|
|
El placer de Freud, el poder de
Nietzsche
Carlos D. Perez La relación de Freud con Nietzsche fue tan intensa
como velada, al punto que se lo pueda reconocer un interlocutor tan
grande como mudo. Nietzsche es mencionado en la correspondencia de Freud
con Fliess en carta del 1 de febrero de 1900 en los siguientes términos:
"Ahora me he procurado a Nietzsche, en quien espero encontrar las
palabras para mucho de lo que permanece mudo en mí, pero no lo he
abierto todavía". Permanecería cerrado, a la manera de un resto
capaz de irrumpir como formación extraña, al punto que en la misma
carta puede leerse una caracterización que Freud hace de sí mismo, de
neto corte nietzscheano: "Porque no soy ni un hombre de ciencia, ni
un observador, ni un experimentador, ni un pensador. Soy nada más que
un temperamento de conquistador, un aventurero, si lo quieres traducido,
con la curiosidad, la osadía y la tenacidad de un tal". Años más tarde confesaría: "Me rehusé el
elevado goce de las obras de Nietzsche con esta motivación conciente:
no quise que representación-expectativa de ninguna clase viniese a
estorbarme en la elaboración de las impresiones psicoanalíticas. Por
ello, debía estar dispuesto -y lo estoy, de buena gana- a resignar
cualquier pretensión de prioridad en aquellos frecuentes casos en que
la laboriosa investigación psicoanalítica no puede más que corroborar
las intelecciones obtenidas por los filósofos intuitivamente".
Consideremos otra puntualización, acerca de las aspiraciones del joven
Freud, a propósito de las líneas directrices seguidas por él y su
amigo Fliess, en la carta fechada el 1 de enero de 1896: "Veo que tú,
por el rodeo de tu ser médico, alcanzas tu primer ideal, comprender a
los hombres como fisiólogo, como yo nutro en lo más secreto la
esperanza de llegar por ese mismo camino a mi meta inicial, la filosofía.
Pues eso quise originalmente, cuando aún no tenía en claro para qué
estaba en el mundo". Pero la filosofía, representante para el joven Freud
de la libre especulación, resultaría francamente cercenada por la
autoimposición de rigor metodológico -entiéndase científico-. Ernest
Jones comenta que cierta vez le preguntó cuanta filosofía había leído,
y la contestación fue: "Muy poca. De joven me sentía fuertemente
atraído hacia la especulación, y refrené esa atracción
despiadadamente". Actitud que lo acompañaría toda la vida, tanto
que poco antes de morir le confía a Marie Bonaparte: "Cierta
repugnancia que me inspira mi tendencia subjetiva a dar rienda suelta a
la imaginación me ha hecho siempre contenerme". Evidentemente, no
se trata sólo de la filosofía sino de la tendencia potente, pasional,
ambiciosa pero por lo mismo refrenada a dejarse llevar por la inventiva,
por el vuelo de la metáfora. Del abundante material que contamos tomaré
este fragmento de una carta a Martha, por aquel entonces su novia, del 2
de febrero de 1886: "A menudo me parecía que había heredado todo
el arrojo y toda la pasión con que nuestros antepasados defendieron su
Templo, y que estaría dispuesto a sacrificar alegremente mi vida por un
gran momento en la historia. Y, al mismo tiempo, me sentía tan incapaz
de expresar estas ardientes pasiones aún con una sola palabra o un
poema... en todo momento me he dominado, y ésta es la fachada que la
gente ve en mí". Se podrá comprender que cuando Freud comienza Más
allá del principio de placer proclamando que nada puede esperarse
de los filósofos con relación a una teoría del placer, delata el
rumbo no confesado de sus consideraciones. Placer y libre especulación
son, precisamente, las dos cuestiones confluentes en su poderosa
inhibición. No puede menos que sorprendernos, por esa razón, que en Más
allá... encontremos párrafos como éste: "Lo que sigue es
especulación, a menudo de largo vuelo; que cada cual estimará o desdeñará
de acuerdo con su posición subjetiva". Si advertimos que se ocupa
del eterno retorno, según la
denominación nietzscheana que Freud emplea sin poner comillas, porque
"se había rehusado el elevado goce de la obra de Nietzsche",
quizá lo encontremos entre líneas como conflictivo inspirador. No el
único, pues hay en esa obra un simposio de autores, pero sí uno de los
más importantes y menos reconocido. Como nosotros no tenemos porqué privarnos de elevar
ese goce, me permitiré algunas citas para incluir su lectura en estas
consideraciones, dedicadas a quien dijo no haberlo frecuentado, aunque
su vigencia implícita sea frecuente. Me limitaré al libro tercero de La
voluntad de poderío. Un examen riguroso de las relaciones entre las
obras de ambos pensadores requeriría un estudio aparte. Si menciono las
respectivas obras es para evitar caer en el biografismo a propósito de
la interposición de Lou Andreas Salomé y cosas por el estilo. Pero
antes valga una referencia, aunque sea al pasar, al decisivo concepto
nietzscheano que Freud importa vía Groddeck, el ello. Cuando se habla de influencias textuales se suele
buscar dentro de las obras, atendiendo poco a aquello que si está
logrado es a la vez presentación, punto cúlmine, inicio y conclusión:
el título. Más allá del
principio de placer titula Freud, en tanto a la primera obra
importante que publica tras la edición privada de un fragmento de Así
habló Zaratustra, Nietzsche la llama Más
allá del bien y del mal. Jenseits -"más allá"-, fuerte
vocablo alemán que podría sugerir una aspiración religiosa, es
empleado por Freud para trascender la concepción adocenada del placer,
así como Nietzsche lo hace con el modo de acomodarse al bien y al mal,
polarización que a su vez, resuena en el par pulsional que Freud
postula como de vida y de muerte. Mientras Freud intenta distanciarse de
una concepción filosófica del mundo, Nietzsche postula lo de
"filosofar con el martillo", sin cansarse de atacar la lógica
convencional. Freud destaca las "servidumbres del yo" que
conducen a esta instancia a proceder con "insinceridad diplomática"
en su intento de satisfacer las demandas del superyó, de la realidad,
del ello, produciendo múltiples escisiones, en concordancia con la
agudeza de Nietzsche, cuando al señalar la ilusión totalizante del yo
acuña el concepto de ello,
que Freud encontraría iluminador para su teoría. En su Más allá...
escribe Nietzsche: "En lo que respecta a la superstición de los lógicos,
no me cansaré de subrayar una y otra vez un hecho pequeño y exiguo,
que esos supersticiosos confiesan a disgusto, a saber, que un
pensamiento viene cuando "él" quiere, y no cuando
"yo" quiero; de modo que es un falseamiento
de la realidad efectiva decir: el sujeto "yo" es la condición
del predicado "pienso". Ello piensa: pero que ese
"ello" sea precisamente aquel antiguo y famoso "yo",
eso es, hablando de modo suave, nada más que una hipótesis, una
aseveración, y, sobre todo, no es una "certeza inmediata". En
definitiva, decir "ello piensa" es ya decir demasiado: ya ese
"ello" contiene una interpretación del proceso y no forma
parte del mismo". Luego de este saludo a una obra mayor, vayamos a la
tercera parte de La voluntad de
poderío para ceñirnos al par placer/poder.
Nos permitirá poner de relieve la discordancia entre la aspiración
narcisista y la interacción de la diferencia. "Aunque se necesiten
las "unidades" para poder contar, no quiere esto decir que
tales unidades "existan". El concepto de unidad está derivado
del concepto de nuestro "yo", que es nuestro más antiguo artículo
de fe" escribe Nietzsche oponiendo a la ilusión totalizante la
noción de cantidades dinámicas que viabilizan relaciones de tensión.
Allí donde freudianamente ubicaríamos la pulsión, Nietzsche postula la voluntad
de poderío: "Al eliminar estos ingredientes (que derivan de la
cita anterior), nos quedamos sin cosas, y sólo con cantidades dinámicas,
en una relación de tensión, hacia otras cantidades dinámicas, cuya
esencia consiste en su relación con las demás cantidades, en su
"obrar" sobre éstas. La voluntad de poderío no es un ser, no
es un devenir, sino un "pathos"; es el hecho elemental, del
cual resulta como consecuencia, un devenir, un obrar..." Así como deseo
o pulsión no son
entendibles, en la obra de Freud, en relación al plano de la
conciencia, la voluntad -término
que Nietzsche toma de Schopenhauer- tampoco permite esta remisión. Wille tiene su lugar, como el Trieb
freudiano, en esa constitución elemental de la que deriva un devenir,
el obrar de la diferencia, que
desde la perspectiva psicoanalítica entendemos sexual.
Del mismo modo debemos replantearnos la noción de poder, acostumbrados como estamos a denigrarlo haciéndolo equivaler
a su caricatura autoritaria. Así como un machista o una feminista suelen
desmentir lo masculino o lo femenino obcecando la referencia a un
extremo de lo que es un espacio de diferencia, habituamos la noción de
poder al modo autoritario de apropiación del otro. El machismo, el
feminismo, el autoritarismo se aproximan, como en general los ismos, a formas unitarias que pervierten la masculinidad, lo
femenino, el poder. Hay una tendencia a asimilar el poder a cierta
disposición arbitraria de alguien sobre personas o cosas, como si fuera
lo mismo conjugar los verbos "poder" y "poseer". Si
en un título consta que soy propietario de algo, sea una distinción
académica o una parcela de tierra, se supone que la cosa, material o
abstracta, me fue concedida con la certificación, y a menos que contraríe
gravemente la ley me basta con exhibir el título para que se me
ratifique la pertenencia. Ciertas palabras, como "dueño",
sugieren ese estatismo, aunque provengan de origen diverso; el
"don" de alguien es menos algo concreto que una cualidad
distintiva, y el "duende" -de donde proviene- un espíritu
travieso, juguetón, que solía habitar lugares o casas. Por un proceso
de contracción, "duende de casa", "duen... de
casa", modo superior de una influencia impalpable, llegó a ser
"dueño de casa". Lento precipitado de la metáfora hasta que
suponemos en la palabra una forma cristalizada. Si el duende era un poder, el dueño pretende poseer.
La palabra "poder" es tanto sustantivo como verbo; sustantiva
la acción, verbaliza lo estático. Porque poder es potencia, no hay
otra manera de ponerlo de relieve que procediendo, conjugándolo: quien
puede caminar camina, quien puede pensar piensa, quien puede soñar sueña,
quien puede gobernar gobierna. El poder es un gobierno, el ejercicio de
una acción que impone un rumbo al movimiento; para ello es preciso no
aferrarse a lo decantado como un sentido común para la tiranía que
impide o sofoca los espacios de diferencia. ¿Cuál es la articulación placer/poder en lo que venimos planteando? Prosigamos con Nietzsche,
quien lo expresa en pocas palabras: "Un placer no es otra cosa que
un estímulo del sentimiento de poderío por parte de un obstáculo (estímulo
aún más fuerte si es producido por obstáculos y resistencias rítmicas);
de modo que aquel sentimiento se hincha, se pone tenso. En todo placer,
por lo tanto, va comprendido un dolor. Si el placer es muy grande, los
dolores serán muy largos y la tensión del arco enorme". La
ventaja de mentar el poder radica en su ubicación, en la virtualidad de
un goce abierto por la diferencia; acicateado por el sentimiento de
poderío, el placer no excluye dolor ni tensión. El obstáculo tiene su ritmo, pero en el placer del
poderío no se distingue un ritmo del obstáculo de un ritmo propio del
sujeto, porque en el poder activo desaparece el obstáculo y con él el
objeto, por lo tanto también el sujeto incluido en el yo, disueltos en
la embriaguez de una diferencia que se recrea a sí misma. Abundaré en
citas: "La causa del placer no es la satisfacción de la voluntad
sino el hecho de que la voluntad quiere avanzar y es siempre nuevamente
dueña de lo que se encuentra a su paso. El sentimiento gozoso se
encuentra precisamente en la insatisfacción de la voluntad, en el hecho
de que la voluntad no vive satisfecha si no tiene enfrente un adversario
y una resistencia. El "hombre feliz": ideal del rebaño". Causa de placer equivale a principio de displacer/placer (según el modo en que Freud lo menta
originalmente), no reducible a saciedad alguna. Que su nominación fuera
luego difundida como tan sólo de
placer, según figura en Más
allá del principio de placer, induce la suposición unitaria del
placer, a riesgo de facilitar el escamoteo, la perversión de la
diferencia. Nietzsche produce un interesante deslizamiento: en
vez que el sujeto sea un procurador de placer o un esquivador del
displacer lo supone en busca de obstáculos, resistencias, lo que es
decir deseo de ritmo, al
estilo prometeico del ritmo que lo encadena y desafía al apoderamiento
de la llama divina. "A este ritmo estoy fijamente encadenado"
exclama Prometeo en la obra de Esquilo. Freud afirma algo similar cuando
a propósito del incitante enigma femenino dice que la libido gusta de
vencer obstáculos; de allí que postule su condición masculina. En síntesis: me he limitado a señalar algunos dilemáticos
puntos de encuentro de Freud con la obra de Nietzsche, para luego señalar
algunas puntas donde resulta fructífera la lectura en paralelo de ambos
autores. Obviamente, esto es sólo una muestra, que espero resulte
incitante para que el interesado haga su propio transcurso en el juego
del deseo, del poder, de la diferencia. |
|