Nietzsche y el Sentido del Humor

¿Cómo hacer posible la voluntad de mantenernos sobre la profundidad sin ser pesados, sostenernos en equilibrio precario y ágil, deslizándose en la superficie, y "bailar en lo resbaladizo"? Nietzsche prefiere responder dando ejemplos, señalando figuras de la vida.


Por Ernesto Rodríguez Serra


¿Nietzsche humorista? Más bien parece un león airado. En su enojo contra su época omite que ha habido siempre quienes establecen una relación irónica con la tradición a la que pertenecen. Pero sabía celebrar lo que le parecía sano, a los que sabían comprender y celebrar esta vida. Y entre los europeos, a los espíritus libres: Montaigne y Goethe, por ejemplo. Pero a nadie elogia más que a Lawrence Sterne, un vicario rural de la Church of England que divirtió, alrededor de 1760, a sus amigos y lectores con las conversaciones ociosas y aventuras pícaras de sus personajes y con su bondadosa comprensión de las naturalezas sencillas y gozosas. Todo el buen ánimo del siglo XVIII. Nietzsche sabía de Montaigne que la tristeza esconde la maldad; y de Sterne, que el buen ánimo es una señal segura de felicidad.

Dice de Sterne que es "... el escritor más libre de todos los tiempos", alaba "su melodía infinita, donde la forma determinada se rompe constantemente y se sitúa de nuevo en lo indeterminado". Y "... es el gran maestro del equívoco... Este es su propósito, tener y no tener razón a la vez, mezclar la profundidad y la bufonería... Hay que rendirse a su fantasía benévola, siempre benévola".

En este elogio está contenido lo que Nietzsche más valora: lo indeterminado, lo equívoco y lo profundo que ama la superficie, el no arrastrar las culpas, la levedad, lo que viene y se va. Sterne encarga lo que Nietzsche sólo puede señalar. Pero lo traiciona el tono apocalíptico al que combate. Pero Apollinaire, Musil y Nabokov vienen de ahí. Pero señala hacia la tierra prometida de los que supieron gozar la vida. Por eso admira a los griegos que "sabían vivir, se quedaban en las apariencias, la superficie, las formas, las palabras". Frente a "la voluntad de saber a cualquier precio" prefiere la melodía infinita, el no querer tener la razón, el equivocarse y su forma verbal, el equívoco. Sabe que nuestro enemigo son las "grandes palabras" y el espíritu pesado y sombrío detrás de ellas. No es bueno querer saber mucho; por ahí fracasa la ciencia y crece la beatería, y como ni siquiera sabemos mucho terminamos siendo "políticamente correctos", de cualquier signo.

¿Cómo hacer posible la voluntad de mantenernos sobre la profundidad sin ser pesados, sostenernos en equilibrio precario y ágil, deslizándose en la superficie, y "bailar en lo resbaladizo"? Nietzsche prefiere responder dando ejemplos, señalando figuras de la vida: El cómico que se ríe de sí mismo, el loco que dice lo que nadie se atreve a confesar, el que desconfía de la razón y se acerca a la música para no morir de verdad.

Música ligera, por eso se aleja de Wagner y se acerca a Bizet, "donde toca con pie ligero". Requiere "virtudes diferentes, ligeras de pies, como los versos homéricos, que deben venir e irse". Estos hombres virtuosos van de paso, no insisten, confían, han "renacido de la enfermedad del gran recelo". Por eso también propone "un arte diferente, burlón, frívolo, liviano, divinamente desenfadado". Este arte se proyecta sobre un "cielo diáfano" y sus artistas son almas nobles que "sucumben a sus impulsos... que tratan a todos como iguales" y saben ser gentiles y pícaros a la vez. "Ser noble significa tener locuras en la cabeza" y vivir "modesta y despreocupadamente, indiferente e irónico consigo mismo". Por el contrario, "una sola persona sin alegría basta para llenar una casa de mal humor y cielo gris". Los hombres malvados, decía, no tienen canciones.

Habría así otra relación posible con el orden del mundo, redescubriéndolo en la ironía y sencillez, no queriendo llegar muy lejos, sino más bien ir y venir por los mismos lugares, amistosos, sabiendo perder el tiempo, como los personajes de Tristrak Shandy y El Viaje Sentimental.

Los hombres buenos saben reír y reírse de ellos mismos. ¿Cómo podrían tomar en serio a alguien? "Reír significa ser malicioso, pero con una conciencia tranquila". El santo puede parecer un pícaro. "¡Tu mirada trasunta la santidad, vestido de diablo!" Si Nietzsche hubiera conocido las historias de la vida de San Felipe Neri no se habría enojado tanto contra el cristianismo. El santo puede disfrazarse de cómico y convivir irónicamente con los que se toman en serio. Siempre hubo un humor benévolo detrás de la tradición amenazante; pero hay que reconocer que cuesta encontrarlo. Es tan seria. El humor aparece y se va, de otra manera no sería humor.

¿A qué atenernos? ¿Con qué nos quedamos? Con la irreverencia que no se puede contener, a la trasgresión ligera a las "buenas maneras", "el deleite y la locuacidad", el buen ánimo en toda circunstancia, el preferir como amigos a la gente entretenida. Con "Las bodas de Fígaro" y el "gran estilo"; la contención e ironía que podemos encontrar aun en medio del capitalismo y del socialismo, por ejemplo. Y no olvidarnos que los mejores están desprovistos de toda convicción, como decía W.B. Yeats, otro impulsivo celebrador, y que "en toda religión los hombres religiosos constituyen minoría".

No es posible comprender a Nietzsche tomándolo estrictamente en serio. Mejor es reconocer que señaló al humor como un signo seguro de sabiduría. "... Una tendencia casi epicúrea que no renuncia al carácter enigmático de las cosas y una repugnancia por las grandes palabras y las posturas morales. Desconfiar de las convicciones últimas". Son signos de una lúcida voluntad de poder, la de no resignarse, la de reír y jugar. Esa es la fuente y el sentido del humor.