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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS

 

Internacional

La popularidad de la izquierda en América Latina: Reprobamos la lección

Hace 10 años el populismo parecía enterrado y el keynesianismo se veía como un chiste malo. Pero hoy vamos de nuevo hacia el hoyo negro de la fantasía económica. La razón, y futura culpa, está en sus habitantes, incapaces de aprender de la historia.

FEBRERO, 2006. Un bosquejo a 1996 no encontraría secuencia congruente respecto a lo que sucede en América latina una década después.

Hasta hace unos años la izquierda parecía sepultada en la región: los sandinistas recibían una tunda electoral, México anunciaba su integración económica con Estados Unidos y Canadá, la Argentina pasaba a ser el mejor aliado de Estados Unidos en el Cono Sur y en Bolivia un grupo de economistas egresados de universidades norteamericanas y europeas se aprestaba, después de haber bajado al inflación a niveles manejables, a emprender reformas que enviarán al país a mejores niveles de desarrollo. Todo ello parecía dar por muerto al populismo de los años setenta, al keynesianismo desbocado y a las políticas del Estado rector.

Las cosas se encuentran en este 2006 en el lado opuesto: el sandinismo ve hoy, más que en otras elecciones, su regreso al poder, en México se avizora la posibilidad que el populista Andrés López lleve por primera vez a la presidencia al PRD, Argentina es gobernada por un político rodeado de economistas filokeynesianos y en Bolivia asumió el poder hace una semanas Evo Morales, un tipo que, Como Hugo Chávez, ganó unas elecciones luego de violar sistemáticamente la ley.

Por si fuera poco, en Perú habrá elecciones dentro de unas semanas, y quien encabeza las encuestas es otro "indigenista", un radical de izquierda con un discurso aún más fuerte que el de Morales. ¿Cómo se llegó a esto? Ahora lo que parece sepultado es el "neoliberalismo" (capitalismo, pues), al cual durante el último decenio muchas de las fuerzas que están hoy en el poder en América latina denunciaban como el causante de todas nuestras calamidades.

De nuevo: si otros países que estuvieron en situación igual o parecida hasta hace poco hoy se encuentran más cerca del desarrollo ¿por qué en América latina no hemos sido capaces de aprender la lección que nos dejó el populismo de los setenta? ¿Por qué esa obstinación por repetir fórmulas fallidas cuyo resultado será invariable el mismo dentro de algunos años?

Parte de la respuesta la dio el economista peruano Hernando de Soto hace un par de años: el capitalismo no ha logrado "prender" en buena parte de América Latina sencillamente porque el estado de derecho es una entelequia sometida a criterio y discreción del Estado y donde todo aquel que burla la ley es visto con agrado y simpatía; todavía hay quienes ven a la iniciativa privada como una concesión y no como un derecho humano.

De violentadores de la ley que se han convertido en iconos latinoamericanos tenemos montones. Están, como casos más recientes, Andrés López, quien utilizó este hecho como arma política que, increíblemente, le hizo subir su popularidad, o Hugo Chávez, y ni hablar de Evo Morales, quien se convirtió en héroe, y esperanza, para millones de bolivianos que insospechadamente votaron, no a favor del regreso a un idílico indigenismo --que jamás existió, incluso antes que llegaran los españoles-- sino por mantener el esquema de corrupción, derroche y destrucción progresiva de su futuro y nivel de vida.

Pero ante todo, ¿por qué este dramático giro de timón? De entre todas las razones, podemos mencionar las más notorias, algunas de las cuales no hablan muy bien de nuestra madurez política:

* Miedo a la autoiniciativa. Una encuesta realizada el año pasado en Rusia por el Moscow Times reveló que un 42 por ciento de los rusos tenían "una opinión positiva" de Stalin y un 33 por ciento pensaban que, pese a ser una dictadura brutal, "se vivía bien" y Rusia "era respetada en el exterior". Asimismo, una encuestra de Der Spiegel arrojó datos similares: un 33 por ciento de los otrora germano orientales consideraba que en Alemania Oriental el Estado "realmente se ocupaba de los ciudadanos, había servicio médico gratuito" y --algo que sorprende en un país tremendamente dinámico-- "el Estado hacía muchas cosas por nosotros".

En América latina las encuestas darían resultados parecidos. Pese al desastre que nos heredaron, miles de personas añoran los años de despilfarro de los ex presidentes Echeverría y López Portillo, algo aún más evidente en Argentina donde Perón aún sigue ganando elecciones para su partido 33 años después de muerto. Lo que aumenta tales simpatías es que los libros de historia no se han molestado en repasar objetivamente estos periodos, y los que hay, dibujan una imagen idílica y exagerada de aquella etapa. Es fácil, como se dice predecir el pasado.

¿Será entonces que los latinoamericanos padecemos alguna suerte de masoquismo? Más bien no hemos aprendido a tomar iniciativas por nuestra cuenta y es más fácil esperar que el Estado lo haga por nosotros; la mentalidad del "no hagas y no dejes hacer" tiene mucho qué ver con tales temores. Por eso nos aterra que alguien sobresalga y tratamos de hacer lo posible para disminuir su éxito: ¿qué tal si luego también a nosotros se nos exige actuar donde deberemos poner a prueba nuestras propias capacidades?

Por eso el tener iniciativa es castigado por el Estado, que abruma con impuestos al impertinente, y por ello es peligroso para un político en campaña pedir a la población a que acepte sacrificios pues éstos exigen iniciativa; el famoso discurso de Winston Churchill durante la segunda guerra mundial de "sólo puedo pedir a todos sangre, sudor y lágrimas" lo habría dejado en la lona durante una contienda electoral en nuestro continente..

* Atajos= cero sacrificios. Muy relacionado con el anterior pues aleja lo más posible la posibilidad de tomar iniciativas, ¿para qué pensar en ellas si la izquierda ofrece una pléyade de soluciones mágicas que exigen poco esfuerzo? Además existe la oportunidad de, con un gobierno que atiza con fuerza la creación de empleos gubernamentales, haya oportunidad de colocar ahí al pariente, al compadre, al amigo o uno mismo donde se labora poco, existen prestaciones atractivas, hay muchas vacaciones y se presenta la oportunidad de retirarse muy joven con el sueldo íntegro.

Lo que ha sucedido en América latina refleja nuestra tendencia a dejar todo a la mitad, y es que antes de hacer sacrificios hay que comprometerse. En la mayoría de nuestros países existe un consenso respecto a la necesidad de realizar cambios, pero una o varias de las partes deciden dar marcha atrás en cuanto hay un punto que resulta perjudicial a sus intereses: los sindicatos prefieren no ceder a un privilegio, los empresarios optan por no apoyar un señalamiento que los oblique a ser más eficientes, los representantes de los partidos políticos en el Congreso asumen la tarea de boicotear aquello que sea contrario a su plataforma ideológica y el Estado termina por retirarse de la mesa en cuanto se le exigen recortes presupuestales o de burocracia que le representan votos electorales.

En vez de asumir un compromiso, hemos optado por las mismas vías que nos hundieron en el subdesarrollo durante los setenta. "¿Qué va a saber un grupo de economistas que sugieren dejar en manos de los particulares la actividad productiva para que luego aumenten los precios a su antojo?", se pregunta el popuizquierdismo latinoamericano, como si lo anterior supusiera la eliminación de un Estado que marque las reglas y las haga respetar. Pero los Hombres Fuertes, los Caudillos y los Neoneokeynesianos ¿acaso si lo han hecho mejor?

* Corrupción. Los actos de corrupción no suceden por generación espontánea; siempre que se dan está de por medio la intervención gubernamental ya sea mediante componendas, mordidas, cochupos y el pago de favores.

La diferencia entre América latina y el mundo que ha alcanzado un desarrollo sostenido no radica en su corrupción en sí --que existe en todos los gobiernos-- sino en la aplicación de la ley sin discreciones contra este tipo de actos. Mientras más ancha sea la banda de impunidad habrá más motivos o excusas para que el Estado aumente su tamaño pues cuando existe un sistema gubernamental gigantesco las posibilidades de quedar impune a una corruptela crecen incomensurablemente.

Por ello no es casualidad que los países del área que han optado por volver a las fórmulas populistas mantengan elevados niveles de corrupción e impunidad y un respeto casi invisible a las leyes vigentes, lo cual es también otro síntoma de corrupción. Tampoco viene a ser un accidente cósmico que Transparencia Internacional haya colocado a Chile como el país con menos corrupción de América latina y sí, actualmente está gobernado por un partido socialista, aunque muy alejado del discurso evomoralista y chavista, tanto así que ubicar a ambos dentro de una misma izquierda suena a oxymoron.

* Percepciones erróneas. La izquierda ha acusado desde mediados de los 90 al "neoliberalismo" de ser el causante de todas las desgracias locales. Y aunque no se requiere mucho seso ni ser erudito en historia contemporánea para concluir que la crisis de los años 80 fue consecuencia de la irresponsabilidad de muchos gobiernos populistas y socialistas durante la década anterior, quienes supuestamente iban a enterrar al keynesianismo y al Estado gastalón para poner en su lugar al Estado empresario resultaron en fiascos monumentales.

Nuevamente aparece aquí nuestra falta de iniciativa. Ciertamente hubo cambios y transformaciones importantes durante estos gobiernos "neoliberales" pero ninguno de ellos se atrevió a romper con el pasado. Más aún, trataron de adaptarlo a una cultura política obsoleta y peleada totalmente con la iniciativa. ¿Y qué hicieron entonces los Menem y los Salinas? Sencillo: manejarse en un esquema corporativista muy privilegiado; antes se repartían dádivas a los líderes sindicales, a los funcionarios al frente de paraestatales y a la burocracia, pero durante los 90 también entraron los empresarios amigos del Señor Presidente.

Lo que ocurrió, en suma, fue que cuando el "neoliberalismo" apenas iba a tocar tierras latinoamericanas fue espantado, pero se dio como un hecho su llegada y con ese nombre se encubrió un entresijo entre políticos y empresarios favoritos del régimen, algo que recibe el nombre mucho más adecuado de mercantilismo al cual el populizquierdismo quiere señalar como hermano gemeo del neoliberalismo.

* Infantilismo. Todos nuestros males los achacamos al imperialismo yanqui, igual que el niño que acusa a su vecino de haber roto un vidrio pese a tener la resortera en la mano. No hemos entendido que nuestra pobreza y estancamiento son a causa de nosotros mismos. Ningún diputado o senador que bloquea iniciativas --de nuevo la palabra ¿eh?-- que inhibe la inversión extranjera está al servicio del imperialismo, y si no permiten la llegada de capital foráneo ¿cómo es entonces que éste nos esté saqueando? ¿No será que quienes se enriquecen con altísimos sueldos son los diputados y senadores que culpan a Washington de todas nuestras desgracias?

Innegablemente hemos tenido injerencias abiertas o encubiertas de Estados Unidos pero todas ellas no son excusa para nuestro subdesarrollo. Japón fue gobernado por más de cinco años por un norteamericano (McArthur) y aun así no hay japonés que culpe al imperialismo porque llueve mucho en su ciudad, como sí ha ocurrido en varios países latinoamericanos. Desde hace rato deberíamos tener en claro que el imperialismo es el chivo expiatorio, prácticamente el único, de gobiernos irresponsables, corruptos e ineficientes hasta el tuétano.

Conclusión

No hay de otra: para sobrevivir en el siglo XXI será obligatorio abrir las economías, reforzar intercambios comerciales, establecer una política fiscal que impulse la creación de riqueza y no sea meramente recaudatoria --y que esto, para colmo, se haga mal-- reencauzar prioridades educativas y romper nuestro romance con el pasado. 

Irlanda comenzó a hacerlo desde principios de los años 90, ante lo cual debemos recordar cuáles eran sus niveles de emigración entonces, su ubicación entre los miembros de la Comunidad Europea, su baja tecnología y qué tan importantes eran las remesas de los irlandeses que vivían fuera. Lo que sucedió ahí no fue brujería ni complot imperialista, simplemente las diferentes fuerzas políticas, económicas y sociales coincidieron en un objetivo y prometieron respetarlo. Cuando llegue ese momento a América latina, los hugos, los evos y los andresmanueles comenzarán a disiparse en nuestra región.