cualquier cosa que le dijeran sus subalternos, Nicolás II se quedó
        solo hasta que en noviembre (octubre en el antiguo calendario ruso) los
        bolcheviques obtuvieron la victoria.  
        El Zar y su familia trataron de huir cuando ya era muy tarde. Fueron
        apresados por los revolucionarios y aunque al principio se pensaba que
        al Zar le sería permitido exiliarse, todo indica que Lenín no pensó
        siquiera en esa posibilidad; fueron enviados a una casa de campo en
        Ekaterimburgo mientras "se decidía" su destino. Finalmente,
        en la noche del 18 de julio de 1918 se selló la suerte de los Romanov.  
        Alrededor de la una de la mañana el Zar y sus hijos fueron despertados
        y llevados al sótano de la casa. Ahí, un general de aspecto tenebroso
        apellidado Yurovsky entró al recinto mientras afuera un auto encendía
        el motor a toda marcha. Yurovsky leyó un documento pero el ruido no
        permitía oír nada. Cuando Nicolás II le pidió que hablara en voz
        más alta el militar sacó un arma y disparó a quemarropa contra el Zar
        quien cayó fulminado. Enseguida los demás miembros de la tropa
        vaciaron sus cartuchos contra el resto de la familia, el doctor de la
        familia y una especie de inseparable valet.  
        ¿Por qué razón Lenín rompió el acuerdo de respetar la vida del Zar?
        Durante los años en que existió al URSS se especulaba que, en el
        exilio, los Romanov ganarían gran simpatía mientras que, muertos,
        ayudarían a "la causa" pues refrendarían la necesidad de
        aniquilar a las monarquías para sustituirlas por dictaduras del
        proletariado. Con todo y lo macabro de ese razonamiento, funcionó: al
        conocerse la muerte de los zares la comunidad intelectual de Europa
        apantallada por los bolcheviques estalló en júbilo ¿No significaba
        aquello el inicio de un mundo más justo, más libre y donde todos
        tenían el derecho a ser escuchados?  
        La historia de la revolución rusa está llena de asombrosas ironías.
        Centrémonos sólo en dos por el momento: que los bolcheviques odiaban a
        los zares pero no tanto a sus riquezas. Lenín se quedó con un Rolls
        Royce que había pertenecido al Zar, y si bien en los primeros años los
        palacios fueron utilizados para alojar a miles de desposeídos, a los
        pocos años aquellos hermosos ideales quedaron sepultados por el terror
        del estalinismo; y otra ironía fue que Stalin "el Padrecito de
        todos los Pueblos" y quien había borrado al zarismo de la tierra,
        admiraba sombremanera a Pedro el Grande (algo que, curiosamente, sólo
        se supo tras la muerte del dictador, en 1953).  
        Y si bien el asesinato de los Romanov había servido para apuntalar la
        influencia de la Unión Soviética entre los intelectuales y los
        sindicatos de Occidente, lo cierto es que la memoria de la familia real
        y su horrenda suerte crecían entre los adversarios del gobierno
        soviético. Durante varias décadas persistió el rumor de que
        Anastasia, una hija del Zar, había sobrevivido a la masacre de
        Ekaterinburgo (hasta su muerte, en 1984, una tal Ana Anderson aseguraba
        ser Anastasia) mientras en Moscú los jerarcas aseguraban que de la
        familia real y sus cuerpos "no quedaba nada".  
        La caída del Muro de Berlín en 1989 y la posterior desaparición de la
        URSS demostrarían lo contrario al ser abiertos los archivos de la KGB y
        su antecesora NKVD e inclusive la Policía Zarista. Durante todo ese
        tiempo el gobierno soviético había acumulado cerros de información en
        torno a los Romanov, una obsesión que inició en tiempos de Stalin (y
        pobre de aquél que desoyera los deseos del "Hombre de la Georgia
        Soviética") y continuó con Brezhnev hasta que el mismo Gorbachov
        alguna vez consideró rehabilitar la memoria del Zar como forma de armar
        un muy soviético "pan y circo".  
        Marx había hablado del fantasma del comunismo que recorría Europa;
        pero desde su ejecución hasta 1991, el fantasma del zar había
        recorrido los pasillos del Kremlin. No se duda que ello haya tenido algo
        --o mucho-- que ver con la paranoia de Stalin (otros documentos de la
        KGB indicaban que el dictador "creía haber visto al Zar" en
        los pasillos del Kremlin, algo que indudablemente llevó su desconfianza
        hasta el paroxismo).  
        En 1992 inició una serie de excavaciones para hallar los restos de
        Nicolás II y su familia. Finalmente fueron encontrados y sometidos a
        pruebas de ADN para certificar su origen. Todos fueron positivos,
        incluidos el de la princesa Anastasia y el doctor Botkin, quien
        acompañó a los Romanov al matadero. Con ello empezaba a rectificarse
        la injusticia histórica con la familia real rusa.  
        El gobierno de Boris Yeltsin y la Iglesia Ortodoxa acordaron inhumar los
        restos con los debidos honores mientras afuera de la catedral algunos
        manifestantes con banderas de la hoz y el martillo protestaban
        silenciosamente.  Colofón
        La indolencia del Zar Nicolás II fue un importante catalizador para que
        estallara la revolución rusa. es evidente que nadie pudo prever los
        horrores del estalinismo y la vigilancia sistemática de la NKVD Y KGB
        que convertirían en meros párvulos a los elementos de la Policía
        Secreta del Zar. Al igual que el absolutismo de los Luises, el soberano
        veía en las protestas callejeras y la agitación desafíos fáciles de
        apagar con un poco de represión. Su escasa pericia política le
        impidió interpretar las señales de descontento: después de todo ¿no
        eran los Romanov los representantes de Dios en la tierra y se les debía
        obediencia ciega? 
 
         
         
         
         
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