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Nietzsche,
lo Incombustible de la Razón
Se puede leer a Nietzsche no
como un adversario de la Ilustración, sino como un ilustrado radical, a
través de cuyo pensamiento se consuma la tendencia de la Razón moderna
a ilustrarse sobre sí misma.
Por Eduardo Sabrovsky*
Nos proponemos, en este breve texto, sugerir la posibilidad de leer a
Nietzsche no como un adversario de la Ilustración - así es, por lo demás,
como el propio Nietzsche tiende a menudo a leerse a sí mismo- , sino
como un ilustrado radical, a través de cuyo pensamiento se consuma la
tendencia de la Razón moderna a ilustrarse sobre sí misma: a volver su
sospecha, no ya sobre los viejos mitos, sino sobre la violencia, los
intereses, los condicionamientos a los cuales ella misma estaría
sometida, que la trabajarían interiormente desde la sombra.
En efecto, la obra mayor que Nietzsche dedica a la ética ("La
Genealogía de la Moral, 1887") está presidida por la pregunta
respecto al "valor de la moral" (Prólogo, 5). O sea, por el
valor del valor. Ahora bien, valor es la posibilidad de diferenciar, de
ordenar, jerarquizar, dar sentido a nuestra experiencia. Valor equivale
a sentido. Nietzsche pregunta entonces por el sentido del sentido. Y la
respuesta que el saber genealógico nietzscheano propondrá - ¡ojo, que
aquí volamos a gran altura!- es que el sentido del sentido no es sino
el sinsentido. Los valores no penden del cielo. Por el contrario, todo
aquello que se nos presenta como el resultado de un designio, de un
imperativo inscrito, por así decirlo, en el tejido mismo del universo y
de la historia, no es sino el resultado de una lenta sedimentación, a
lo largo de la cual se ha consumado el olvido, la borradura de su
humano, demasiado humano origen: de la voluntad de poder, de
autoafirmación, que trabajaría subterrá-neamente lo que después se
nos cuenta como historia sagrada. A un pensamiento metafísico que
"se pierde en el azul del cielo", Nietzsche contrapone el gris
de la historia efectiva: "lo fundado en documentos, lo realmente
comprobable, lo efectivamente existido; en una palabra, toda la larga y
difícilmente descifrable escritura del pasado de la moral humana"
(Prólogo 7).
Pero de esta manera, la genealogía nietzscheana no hace sino
radicalizar el punto de vista de la Razón moderna. No es casual, en
esta perspectiva, que "La Genealogía de la Moral" se inicie
con una lectura crítica de los "psicólogos" ingleses (los
pensadores empiristas y utilitaristas), de cuyo gesto, que aspira a
reconducir todo aquello que se nos presenta como extraordinario e
incondicionado (el Bien, la Verdad, la Belleza) al áspero suelo de las
prácticas cotidianas, Nietzsche extraerá consecuencias radicales.
Gesto de la Razón moderna presente de manera eminente ya en Galileo,
quien, al dejar de lado la pregunta por el "qué" - la
esencia- para concentrarse en el "cómo" de los fenómenos,
abre paso a la muy fructífera matematización de la ciencia, pero a la
vez a la disolución del cosmos, el orden eminente del universo que el
cristianismo medieval había heredado de Grecia. Gesto presente también
en Darwin. La novedad y escándalo del darwinismo no radican, en efecto,
en que el ser humano provenga del mono, sino en que la humanidad y la
Razón sean el producto no de un designio, sino del ciego azar. "La
antigua alianza está rota: el hombre sabe al fin que está solo en la
inmensidad indiferente del universo, de donde ha emergido por azar. Con
estas palabras elocuentes y sombrías, el biólogo contemporáneo
Jacques Monod (Premio Nobel de Fisiología y Medicina 1965) sintetizó
alguna vez el punto de vista del evolucionismo contemporáneo ("El
azar y la necesidad", 1970).
Nietzsche presenta su Ge-nealogía como la reactivación de un
"antiguo incendio" (I, 17), en el cual las pretensiones de la
Razón ilustrada habrían de sucumbir. No obstante, si lo que hemos
esbozado es cierto, el incendio sería producto no del pirómano
anarquizante conocido con el nombre de Nietzsche, sino de la misma Razón
moderna, al menos en una de sus facetas. Frente a esta Razón,
incendiaria de sí misma, ¿hay algo que se pueda resistir? ¿Existe, en
otras palabras, algún residuo incombustible - lo incombustible de la
Razón- que pueda resistir a su propio incendio?
En la pregunta quizás esté la respuesta. El propio sujeto que, con
Nietzsche, afirma el carácter interesado y condicionado de toda verdad,
de todo bien y toda belleza (que dice "yo no hablo, soy hablado por
los condicionantes - biológicos, socioeconómicos, psíquicos, genealógicos,
ontológicos incluso- de mi existencia") se sustrae, en el instante
mismo de afirmarlo, a su propio holocausto: toma la palabra, más allá
de toda condicionalidad, de todo contexto, de todo horizonte. Hablar de
la imposibilidad de hablar, y sólo de ello; hacer del incendio, de la
desertificación de sí mismo la abismal condición de producción de sí
mismo: he aquí la paradoja constitutiva de la modernidad que la
Genealogía nietzscheana pondría en escena, y a través de la cual lo
condicionado revelaría su inherente incompletud, su abismática
apertura hacia lo extra-ordinario.
*Eduardo Sabrovsky es filósofo.
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