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Nietzsche, Wagner y la Música
El amor metafísico de
Nietzsche por la música puede resumirse en la frase: "¿Qué
quiere de la música mi cuerpo entero? Puesto que no existe el alma...
quiere, creo, su alivio...".
Por Francisco José Folch
Nietzsche, ¿un músico frustrado? Un coro de Haendel escuchado a los
nueve años lo hizo consciente de ese componente fundamental de su
psique. Al descubrir a Schopenhauer y mientras casi no dormía para leer
"El mundo como voluntad y representación", descansaba tocando
algo al piano o componiendo algún trozo.
La revelación suprema sobrevino cuando estudió las partituras de
"Lohengrin" y "Tristán". En 1866 escribe: "Amo
en Wagner aquello que amo en Schopenhauer: el soplo ético, la cruz, la
muerte, el abismo". Vacilaba, sin embargo, ante los escritos teóricos
wagnerianos. Pero en octubre de 1868 sus reservas se derrumbaron, tras
escuchar las oberturas de "Tristán" y "Los maestros
cantores". Escribe esa noche: "Soy absolutamente incapaz de
criticar esa música a sangre fría. Ella hace vibrar cada fibra, cada
nervio en mí".
En noviembre siguiente, un grupo de adoradores de Wagner lo introdujo al
círculo de éste. Deslumbramiento fulminante del joven ante el genio
que siente como el más eminente de su tiempo: "A su lado se siente
uno como cerca de lo divino". En su último año de lucidez,
recordaría que su encuentro con Wagner "fue como si respirara por
primera vez en la vida". Wagner se erige en su doble glorioso,
juntos sueñan regenerar la cultura alemana, crear una suerte de
"helenismo germánico".
Entre 1869 y 1872 esa amistad atravesó su fase lírica. Pragmáticos,
los Wagner esperaban del joven genio que fuera el más brillante vocero
del culto wagneriano. Y lo fue en su primer libro, "El origen de la
tragedia, según el espíritu de la música" (1871). El maestro
aparece allí junto a Beethoven, Esquilo y Sófocles. Lapidaria opinión
de filólogos y filósofos: "No puede tomarse en serio, y el que ha
escrito tal cosa está muerto científicamente" (Usener).
Tras la instalación de Wagner en Bayreuth declina esa comunidad
afectuosa. "Wagner en Bayreuth" trasunta entusiasmo por
encargo. Cuando Nietzsche advirtió que el músico oscilaba entre el
pesimismo schopenhaueriano, el budismo y el cristianismo, lo abandonó.
Wagner no podía ayudarlo a instaurar el optimismo moderno, aristocrático,
más allá del bien y el mal, que Nietzsche predicaba en
"Zaratustra".
Ruptura total. Pero nunca podría olvidar esa "amistad
estelar": "Nada podrá compensar, para mí, la pérdida de la
simpatía de Wagner... ¿De qué sirve tener razón contra él en
ciertos puntos?" ("Aforismos", 1880). Wagner llegó a
encarnar cuanto odiaba como decadente, demagógico, antiartístico y
moralizante en la cultura alemana. Le reprochó el poner fin a toda
forma de música pura, en aras de un género monstruoso, el drama
musical. "Parsifal" le repugna. "Zaratustra", su
respuesta vengadora, será el anti-Parsifal, el portador de una nueva
moral, la de la risa y del júbilo del águila en las alturas. Pero
siguió amando en Wagner al igual y al adversario.
Ambos tenían puntos comunes: el gusto por una cultura universal, la
nostalgia del Renacimiento. Ambos vacilaron entre la música y las
letras. Wagner se quería poeta ante todo, y Nietzsche, compositor.
Porque "la vida, sin música, sería un error" ("El crepúsculo
de los ídolos", Máximas, 33). Desde "El nacimiento de la
tragedia" (16) hasta "Ecce Homo" - su denuncia feroz de
Wagner- , Nietzsche estima, como Schopenhauer, que la música expresa la
esencia de toda la vida. Schopenhauer escribe que la música es expresión
del ser verdadero del mundo. "La música dice de él desde la
esencia íntima, sin pasar por la representación, la razón, el
consciente, los conceptos. La música no expresa jamás el fenómeno,
sino la esencia íntima, el interior del fenómeno, la voluntad
misma". Nietzsche dirá otro tanto. En "Más allá del bien y
el mal": "La música es el engaño por el cual las pasiones
gozan de sí mismas" (106). La música expresa, más que ningún
otro arte, la realidad de la voluntad de poder. Y puede traducir,
igualmente, la negación de la vida: el arte es por excelencia el medio
de escapar a los sufrimientos de la voluntad, el medio de la voluntad
para negarse.
El amor metafísico de Nietzsche por la música puede resumirse en la
frase de "Nietzsche contra Wagner", retomada en "La Gaya
Ciencia"(168): "¿Qué quiere de la música mi cuerpo entero?
Puesto que no existe el alma... quiere, creo, su alivio: como si todas
las funciones animales debieran ser aceleradas por ritmos ligeros,
audaces, turbulentos; como si el acero y el plomo de la vida debieran
olvidar su pesantez gracias al oro, la ternura y la untuosidad de las
melodías. Mi melancolía quiere reposar entre los escondrijos y abismos
de la perfección: he ahí por qué tengo necesidad de la música".
"La música... me libera de mí mismo".
Pero no le sería concedido a él crear esos escondrijos y abismos donde
refugiarse. Cuando quiso traducir en música su crítica al
"Manfred" de Schumann, componiendo una "Meditación sobre
Manfred", sólo se ganó el sarcasmo de los profesionales. Habiendo
sometido su creación al insigne director Hans von Bülow, éste le
escribió: "Nunca había visto algo igual en papel pautado... Es
una violación de Euterpe (musa de la música)... Aparte del interés
psicológico, su "Meditación", desde el punto de vista
musical, no tiene otro valor que el que tiene un crimen en el orden
moral" (24 de julio de 1874).
Cuando hacia el final endiosó a Bizet, en un intento de reemplazar las
nieblas wagnerianas por el sol de "Carmen", su panegírico
suena a pretexto. El dios perdido no podría ser reemplazado. En un
momento lúcido de su locura final, vio un retrato de Wagner, que había
muerto hacía ya mucho (en 1883), y dijo quedamente: "Yo he querido
mucho a este hombre". Tanto como había querido a la música.
Bibliografía básica:
- "Friedrich Nietzsche, el águila angustiada". Werner Ross (1989), trad.
Ediciones Paidós,
Barcelona, 1994, 885 págs.
- "Wagner und Nietzsche: Der Mystagoge und sein Abtrünniger (El
mistagogo y su apóstata)". Dietrich Fischer-Dieskau, Deutscher Taschenbuch Verlag, Munich, 1979, 249
págs.
- "Wagner". Marcel Schneider, Solfges, Éditions du Seuil,
Collections Microcosme, París, 1979, 189 págs.
- "Nietzsche, dionisíaco
y asceta". Enrique Molina, Editorial Nascimento, Santiago, 1944,
231 págs.
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