APRENDER
A PENSAR
Cuando me devolvió mi prueba quedé boquiabierto: una enorme
equis roja tachaba cada una de mis respuestas. ¡Estaba reprobado! ¡Debía
de haber algún error! Había repetido al pie de la letra las palabras
del maestro. Luego supe que toda la clase había sido reprobada. ¿Qué
había ocurrido?
Muy sencillo, nos explicó el señor Whitson. Él había
inventado ese cuento del Gatiguampo.
Jamás había existido tal especie. Por tanto, cada uno de los datos de
nuestras notas era incorrecto. ¿Acaso queríamos que nos aprobara por
contestar falsedades?
Huelga decir que nos pusimos furiosos. ¿Qué clase de prueba era
esa? ¿Y qué clase de maestro era ese?
Teníamos que habérnoslo imaginado, prosiguió
el señor Whitson. En efecto: mientras circulaba entre nosotros el cráneo
(que era de gato), ¿acaso no nos había dicho que no había quedado
ningún vestigio del animal? Había hablado también de su asombrosa
visión nocturna, del color de su piel y de otras muchas características
de las que él no podría haberse enterado. Para colmo, le había puesto
un nombre ridículo, y ni así habíamos maliciado la artimaña. Nos
informó que anotaría los ceros de nuestras pruebas en las actas de exámenes
oficiales.
El señor Whitson agregó que esperaba que hubiéramos aprendido
algo de esa experiencia: los maestros y los libros de texto no son
infalibles. T nadie lo es. Nos recomendó no permitir que nuestras
mentes se adormecieran y tener siempre el valor de expresar nuestra
inconformidad cuando el maestro o el libro de texto nos parecieran
errados.
Cada lección del señor Whitson constituía una aventura. Todavía
hoy recuerdo, casi de principio a fin, algunas de sus disertaciones. Un
día nos dijo que su Volwagen era un organismo viviente. Tardamos dos días
en armar una refutación que le pareciera aceptable. No se dio por
satisfecho hasta que le demostramos no sólo que sabíamos lo que era un
organismo viviente, sino también que teníamos la entereza de defender
la verdad.
Aplicamos nuestro nuevo escepticismo a todas las materias de enseñanza.
Esto ocasionó problemas al los demás maestros quienes no estaban
acostumbrados a que los contradijeran. Nuestro maestro de historia, por
ejemplo, disertaba sobre cualquier tema y, de pronto, se oían
carraspeos y alguien susurraba: "Gatiguampo".
No
he realizado ningún gran descubrimiento científico, pero las lecciones
del señor Whitson nos infundieron a mi y a mis compañeros algo
igualmente importante: el valor civil de mirar a las personas a la cara
y decirles que están en el error. También nos enseñó que esta
actitud puede ser divertida.
No todo el mundo le concede
valor. En una ocasión le conté a un profesor de enseñanza primaria lo
que hacía el señor Whitson. Aquel hombre se escandalizó. "No
debió burlarse de ustedes así", comentó. Lo miré a la cara y le
dije que estaba equivocado. Por
David Owen Extracto de "LIFE" (Oct. 1990), de Nueva York
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