|
Internacional
Lejos de lo que se piensa, los oposicionistas a la guerra en Irak también forman bloques divergentes: los que piensan que el conflicto no tiene mayor sentido y los radicales que quieren promover una agenda política. Su única coincidencia: que Bush se salga de ahí NOVIEMBRE 2005. Para los analistas de fuera, el que exista apoyo a la operación militar en Irak por un buen número de norteamericanos resulta incomprensible: ¿Cómo es posible --arguyen-- que no vean que la invasión a Irak se complica cada día para Estados Unidos y que será muy difícil salir de ahí? O bien ¿cómo es que alguien puede apoyar una intervención militar en otro país? Si estos analistas se pusieran en lugar de quienes apoyan el operativo repararían en un detalle: cuando algún otro país ha estado en guerra, el manifestarse en contra de ella es visto como deslealtad; cuando Argentina entró en conflicto con Inglaterra, los ciudadanos argentinos que estuvieran en contra fácilmente podrían ser calificados como traidores a la patria. De hecho, toda nación que ingresa a un conflicto bélico espera el apoyo general de sus ciudadanos. Eso mismo pasa en Estados Unidos donde muchos consideran el apoyo a las tropas como un deber moral, algo que seguramente ocurriría en el hipotético caso que Argentina, Perú o cualquier otro país atravesara por lo mismo. Sin embargo, el apoyo a la presencia estadounidense en Irak ha ido disminuyendo significativamente. En esto hay una opinión cerrada, pero es en los argumentos donde se pierde toda unanimidad, de ahí que las manifestaciones en contra de la guerra sean en el fondo movimientos que (al menos por el momento) carezcan de un liderazgo definido, pues aunque los medios nos muestren a miles de personas gritando consignas anti Bush o anti Cheney, en el fondo estos grupos luchan por un mismo fin pero con métodos distintos, muchas de las veces divergentes y aun encontrados. Por eso y luego de cada manifestación, los manifestantes vuelven a dispersarse; no logran ponerse de acuerdo. En Europa y varios países latinoamericanos lo que une a los manifestantes es simplemente un odio endémico a todo lo norteamericano enfocado en George W. Bush, quien les representa la encarnación del imperialismo del nuevo siglo. Cuando ha habido manifestaciones pacifistas --término relativo, pues la mayoría de quienes participan en ellas suelen realizar violentos destrozos-- en capitales como Londres, París, Madrid y aun Sydney, la consigna es sencillamente de repudio al presidente norteamericano, muy aparte de Irak; si mañana Bush retirara las tropas las protestas no cesarían pues bien pronto surgiría otro pretexto para salir a las calles. Pero en Estados Unidos las cosas no son tan planas. Hay dos bloques opuestos a la guerra, uno de ellos por considerar que nada provechoso ha salido de la invasión iraquí y que con ella se pone en peligro la seguridad nacional; y otro bloque, el de quienes únicamente buscan acumular posiciones para vender una agenda con la cual la mayoría del pueblo norteamericana no está de acuerdo. En los primeros impera el respeto por las tropas destacamentadas allá y en los segundos el objetivo es revivir posturas de socialismo radical y, evidentemente, por querer recrear las enormes manifestaciones de los años sesenta que llegaron a reunir hasta 400 mil personas en Washington. Una visión indudablemente romanticista. Empecemos por quienes consideran que la invasión a Irak ha expuesto innecesariamente a miles de jóvenes sin otra necesidad que los intereses meramente políticos. Entre ellos está el caso de Cindy Sheehan, quien perdió a un hijo en Irak y a quien vivió afuera del rancho del Bush en espera de una entrevista. La mujer organizó luego pequeñas manifestaciones en su natal Texas y en cuestión de días se vio rodeada de reporteros y cámaras de televisión. El asunto creció a nivel nacional y internacional (fue, de hecho, el siguiente tema controversial tras la muerte de Teri Schiavo) al punto que la revista Newsweek se atrevió a pronosticar que con Sheehan "daba comienzo la gran ola de oposición" y lanzó el previsible comentario: "las manifestaciones contra la guerra de Vietnam empezaron en 1964 cuando una ama de casa protestó a las afueras de la Casa Blanca por la muerte de su hijo en el conflicto". Desfafortunadamente el asunto se politizó. Grupos activistas como MoveOn manipularon la imagen de Sheehan para promover agendas personales que poco o nada tenían que ver con quienes veían en el dolor de una madre la única razón para oponerse a la presencia norteamericana en Irak, desdén que aumentó cuando la misma Sheehan aceptó participar en protestas donde intencionalmente buscaba el arresto en desafío a la autoridad. Como resultado, el genuino apoyo de los norteamericanos a Cindy Sheehan ha disminuido a tal punto que hoy solamente la prensa la sigue a todas partes y su importancia como vocera contra la guerra es cada vez menor. Sin embargo Sheehan, desvirtuó su inquietud inicial al convertirse en peón de la globalifobia y asistir al Mar de Plata junto con Maradona y Hugo Chávez en ese circo llamado "Contracumbre".
Los románticos sesenta Y otro punto que los nostálgicos sesenteros
suelen pasar por alto: pese a las protestas, las manifestaciones, el hippismo
y una oposición enorme a la guerra en Vietnam, el conflicto se
prolongó hasta 1975, lo cual equivale a decir que tod aquello no
sirvió de nada.
La mejor manera, pues,
es una postura moderada y con razonamientos sensatos y sólidos, algo
que hasta el momento ha escaseado entre quienes se oponen a la guerra. A
excepción de las armas de destrucción masiva que no han aparecido --y
que constituyeron en algún momento la razón más poderosa de Estados
Unidos para meterse a Irak-- han fallado terriblemente en susvaticinios:
aseguraron que el pueblo defendería a Saddam Hussein pero nadie movió
un dedo para protegerlo, dijeron que el tirano "pondría de
rodillas a las tropas invasoras" pero poco después se le encontró
escondido como una rata, sugirieron que pocos ciudadanos iraquíes
acudirían a las urnas en un proceso "previamente amañado"
pero ya lo han hecho en dos ocasiones con una afluencia de más del 60
por ciento, ejemplo de civismo para cualquier otro país, máxime si los
votantes se ariesgaron a ser despedazados por un
|