RESUMEN
Este
artículo es un acercamiento a las interacciones entre conciencia
y sociedad. Se ha investigado las corrientes principales de los conceptos
de conciencia y de sociedad que han surgido a lo largo de
la historia en las disciplinas de lafilosofía,
sociología, antropología y psicología. En la teoría
sociológica, las conexiones entre la sociedad y la conciencia ha
sido objeto de multitud de investigaciones y es central en la epistemología
de las ciencias sociales. Se añade, así mismo, un esbozo
somero del concepto de dominación que se realiza en la conciencia
humana a partir de las estructuras sociales. También se presentan
tres hipótesis acerca de los límites del conocimiento que
pretenden ser un paradigma de circunscripción de la interpretación
de los saberes.
Palabras
clave:
conciencia, sociedad, filosofía, sociología, antropología,
psicología, conocimiento.
ABSTRACT
This
article is an approach to the interactions between conscience and society.
There has been investigation into the main trends concerning the concepts
of conscience and society that have arisen throughout history
in the disciplines of philosophy, sociology, anthropology and psychology.
According to sociology, connections between conscience and society have
been object of many an investigation and are of central importance in the
epistemology of social sciences. Furthermore, this article includes a brief
outline on the concept of domination which is carried out in the human
mind according to social structures. In addition, three hypotheses concerning
the limits of knowledge are presented; these intend to be a paradigm of
how to circumscribe the interpretation of knowledge.
Keu
words:
conscience, society, philosophy, anthropology, psychology, knowledge.
E
|
La
relación de los componentes que manejamos es posible esquematizarla
en unos pocos rasgos:
Figura:.
Esquema general de interacciones
Fuente:
elaboración propia
Sobre
esa mente/cerebro/pensamiento se ejerce la alienación. La mente
resulta alienada como producto de la dominación. El individuo deja
de ser autónomo con respecto al pensamiento y la acción para
pasar a ser heterónomo
con respecto a la capacidad de autonomía.
El mundo social se revela al análisis profundo como «apariencia
inducida». El mismo conocimiento se presenta como intento de certeza.
En este sentido se tiende a producir una coherencia informacional acorde
con la estructura de esquema de conocimiento latente antes de la incorporación
del nuevo saber.
Desde
la óptica de los diversos saberes, los actores social, pertenezcan
a la comunidad científica o no, tiende a la confirmación
de la hipótesis de partida. La epistemología de K. Popper
ha hecho hincapié en el concepto de «falsación»
como profilaxis de la tendencia confirmatorias en las ciencias inductivas
que cargan, en su origen, con el problema de Hume a cerca de la plausibilidad
de las inferencias inductivas en el conocimiento científico natural.
Un ejemplo tipo es el postulado mertoniano de la «profecía
que se autocumple» como resultado de una serie de asertos que los
actores sociales realizan sobre determinados aspectos de la vida social.
El Teorema de Thomas[3]
indica que cuando los actores sociales definen una situación como
real, es real en sus consecuencias, da idea de cómo el conocimiento
confirmatorio se configura como una estructura simbólica, de tipo
inductivo, asertórico que realizan los sujetos a cada momento en
la vida cotidiana. El principio de causalidad es aplicado a cada paso confirmatorio
de una forma unívoca sin tener en cuenta la posibilidad de que el
componente causal no sea único sino que, por el contrario, sea múltiple
y por tanto sin tener en cuenta las múltiples influencias previas
que estén en la base de cualquier fenómeno social. En este
sentido, es aleccionadora la anécdota que relata Y. Jurgin:
«Si
ponemos una cucaracha sobre una mesa y damos unos golpecitos con el dedo
a un mueble, el insecto se echa a correr. Si después le arrancamos
a la cucaracha las patas, la ponemos de nuevo sobre la mesa y volvemos
a dar unos golpes, el insecto no echará a correr. Por consiguiente,
puede hacerse la conclusión de que la cucaracha oye con las patas.»[4]
La
verdad, y el conocimiento de ella, se constituyen en un compuesto relacional
meramente arquitectónico pero con consecuencia reales en el plano
de la vida y de lo social.
Las
imbricaciones, interacciones, sinergias, y demás modos relacionales,
producidos entre el conocimiento, el pensamiento y la sociedad —grupos
sociales, &.—son de unas características tales, que hacen que
estos aspectos de una macrorealidad abarcadora ocupen un puesto de honor
en el modo de ser de lo existente, y en los supuestos ontológicos
de la conformación de lo real-universal. Si bien el componente conciencia
puede estar dotado de una propiedad de inmediatez con respecto al componente
sociedad, en el sentido de ser un presupuesto de ésta, es cierto
que, a la luz de las teorías de la sociología contemporánea,
la propia conciencia ha sido interpretada como el resultado de la existencia
del ser social, es decir, del hecho conformativo que supone la presencia
de las estructuras sociales.
La
sociología marxiana parte de un conocido presupuesto epistemológico
cuando sostiene que es la realidad la que determina la conciencia
y no la conciencia la que determina la realidad. Mientras que para Lenin,
en una especie de «realismo
ingenuo»
de tipo russelliano, la conciencia reflejaría la realidad subyacente;
la conciencia de clase de Marx supone un agregado de representaciones ideológicas
creadas en la mente de los individuos a través del entendimiento
del funcionamiento de las estructuras económicas —de la «clase
en sí» a la «clase para sí»—, y de otras
estructuras sociales, junto con los vínculos que mantienen entre
ellas. Por lo tanto, la sociología marxista prioriza el papel de
lo social-económico-cultural —el «ambiente»— en lo referente
a la elaboración del pensamiento.
El
comportamiento social, manifestado esencialmente en los roles sociales,
queda así configurado por los componentes ideológicos —de
apariencia ínsita— que permiten al sujeto la sensación de
permanencia a una determinada clase social en exclusión y oposición
con otra clase social. Para los marxistas, y en general para la filosofía
materialista, la conciencia es independiente en cierto modode
lo real: «la
conciencia no determina la vida; es la vida la que determina la conciencia»
(Ideología alemana). Por una parte está el ser real
objetivo, y por otra, el ser social como formas separadas de la conciencia
reificada del individuo. Sin embargo —para este pensamiento—, no es
posible hablar estrictamente de dualismo ser-conciencia, sino, más
bien, de que el «ser» es independiente de la conciencia; pero
no a la inversa. Los marxistas hegelianos armonizaron la preocupación
de Hegel por la conciencia, con la de los pensadores deterministas por
los aspectos estructurales de la economía dentro de la sociedad.
Al menos desde el punto de vista teórico, confirman la importancia
de la conciencia individual y de la relación entre pensamiento y
acción; sobre todo a través de su principal exponente: George
Lukács. Es Marx el que sostiene que el hombre liga la conciencia
a sus acciones; efectuando una crítica al pensamiento de Hegel y
su análisis de la conciencia como si ésta tuviese entidad
independiente del individuo. La conformación del pensamiento/conocimiento
se estructura a partir de la acción e interacción humana,
al ser un producto social; determinado por las relaciones sociales y de
producción material. De aquí el concepto marxista de «alienación»,
que
es denominado como distorsión producida por las estructuras sociales
capitalistas en la naturaleza humana. A partir de este supuesto, Marx distingue
entre «conciencia individual» y «conciencia de una “época”»
y pasa al análisis, tanto de la conciencia de clase, como de la
falsa conciencia. Esta última, según Marx, está
presente tanto en el capitalista como en el trabajador, al no tener ambos
una percepción correcta del modo en que funciona el sistema y del
papel que desempeñan.
El
aspecto funcional de la acción ha sido estudiado por los funcionalistas
como T. Parsons donde el funcionamiento del sistema social está
garantizado por el equilibrio y la estática social guiados por una
concepción conservadora de la organización política
de la vida comunal.
Uno
de los autores que redujo la conciencia a mera función fue el psicólogo
y filósofo norteamericano William James, al considerar que dicha
conciencia no es una entidad; produciendo así una reducción
de aquella a las «realidades
de experiencia».
En los Ensayos sobre empirismo radical sostiene que: «existe
solamente una materia prima en el mundo».
Para este intelectual los pensamientos cumplen un papel funcional al conocer
y que estos pensamientos están constituidos de la misma materia
que los demás objetos materiales —monismo neutral—. La llamada «duplicidad
interior»
no existe en los materiales que conocemos del mundo. La disociación
de estos materiales entre, por una parte, los que tienen la propiedad de
conocer y, por otra, los que son conocidos no suponen una dualidad primordial.
Algo similar sostiene la filosofía analítica de B. Russell
al considerar que el acto mental de la percepción incorpora en sí
mismo la vinculación o relación entre el perceptor y lo percibido.
No hay que olvidar el papel puntero de la filosofía analítica
en su íntima relación con el lenguaje, y por lo tanto con
la Lógica, y el entramado de relaciones y vínculos intelectuales
con los positivistas lógicos del Círculo de Viena.
En
la sociología norteamericana, Cooley y Mead[5]
rechazaron la separación entre conciencia y sociedad —contexto social—
a través del concepto de «self[6]
especular». Los individuos tienen conciencia y ésta
se va construyendo en la interacción social. Así, para Mead
y su interaccionismo simbólico, la conciencia tiene dos significados
diferentes. El primero es aquel que hace referencia a la subjetividad,
a lo que solamente el actor social tiene acceso. El segundo está
asociado a la inteligencia reflexiva o modo de pensar sobre el mundo social.
La conciencia es concebida como procesual-social. Es funcional —no está
definida en términos idealistas— y está situada en el mundo
objetivo; es decir, pertenece al medio «real»
en el que estamos ubicados. La Teoría del intercambio
(Homans)
no concedió demasiado interés a la conciencia, centrándose
en los aspectos de la recompensa de los individuos. Otra cosa sucede
con la Teoría crítica (Escuela de Frankfurt: Max Horkheimer,
J. Habermas, Adorno, W. Benjamín, H. Marcuse, A. Schmidt, W. F.
Haug, R. Reiche, P. Breines, H Berndt, &.) preocupada por los actores
sociales y por la misma conciencia; y que, sin embargo, no efectúa
una separación clara en sus investigaciones entre la conciencia
individual y la conciencia revolucionaria. Esta escuela, heredera del marxismo
hegeliano, realizó aportaciones sumamente importantes a través
de sus grandes teóricos críticos, tales como Habermas o Marcuse,
en lo referente a las interrelaciones cultura-conciencia por medio de la
asimilación e incorporación de la teoría freudiana,
en el caso de Marcuse.
Braverman,
siguiendo las teorías antropológicas de K. Marx, afirma que
el entorno natural es siempre necesario para el mantenimiento de la vida,
es decir, la utilización de la naturaleza como posibilidad del existir;
pero que lo que caracteriza sustancialmente al hombre es la conciencia.
Desde
el punto de vista nominalista, los fenómenos sociales no ejercen «efectos
independientes y determinantes sobre la conciencia y la conducta de los
individuos».
Punto de vista opuesto a la concepción realista que acentúa
el efecto de la sociedad sobre el pensamiento, constituyendo a ésta
y controlando los procesos cognitivos-mentales de los sujetos. La aplicación
de estos aspectos en el conocimiento científico en general viene
dado por la implantación de los científicos en la comunidad
de teóricos y sabios —que es así mismo una comunidad educativa
en cuanto realizan roles de maestros y profesores—, de la cual extraen
los paradigmas metodológicos, operacionales y conceptuales necesarios
para la práctica y desarrollo de sus respectivas ciencias. La comunidad
científica se articula como subsistema social, cultural e incluso
ideológico, dotado de unas características que le son propias,
dentro de subsistemas mayores y del sistema social en general. El prestigio
social de la ciencia garantiza el reconocimiento político y presupuestario
necesario para llevar a cabo su labor. Las características internas
de los grupos y comunidades de científicos son susceptibles de estudio
histórico y sociológico. El racionalismo heredado del siglo
XVIII, junto con la noción de progreso social y científico
—que lleva aparejado el de dominación y control de la naturaleza—
tiene su ápice social en las estructuras de los diversos subsistemas
de la sociedad que necesitan para su funcionamiento, en una sociedad cada
vez más compleja e interactuante, del saber aportado por la ciencia
de base y por la ciencia aplicada en forma de tecnología. Una sociedad
científica, como es la nuestra, es incapaz de un funcionamiento
eficaz sin el concurso de las fuerzas interpretativas de la naturaleza
que, a través de las ciencias formales y de las ciencias fácticas, «garantizan»
el buen funcionamiento de la misma.
La
sociología fenomenológica y la etnometodología han
aceptado la relevancia esencial de la conciencia en sus perspectivas metodológicas,
pero centrándose en conductas que son observables a través
de la investigación empírica. Sin embargo, los etnometodólogos
no han adoptado una posición transparente en relación a su
papel y han centrado sus mayores intereses de estudio en los componentes
macro
de la sociedad. La sociología fenomenológica de Alfred
Schutz atiende a la forma de comprensión recíproca de las
conciencias —la conciencia es definida como «estado
de alerta»—,
es decir, al modo psicológico en que se produce la
relación entre sujetos, y no tanto la mera interacción física
de éstos. Para el sociólogo de origen vienés, lo fundamental
era el análisis de los procesos por los que se adscribe e incorpora
el significado y la comprensión interna en los individuos. Procesos
que permiten interpretar los aspectos conductuales de los otros y los del
propio individuo. Schutz traslada la fenomenología filosófica
de Husserl al plano de la sociología, distinguiendo dos tipos de
motivos: los «motivos para» y los «motivos porque».
Los primeros son los que tiene el individuo cuando pretende alcanzar objetivos
futuros a través de ciertas acciones presentes. Los segundos son
los que ofrecen al individuo una panorámica de las acciones pretéritas;
siendo más fácilmente analizables por la sociología
científica al ser «objetivos», frente a la subjetividad
de los «motivos para». Esta sustancial distinción
es perfectamente aplicable al papel y acciones de la ciencia. Ésta
actúa en un plano reductible a dos dimensiones ontológicas.
Por un lado, la necesidad de la ciencia de incrementar el acervo de conocimientos
impulsada por una necesidad interna, «psicológica»,
que emana de la curiosidad de los científicos; un nuclear aspecto
de la mente humana. Por otro, la también necesidad de aplicabilidad
de los saberes que la ciencia va logrando, con el fin de satisfacer las
demandas de la sociedad tecnológica. Uno y otro aspecto se imbrican
en fecunda interacción, con la mirada puesta en los aspectos históricos
de la ciencia que el científico incorpora como ethos consustancial
de su trabajo y el epistemólogo considera con sumo cuidado para
vertebrar su especulación filosófica con un mínimo
de rigor. Ciencia teórica y ciencia aplicada forman, así,
un continuum entretejido por los intereses de la comunidad científica
y por la sociedad en general.
En
un punto determinado de su obra, Schutz llama a la conciencia —sobre todo
a la conciencia de la muerte— la «ansiedad fundamental»,
es
decir, la que hace posible el proceso anticipatorio de los eventos o aconteceres.
Como contrapunto a la fenomenología de Schutz, el Estructuralismo
antropológico de Lévi-Strauss, critica el intento de la fenomenología
por situar la conciencia subjetiva en el núcleo de la sociología;
ya que, la conciencia no es —según el antropólogo francés—
susceptible de un riguroso análisis científico. También
el Postestructuralismo rechaza el interés por la conciencia, es
decir, por los elementos propios de la subjetividad, para pasar a preocuparse
por los elementos estructurales de los sistemas sociales; y no tanto por
el papel que desempeñan los individuos en la creación de
esos sistemas sociales.
La
Verstehen
—o necesidad de estudiar la acción desde un punto de vista subjetivo—
es interpretada en el pensamiento de Talcott Parsons como una técnica
o modo de hacer de importancia esencial para el análisis de la conciencia
y la acción. La Teoría de la acción de Parsons
le conduce al supuesto de una conciencia entendida como voluntad que elige
los medios adecuados para el logro de determinados fines. Esta voluntad
no es libre al estar determinada —concepción
fuerte— o condicionada
—concepción débil— por los aspectos normativos, valorativos,
ideativos, situacionales, etc., de un determinado sistema social.
El
papel del rol en T. Luckmann y P. Berger está asignado a
la capacidad, por parte de éste, de mediación entre la conciencia
y las pautas culturales de una determinada sociedad. El proceso de socialización,
proceso por el cual los aconteceres sociales y culturales se transmiten
a la conciencia, hace posible la internalización —y su consecuente
replicación— de los elementos valorativos y normativos presentes
en un sistema social dado; actuando como constructo de la conciencia
de los individuos. El proceso, de corte dialéctico, de Berger y
Luckmann procede a partir de tres momentos: «externalización»,
«objetivación»,
«internalización»[7].
Sin embargo, para la Teoría de la estructuración de Giddens,
no es la conciencia la que, mediante la formación social de la realidad,
engendra las acciones humanas; ni es, tampoco, el sistema social las que
las crea. Son los elementos expresivos de los actores sociales los
que, mediante la implicación personal en la praxis, permiten
la fulguración
de la conciencia y, en definitiva, del sistema-estructura
social. Esta conciencia toma dos modos en el pensamiento sociológico
de Giddens: la «conciencia discursiva», que hace posible la
capacidad de expresión por medio de la palabra, y la «conciencia
práctica»; esto es, la que posibilita la acción
de los actores. Mientras, P. Bourdieu concibe que la conciencia es independiente
de las estructuras objetivas de un sistema social determinado; y que estas
estructuras tienen una capacidad o propiedad de coacción sobre las
prácticas y representaciones mentales de los actores sociales.
Para
la Teoría general de sistemas (Ludwig von Bertalanffy) —en su aplicación
a la teoría sociológica— es importante la integración
de las macroestructuras, los elementos simbólicos, la acción
e interacción social y la conciencia y autoconciencia, en estructuras
relacionantes de sentido (Buckley). Este último autor analiza la
conciencia en términos de la teoría de sistemas con una marcada
preocupación por los niveles y flujos de la interacción.
La Teoría general de sistemas se apoya fuertemente en elementos
modelizados que incorporan aspectos sociólogos como forma de explicación
cuantitativa del comportamiento de conjuntos de redes interactuantes tanto
en biología como en el estudio de sociedades[8].
En los estudios de Ritzer sobre los diversos niveles de análisis
social, podemos encontrar, tanto un interés por las acciones de
los individuos: la burocracia, etc., como un acercamiento a los aspectos
fenoménicos espirituales, tales como la propia conciencia.
En el plano del análisis micro, propio de la subjetividad,
aparece el estudio de los procesos del pensamientoo
procesos mentales que permiten al actor social la construcción social
de la realidad.
Según
Emilio Durkheim, la «conciencia colectiva» sería un
conjunto de pensamientos creódicos, desiderativos y de creencias
que son intercambiados y compartidos por los componentes de los agregados
sociales. El pensador francés no pareció interesarse por
la conciencia individual, al no considerarla susceptible de un análisis
científico. Estaba, sin embargo, preocupado por reducir el grado
de dominación sobre la conciencia por parte de las estructuras societales;
al considerar —frente a lo que supone la visión reduccionista del
pensamiento durkheimniano— que el poder colectivo —social— no está
situado, en su totalidad, fuera del individuo y que ese poder ha de penetrar
y organizarse en el interior de la mente-pensamiento de los sujetos para
que la sociedad pueda existir. Esta matización a su considerado
sociologismo, choca con la constatación, en todas sus obras, de
la conciencia como variable dependiente implícita, y por tanto,
determinada por los aspectos materiales e inmateriales del sistema social.
Matizando esto, la sociedad es para Simmel representación «dentro»
de una mente-cerebro y depende, en última instancia, de los modos
de actividad de la conciencia; no estando meramente «fuera»
de ésta.
Para
el filósofo y sociólogo del conocimiento, Max Scheler,
la conciencia es característica de las formas superiores de vida
orgánica[9].
La taxonomía de la conciencia de Scheler se cifra en lo siguiente:
cualidad, duración, temporalidad, memoria, totalidad e historicidad.
La conciencia queda, por tanto, asociada a la noción de existencia
real. Es intencionalidad, voluntad y reflexión primitiva
de la sensación engendradas por medio de la resistencia que ofrece
el objeto[10].
Las
normas de una sociedad, la percepción, las diferencias que aparecen
entre el sujeto, como yo individual y el observador —es decir, el otro—,
las teorías implícitas, entre otros aspectos, explican los
estados de pensamiento del actor y de los grupos sociales hasta expandirse
as la totalidad de la sociedad. El conocimiento, en determinadas corrientes
filosóficas y sociales, han puesto el acento en la capacidad decisoria
de los sujetos —teoría del libre albedrío, &.— frente
a los posibles determinantes situacionales o ambientales. Prima lo interno
y la capacidad del actor para liberarse de las influencias del medio social
e histórico a la hora de tomar decisiones sociales y privadas. Otras
corriente más ambientalistas sitúan el problema bajo las
coordenadas de parámetros meramente sociales en la construcción
de la identidad y del pensamiento del actor que no es libre para elegir,
ya que está condicionado por subestructuras conformadoras de sentido
y de la acción social[11].
En
el análisis histórico, el peso de la especulación
filosófica ha sido, y sigue siéndolo en gran medida, de índole
fundamental y fundacional, al polarizar la ocupación intelectual
de grandes pensadores. Se ha enunciado que el tema nuclear del pensamiento
filosófico está constituido por el par sujeto-objeto[12],
ya que a partir de estos dos componentes se construye el intento de búsqueda
de la total intelección de ese real-universal. Incluso el plano
metafísico-teológico, con la teodicea como una de las actividades
intelectuales primeras, es posible sentirlo como una reducción,
y no como una expansión, de ese par más arriba citado, al
ser este sujeto-objeto una conditio sine qua non de toda posible
actividad gnoseológica. Todas las cosmogonías de las diferentes
culturas y civilizaciones parecen, de una u otra forma, haber tenido un
interés absoluto en dilucidar y explicar los aspectos «ocultos»
de lo real; bien a través de visiones feéricas (gobierno
del pensamiento mágico), mitológicas (gobierno del pensamiento «mitocrático»),
sagradas (gobierno del pensamiento teocrático, hierocrático),
etc., o bien a través de visiones racionalistas tales como la filosofía
o la ciencia (gobierno del pensamiento «logocrático»).
En un momento de la modernidad, incluso, ha habido un intento de reducción
fundamentadora de los viejos problemas «epistemológicos»
de las religiones bajo el manto de prestigio social y autoridad intelectual
propios de las ciencias que, partiendo del misticismo numérico y
de una geometría hermética, ha proyectado componentes desiderativos
articulándolos en rigor racionalista a través de nuevas teorías
en relación con
la física cuántica, la cosmología y determinadas ramas
de la matemática más formalista. El científico teórico,
y también el matemático creativo actual —con su manejo de
símbolos cuasiesotéricos, incomprensibles para el lego— ha
sido, así, asimilado a un nuevo mistagogo, con tintes ilustrados,
de fin de milenio.
En
toda realización de lo específicamente humano y el conocimiento
es, además del lenguaje hablado y escrito, uno de los elementos
caracterizadores de la singularidad de la especie, existe también
una tendencia que se traduce en asimilar las conductas positivas a causas
internas y las negativas a causas externas. En este sentido el conocimiento
es valorado, desde la óptica de la positividad, por sí mismo
independientemente de los aspectos de eticidad que lleve incorporado ese
conocimiento en cuanto a las repercusiones sociales del mismo —el caso
de la ciencia—. La conducta del científico es positiva por definición
en su afán de conocimientos y emana de las capacidades cognitivas
e intelectivas del hombre de ciencia; mientras que los posibles resultados
deletéreos del saber están atribuidos a agentes exteriores
a la comunidad de sabios; a saber: el político o el militar que
usa el conocimiento traducido en técnica para fines ajenos al conocimiento
puro. Aquí aparecen los elementos clásicos que explican esta
postura: lo motivacional —autoestima del sabio—, lo cognitivo —orientación
al éxito en la comunidad de científicos e intelectuales—
y los social —evaluación pública de sanción positiva—.
Dos
aspectos, valorativos y primordiales propios de la ciencia primera que
es la filosofía, aparecen en el largo camino de descubrimiento de
qué cosa es esa «cosa»
a la que llamamos pensamiento. Por una parte el pensamiento supone percepción
de algo que aparece a aquel como exterior a sí mismo; como el objeto
referente de una realidad exógena —aquello de que se tiene conciencia;
término de un acto consciente— a la interioridad «intimista»
de ese pensamiento. Ese objeto no es sólo material sino estructural,
cualitativo, situacional. Por otra, las mutaciones o modificaciones del
elemento nuclear que ha considerado el discurrir del pensamiento humano:
el yo, que ha optado, en su análisis, por una estratificación
esclarecedora: la visión psicológica por medio de la cual
la conciencia ha sido considerada como la percepción del yo por
ese mismo yo, haciendo un hincapié fundamental en que la conciencia
objetual o situacional supone cambios inherentes del yo[13].
Lo que ha fundamentado una percepción del yo-conciencia como autoconciencia;
es decir conciencia de sí mismo o conciencia de nuestros propios
sucesos «mentales»[14].
Esta autoconciencia o conciencia de sí ha sido fijada como concepto
intelectual por I. Kant en su Crítica de la Razón Pura
como «síntesis originaria de la apercepción»
vinculada a la noción de categorías de cantidad, cualidad,
relación y modalidad donde el núcleo fundamental del conocimiento
está constituido por un yo que piensa asociado a todas y cada una
de las representaciones y vinculado a dos aspectos primarios de la posibilidad
de representación fenoménica en la conciencia: el espacio
y el tiempo. El espacio produce la síntesis necesaria para la representación
geométrica conceptual del conocimiento topológico y el tiempo,
la síntesis necesaria para el entendimiento de la aritmética
originaria, posibilitada por la serie de los números naturales y
su representación simbólica en la recta real. De esta forma
es posible la reducción de los aspectos temporales a una concreción
geometrizante como representación en el plano y conectada en última
instancia a los a priori kantianos. Éstos, en la visión
que Kant tiene de la realidad del mundo —en la cual preexiste una síntesis
entre el mundo fenomenológico y las categorías del entendimiento—
son «independientes» de los aspectos culturales; esto es, de
algún modo son «universales» primarios previos a la
construcción de lo social. El conocimiento dado en la conciencia,
en su sentido más prístino es espacio y tiempo que
son las condiciones de posibilidad del entendimiento y de la intelección
ejercida sobre el mundo de la realidad exterior como fenómeno. El
noumeno
queda encerrado dentro de la espacialidad y temporalidad originaria de
la conciencia que es movimiento y actividad del pensamiento. La cosa
en sí queda, por lo tanto, incognoscible como posibilidad pura
de conocimiento ya que el agente cognitivo —el individuo— pone en ese conocimiento
su construcción mental apriorística. Nos encontramos así
con la imposibilidad de un conocimiento «esencial» del objeto.
En este sentido, la percepción informa del mundo social a través
de la observación conductual del actor social que es el elemento
nuclear de la perceptibilidad. Sin embargo los constituyentes
a priori
del sujeto sobre el que se vuelca la intelección es decir, sus estados
de conciencia íntimos, permanecen incognoscibles en la «caja
negra» de su mente sólo accesible a propio sujeto a través
de la autopercepción de sus estado psíquicos. Esto supone
la diferencia entre el actor social y el observador, también un
constituyente a su vez social. Mientras el actor tiende a caracterizar
a sus actos como determinados por causas exógenas, el observador
de esas acciones lo hace a causas endógenas, caracterológicas
más o menos constantes del actor. Esto supone una división
tajante entre el mundo interior del sujeto-actor, accesible únicamente
a él y el observador e interpretador de sus estados de conciencia
inferidos a partir del comportamiento o de signos verbales y no-verbales.
La
visión epistemológica o gnoseológica, donde el pensamiento
ha sido interpretado prioritariamente como sujeto del conocimiento, ha
producido una asociación entre pensamiento-objeto consciente y sujeto-objeto
respectivamente. En la visión metafísica la conciencia ha
sido identificada como Yo; entendido como todo lo existente, como basamento
fundacional de todo espacio psicológico o gnoseológico. En
este sentido está vinculada a un carácter unificador del
mundo[15].
A través de estas conceptualizaciones fue posible la extensionalidad
del concepto de pensamiento al de pensamiento moral, al hacerse
patente los principios ético-morales del bien y del mal; que tienen
su referente, manifestación, ubicación y adecuación
sociológica en lo que los científicos sociales llaman «sistema
social».
Dentro
de los modos de entendimiento taxonómicos del pensamiento, éste
ha sido clasificado como pensamiento no intencional e intencional, reflejo,
directo, sensitivo o intelectivo. El pensamiento también ha sido
concebido como «cosa»
con unas características relativamente fijas, susceptible de una
cierta comprensión por medio de la investigación o de la
especulación filosófica. Los autores que han negado la coseidad
al pensamiento han mantenido el principio de la intencionalidad de éste
en un haz de funciones o acciones teleológicas hacia el objeto,
referente último hacia el que se dirige la finalidad de ese pensamiento
ribeteado de signos teleonómicos. En este sentido, la propuesta
de Plotino es la consideración del pensamiento como «acto
interior»
frente a las realidades exteriores. En San Agustín, el modo intencional
del pensamiento lleva igualmente a un intimismo comprendido como autocertidumbre.
Es en la concepción tomista donde el pensamiento aparece como «realista»,
como cosa que es; mientras que en la especulación cartesiana[16]
se presenta, de modo característico, como intencionalidad intimista
que lo separa de la realidad independiente captada por aquel.
Las
conceptualizaciones del pensamiento como intencional y no intencional
han estado en la línea de la visión metafísica tal
y como fue desarrollada por el idealismo alemán. En Hegel y en Fichte
podemos apreciar el paso de la idea de conciencia trascendental o gnoseológica
a la idea de conciencia metafísica. Es en Hegel —y en absoluta simbiosis
con su concepción filosófica del mundo— donde los modos del
pensamiento son momentos de un proceso de corte dialéctico por el
cual el desarrollo de éste es isomórfico con el desarrollo
o despliegue de la realidad. Lo que supone, en el límite, un elemento
de correspondencia entre percepción-conciencia —noumeno—
y realidad-fenómeno. Estos modos del pensamiento transcurren desde
la conciencia como tal, pasando por la autoconciencia, hasta llegar al
Espíritu
libre e incondicionado; desenvolviéndose éste en «Razón»,
«Espíritu» y «Religión»; hasta constituir
el «saber absoluto». De esta forma, la conciencia ha quedado
reconocida en el discurso hegeliano como «la
totalidad de sus momentos»: «La
conciencia distingue de sí misma algo con lo que, al mismo
tiempo, se relaciona; o, como suele expresarse, es algo para
ella
misma; y el lado determinado de esta relación, o del
ser de algo para una conciencia, es el saber»[17]
Los
momentos del saber puro son modos o estructuraciones formales delmismo
pensamiento. Éste se desarrolla internamente para trascenderse,
desde dicha interioridad, superando sus modos anteriores por medio de la
reabsorción de sus constituyentes o modos previos; según
la conocida evolución dialéctica hegeliana. El sentido de
conciencia hegeliano es, por tanto, un momento —proceso temporal— del saber
por el cual el sujeto se aprehende a sí mismo de forma reflexiva
como inmanencia. La permanencia identativa en el movimiento
del fluir; el pensamiento y el ser están, sin embargo, opuestos.
Precisamente esto es para Hegel lo que constituye una unidad cuando el
ser es una categoría del propio pensamiento. Proceso dialéctico
del pensamiento que toma formas arquetípicas en la reflexión
del filósofo de Stuttgart tales como la «conciencia
infeliz»: «el
alma alienada (enajenada) que es la conciencia de sí como dividida,
un ser doblado y meramente contradictorio».
Este dualismo supone la valoración del saber, puesto que éste
se efectúa interiormente al propio conocer. La Bewusstsein
hegeliana
representa al hombre en su concreción y en su facultad de conocimiento.
A través de este conocimiento es posible la realización de
la experiencia de lo real, es decir, del mundo dentro de parámetros
espirituales y significativos realizados por el propio pensamiento que
se estudia, comparándose, a sí misma. En el prefacio de suLógica,
Hegel precisa que en «la
Fenomenología
había pretendido describir la conciencia como el espíritu
bajo la forma concreta del conocimiento que ha quedado prisionero de la
exterioridad (Aüsserlicheit)»;
mientras es en las páginas interiores de esta Lógica
donde, por el contrario, trata de describir «el
conjunto del movimiento inmanente del ser que se revela como espíritu».
El
pensamiento tal y como está expuesto en la Fenomenología,
es también una síntesis de un yo y un
no-yo. El
entendimiento se introduce en el fundamento del fenómeno aprehendiéndolo
con lo cual se aprehende a sí mismo. El interés último
de la obra hegeliana consiste en un conocerse a sí mismo que era
ya la propuesta socrática como modo de conocimiento auténtico,
basamental, a partir del cual era posible todo otro conocimiento. Ese autoconocimiento
es el acto que realiza el sujeto-actor de su realidad interior como estado.
Como sabemos, este conocerse a uno mismo no deja de contener una problematicidad
aguda. El efecto de construcción del conocimiento social determinado
por el proceso de socialización hace que el contenido efectivo de
la identidad sea la resultante de diversos vectores sociales que actúan
en el campo de fuerzas de la historia. El conocimiento de uno mismo así
como el conocimiento del mundo social y natural queda impregnado por la
atmósfera social que el individuo experimenta en su ciclo vital.
En este sentido no es sino la consecuencia del estado de opinión
que construye formas de conciencia colectiva. Según Leibniz este
sería «el mejor de los mundos posibles» es decir, el
mundo más justo de entre todos los que son posibles concebir. Esta
creencia, que supone un ordenamiento riguroso del mundo, un cosmos,
es propia de determinadas concepciones —en muchos casos científicas—
necesarias para la percepción de control sobre los fenómenos
de la naturaleza o de los social[18].
También
la dialéctica hegeliana arroja luz sobre el proceso cultural evolutivo
vinculado a la constitución orgánica y estructural de la
dialéctica amo-siervo a través de las nociones de «conciencia
noble» y «conciencia vil». La primera está
relacionada con el mantenimiento del orden existente, lucha por él
conservando el poder a partir del sacrificio y de la disposición
a perder la vida. Es el concepto platónico de thymos que
representa la espiritualidad en relación con un sentido innato de
la justicia y constituye el depósito de las virtudes nobles como
la generosidad, la moralidad, el idealismo, el valor, el sacrificio y la
honorabilidadpropias del pensamiento
noble. Este sentido de lo noble versus lo vil estará presente
en la concepción nietzscheana del superhombre, puente tendido
entre el hombre actual, que es resultado de una animalidad primitiva y
oscura, y el hombre del futuro que lo es de una superación, de una
transvaloración de los valores morales vigentes en nuestro tiempo.
La conciencia vil sostiene al Estado desde el punto de vista material aunque
en realidad vela por lo universal de la sustancia ética. De este
conflicto resulta el espíritu enajenado de sí mismo que es
la Cultura. Es el análisis poshegeliano de F. Grégoire sobre
la Fenomenología del Espíritu, el que sostiene que
esta obra fundamental de la filosofía alemana analiza la conciencia
desdichada en su tránsito a la quietud satisfecha del saber absoluto.
Esta concepción noble, aristocrática de los social, está
en la base del sentido de lo «thymótico» y opera en
el hombre de espíritu aristocratizante que considera que su aportación
a la colectividad a la que pertenece es de la mayor relevancia para el
buen funcionamiento de ésta. Se realiza aquí un sentido de
la diferenciación, individuación, del orgullo y de la mayor
autoestima que está diametralmente opuesto al espíritu de
nivelación que se manifiesta en la homogeneización de lo
colectivo, raíz del sentimiento de pertenencia grupal dentro de
un territorio y génesis de la nación como «comunidad
de
cunas y tumbas» al compartirse una serie de ideas, sentimientos,
creencias y pensamientos dentro de un imaginario colectivo que comparte
una misma visión del mundo.
Vinculado
a la necesidad de control que siente el ser humano al enfrentarse con el
caos
primordial, se han gestado a lo largo de la historia concepciones regulativas
que han pretendido incorporar la «arquitectura de la ordenación»
como una forma de dotar de sentido a los acontecimientos inexplicables
del mundo y que redunda en un sentimiento de control que, en muchos casos,
no deja de ser una mera ilusión. En realidad lo enunciado constituye
la historia de la Humanidad ya que ello está en la génesis
de las mistificaciones propias del pensamiento mitomaniaco, de gran parte
del científico y del arte. El primero origina las manifestaciones
religiosas tales como el cristianismo. Dado un acontecimiento inexplicable:
el Mundo, lo natural, que es desconocido, la necesidad de control lleva
a la interpretación religiosa a través de la serie de dogmas
implantados. Esto conduce a una ilusión de control. En este mundo
desconocido existen una serie de fuerzas que producen cataclismos. El hombre,
miembro de una colectividad más o menos amplia como organización
social realiza una interpretación, una exégesis del mundo;
con ello se tiene una sensación de control sobre esas fuerzas oscuras
cuyo origen se desconoce.
Por
otra parte —y del mismo modo de acuerdo con la totalidad de su pensamiento—,
la filosofía fichteana parte de un concepto de conciencia asociada
a la fundamentación experiencial de la totalidad. Es el Yo
de Fichte, identidad autopoiética que presupone un holismo
ontológico y filosófico demarcado del «No-Yo»
que es lo «Otro», lo que no es meramente la identidad del sujeto.
La
línea filosófica que va desde Platón, pasa por Hegel
y Fichte y llega hasta los neoplatónicos y neohegelianos, está
en la base de la interpretación platonista o idealista de la realidad.
Ya conocemos el peso extraordinario que esta concepción tiene con
respecto a la fundamentación de lo real; lo que indica el predicamento
cultural que, derivado de concepciones ontológicas, penetra en los
modus
operandi del quehacer actual de las ciencias físicas, más
cercanas a la concepción moderna del mundo en cuanto representan
la arquitectura y el esqueleto de la téchne que sustenta
la civilización occidental. De este modo, resulta palmaria la pervivencia
de concepciones filosófico-culturales que tienen su origen en el
pensamiento griego aunque éste estuviese revestido
de una racionalidad
inmanente al propio intento de interpretación de la realidad desvinculada
de las explicaciones mágicas propias de viejo mundo previo y periclitado.
En este sentido, el peso de la cultura como conformación de estructuras
sociales emanadas de lo filosófico y de la pervivencia del teísmo
no hace sino abundar en el surco del tiempo civilizatorio roturado gracias
a un «eterno retorno» que transita una y otra vez volviendo
en cada tiempo para hablarnos de los misterios articulados en forma de
preguntas eternas que el Hombre se hace a sí mismo. Tempus est
quaedam pars aeternitatis[19].
En
la línea de las metafísicas de corte voluntaristas, tal y
como aparecen en Maine de Biran —para el que la conciencia es una «emergencia»
(fulguración)
como producto de una resistencia que presenta el objeto, es decir como
obstáculo del objeto sobre el sujeto— y de Wundt, se ha producido
una identidad entre pensamiento y voluntad; mientras las metafísicas
orientadas al empirismo —cuyo correlato en el desarrollo de la ciencia
es difícilmente ponderable— han colocado la conciencia en un plano
de limitación intelectiva-gnoseológica.
La
categorización kantiana ya había distinguido entre una concepción
psicologista
(empirista) y una concepción gnoseológica (trascendental)
del pensamiento/conocimiento. El primero está inscrito en el mundo
de los fenómenos. La unificación del pensamiento es posible
a través de un proceso sintético-intuitivo de las nociones
de espacio-tiempo mediatizadas por las categorías del entendimiento
puro. El segundo supone un a priori totalizador amparado en elementos
estructurales de índole sustancial, entre el pensamiento- conciencia
empírica y su posibilidad de identidad, que hace posible el conocer.
Para Kant, este elemento de identidad del sujeto tiene un sustrato trascendental
más que empírico. Una conciencia pura no es más que
un elemento formal que se aplica a una realidad objetual que le otorga
la posibilidad de su realización o manifestación por medio
de los materiales presentes en la realidad; materiales de orden sensible
extraídos del mundo fenoménico. Brouwer es, como se sabe,
un representante tardío de la filosofía de Kant en relación
a toda su teoría del tiempo (aritmética) y el espacio (geometría).
En algunos puntos, propios del avance filosófico de los decenios
posteriores a kant, Brouwer se separa de éste; pero en aspectos
esenciales, es ininteligible la concepción intuicionista sin los
a priori kantianos. La llamada «interpretación idealista-objetiva»
del kantismo, de la Escuela de Marburgo, asimiló la conciencia
a un sistema objetivo de categorías; mientras la «interpretación
realista» es un acercamiento al pensamiento efectivo del mundo
anglosajón, al considerarla como un evento de percepción
(percipient event).
También
para la concepción sartreana el pensamiento cobra un carácter
intencional por mediación del concepto de direccionalidad. La fenomenología
sartreana —al igual que la de Husserl— considera la conciencia como situacional
al suponer el objeto presente del pensamiento indistinguible del propio
pensamiento. Es en las Investigaciones Lógicas de Husserl
donde la conciencia es interpretada como «yo empírico»
dotado de reciedumbre fenomenológica; como «autoconocimiento»
o
visión interior de los estados psíquicos del sujeto o como
«denominación conjunta» de todo tipo de estados o actos
psíquicos o «vivencias
intencionales».
El «yo puro» es asimilado a la conciencia, rebajado a las coordenadas
histórico-temporales, propias de acontecer de los fenómenos
y enmarcadas dentro del tiempo social y cultural; es decir, dentro de la
línea evolutiva de la historicidad como ascendencia o proyección
sostenida gracias a un impulso hacia delante determinado por la dirección
del tiempo. Lo que le interesa al filósofo y psicólogo Husserl
es la descripción de los hechos de conciencia. Su estructura es
una estructura sintética que produce la unificación noética
y noemática a los diversos actos cognoscitivos. Por medio
del análisis y la investigación del acontecer de la síntesis
es posible el cogito reflejado en la proyección intencional,
entendida como algo que se vive, y, por tanto, la «conciencia
de»[20].
Los presupuestos nocionales de los que parte el filósofo alemán
son: la conciencia: i) «como
conjunto de componentes del yo empírico».
ii)«como
percepción interna de las vivencias psíquicas».
iii) «como
nombre colectivo de todo tipo de «actos
psíquicos»
o de vivencias intencionales»[21]
. Husserl niega la existencia de un «yo trascendente» fuera
del pensamiento que unificaría, desde el exterior, los diversos
estados de éste. La «reducción fenomenológica»
—la epojé: poner el mundo entre paréntesis— husserliana
del yo no supone una entelequia por encima de las vivencias del
sujeto. Es una síntesis que aglutina, dotándolas de coherencia,
las diversas manifestaciones en el proceso discursivo del conocer. Esto
supone una visión dinámica al concatenarse este conocer con
el mundo en una sucesión sintético-relacional donde la
conciencia
es siempre conciencia de algo; para pasar a desvanecerse cuando ésta
se vuelve sobre sí misma. Es posible contrastar esta última
idea con la del psicólogo Jiddu Krishnamurti del estado de atención
de la conciencia-pensamiento que acaba produciendo la quietud completa
de la conciencia (ataraxia) o el vacío del pensamiento, y
con ello, el fin del yo como pensador o memoria; ya que según
Krishnamurti el yo es la conciencia que
es tiempo.
El contenido de la conciencias es la conciencia, en la meditación
del «pensador»
de Madanapalle. Para este extraordinario y atípico filósofo-psicólogo,
la percepción —mediante la atención— de la mente-conciencia
sobre sí misma, permite la comprensión del hecho de que el
condicionamiento constituye la formación de dicha conciencia. Para
él, el yo es un fragmento que ha asumido la autoridad rectora
sobre el resto del pensamiento. Sin embargo, ese yo, ego o pensador
—que es el resultado del tiempo— no está «fuera»
del pensamiento sino que es parte integrante de éste. Es, por decirlo
así, el residuo acumulado de la memoria, que es tiempo.
De esta forma, el dualismo inherente propio de la fragmentación
de la conciencia, dividida entre pensador y pensamiento, supone un elemento
de conflicto inmanente a ésta; hasta el punto de identificarla con
el conflicto: «Mi
punto de vista es que mientras no hay conflicto, no hay “yo”. Nosotros
pues, decimos que el conflicto es la medida del “yo”[22]».
La
percepción, por medio de la meditación —que es un estado
de alta atención—, de estos hechos, hace posible la metanoia,
esto es, el cambio total y radical de la conciencia. Recordemos,
además, el papel tan importante que este autor le asigna a la matemática
como dotada del mayor orden: «En este sentido el orden tiene las
mismas pautas que en matemática; en la más alta matemática
existe el más alto orden, el orden supremo[23]».
El
sucesor de Husserl en la cátedra de filosofía de Friburgo,
Martin Heidegger, concebía la conciencia como vocación:
«la vocación con que caracterizamos la conciencia es la invocación
del “uno mismo” en su “mismo”; en cuanto a tal invocación, es la
avocación del “mismo” a su “poder ser sí mismo” y con ello
un prevocar al “ser ahí” a sus posibilidades[24]».
Tanto
para Bergson como para Dilthey, el yo puro de Husserl, constituido de tiempo
e historia, tiene su correlato en la noción diltheyana de la conciencia
como historia y totalidad. Al igual que —en Bergson— la idea de pureza
en cuanto a la cualidad, la memoria y a la duración. En el sentido
de la memoria, ésta queda identificada en el filósofo francés,
a la conciencia como característica primera. La memoria permite
la previsión, y por lo tanto, la posibilidad de elección
por parte del sujeto. Lo que supone un elemento de indeterminación
de los aconteceres de la realidad, que subsume e incorpora la noción
de libertad. De aquí el dualismo bergsoniano entre materia —que
es necesidad— y conciencia. Para Bergson el Universo está dotado
de conciencia inteligente. El parisino hace una distinción en sus
Ensayo
sobre los datos inmediatos de la conciencia entre «conciencia
superficial y conciencia atenta» . La primera está constituida
por los estados psíquicos en desarrollo o despliegue como un proceso
o discurso interior. El pensamiento discurre, se mueve, una idea o estado
sucede a otro. La segunda, indeterminista, no es reducible a un análisis
de tipo científico
La
derivación conceptual, de«mala
conciencia»
es, según el filósofo-psicólogo y filólogo
alemán F. Nietzschey en relación
con su teoría sobre el cristianismo, un estado de la psiquis propiciado
por una modificación de la dirección del resentimiento que
el sacerdote efectúa cuando procede a interiorizar el sufrimiento;
pero que sigue manteniendo las características asociadas al poder
clerical, tales como venganza, odio y resentimiento. Toda la teoría
nietzscheana está transida por un sentimiento de que la conciencia
es una forma del mal —en el sentido de enfermedad—, y que el mundo adopta
variadas representaciones, de las cuales la conciencia es una de ellas: «La
conciencia representa la evolución última y tardía
del sistema orgánico, y por tanto, lo menos sólido de tal
sistema. Innumerables errores tienen su origen en la conciencia, errores
que hacen perecer a un hombre o a un animal antes de tiempo, a pesar
del Destino, como dice Homero.[25]».
Para
Nietzsche, en definitiva, la conciencia es engañosa en la medida
en que el objeto es modificado por aquella. Sobre todo la conciencia científica,
máxima en la figura del sabio, es para Nietzsche, el tipo superior
de conciencia degradada bajo el peso de una supuesta sabiduría que
no lo es tal. El científico es, por lo tanto, una especie intermedia
de hombre que cree conocer los secretos del Cosmos y que no hace más
que jugar un juego fútil. La visión absolutista de este filósofo
con respecto a la realidad, encaja mal con la parsimonia de los científicos
cuya labor de investigación se encuentra, consustancialmente, siempre
en un estadio concreto de conocimiento y que, por lo tanto, se sabe precario
y limitado.
A.
Schopenhauer, mentor intelectual de Nietzsche, consideraba que: «nadie
puede salir de su individualidad».
Según él, es indudable que: «[...]
la cualidad de la conciencia será lo próximamente esencial,
y, en la mayoría de los casos, todo dependerá de ésta
mucho más que las imágenes que en ella se representan.[26]»
.El filósofo del pesimismo disocia, por lo tanto, el contenido del
continente.
Para
la más reciente Teoría evolutiva del conocimiento[27]:«[...]
lo espiritual (conciencia) es, en la evolución, una propiedad
sistémica nueva, una función cerebral específica.
La aparición, la emergencia, de los fenómenos de la
conciencia (humana) sólo puede ser explicada, según nuestra
tesis, sobre la base de los «circuitos»
complejos del cerebro, del sistema nervioso central, teniendo en cuenta
que esos circuitos van parejos, en la evolución, a una diferenciación
y a una complicación crecientes del sistema nervioso central[28]».
Lo que se corresponde con un materialismo emergentista o con un identismo
evolutivo. Resulta al menos llamativo que Clifford, entre otros,
considerara a fines del siglo XIX que la conciencia era un epifenómeno
de los procesos fisiológicos.
La
Teoría evolutiva del conocimiento se ha ocupado también de
los aspectos de evolución en intercambio con el conocimiento científico.
Ha estudiado la evolución del método científico y
la gnoseología evolutiva, al igual que aspectos de la Lógica,
Teoría de los juegos, junto con las raíces biológicas
de la razón. Ha considerado la teoría kantiana de lo apriorístico
bajo el punto de vista de la biología actual. De ser ciertos los
presupuestos científicos de esta teoría, se podría
explicar, a partir de ella, los aspectos de emergencia del conocimiento
como adecuatio al mundo natural, del que toma sus elementos primarios.
La
conceptualización del carácter psicológico
del pensamiento ha ahondado en su intento de comprensión, otorgando
a aquel una propiedad de ser facultad junto a otras facultades. De este
modo, el pensamiento es entendido como actividad de la psiquis con
un marcado carácter de conocimiento mediado por las operaciones
intelectivas, volitivas y de percepción. Para el punto de vista
de la psicología, y también para el pensamiento positivista,
la conciencia adquiere un sentido psicológico sustancialmente sujeto
a caracterizaciones dicotómicas tales como actual-sustancial, dependiente-independiente,
activo-pasivo. Algunos autores, como Piaget, han estudiado en sus obras
los procesos mentales de tipo matemático y lógico, tanto
desde un punto de vista evolucionista como cognitivo a partir de la estratificación
polietápica de las fases por las que pasa el desarrollo cognitivo
del niño, del adolescente y en fin, del sujeto o actor social[29].
También la psicología diferencial se ha ocupado de ello desde
un punto de vista comparativo al analizar la distribución y graduación
de los componentes diferenciadores de las inteligencias individuales[30].
En las investigaciones de los psicólogos estructuralistas, la conciencia
es sometida a un análisis fenomenológico a través
de los conceptos de: i) «campo
de la conciencia»
cuyos componentes serían: el «tema», constituido
por la atención como propiedad de la conciencia, y que, en
el pensamiento de estos autores, formaría el «núcleo
noemático»
del que habla Husserl. ii) El «campo temático» —el
conjunto de referentes, entidades dotadas de sentido formal, lógico,
estructural o empírico dentro de un corpus teoremático—
que hace referencia tanto al tema de la conciencia, como a lo que está
en el campo de referencia «conciencial» del sujeto; siendo
para éste, un constructo del sentido de la realidad; sentido
articulado y conformado como base de la conciencia/intelección.
iii) El «margen», especie de intersección entre elementos
del propio tema y elementos que no estarían directamente relacionados
con éste[31].
Para
Brentano el pensamiento supone intencionalidad. No es receptáculo
ni contenido sino meramente acción proyectiva. Según este
psicólogo y filósofo, los fenómenos o aconteceres
psíquicos son descritos, de modo plausible, a través de la
intencionalidad; que permite un estudio científico de la conciencia
por medio del método descriptivo, de corte psicológico y
natural, al tiempo que filosófico y trascendental. El problema de
la finalidad
del conocimiento, que ha sido apuntado por Davis y
Hersh[32],
se enmarcaría dentro de esta idea de intencionalidad.
El
psicólogo y filósofo K. Jaspers —el otro gran pensador del
existencialismo alemán, junto con Heidegger— aportó el concepto
de grados de conciencia:«la
existencia fáctica individual, la existencia singular individualista
consciente, la doctrina individualista pueden concebirse como grados de
la conciencia»[33].
Y el de auto-conciencia: «en
la reflexión de la auto-conciencia individualista se da la tendencia
a un proceso de disolución nihilista de todo lo objetivo, universal
y, finalmente, del “sí mismo”».
Sosteniendo,
además, que: «no
se puede designar en absoluto un grado supremo de la conciencia»[34].
Los
empiristas radicales producen una subordinación del pensamiento
a la naturaleza, que se despliega en las manifestaciones de la realidad
primera del hombre. Mientras que, para los filósofos del neutralismo,
inmanentismo, fenomenismo y empirismo —tales como Mach y Schuppe—
no hay separación tácita entre realidad y conciencia. Fundamentalmente,
su visión arranca de un ontologismo neutral, al suponer que ambos
aspectos son formas de un mismo modo de manifestación del ser.
A
causa de las características de nuestra civilización se ha
primado el control del comportamiento como necesario para la direccionalidad
de la acción. Bajo determinadas condiciones sociales como son las
revoluciones o rebeliones de masas, el individuo director o líder
aparece como dotado de una autoridad carismática (Max Weber) que
le confiere saber sobre las directrices que han de guiar la acción
y sobre la finalidad hacia la cual se dirige esta acción —teleologismo
político—. Bajo estas condiciones de caos social, donde impera lo
azaroso y lo caótico, el individuo carismático tiende a dotarse
de un plus de capacidad para el control de los sucesos[35].
Aunque los resultados puedan ser negativos, tal tendencia persiste a lo
largo del tiempo como una forma de valuación sobre la autoestima
del actor central del proceso. Los procesos de desarrollo interno del sujeto
se vinculan a lo social a través del logro, sancionado positivamente
por la comunidad. El éxito logrado se convierte así en un
elemento de refuerzo de la acción que valida en el banco de pruebas
de la historia como éxito social. De esta forma se ponen en conexión
los elementos de conciencia interiores al sujeto y los resultados de la
praxis
en el marco de lo histórico-social.
La
importancia y repercusiones sociales de la investigación sobre el
pensamiento ha sido fundamental en el siglo pasado y en el actual con la
teoría psicoanalítica de Sigmund Freud, que ha puesto el
acento en los aspectos inconscientes de la mente. Al igual que con la superación
crítica —por parte de la filosofía analítica y del
estructuralismo— de la noción moderna de sujeto.
Desde
un punto de vista psicológico, las interconexiones entre lenguaje
y pensamiento son consideradas de índole sustancial como fenómenos
absolutamente relacionados. Los trabajos, v.g., del neurólogo
Bridgeman así lo indican. La interpretación fuerte de estas
conexiones ha tenido en la llamada Filosofía del lenguaje su mayor
exponente filosófico-teórico. El Positivismo lógico
del Círculo de Viena otorgó la mayor relevancia a los componentes
y aspectos estructuradores de la realidad a partir de la construcción
lingüística y a la explicación de aquella a raíz
de dicha construcción. Desde un punto de vista sígnico, cualquier
conjunto de signos-símbolos puede ser considerado como una creación
característicamente social[36];
y en este sentido, la sociedad sería el origen de la conciencia
y
de las funciones psicológicas superiores al ser los aspectos categoriales
signo-símbolo unas categorías constructivas no desligables
de la praxis propiamente humana. Autores como Vigotsky, entre otros,
se han ocupado de la construcción social de la mente/pensamiento
como resultado del sistema de signos utilizado, característicos
de la actividad humana y de la acción social. En este punto, la
conciencia tendría como cometido «dar
sentido a tantos datos como sea posible al nivel más útil
funcionalmente»,
según la aportación de A. J. Marcel. Otro psicólogo,
A. Gurwitsch, define el campo de la conciencia como «la
totalidad de los datos compresentes»;
estos datos, así lo entendemos, pueden ser, tanto datos sensoriales,
de conciencia «inmediata»,
aportados por el mundo natural-objetual, como datos simbólicos-abstractos
derivados de la estructura relacional de los sistemas sociales.
El
peligro estriba —dentro de una interpretación meramente sociologista—
en la posibilidad de hipostasiar la sociedad, absolutizándola
de tal forma que podamos perder de vista aspectos fundamentales para la
intelección de las relaciones de tipo sinérgico que pudieran
producirse; y por tanto, obviar constituyentes tan importantes como pueden
ser la contrucción genético-orgánica del cerebro humano.
En este apartado, resulta necesaria la aportación de la psicología
y neurología para completar el puzzle a fin de una comprensión
totalizadora del campo de la realidad.
La
cuestión derivada en relación al problema conciencia-mundo,
el problema de la indeterminación o libertad versus determinismo,
adquiere tintes dramáticos en lo que concierne a la controversia,
históricamente latente, sobre la libertad humana. Para la Psicología
cognitiva, lo absolutamente real sería los desarrollos o procesos
de computación internos que se desenvuelven en territorios no accesibles,
siendo la conciencia una resultante especular a posteriori que no
repercute en los acontecimientos. Para los teóricos de la Inteligencia
Artificial Fuerte (IAF) —en su reduccionismo funcionalista y/o formalista—,
la simple activación de algoritmos produciría la conciencia.
Frente a esto, Penrose argumenta que debe haber un ingrediente esencialmente
no-algorítmico en la actuación de esa mente/conciencia. Supone
que éstas realizan un papel activo discernible operacionalmente,
ya que la conciencia es necesaria para el manejo de situaciones donde se
realizan y ejercitan nuevosjuicios
que suponen nuevas reglas no establecidas con anterioridad. Como vemos,
se otorga una importancia fundamental a la conciencia como formadora de
juicios que manifiestan, de forma incontrovertible, la actividad
de esta conciencia. La impronta de ésta queda caracterizada por
la capacidad de distinguir o «intuir»,
en circunstancias apropiadas, la verdad de la falsedad. Esta capacidad
es necesaria para extraer aspectos sustanciales del amasijo de datos informacionales,
que llegan, a través de los órganos sensoriales, al cerebro.
La actividad juzgadora supone, según este autor, la reunión
de hechos, impresiones sensoriales, experiencias recordadas relevantes,
el sopesar de las acciones y cosas, y la formación de juicios «inspirados».
Frente a la opinión general de los psicólogos, Penrose sostiene
—quizás influenciado por su formación como físico
y matemático—, que es muy probable que los fenómenos estudiados
por la física cuántica, los llamados fenómenos
cuánticos, sean importantes en el modo operativo de funcionamiento
del cerebro. La indeterminación consustancial al comportamiento
de la realidad a estos niveles mecánico-cuánticos —formulados
en el famoso Teorema de indeterminación de Heisenberg—, supone una
concepción de la conciencia como capaz de influir en los juicios
de verdad de forma no-algorítmica. Esta visión queda reforzada
en su consideración del Teorema de Gödel, al quebrar
éste el programa formalista de Hilbert y su intento de formalización
pura de las teorías matemáticas que extrapola, aplicándolo,
a su visión no-algorítmica de los procesos de conciencia,
y por lo tanto, permitiendo un espacio de probabilidad y de análisis
funcional, característicos también del método de investigación
de la física del quanto.
La
noción de proyecto que supone un elemento creacional en la
conciencia. Este elemento proyectivo-creacional, a su vez, hace pensar
en la existencia de un componente teleológico consustancial a la
inteligencia humana. Incorporando la explicación sociológica,
podemos considerar que el hecho de cómo es vista e interpretada,
por parte de los diversos individuos que componen la sociedad, esa sociedad
—elementos recursivos—, de la que forman parte, este «cómo
ver la sociedad»
añade elementos fundamentales en el análisis de la acción
social en su relación con el pensamiento. Así, conciencia,
conciencia social, y sociedad, vinculados al conocimiento representan un
tríptico dialéctico completamente sometido a un ethos
dinámico inmanente a la lógica interna de lo social. La aportacion
de Penrose es significativa para entender determinados aspectos de la creación
científica y matemática. Los intuicionistas, con Brouwer
a la cabeza, habían hecho hincapié en los aspectos no formalistas
de la intuición primordial (el tiempo) de la matemática,
intuición venida a la palestra gracias al concurso del componente
temporal
de la conciencia humana. Este aspecto es por definición no-algorítmico,
es decir, es inmanente a la construcción genético-óntica
de la mente. El que se dé algún tipo de algoritmo conformativo
de orden biológico en la construcción de los cerebros es
precisamente lo que discute Penrose. Su planteamiento casa bien con las
incertezas de las teorías logicista y formalista al quedar la primera
apartada de una fundamentación rigurosa merced a la propia indeterminación
de la lógica como ciencia «primera»
en un sentido fundacional, no recursivista, es decir, necesitada a su vez
de una explicación metalógica de su esencia; y al estar,
la segunda, herida de muerte gracias a los trabajos de Gödel. Hoy
sabemos que la idea primaria de Hilbert acerca de la resolubilidad de todo
problema matemático que pueda ser planteado es falsa al haberse
demostrado la existencia de problemas no resolubles dentro de una determinada
teoría. Por lo tanto sí existe el ignorabimus en
matemática en contra de la primitiva concepción hilbertiana
expuesta en el programa de Gotinga del Mathematisches Institut der Universität
Göttingen.
Por
otra parte, quizás en ningún otro lugar, y en ningún
otro modo de pensamiento, hubiese surgido el intento de Russell y Whitehead
por reducir la matemática a la lógica. La desautorización
de la metafísica como organon de conocimiento dejó
paso a una reducción de la estructura compleja y rica de la matemática
tradicional a través de la síntesis axiomática y lógica
desarrollada en los Principia. El Logicismo, por lo tanto,
se engendró bajo condiciones de maduración intelectual y
de conocimiento que tenían presencia en la Inglaterra de principios
del siglo XX
Esta
cuestión de la indeterminación abierta del conocimiento,
es decir, de lo que es posible conocer, incorpora la noción de creatividad
que supone el de «sorpresa».
No podemos conjeturar cuándo una determinada manifestación
conceptual-intelectual se presenta como «salto»
de la conciencia desde un tipo de orden concreto. La característica
primordial de ésta es justamente su imprevisibilidad y la imposibilidad
de ser catalizada por medios formales, lógicos-secuenciales o recursivos.
La
problemática conocimiento-pensamiento en relación a la dominación,
está
en el núcleo temático de las preocupaciones de muchos intelectuales
conectado a las asociaciones, analogías, derivaciones y consecuencias
del fenómeno sobre el que hemos reflexionado. Podemos sintetizar
los flujos relacionales entre estos componentes que determinan lo interior
de sujeto asimilado a lo exterior, a lo social y al Otro como objeto/sujeto
enfrentado al yo del sujeto primario. A su vez ese Otro es también
un sujeto primario que se pone en relación con los otros significativos
y con la totalidad de la ordenación social a través de redes
más o menos expansivas y de mayor o menos alcance constituyéndose
así el tejido de lo social como un universal referente al núcleo
de cada actor social.
Esto
supone que dos de los conceptos paradigmáticos de relevancia histórica
para el pensamiento, como son conciencia y realidad, han ocupado las mentes
de los pensadores desde tiempo inmemorial. La reducción del concepto
realidad al de sociedad representa un acotamiento y delimitación
del antiquísimo problema ontológico, metafísico y
epistemológico que, heredado del pasado, ha sido tamizado por el
filtro de la teoría sociológica y, por lo tanto, sometido
a los parámetros valorativos y científicos del método
y reglas propios de la investigación histórico-social.
El
tema, como indiqué en el inicio del ensayo, es de fundamental interés.
Lo que procede es aunar los conocimientos derivados de las diversas disciplinas:
ciencia, matemática, filosofía, psicología, neurología,
sociología y demás ciencias adyacentes; sin olvidar las aportaciones
posibles de la cosmología y cosmobiología sobre el lugar
de la mente-conciencia y de la sociedad en la gran orquesta cósmica;
hasta producir una gran síntesis, destilada de las especulaciones
y trabajos científicos punteros y de la tradición heredada.
Todo
conocimiento está siempre sujeto a un plano de limitación
temporal. Está en un estadio o momento del devenir procesual que
supone el conocer. Siempre es posible agregar nuevos conocimientos o reestructurar
la Weltanschauung
que permita una nueva cosmovisión, tanto
del mundo, como de los paradigmas científicos que sostienen y estructuran
los presupuestos epistemológicos de la ciencia, sus métodos
y finalidad. Este ha sido, según la tesis de T. Kuhn, el proceso
que ha permitido las grandes metamorfosis científicas; o lo que
es lo mismo, el paso de la «ciencia normal» a la «ciencia
revolucionaria».
El
conocimiento concebido como plausible; más extenso y al mismo tiempo
también más concreto del conocimiento/conciencia, hará
posible comprender mejor sus interacciones con ese mundo más artificial,
construido por el individuo, al que llamamos sociedad; y, por lo
tanto, entender más fielmente las profundas interconexiones entre
el hombre y su obra. No es posible, en la actualidad, formular un aserto
categórico a favor del innatismo; o por el contrario, de
lo adquirido; ya que la entidad compleja a la que llamamos ser
humano,
y que aparece dotada de un aparato raciomorfo determinado genéticamente,
no es una entidad dada de una vez por todas, sino que se «hace»
en el proceso de socialización del que hablaron Luckmann y Berger
en íntima conexión con su presupuesto biológico, determinado
en los millones de años de evolución filogenética
y en la ontogénesis que propicia la ontogenia de los comportamientos.
El hombre es a un tiempo naturaleza y cultura. Pero es este último
componente, el que efectúa el acto supremo de constituir a la entidad
biológica homo en homo sapiens sapiens. Podemos decir
que, desde un punto de vista amplio y generoso, entre el hombre y su obra
en forma de sociedad, se produce un feedback de extraordinaria importancia
para la vida. El organismo humano posibilita los logros y realizaciones
culturales. Estos logros y realizaciones redundan en la conformación
social del hombre, permitiendo la adecuación de éste en el
sistema social que ha producido su conciencia, al tiempo que su condicionamiento
y limitación. De esta forma, la sociedad moderna es para el individuo
su hogar en sentido amplio y su «jaula de hierro»,
de la que hablaba el gran sociólogo Max Weber. El entramado de relaciones
que se producen entre los contenidos de conciencia y los aspectos sociales
forman un continuum íntimamente
conectado con categorías eternas del hombre pegadas a su ser, formando
una unidad indisoluble. Contraria contrariis curantur, nos dice
la versión latina del aforismo de Hipócrates. Así,
la comprensión de las duplas conocimiento-conciencia, sociedad-cultura
y sus relaciones puede ser una necesidad inaplazable en orden a entender
ese campo total de lo real-universal del que hemos hablado y su consecuente
influencia y repercusión en los modos de relaciones que podamos
tener, tanto con la naturaleza, como con nosotros mismos.
La
dominación se realiza en un proceso de interacción entre
los planos intimistas de la personalidad del sujeto y los planos sociales
propios de las estructuras como subsistemas que mantienen a su vez un conjunto
de vínculos entre ellos caracterizados por la permanencia y el equilibrio
a lo largo del tiempo, con eventuales rupturas o modificaciones que representan
salto evolutivos en el devenir dialéctico de las sociedades. Dentro
de este sistema aparecen un conjunto de paradojas que tornan, en algún
sentido, inestables a los sistemas sociales[37].
Estas paradojas, entre ellas la dupla libertad-dominación es posible
analizarlas en el plano de la lógica organizado un sistema axiomático
de tipo formal donde las proposiciones de partida tengan la suficiente
consistencia y grado de contrastación como para actuar de premisas
en una serie de derivaciones lógicas que pueden ser luego confirmadas
o refutadas en el campo de lo histórico. De este modo, es posible
aunar el método empirista e inductivo propio de las ciencias fácticas
con la potencia heurística de los sistema deductivos cuyo beneficio
mayor consiste en poner en relevancia aspectos ocultos de determinados
fenómenos que sin embargo estaban implícitos en los presupuestos
teórico o gnoseológicos que fundamental la posterior praxis
social o política. Una de las características que configuran
una ciencia avanzada es la de que ésta se desenvuelve, en su explicación
del mundo, cercana al plano de la abstracción metodológica
con la apoyatura de la matemática y de los sistemas de deducción
lógica, sean éstas bivalentes, multivalentes o borrosas.
Esta última lógica ha sido aplicada a teorías de mercado
y de sociología del consumo vinculadas a las mercadotecnias. Paradójicamente
en la actualidad los gestores de la tecnoestructura publicitaria está
en mayor disposición de conocer los impulsos básicos y no
básicos que determinan el comportamiento del actor como consumidor,
como homo consumens, sus pautas de comportamiento a varios niveles
y sus estados de pensamiento como intelecciones y como deseos. El conocimiento
de estas pautas comportamentales del ciudadano-consumidor-productor permite
el análisis de los diferentes segmentos sociales en función
de una serie de variables que colocan a cada individuo dentro de un paquete
digerible y manipulable en términos conceptuales y también
operativos a la funcionalidad del modelo económico. A su vez este
análisis primero canaliza la serie de acciones que las empresas
llevan a cabo para hacer deseables —y por lo tanto comprables— sus productos.
Es decir, se aplican una serie de conocimientos que vienen de la sociología,
la psicología social, la psicología y la teoría política
—márketing político— que permite la prospectiva de consumo
—o electoral— y la gestión de venta derivada. El sociólogo
realiza el intento de fundamentación de los fenómenos sociales
en las coordenadas del espacio y del tiempo histórico donde el devenir
de las sociedades se cumplimenta. Debe aprender a explicitar un enorme
conjunto de variables que mantienen entre sí complejas interacciones
—en muchos casos no demasiado claras— en la procura de encontrar, en el
caso de que existan, explicaciones plausibles de los hechos y de los componentes
causales que los determinan.
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