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El otro puede tener razón Entrevista de Graciela Fernández a Hans Georg Gadamer, Heidelberg 1992. ¿En qué aspectos considera en su evolución haberse apartado de Heidegger? Sobre todo: ¿cuál es su posición con respecto a la crítica que él hizo a la metafísica y al humanismo? Mi relación inicial con Heidegger me hace, naturalmente, difícil responder a esta pregunta, pues para mí fue decisivo el giro desde el neokantismo hasta la fenomenología en el sentido heideggeriano. Heidegger siempre se consideró como un fenomenológo, y esto quería decir, para él, la convicción de que los fenómenos, tal como se muestran, son lo que realmente interesa. Contraponía así a una actitud configurada por la historia analítica de la ciencia y del pensar. Esto se decidió en dos puntos. Por un lado, Heidegger mismo veía que no se puede superar, a partir de una cura del ser ahí (Daseinssorge) profundizada y concretamente viviente el subjetivismo de la filosofía de la conciencia. Por tal motivo, Heidegger procuró, más tarde, dejar atrás también el indumento trascendental de Ser y Tiempo. En eso pude y quise seguirlo. Pero el camino por el que él echó a andar al
admitir la fuerza del decir en la poesía de Hölderling y en Nietzsche
lo condujo constantemente, como el mismo lo dice, a una recaída en el
pensar metafísico. La crítica de la metafísica era por cierto
ineludible, ya que con el pensamiento de la metafísica se piensa un espíritu
infinito. Nuestra finitud y nuestra historicidad siguen siendo la
herencia de la crítica de la metafísica iniciada con Kant. De tal
manera, la superación de la filosofía trascendendental por medio de la
Kehre no fue otra cosa que un intento siempre fracasado que Heidegger
arriesgó en una serie de importantes y discutidos trabajos. Lo que más
me convenció fue el libro sobre Nietzsche. Allí el pensó otra vez
unido aquello que a los ojos de sus contemporáneos ya no era posible
unir. Por lo mismo vale para los propios intentos de Heidegger de hallar
el camino al ser o de renovar la pregunta por el ser. Ahí me pareció
que el camino heideggeriano para procurarse lenguaje con la poesía no
era, en definitiva, suficientemente transitable. Me pareció que su crítica
al concepto metafísico del ser y al olvido del ser, propio de la
ciencia moderna, no había consolidado realmente el verdadero piso sobre
el que se asienta el carácter lingüístico de nuestra experiencia del
mundo. La fenomenología hermenéutica, con la que él había intentado
dicha consolidación no resultaba liberadora. Pero posiblemente –como
me pareció entonces y me sigue pareciendo ahora— ella habría podido
proporcionar la nueva base del carácter lingüístico, como se advierte
si se mira el lenguaje desde la perspectiva del diálogo (Gespräch).
Por lo tanto, si se toma en serio la experiencia hermenéutica según la
cual toda palabra (Wort) es ya una respuesta (Antwort), se advierte que
toda palabra en general solo puede ser entendida como respuesta a una
pregunta. La dialéctica de pregunta y respuesta se convirtió así,
para mí, en la actualidad de la filosofía práctica, es decir, creo
que el concepto de "verdad" se consolida más allá de la
conciencia de uno y de otro, del yo y del tu, en la formación del
comprender común y del común ponerse de acuerdo. ¿Cuáles límites reconoce a su propia crítica a
la filosofía de orientación kantiana, frente a la situación actual de
la crítica posmoderna extendida "a la mode", de acento
heideggeriano-nietzscheano? La indisoluble unidad de ética y frónesis (prudentia)
de la expresión aristotélica que convierte aquí a la filosofía práctica
en una filosofía auténtica. De ahí hay que partir para responder a
esta pregunta. "Superación de la filosofía trascendental"
quiere decir superación de la doctrina del ego trascendental, del
sujeto trascendental. En esto, efectivamente, ha sido para mí
orientadora la crítica que hace Heidegger al concepto de conciencia.
Fueron justamente mis experiencias con el neokantismo y su gradual
disolución las que me convencieron de que el concepto de fundamentación
última no corresponde a la esencia del riesgo del pensar. Ahora bien,
es posible y necesario admitir que Nietzsche, cuya presencia en nuestro
mundo se hace notar cada vez más, no puede ser ubicado entre los
pensadores sistemáticos del idealismo alemán y sus seguidores. La
manera heideggeriana de pensar unitivamente los motivos principales de
Nietzsche, pese a que me permitió ver el "eterno retorno de lo
igual" y la "voluntad de poder", como dos aspectos de lo
mismo, y pese a que fue un gran hallazgo de Heidegger, tampoco significa
que él sólo quisiera construir una filosofía de Nietzsche contra la
cual, por su lado, pretendiera Nietzsche erigir una doctrina del ser
filosóficamente sostenible. Con esto se aclara cuánta discrepancia me
parece ver también con respecto a la así llamada posmodernidad, sobre
todo con respecto a Derrida y Lyotard. Ellos pretenden defender al
verdadero Nietzsche contra su unificación forzada en una metafísica y,
por tanto, contra Heidegger. Por cierto, creo que ni Nietzsche, ni
Heidegger necesitan una defensa semejante. Pero no se puede simplemente
negar la tarea del pensar cuando Derridá se mantiene en la diseminación,
es decir, en la carencia de posibilidades sistemáticas de construcción
del pensar. Y si de esta manera, también él recurre a Nietzsche,
entonces desconoce que Nietzsche mismo intentó constantemente, en
innumerables propuestas, hacer confluir sus propios pensamientos,
elaborando programas de algo así como una nueva filosofía. Y así le
ocurre a Derridá mismo; me parece que si él desarrolla una teoría de
la diseminación no puede dejar de admitir que esa teoría, a su vez, no
sea otra cosa que diseminación. Eso busca aprobación y acuerdo; sobre
eso se escriben libros. Y si el –como lo he experimentado con él en
forma amistosa- intenta discutir, ya me ha dado la razón acerca de que
se tiene que procurar comprender al otro y de que eso quizás entonces
sea recíproco del otro lado. Frente a ambos, es decir, tanto frente a
Heidegger como frente a los posmodernos, me atengo al diálogo platónico
y, en general, al pensamiento de Platón. Es cierto que éste sabe que
no se puede establecer de una vez por todas un sistema de proposiciones
verdaderas; pero se puede, en el diálogo viviente, tender al acuerdo y,
con él, alcanzar un auténtico criterio para el conocimiento de lo
verdadero. ¿Cómo ve el futuro del humanismo y el las
facultades de filosofía, cuando ambos parecen decaer en el mundo
entero? El humanismo, hoy, ya no es evidentemente el mismo,
ni puede volver a ser aquello que lo caracteriza como el destino
particular del mundo cultural de Occidente: la herencia del pensar y del
obrar científicos y políticos greco-romanos, incluyendo su expansión
a través del cristianismo. Éstas son ciertamente formas de humanismo
que no pueden ser las mismas. Frente a tal circunstancia, creo que hoy
sería lícito aún, y de nuevo, hablar de humanismo en el sentido de
que uno no se propone otra tarea que la de la Humanitas, el respeto al
otro y el admitir la validez del otro y de sus otros caminos. En este
sentido, el mundo industrial moderno y la revolución industrial me
parecen los verdaderos vencedores en la historia universal de nuestro
siglo, eso que Heidegger apostrofa como "extremo olvido del
ser" pero que fortalece también nuestra facultad de juzgar (Urteilskraft)
, justamente en la admisión de la validez y el colocarse en las
perspectivas del otro y de las otras culturas. Cómo se presentará la
cultura universal del futuro, es algo que nadie sabe: pero creo que si
ella no es de nuevo una autodestrucción, tendrá que ser el trabajar
sobre la base de que unos admitan la validez de los otros y de que unos
compartan con los otros tareas comunes. Lo que el humanismo fue para
Europa tendrá que serlo, entonces, para el mundo. Los ideales del siglo
XVII adquieren medidas planetarias. Los derechos humanos han devenido un
objeto real de la política internacional y esto quiere decir, también,
que la realización de un ideal semejante tiene que ser la diferenciación
pluralista y el tolerante reconocimiento recíproco. [©Drake Editores] |
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