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Nietzsche y la Filosofía
Para Nietzsche, la filosofía
se justifica por sí misma y su importancia debe ser ubicada en un
terreno superior a la de la importancia del Estado.
Por Eduardo Carrasco Pirard*
Desde sus primeros escritos, Nietzsche manifiesta una idea precisa de la
filosofía, y no se apartará de ella durante toda su vida. En
"Schopenhauer educador", la tercera Consideración
Intempestiva define las condiciones que debe cumplir un filósofo para
realizar ejemplarmente la esencia de la filosofía: ante todo, debe ser
un espíritu libertario, que busca sus respuestas en sí mismo y a
partir de sí mismo, y por ello, jamás se inclina ante poderes externos
a la filosofía, pero particularmente ante la política. "Toda
filosofía que crea que un acontecimiento político pueda descartar, o más
todavía, resolver el problema de la existencia es una bufonería de
filosofía, una pseudofilosofía". La política aparece aquí como
el territorio de una constante ilusión, el espejismo que atrae cada vez
al ser humano hacia una eventual posibilidad de superación de sus
conflictos. Pero la filosofía consiste precisamente en el
distanciamiento con respecto a esta ilusión: nunca en la historia se ha
cumplido lo que el político se ha propuesto. El resultado es siempre
diferente y la lucidez es reconocer esta distancia. El problema de la
existencia no se resuelve políticamente; pensar de este modo es una
ingenuidad. La política no es más que un terreno de lucha de
intereses, en los que éstos se presentan según una imagen prospectiva,
programática. El discurso político es futurista, promete soluciones,
se dirige a un mundo dolorido que desea abrirse a mejores horizontes.
Por eso se puede decir que la política es lo contrario de la filosofía,
del mismo modo como la ilusión es contraria a la verdad.
Sobre las condiciones que hacen posible la aparición del filósofo, en
la misma obra dice que Schopenhauer, muy temprano, "se armó de
indiferencia frente a las limitaciones nacionales hasta mostrarse
incluso demasiado riguroso hacia ellas". Y más adelante afirma:
"pues quien tiene el furor philosophicus en el cuerpo no tendrá
tiempo ninguno para el furor politicus y se guardará sabiamente de leer
los diarios cada día, o más todavía, de servir a un partido"
(Consideraciones Intempestivas, 7, pág 80). Para Nietzsche, el
nacionalismo es absolutamente incompatible con el espíritu filosófico.
Esta incompatibilidad resulta del hecho de ser el nacionalismo una
perspectiva interesada, que necesariamente deberá contaminar con su
partidismo la mirada del filósofo. A pesar de ello, según el pensador,
esta independencia de espíritu, que lo hará distanciarse de las
cegueras que conlleva la afirmación acrítica de lo nacional, no debe
inducir a una indiferencia frente a sus responsabilidades cívicas.
La mirada filosófica es una mirada limpia, que busca determinarse desde
la cosa observada, es una mirada dirigida hacia "las cosas
mismas". Por eso las vivencias del pasado, que llegan hasta
nosotros como mitos, religiones, costumbres o tradiciones, crean un velo
de distorsión que impide la pureza y la objetividad de la mirada filosófica.
Esta última quiere enfrentarse con las cosas con la misma ingenuidad
que tiene el verlas por primera vez. "Aquel que deja interponerse
entre él y las cosas nociones, opiniones, acontecimientos del pasado,
libros, aquel por tanto, que en el sentido más amplio es nacido para la
historia, no verá jamás las cosas por primera vez y no será jamás él
mismo una de esas cosas que se ven por primera vez; pero ambas cosas se
pertenecen recíprocamente en el filósofo, porque a él le es preciso
extraer de sí mismo la más grande enseñanza y porque él se sirve de
sí mismo como imagen y abreviado del universo". (Consideraciones
Intempestivas, 7, pág. 80) El filósofo extrae de sí mismo lo que
sabe, tiene que construir a partir de sí y con sus propias fuerzas lo
que piensa. La obra filosófica es una obra individual y autónoma, no
es ni un saber erudito, ni nada que pueda verdaderamente transmitirse de
un hombre a otro. Sólo puede aprenderse la actitud, el ejemplo de vida,
pero el contenido debe reconstruirse cada vez; se trata más de una
fidelidad consigo mismo que de una asimilación de conocimientos.
Esta autonomía no es, por tanto, una dirección a la que el filósofo
apunte idealmente, sino la condición misma de la existencia de la
filosofía. No es una limitación, sino al contrario, el ámbito de
esencia en la que ella se realiza. Así, la filosofía es el retroceso
del individuo hacia la radical originalidad de su propia mirada. No hay
filosofía si no es como mirada desde sí mismo, sin contaminación que
la desvíe hacia otra cosa que lo que este "sí mismo" ve, y
sin distorsión que interfiera y aleje este "sí mismo" de lo
que se presenta ante su mirada. La filosofía es el puro ver desde sí
mismo. La única medida para la filosofía proviene del modo en que cada
individuo sea capaz de realizar su esencia. El nacimiento del filósofo
depende de su capacidad de mantener su independencia con respecto al
Estado y a todos los poderes que pudieran afectar su mirada. Nietzsche,
en su deseo de preservar esta independencia, llega hasta el extremo de
mirar con desconfianza la aceptación del cargo de profesor de filosofía
en una universidad. "Mientras sea favorecido y tenga un empleo, le
será preciso reconocer algo como superior a la verdad, el Estado. Y no
simplemente el Estado, sino también al mismo tiempo todo lo que el
Estado reclama en su propio interés: por ejemplo, una forma determinada
de religión, de orden social, de constitución de las fuerzas armadas,
todas cosas sobre las cuales se inscribe un Noli me tangere". (Op
cit. 8, pág. 85).
Para Nietzsche, la filosofía se justifica por sí misma y su
importancia debe ser ubicada en un terreno superior a la de la
importancia del Estado. "Pero en fin: ¡qué nos importa la
existencia de un Estado, la promoción de las universidades, cuando se
trata ante todo de la existencia misma de la filosofía sobre la tierra!
o - para no dejar planear ninguna duda sobre lo que quiero decir- cuando
el nacimiento sobre la tierra de un filósofo es indeciblemente más
importante que la conservación de un Estado o de una universidad"
(Consideraciones inactuales, 8, pág. 94).
*Eduardo Carrasco es filósofo de la Universidad de Chile.
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