|
||||||||||||
MAX SCHELER Más
allá del logos. Por Fdo. Mauricio González U. Profesor de Filosofía
Además de estas influencias Scheler tendría un lugar en su pensamiento para la consideración de San Agustín, Pascal y Nietzsche. Las contribuciones más
importante de este pensador, según nos señala Ferrater mora, se cifran
en su teoría
de los valores; en su filosofía de los sentimientos basada en una
fenomenología general de los afectos, en la teoría del espíritu
incluida de lleno en la antropología filosófica, en la sociología del
saber como parte integrante da una sociología de la cultura y,
finalmente, en la filosofía religiosa enlazada con una metafísica en
donde es solucionado el problema de lo real por medio de un realismo
volitivo ya entrevisto y formulado por Dilthey. Podemos distinguir tres etapas
en el pensamiento de Scheler. La Primera se halla bajo la influencia de
su maestro Eucken. Luego adviene la época de su madurez (entre 1913 y
1922) En esta época surgen sus obras decisivas: “El formalismo en la
ética y la ética material de los valores” –su obra fundamental–
y dos colecciones de ensayos: “Acerca de la subversión de los
valores” y “De lo eterno en el hombre”. En esta época Scheler es
personalista, teísta y cristiano convencido. En la tercera etapa su
pensamiento sufre un drástico cambio: no sólo pierde las influencias
anteriores sino que se desprende también de su posición teísta. En
“Las formas del saber y la sociedad” (1925) se manifiestan los
primeros atisbos de este cambio, para ser definitivamente confirmados en
“EL puesto del hombre en el cosmos” (1928). Sus ideas claramente cristianas
presentes en sus primeros libros son abandonadas para inclinarse, cada
vez más, hacia ideas panteístas. Si hasta entonces su pensamiento se
concentraba en la idea del Dios personal, ahora se nos dice que el
hombre es el escenario único de la divinización. La muerte sorprendió
a Scheler en mayo de 1928, cuando trabajaba en “El puesto del hombre
en el cosmos” hecho que dejó incompleta la formulación de su
pensamiento en el período final de su vida. Es este último texto el que
hemos querido traer acá para repensarlo. Paso a señalar las razones
que motivan esta selección, las que también ayudaran a plantear un
marco referencial general antes
de proceder al análisis propiamente tal. Como hemos señalado la obra
fundamental de Scheler se encuentra en el campo de la ética, pero acá
no encuentra fin el pensamiento de Scheler, sino que es completado y
coronado por su antropología. Pues es evidente que esta doctrina de los
valores no se entendería sino fuese fundamentada por una antropología. “El puesto del hombre en el
cosmos” pretende ser el
comienzo de esta antropología. El mismo Scheler reconoce la importancia
de este enorme tema: “Desde el primer despertar de mi conciencia filosófica,
las cuestiones: ¿qué es el hombre? Y ¿cuál es su puesto en el ser?
Me preocuparon de una manera más esencial y directa que cualquier otra
de las cuestiones filosóficas. Los esfuerzos que vengo realizando desde
entonces para abordar el tema desde todos los ángulos posibles se
concentran desde el año 1922 en la elaboración de una obra de mayor
envergadura dedicada exclusivamente a este asunto; y he tenido el
creciente placer de comprobar que la mayor parte de todos los problemas
concernientes a la filosofía tratados por mí con anterioridad, se
concentraban más y más en esta cuestión”. De esta manera Scheler da una
conferencia, en abril de 1927 con el nombre de “El puesto singular del
hombre” y comienza a redactar sus ideas acerca de algunos puntos
principales de la “Antropología filosófica”, que él mismo
califica como “resumen breve y muy comprimido”. En esto trabajaba
cuando le sorprendió la muerte. Sus escritos fueron
completados con los manuscritos de la conferencia original y
editados en 1929, un año después de su muerte. El texto en cuestión es por
tanto un compendio del pensamiento scheleriano sobre uno de sus temas más
importantes, sino el más importante, de su pensamiento. Una construcción
inacabada, fruto de toda una vida de pensamiento. Esta es otra razón
para abocarnos al estudio particular de esta obra. Ya en la introducción Scheler
nos plantea la gran necesidad que tienen nuestros tiempos de preguntarse
acerca del hombre. A esta pregunta ¿qué es el hombre?, han respondido
la tradición judeocristiana con su antropología teológica, las ideas
de la antigüedad clásica con su antropología filosófica y las ideas
de la ciencia moderna y la psicología genética con su antropología
científica. Pero para Scheler estos tres enfoques carecen de unidad. No
nos proporcionan una teoría, una idea del hombre; si a esto se le
agrega que las ciencias particulares esconden la esencia del hombre y
que los círculos anteriores se encuentran hoy quebrantados,
concluiremos –nos señala Scheler–, que “nunca el hombre a
resultado más problemático para si mismo”. Se hace necesario, entonces, una
nueva antropología que examine la esencia del hombre, en su relación
con el animal y con la planta. Ya la palabra misma (hombre) se nos
aparece como un doble sentido. La palabra hombre nos indica primero
“los caracteres morfológicos distintos que posee el hombre como
subgrupo de los vertebrados y de los mamíferos” y en segundo lugar
“un conjunto de cosas que se oponen al concepto de animal en
general”. Este último, el que Scheler llama el concepto esencial del
hombre, constituye el tema de la antropología Scheleriana. Se trata de
averiguar si esto que da un singular puesto al hombre, incomparable con
el puesto que ocupan los demás seres vivos, tiene alguna base legítima.
Dicho de otra manera se trata de conocer que es lo que diferencia al
hombre del resto de los animales, si es que lo hay, y qué grado de
legitimidad tiene –según esto– conceder al hombre un puesto
singular en el cosmos. Las líneas de Scheler a este
respecto ya son apretadas –como el mismo autor lo ha señalado–
resumirlas más significa sólo confundir u obscurecer su significado.
Hemos optado por recortar un trozo de su pensamiento, dejando, por
cierto, muchos puntos cerrados. Queremos solamente esbozar los aspectos,
que esperamos sean los esenciales para atisbar cual sea el lugar que al
ser humano le compete en el Ser. Scheler comienza, desde las
primeras páginas, recorriendo la serie gradual de las fuerzas y
facultades psíquicas, las que coinciden con el límite de la vida en
general, línea fronteriza entre el sustrato material y el fenómeno de
los “seres vivos”. Estos poseen varias características esenciales,
una de ellas es que “no sólo son objetos para los observadores
externos, sino que poseen además, un ser íntimo, en el cual se hacen
íntimos consigo mismo”. El grado ínfimo de lo Psíquico,
es decir de lo que se presenta objetivamente como “ser vivo” y
subjetivamente como “alma”1
es el impulso afectivo (la planta) sin conciencia, ni sensación, ni
representación. Una mera “dirección hacia” y “desviación de”,
son los dos únicos estados de este impulso. Pero este impulso afectivo
no sólo pertenece a la planta, sino también a todo el restante mundo
vivo superior. La segunda forma psíquica es el
“instinto”. Scheler se
abstiene acá de dar una definición para este término, muchas veces
equívoco, que encierra conceptos psicológicos. Prefiere definirlo
partiendo de la conducta del ser vivo. De tal manera una conducta
instintiva debe tener, en primer lugar, relación de sentido. La
acción instintiva debe tender a un fin relativamente conocido para el
ser viviente como un todo. Es decir, en bien propio o del ajeno. Por
ejemplo, cuando un animal prepara algo con sentido para el invierno o
para la puesta de huevos, sin necesidad que antes, como individuo, haya
vivido experiencias semejantes. Una segunda características de la
conducta instintiva consiste en que sólo responde a situaciones que se
repiten de un modo típico y son significativas para la vida de la
especie como tal, no para la experiencia particular del individuo. De
esto se desprende que los instintos son innatos y hereditarios. Los instintos no son actos
inteligentes convertidos en arbitrarios, por esto los animales no
humanos poseen instintos más perfectos, mientras que el hombre posee
instintos de formación sumamente
retrasada. Del instinto se desprenden dos
modos de conducta: el primero de ellos es la “memoria asociativa”
que se da en los animales capaces de “movimientos de prueba” (por
ejemplo las ratas en un laberinto o el perro de Pávlov) de hecho la
base de la memoria asociativa es el reflejo que Iván Pávlov2
llama “reflejo condicionado”. La vigencia del proceso asociativo
significa la decadencia del instinto, significa además que el individuo
orgánico se va destacando y separando de los vínculos de la especie.
Este proceso es, entonces, con respecto a los instintos una tendencia
liberadora. Los impulsos propios de la vida liberados del ordenador
instintivo puede ser peligroso. Pero sólo en el hombre este aislamiento
del impulso separado de la conducta instintiva adquiere formas
monstruosas. Pero la naturaleza parece haber incluido simultáneamente
el correctivo para estos peligros. Este es el segundo factor que se
desprende del instinto y configura la conducta, forma esencial de la
vida psíquica: “la inteligencia práctica” y con ella la facultad y
la acción de elegir. Scheler también define este estadio como
“cuando un ser vivo pone en práctica una conducta que posea sentido,
ya sea porque resulta cuerda o porque, aun resultando disparatada,
tiende a un fin manifiesto. La inteligencia es práctica porque
su sentido es siempre una acción. Desde una perspectiva psíquica
podemos definir la inteligencia como “la comprensión súbita de un
nexo objetivo o de valor dentro del mundo circundante” (facultad de
resolver problemas) Esta conexión se da como la anticipación de hechos
siempre nuevos, nunca vividos con anterioridad. En la época de Scheler
aún no se discutía si este nivel alcanzaba a los animales,
especialmente a los antropoides superiores. Köhler por ejemplo atribuye
a los animales acciones inteligentes muy sencillas ( es conocida la
experiencia de algunos chimpancés en cautiverio que son capaces de
apilar una serie de cajas hasta alcanzar un alimente ubicado en un lugar
en principio inaccesible) A pesar de la controversia Scheler mostrará
su posición: La inteligencia propiamente dicha no es exclusiva del
hombre sino también pertenecer al animal, pero no por esto no existirán
diferencias sustanciales en esto. Existe acá una diferencia de grados:
“Entre un chimpancé listo y Thomas Alva Edison, tomando a este sólo
como técnico, no existe más que una diferencia de grados, aunque esta
sea muy grande”. Surge, en este nivel, la cuestión
decisiva: “Acaso existe algo más que no sea una mera diferencia de
grado entre el hombre y el animal? ¿Existe entonces una diferencia
esencial? ¿O es que hay en el hombre algo totalmente distinto, superior
a los grados esenciales tratados hasta aquí, algo que corresponda específicamente
a él solo, algo que la elección y la inteligencia aun no tocaron y
agotaron?”. Darwin y Lamarck
niegan que exista una última diferencia entre el hombre y el
animal. No reconocen por tanto ninguna clase de ser metafísico en el
hombre. Scheler será drástico para rechazar estas doctrinas y afirma
que la esencia del hombre y lo que se puede llamar su puesto particular,
está muy por encima de la inteligencia. Es decir fuera de las esferas
antes señaladas: impulso afectivo, instinto, memoria asociativa,
inteligencia y elección; dominios más bien, de la biología y la
psicología. Incluso este nuevo principio se encontraría fuera de todo
lo que llamamos “vida”. Lo que hace de un hombre, un Hombre, “es
un principio que se opone a toda la vida en general, incluso a la vida
que habita en el hombre” concluye Scheler. Los griegos llamaron a este
principio “razón”. Scheler cita en este punto a Julius Stenzel en
su obra “El origen del concepto de espíritu en los griegos” en la
revista Die Antike. Pero Scheler prefiere usar un concepto más amplio no sólo referido a la razón y al pensar ideas; un concepto que comprenda también la intuición y una determinada clase de actos volitivos y emocionales tales como la bondad, el amor, el arrepentimiento, la veneración, el asombro, el deleite, la desesperación y el libre albedrío. Tal concepto será el de “espíritu”. Pero ¿qué es este “espíritu”? Si damos al espíritu una función particular de conocimiento, entonces la determinación básica de un ser espiritual consistiría en su “emancipación” existencial de todo lo orgánico, su “libertad”. Este ser espiritual ya no estaría atado a sus impulsos ni al mundo circundante, sino que estaríamos libres del mundo circunstante, estaríamos abiertos al mundo. Y tenemos mundo porque somos capaces de objetivar este mundo. Espíritu es, por tanto, objetividad. Recapitulemos: en el animal vimos que toda acción
llevada acabo parte de un estado fisiológico del sistema nervioso. Como
segundo paso el animal procura un cambio en el medio circundante
dirigida hacia la meta conductora de su impulso. El tercer y último
paso es el nuevo estado fisiológico psíquico que esta modificación ha
engendrado. En consecuencia el curso de la conducta animal tiene siempre
la forma: ANIMAL
D MEDIO Un ser dotado de espíritu tiene una conducta opuesta. El punto de partida consiste en que la conducta es motivada por el puro modo de ser de un complejo intuitivo o representativo, elevado a la condición de objeto y en principio independiente de la parte sensible externa del medio. El segundo paso es la libre representación de un impulso. El tercer paso es la modificación de la objetividad de una cosa, la que es vivenciada como valiosa por sí misma y definitiva. A la forma de esta conducta Scheler la llama “estado de abierto al mundo”. La del desprendimiento por principio de las ataduras impuestas por el mundo circundante: HOMBRE D MUNDO gg Este actuar del hombre tiene su base en lo que Scheler define como
“recogimiento” cuyo fin es la “conciencia de sí”. El animal no
tiene conciencia de sí. El hombre es, por tanto, el único que, en
cuento persona, que puede elevarse por encima de sí mismo –como ser
vivo– y convertirlo todo, incluso a sí mismo, como objeto de
conocimiento. Al final de este capitulo Scheler señala cual es el puesto del hombre en
el cosmos. Lugar que está más allá de la inteligencia,
facultad que, ya está dicho, en grado mínimo también compartimos con
los animales inferiores. Suponiendo que este fuera el escalón terminal
de la vida humana, no podrían cumplirse acciones que por cierto se dan
en los seres humanos y que dependen de otra facultad, como por ejemplo
la creación. La psicología moderna ha sintetizado esta diferencia entre pensamiento
inteligente y pensamiento creativo según el esquema:
Ahora bien, la disposición del hombre con el mundo señala la existencia
de otro estadio, al que Scheler llama espíritu en una ampliación del
concepto de razón y que se da esencialmente opuesto a la vida. Hay acá al menos dos arriesgados saltos
en los que incurre nuestro autor. Primero ampliar la esfera lógica de
la razón con concepciones como la intuición y el amor que, al parecer,
no tendrían un correlato más o menos empírico, pero que sí -continua
Scheler- estamos seguros existen y, luego, separar drásticamente el espíritu
de la vida. Más aún, opone al espíritu a toda vida en general,
incluso “a la vida que habita en el hombre”. Destacamos esto pues
podría significar una excesiva abstracción de lo que creemos como
esencialmente ligado a las acciones humanas. El espíritu se da en un
actuar humano y a raíz de una actuar humano. La recepción o captación
del espíritu también debe ser a través de un ejercicio humano. Lo que
quede luego de esto será sólo una imagen deslucida. ¿Por qué Scheler necesita de un estadio que va más allá del logos
griego o de la razón. Entendemos, junto con la psicología antropológica
contemporánea que la inteligencia como resolución de problemas no es
el límite de lo humano. Es la participación en el logos, la condición
de ser racional, lo que da el singular puesto que al ser humano le toca
jugar en la existencia. Parafraseando a Heidegger, es la facultad que el
hombre tiene de estar fuera de sí y delante de sí lo que constituye el
pensamiento reflexivo y se transforma, mediante la palabra -que también
es logos- en pregunta. Más exactamente en la pregunta fundamental, la
pregunta por el Ser. El hombre objetiva todo el orden (cosmos) exterior
y se objetiva también a si mismo. Descubre así en lo que existe
una inmensa carencia de Ser, un Ser que se oculta tras los entes y que sólo
se manifiesta en la imperiosa necesidad de ser descubierto. La conciencia de sí, la patentización de la carencia y la autonomía de
la voluntad es lo que hace del hombre un ser cultural, capaz de fundar
civilizaciones y proyectarse en su perfectibilidad. Es esta también la
tragedia del hombre, destino que no comparte el animal no-racional. Es
el hombre el único ser trágico que, como Sísifo, está condenado a la
empresa inútil de superar su propia carencia. Dar cuenta de esta
situación es la responsabilidad de los que participamos en el logos. Ahora bien, Scheler trasciende este límite con un concepto que, quizá
por la influencia del cristianismo, se ha vuelto al menos equívoco. ¿Qué
entiende Scheler por “espíritu”? ¿Por qué no le satisface el
concepto de razón? La respuesta que da Scheler a estas preguntas es
incompleta e insuficiente. Recordemos que la muerte sorprende a nuestro
filósofo precisamente en medio de estas reflexiones y que sólo fueron
completadas a modo de añadidura, de conjetura. El espíritu scheleriano
como concepto es condenado de esta manera a la inconsistencia técnica
que toda terminología filosofía exige al menos por gentileza, como decía
Ortega. Mas, esto nos parece grave sólo por la omisión de un
pensamiento prometedor. Aun tenemos la concepción del logos, de la razón,
que no obstante la tragedia de su limitación nos permite atisbar, al
menos, lo que el hombre no es y situarlo -provisoriamente si se quiere-
en un particular puesto en el cosmos y en relación con el resto de los
seres vivos. Puesto que no por diferenciado es privilegiado.
Con todo Scheler nos habla de un hombre que puede liberarse, distanciarse
del mundo a través de la objetivación realizada por el espíritu. El
mundo se nos “contra-pone” y nos demanda hospitalidad. Es el estar
abierto al mundo, es la libertad humana entendida en su más bello
sentido, en su sentido filosófico: como “apertura”. Pero no como
una apertura ingenua sino como deseo de constatar cual es el verdadero
Ser de las cosas. Hemos ya pasado la barrera del darse cuenta. Sabemos que hay una realidad
allá afuera que nos interpela. Una realidad que no conocemos en esencia
y que se nos muestra en apariencia, más aún en una apariencia distinta
para cada uno de los observadores. Scheler dio cuenta de esto. El último
Scheler estaba profundamente convencido de la impotencia del espíritu.
El espíritu es la forma superior del Ser. Pero al mismo tiempo la más
débil, la forma más insustancial del Ser. En este aspecto, y salvando las consideraciones terminológicas, Scheler
parece concordar con nuestros postulados. La concepción del espíritu o
mejor aún de la razón, del logos, no parece un acontecimiento feliz
para el hombre, felicidad y completud que nos mostraría la concepción
del “espíritu” que la tradición nos ha legado. La razón carece de
completud en cuanto tiene la conciencia
para darse cuenta, de abrirse a un mundo que no le es
hospitalario, pues este no revela sus secretos. Diferenciar o clarificar los conceptos de espíritu y de razón es una
reflexión urgente en una época que desconoce o quiere desconocer su
verdadero puesto en la existencia. Lo quiere desconocer pues carece de
la fortaleza que exige la responsabilidad y la tragedia a las que nos
enfrentamos aquellos que participamos en el logos. Fdo.
Mauricio González U. Profesor
de Filosofía.
1 Entendemos en este punto el término “alma” en su acepción estrictamente etimológica: como “anima” o “principio de automovimiento, desligado de toda vinculación religiosa, esotérica o metafísica. 2
Pávlov, Iván Petróvich (1849-1936), fisiólogo y premio Nobel
ruso, conocido por sus estudios sobre el comportamiento reflejo.
Nació en Riazán y estudió en la Universidad y en la Academia
Militar de Medicina de San Petersburgo. Pávlov es reconocido por
sus trabajos precursores sobre la fisiología del corazón, el
sistema nervioso y el aparato digestivo. Sus experimentos más
famosos, que realizó en 1889, demostraron la existencia de reflejos
condicionados y no condicionados en los perros, y tuvieron gran
influencia en el desarrollo de teorías psicológicas conductistas,
fisiológicamente orientadas, durante los primeros años del siglo
XX. Sus trabajos sobre la fisiología de las glándulas digestivas
le hicieron acreedor en 1904 al Premio Nobel de Fisiología y
Medicina. Su principal obra es Reflejos condicionados (1926).
(Enciclopedia Encarta). El reflejo condicionado consiste en que un
organismo relacione respuestas instintivas básicas con situaciones
nuevas. Así un ser vivo que relaciona el momento de la alimentación
con el sonido de una campanilla puede experimentar las respuestas
instintivas básica que le produce la presencia de la comida con sólo
escuchar el sonido de la campanilla.
|