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Las Máscaras
Habidas y por Haber
Junto a la serie correlativa
de los dioses griegos y romanos, del dios judío y del dios cristiano,
corren en paralelo pero imbricadas con ella las distintas series de
tipos de hombres y de sociedades occidentales que configuran las
diversas máscaras, es decir, sentidos que la vida humana ha sido capaz
de crear con el correr de la historia.
Por José Jara*
Alas diversas interpretaciones que en el curso del siglo XX se han dado
del pensamiento de Friedrich Nietzsche, se podría agregar
abreviadamente una más: fue un hombre que jugó, apostó, es decir,
pensó de nuevo una vieja realidad griega: la máscara. Apoyándose en
esa realidad, tomó distancia de ella en la medida que le otorgó a su
uso otro pathos. El pathos de una pasión del conocimiento mediante el
cual habría de adentrarse en el escenario de por lo menos el par de
siglos posteriores a aquel en que él vivió, pensó y murió.
La cercanía que como filólogo clásico tuvo con respecto a ese mundo
griego supo transformarla en la distancia necesaria frente a él, como
para percibir que la diversidad de dioses que allí se gestaron -
entreverados luego con el conjunto de los de la tradición
judeo-romano-cristiana- sólo fueron distintas máscaras, figuras de
imaginarios sociales, aunque no por ello menos reales para toda esa
tradición, mediante las cuales los hombres que en ella vivieron
procuraron entender, dar cuenta de sus sucesivas condiciones de
existencia humana a lo largo de siglos.
Junto a la serie correlativa de los dioses griegos y romanos, del dios
judío y del dios cristiano, corren en paralelo pero imbricadas con ella
las distintas series de tipos de hombres y de sociedades occidentales
que configuran las diversas máscaras, es decir, sentidos que la vida
humana ha sido capaz decrear con el correr de la historia.
En el trasfondo de esos tiempos - se atrevió Nietzsche a pensar y a
apostar- no hay ningún origen ni fin últimos, ni verdad ni valor
absolutos que buscar. Pues esa historia se ha jugado siempre sobre el
tablero de la tierra, del mundo y la existencia fáctica de los seres
humanos. Estos son quienes inventaron y modificaron sin cesar en su vida
cotidiana las reglas mediante las cuales procuraron satisfacer y
comprender las penurias, menesterosidades y necesidades experimentadas
en su cuerpo y alma.
Estos tres aguijones allí clavados han sido las palancas desde las que
se han movido el mundo y las acciones humanas, incluidas las distintas máscaras
de todos los tipos de dioses, fuesen religiosos o metafísicos, a través
de los que los hombres han intentado conjurar su mortalidad, justificar
su saber y legitimar los poderes alcanzados. Es también desde esatríada
que los hombres fueron capaces de generar todas las ideas y los valores
que han conferido formas y grados de dignidad, espiritualidad, humanidad
a su existencia.
Pero la apuesta pensante de Nietzsche por las máscaras, por la
interpretación, la profundidad y superficie que transparecen en todo
querer humano es inseparable de la tragedia y la parodia inherentes a
cuanto desde ese querer los hombres han sido y habrían de ser capaces
de crear, recrear una y otra vez. Es una apuesta que, tomando distancia
de las certezas inconmovibles y cegadoras, se abre a todos los abismos y
horizontes desde los que el hombre pueda y quiera crearse y
reencontrarse a sí mismo, asumiendo esa única otra realidad múltiple,
aleatoria, milenaria y humana a la vez desde la que él ha surgido y
crecido, y que deja también en él sus huellas y marcas: la sociedad.
Lo que Nietzsche ofrece a los hombres del tiempo por venir es el no
poder menos que querer inventar otras máscaras, otras formas de ser
seres humanos, creadoramente humanos.
¿Habrá llegado ya el tiempo para este tipo de querer? ¿Se habrán
superado ya los temores sagrados o metafísicos, inventados también por
ellos, que rondan o penden sobre la condición humana de las máscaras,
sobre la condición histórica del hombre? Por lo menos, dos siglos pensó
Nietzsche que serían necesarios para lograr que el hombre pudiera
enfrentar con coraje y algún éxito esa realidad percibida por él como
dominante en su tiempo y que se transformaría para el futuro en un
desafío a superar: el nihilismo. El desafío de revertir la preferencia
habida del hombre por querer algún absoluto, antes que quererse a sí
mismo.
¿Fue Nietzsche demasiado optimista al postular su pesimismo del futuro,
que apostó por Dionisio contra el Crucificado? O dicho menos dramáticamente
y más filosóficamente ¿fue demasiado optimista cuando apostó por las
máscaras y el cuerpo como centro de gravedad del hombre() frente a la
verdad apodíctica de un sujeto trascendental de la metafísica?
* José Jara es doctor en Filosofía, Universidad de Munich, Alemania.
Profesor titular, Universidad de Valparaíso. ().Ver J. Jara,
"Nietzsche, un pensador póstumo. El cuerpo como centro de
gravedad". Ed. Anthropos en coedición con Universidad de Valparaíso,
1999, y J. Jara (Ed.), "Nietzsche, más allá de su tiempo".
1844... Ed. Edeval, Universidad de Valparaíso, 1998.
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