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Giordano Bruno, Su Época y la Nuestra
Al repasar la vida del filósofo italiano y sus aportes en
cosmología y astronomía, se advierte que su legado más importante a
la humanidad fue el de la dignidad rebelde y heroica. La dignidad del
que se siente libre en su calidad de poseedor de la verdad y es víctima
en parte por su propio valor de un poder cuya arma principal es la
fuerza. En este aspecto Giordano Bruno sigue plenamente vigente.
Por Cristián Gazmuri
Rebelde, pendenciero, valiente, obstinado, imprudente, viajero
incansable, erudito, inteligencia superior, pensador audaz pero
contradictorio, científico precursor, mártir de la libertad y la
verdad, Filippo Bruno nació en Nola, cerca de Nápoles, en 1548. El
estado de Nápoles estaba entonces en manos de los reyes de la casa de
Aragón y era, en la práctica, una colonia de España. Y aunque su
padre era un militar al servicio de esa nación, es posible que el
ambiente, contrario a la dominación extranjera, influyera en el feroz
espíritu de rebeldía que Bruno mostraría durante toda su azarosa
vida.
Por otra parte, el Concilio de Trento había comenzado en 1545 y, cuando
concluyera en 1563, la Iglesia Católica estaba ya en plena
contraofensiva frente al mundo protestante, el que durante la primera
mitad del siglo XVI se había extendido y fortalecido asombrosamente.
Con todo, la pugna católico-protestante y las luchas religiosas - en
una época en que para los europeos la principal preocupación
continuaba siendo la religión y la fe- estaban en su apogeo y todavía
se extenderían, salvajemente, por un siglo más. De modo que el
catolicismo de la Contrarreforma no estaba dispuesto a tolerar
pensamientos heréticos o poco ortodoxos y ese sería el otro factor que
enmarcó la tragedia de nuestro personaje. En definitiva, Bruno aparece
como un hombre del Renacimiento en un tiempo en que se perseguía la
libertad y heterodoxia intelectual y ética que caracterizó aquella época.
De la niñez de Filippo Bruno nada se sabe. Sólo tenemos noticia de que
pasó a vivir en el propio Nápoles hacia 1562, donde estudió
humanidades y se hizo fraile dominico en 1565, tomando el nombre de
Giordano, con el cual sería conocido por la posteridad. Gran estudioso,
durante esos años juveniles fue muy influenciado por el neoplatonismo,
en boga en esa época, así como por comentaristas de Averroes, y, en
particular, por la creencia del sabio árabe de que la religión era un
instrumento de los poderosos para controlar a la masa ignorante. Por
esta época comenzó también sus estudios sobre la capacidad de
aumentar la memoria, tema muy cultivado durante la Edad Media y el
Renacimiento y que sería una de sus inquietudes intelectuales de toda
la vida. Este afán por los asuntos mnemotécnicos se explica por la
falta de sistemas de registro rápidos y confiables que caracterizara a
esos siglos. Tenían así una utilidad práctica enorme.
Pese a sus dudas en relación a la doctrina católica, Giordano Bruno se
ordenó sacerdote en 1572 en la ciudad de Roma.
En esa sede papal, penetrada de las rigidices contrarreformistas, sus
ideas heterodoxas se fortalecieron, y cuando después de doctorarse en
teología en 1575, volvió a Nápoles, su fama de hombre brillante, pero
peligrosamente libre en sus opiniones, ya estaba muy extendida. Por esta
época llegó incluso a defender las doctrinas que Arrio había
sostenido en el Concilio de Nicea. Además, como solía ser frecuente en
el siglo XVI, Bruno no disimulaba su interés por la magia y lo oculto o
hermético, donde creía que existía una inagotable veta de sabiduría;
algo que evidentemente tampoco agradaba a la Iglesia Católica. No tardó
en ser acusado ante la Inquisición y esa situación, en los años que
se estaban viviendo, significaba estar en peligro extremo.
Comprensiblemente, Bruno dejó entonces su convento en Nápoles -
"prisión estrecha y negra", según sus palabras- y se escondió
en Roma.
Pero ubicado por la Inquisición y acusado nuevamente, ahora no sólo de
herejía sino además - injustamente- de asesinato, fue excomulgado y
hubo de huir nuevamente. En los años siguientes, al parecer, vagabundeó,
trabajando como profesor o tutor privado, por algunas ciudades
italianas, Turín, Venecia, Padua. En 1578, después de pasar por Lyon,
llegó hasta Ginebra donde firmó en los registros de la Academia como
"profesor de la Sagrada Teología". En la ciudad herética por
antonomasia, si bien coqueteó con las ideas protestantes, no tardó en
mostrar, frente al calvinismo, la misma actitud de crítica rebelde que
le había valido sus problemas en el mundo católico. Pero, para su
suerte, ya había muerto Juan Calvino, porque, de haber estado vivo,
probablemente habría corrido allí, en Ginebra, ya entonces, en plena
juventud, la misma suerte de Miguel Servet en 1553 y la que sería la
suya en el año 1600: la hoguera. Alcanzó a ser arrestado, excomulgado
nuevamente y hubo de retractarse; pero se le permitió dejar la ciudad.
Como si estuviera buscando dificultades, Bruno se radicó entonces en
Francia, por esos años quizá la nación más desgarrada por los
conflictos religiosos y donde el recuerdo de la "Noche de San
Bartolomé" y otros horrores estaban aún vivos y con éstos el
ambiente de odio y violencia que tuvieron como contexto. Estuvo en
Toulouse algunos meses, pero en 1581 terminó por asentarse en París.
En el París donde - soterradamente- aún ardía la lucha entre
simpatizantes hugonotes, amparados por el entonces protestante Enrique
de Borbón, futuro Enrique IV de Francia, y católicos acaudillados por
la poderosa familia Guisa, la que a su vez contaba con el apoyo, en
dinero y tropas, de Felipe II de España. Con todo, Bruno, que seguía
hablando y escribiendo con toda libertad acerca de los temas religiosos
más controvertidos, logró aprovechar la atmósfera de tolerancia que
el grupo de "Les Politiques", que rodeaba a Enrique III y que
simpatizaban con la causa del futuro Enrique IV, había impuesto
temporalmente. Y esto a pesar de la revocación que Enrique III,
empujado por los Guisa, había hecho de las antiguas prerrogativas
hugonotes el año anterior. Así, Bruno pudo permanecer en París, donde
enseñó y publicó varios trabajos sobre el tema de la memoria, así
como una sátira, El fabricante de candelas, donde atacaba las
costumbres y corrupción del Nápoles de su tiempo.
Pero la tranquilidad de Bruno no duró mucho. Aprovechando del favor del
rey francés, pasó a Inglaterra bajo la protección del embajador galo
Marqués de Mauvissiére, en el año 1583. No sabemos el porqué de su
decisión de emigrar a la isla, pero posiblemente estuvo conectada con
el espíritu inquieto de Bruno, que ya hemos visto, así como su
constante afán de viajar buscando nuevos ambientes intelectuales y
culturales. Además, el llegar como protegido del embajador de Francia
le aseguraba acceso a los círculos más selectos.
Excomulgado por todos
La Inglaterra isabelina, a pesar de los problemas que existían entre la
soberana y María Estuardo, así como sus conflictos internacionales,
era un país relativamente tranquilo y abierto en comparación con
Francia; de modo que Giordano Bruno pudo conseguir una cátedra en la
tradicional Universidad de Oxford sin mayores problemas. Pero éstos
comenzarían muy pronto. Para variar, nuestro italiano entró en una ácida
polémica con los profesores oxonienses, pero referida ahora a la
defensa que hacía Bruno de las teorías astronómicas copernicanas, las
que proyectaba mucho más allá que su autor, insistiendo en que el
universo es infinito. Con todo, pudo regresar sin dificultades mayores a
Londres, donde frecuentó a personajes encumbrados cercanos a la
soberana, como Sir Philip Sydney y el Conde de Leicester, llegando a
conocer personalmente a Isabel I, según parece.
Es curioso que no se conozcan detalles de la vida privada de Giordano
Bruno en esecírculo tan dado a las pasiones íntimas y las intrigas de
cámara. Si tuvo amores, éstos no parecen haber sido estables ni
largos. Es posible que, en su espíritu, siguiera considerándose un
hombre en estado clerical (en su situación original de católico) y
fuese consecuente con ello, lo que significaba permanecer en estado célibe
y guardar, al menos en apariencia, voto de castidad.
Pero, por otra parte, en el Londres de Shakespeare y Francis Bacon se
admiraba mucho a la cultura italiana y Bruno aprovechó de ello. Además,
el relativo auge intelectual que se gozaba en el ambiente, se prestaba
para publicar y así lo hizo a partir de 1584. Muchos de sus más
conocidos e importantes escritos, como los tres Diálogos sobre cosmología
y otros tantos sobre ética, unos y otros fuertemente controversiales y
escritos en un estilo vivaz, exuberante y barroco, aparecieron entonces.
En los de cosmología (especialmente en De L'infinito Universo e mondi)
no sólo insistía en las teorías de Copérnico, sino que, desafiando
una idea aceptada desde los tiempos de Aristóteles, insistió en que el
universo era infinito y compuesto por numerosos mundos, parecidos a los
del sistema solar. También afirmó que, en materia de física, la
aceptada diferencia aristotélica entre "forma" y
"materia" era irreal. Pero no paraba ahí. Tal como lo haría
Galileo poco después, ponía en duda todo o casi todo lo que sobre
astronomía decía el Antiguo Testamento. No contento con esa andanada
intelectual de fondo, hirió a muchos personajes encumbrados con la sátira,
haciendo irónicas críticas a la sociedad inglesa y, en particular, a
la pedantería de los profesores de Oxford. Quizá el escrito más
notable de Bruno en Londres fue Degli eroici furori (De los furores
heroicos) que es un conjunto de diálogos - posiblemente basados en Platón-
sobre el amor sublime en contraposición con el amor vulgar. Era un tema
que hasta ese momento no había estado entre los suyos. Pero Bruno, él
mismo un espíritu heroico, no desdeñó este tema que constituye su
principal manifestación de doctrina ética.
No es extraño que el ambiente se enrareciera para él y en 1585 hubiera
de retornar a París en compañía de su protector, el embajador de
Francia.
Sin embargo, la Francia que encontró era muy diferente de la que había
salido unos años antes. Toda tolerancia había desaparecido. Pero, sin
percatarse del cambio o percatándose de éste pero no dándole
importancia, Bruno no demoró mucho en entrar en polémica con el matemático
Fabrizio Mordente, protegido de los Guisa y del bando católico. Las
letanías burlescas que le dedicara - se ha dicho- recuerdan a Rabelais.
Además, volvió a atacar con dureza a Aristóteles y su escuela peripatética,
todavía un crimen de lesa ortodoxia en un mundo en que - más que en
Inglaterra- la escolástica seguía siendo la filosofía oficial. Hubo
de dejar París.
¿Hacia dónde dirigirse? Giordano Bruno pensaba que un intelectual no
tiene patria y Alemania - otro polvorín- le pareció un buen lugar
donde radicarse. Su facilidad para aprender idiomas lo ayudó. Vagó de
universidad en universidad por la hermosa y medieval Alemania anterior a
la Guerra de los Treinta Años, haciendo clases y publicando numerosos
artículos sobre sus temas familiares. Estuvo en Marburgo y en
Wittenberg, donde se hizo luterano, lo que le valió una nueva causa de
enemistad con sus antiguos calvinistas, numerosos en aquella ciudad.
Luego pasó a Praga - donde otro docto heterodoxo en materia religiosa
Jan Hus, había predicado y escrito para terminar siendo quemado,
aunque, en este caso, a diferencia del de Servet, más de un siglo y
medio antes. Finalmente se asentó en Helmstadt. Pero su teoría de la
posibilidad de pacífica coexistencia de diversas religiones, incluida
en su obra "Ciento sesenta artículos", le reportó otra
excomunión en 1589, ahora por parte de la Iglesia Luterana.
Excomulgado por católicos, calvinistas y luteranos, el escándalo
acompañaba. Intentó radicarse entonces en Frankfurt del Main, pero el
senado citadino rechazó su petición. Tenía fama de hombre de
"sabiduría universal", pero al mismo tiempo - con justicia-
de conflictivo, cuasi agnóstico y defensor de las teorías más extrañas
en numerosos campos del saber. De hecho, era un precursor, pero pasarían
muchos años antes de que el mundo intelectual así lo comprendiera.
Un retorno fatal
Después de refugiarse, por algunos meses, en un convento carmelita,
merced a los buenos oficios de su editor, cometió su error fatal.
Decidió retornar a Italia, invitado por un noble veneciano, Giovanni
Mocenigo, que quería aprender de él sus técnicas para aumentar el
poder de la memoria.
La idea de radicarse en Venecia no era mala en sí. La ciudad dueña del
Adriático era la más tolerante de las repúblicas italianas y la
protección de un Mocenigo parecía poder evitarle nuevos problemas. Es
muy probable que así hubiera sido... de no tratarse de Giordano Bruno y
de no haber sido traicionado por su protector. La verdad es que el joven
noble veneciano, que esperaba que las lecciones de Bruno fueran por la línea
de recetas mágicas, tema que - como vimos- también fascinaba a
Giordano Bruno y por el cual también se le conocía y temía, quedó
muy desilusionado por las clases que recibió de éste. Y, enojado además
porque su maestro postuló a la cátedra de matemáticas en la
Universidad de Padua (que obtendría Galileo un año después, en 1592)
y, posteriormente, al parecer, porque intentó retornar a Frankfurt,
posibilidades ambas que lo alejaban de Venecia, traidoramente lo denunció
a su antigua enemiga, la Inquisición, bajo el cargo de herejía. Es
posible que también hubiera surgido una querella de tipo más íntimo o
personal entre ambos, pues la acción de Mocenigo no es fácil de
explicar sólo por los intentos de huida de Bruno.
Aunque se le puso en prisión, el problema todavía no era tan grave
mientras el juicio se realizara en la relativamente tolerante Venecia.
Pero para desgracia de Bruno, la Inquisición romana, que no lo había
olvidado, pidió y obtuvo su extradición. Y en enero de 1593, Bruno
cruzaba los umbrales del palacio del "Santo Oficio" para ser
arrojado a una mazmorra. Allí permaneció siete años, mientras el
proceso, entrabado en las infinitas sutilezas de la maquinaria judicial
vaticana de entonces, avanzaba a paso de tortuga.
Aunque los registros judiciales del juicio no se han conservado sino
parcialmente, se sabe que el proceso tuvo diversas fases. En un
comienzo, Bruno dijo no tener interés particular alguno en cuestiones
teológicas, argumento indudablemente falso. Luego hizo un esfuerzo por
demostrar que sus ideas sobre cosmología, magia, filosofía y también
teología no se oponían "necesariamente" al dogma católico.
Pero los inquisidores querían una retractación explícita y absoluta y
Bruno no estaba dispuesto a llegar a eso. Después pasó a defenderse
con el argumento de que no entendía qué era, explícitamente, aquello
de lo que debía retractarse; argumento que era otra argucia y Giordano
Bruno ha de haberlo sabido de sobra. El hecho era que, consecuente e
intelectualmente honesto, no estaba dispuesto a negar los conocimientos
científicos o, en algunos casos, seudo científicos, de los cuales
estaba profundamente convencido.
Finalmente, Bruno reconoció que no tenía nada de qué arrepentirse y
que creía en todo lo que había escrito y dicho.
Ante la firmeza en su intención de no hacer una retractación explícita,
el Papa Clemente VIII ordenó que se le condenara como un
"impenitente y pernicioso hereje". Era la lápida para ambos,
pontífice y víctima. Para esta última a corto plazo y para el
primero, ante la historia.
Cuando se le leyó la sentencia Giordano Bruno retrucó a sus jueces
diciendo: "Quizá vuestro temor al entregarme vuestro veredicto sea
mayor que el que yo siento al escucharlo". De nada le sirvió su último
desafío; pero desde entonces guardaría una actitud de un estoicismo,
valor y dignidad ejemplares.
Así, el 17 de febrero del año 1600 Giordano Bruno fue conducido a la
hoguera, ubicada en el llamado "Campo dei Fiori". Su actitud
continuó siendo valerosa y despectiva hasta el momento en que fue
consumido por las llamas.
Siglos después, en la Europa racionalista y anticlerical del Siglo de
las Luces y, aún más acentuadamente en la Italia racionalista y laica
del siglo XIX y el Risorgimiento, Giordano Bruno pasó a ser estudiado y
a convertirse en un símbolo de la lucha contra el oscurantismo y la
defensa intransable de la libertad y la razón. Se le construyeron
estatuas y se denunció, con razón, su monstruosa muerte. Esa imagen ha
perdurado, relativamente, hasta el presente. Tanto así que Giovanni
Gentile se preocupó de reeditarlo. En el año 1942, en pleno fascismo,
A. Mercati publicó un sumario de su proceso y hace no muchos años se
hizo un filme, de una crudeza estremecedora, acerca del juicio, basado
en las investigaciones de ese autor, pero con un acusado - aunque no
distorsionador- énfasis anti católico. Por cierto, olvidando que
protestantes y fanáticos de todos los tipos usaron (y usan) métodos
muy similares contra sus enemigos.
Pero, quien estudia la historia personal de Giordano Bruno, puede
pensar, legítimamente me parece que a sus múltiples cualidades y a su
valor podría haber agregado la virtud de la prudencia y, de este modo,
sin renunciar a dejar su herencia intelectual, salvar su vida. Más
todavía en una Europa donde el respeto para las ideas de todos era
todavía la sombra de una esperanza. Fue así que las ideas de Galileo,
más importantes que las de Bruno - a pesar de su famosa retractación-
no murieron. Las de Bruno tampoco, pero fue quemado.
En todo caso el legado intelectual y moral de Giordano Bruno, más que
tener una gran importancia científica la tuvo y tiene en el campo de la
ética. Esto es así pues muchos historiadores de la filosofía y de las
ciencias han descubierto en su pensamiento graves incongruencias. Y su
aporte en el campo de la astronomía y cosmología, que fue el más
significativo, ya que en algunos aspectos de éste no sólo fue un
clarividente precursor sino hasta un original innovador, se basó
principalmente en intuiciones y no en el estudio científico riguroso.
Su legado a la humanidad es pues es el de la dignidad rebelde y heroica.
La dignidad del que se siente libre en su calidad de poseedor de la
verdad y es víctima en parte por su propio valor de un poder cuya arma
principal es la fuerza. En este aspecto Giordano Bruno sigue plenamente
vigente.
El Mercurio. Domindo 30 de abril del 2000.
Cristián Gazmuri
es director del Instituto de Historia de la P. Universidad Católica de
Chile.

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