El 26 de enero de 2006, los integrantes de la XIV Promoción de Licenciados en Computación me invistieron con el gran honor de ser Padrino Epónimo de promoción. Debajo copio la transcripción del discurso que en honor y gratitud a ellos pronuncié.

Buenas noches, estimados graduandos, colegas del presidio, familiares e invitados especiales.

Esta noche reúne, sin lugar a duda y de manera singular, veinticinco talentos extraordinarios que nos invitan a compartir junto a ellos el final de una carrera, el logro de un sueño… Hablar de cuan especial es el significado espiritual y material de ese sueño es el propósito necesario de este momento: para ello nos han pedido a los que conformamos el presidio que oficiemos tan magna ceremonia; para ello les han pedido a Uds., familiares y amigos, que sean testigos orgullosos de este acto en el que cada uno de ellos empezará a blandir la espada y la insignia de Licenciados y Licenciadas en Computación. Y al final de la noche se volverán de cara a todos Uds. Y dirán “¡miren, esto es por Uds. y para Uds. Cada día, cada experiencia, dulce o dura, valió la pena!” y les darán las gracias por su amor y su apoyo…

Así como a mí, en este momento me toca dar gracias también, por el increíble honor que esta noche estos nuevos colegas míos me hacen: ¡Padrino Epónimo! Ni en mis sueños más audaces, ni en mis aspiraciones más ambiciosas pensé jamás recibir tal honor. Y por ello, ante Uds. me presento, humilde y con el pecho henchido, los ojos aguarapados y un nudo en la garganta, a comulgar con Uds. de este momento, a ser como los demás testigo orgulloso de verlos alcanzar por lo que tanto trabajaron, y a darles gracias.

Como computista, mi intención siempre fue inculcarles pasión por la ciencia y práctica de la computación, para que sean competitivos en el mercado laboral al que ahora se enfrentan. Como LiComniano, mi intención fue extender la tradición de mis maestros: de Nydia Mercau, de Luís Héctor Arciniegas, de Hébert Nieto, de Amir Granadillo y Jenny Pantoja, presentas acá esta noche; la misma tradición que formó profesionales de proyección internacional: ingenieros de software en Escocia, Telefónica de Chile, Motorota - Canadá, entre otros, así como centenas de exitosos profesionales del sector público y privado de nuestro país, incluyendo un profesor de la Escuela de Computación de la UCV y ocho profesores de nuestra Universidad del Zulia.

Como hijo de esta Tierra del Sol Amada, tierra de guerreros del calibre de Mara y presidentes leales como Urdaneta, de poetas de la pluma de Udón y rectores del tamaño de Ochoa y Lossada, de esta tierra que pariera reinas de bellezas internacionales, deportistas al hall de la fama y científicos con calidad Nobel; como hijo y heredero de este acervo de nobles y leales, mi intención fue siempre recordarles que Uds. también son herederos del mismo legado, hijos, nativos o adoptados de esta Universidad del Sol y Libertad, y que, como tales, su sangre y su espíritu retumban con el susurro de Sinamaica y el destello del Catatumbo, con la frescura de la Sierra y la riqueza del Mene, llevando, como lo exalta el himno de nuestra Alma Mater, con orgullo su luz adelante, siendo paradigma de aquellos a quienes aman.

El honor que hoy Uds. me hacen refleja que en cierta medida he logrado instigar parte de estas intenciones en Uds. Por ello, mi alma se regocija, por cuanto mi labor no ha sido en vano.

Hace años leí un tratado de Antropología Cristiana por el autor Warren Brown, quien comenta que existe evidencia abrumadora que sugiere que en nuestro proceso de evolución, los humanos nos alejamos de nuestros predecesores primates en nuestra independencia parcial pero notoria de los instintos, sustituyendo tal dependencia con la transmisión de conocimiento de una generación a la siguiente de manera verbal y escrita, como mecanismo de sobrevivencia: cada generación mejora el conocimiento de la anterior, explicando así en parte el tamaño alargado de nuestro cerebro y la aparición de estructuras de procesamiento de lenguaje y memoria para la diseminación y enseñanza del conocimiento obtenido por una generación a la siguiente, y colateralmente estructuras para la producción creativa y el goce de experiencias religiosas. Al leer a este autor comprendí el propósito biológico, el sentido espiritual y el valor singularmente humano de la docencia y comencé entonces a disfrutar aún más de mi labor diaria en esos salones, laboratorios y pasillos en los que no hace mucho yo mismo alcanzara la meta que Uds. hoy alcanzan y en los que comulgué con Uds. día a día. Y comencé a dar gracias en silencio por la especial oportunidad de ser parte de esta maquinaria bio-espiritual.

Hoy, acá, tengo la oportunidad de romper el silencio y dar gracias explícitas a Uds., madres, padres, hermanos, cónyuges, hijos y familia extendida, por permitirme ser vicario en el proceso de crianza y formación de estos formidables hombres y mujeres, computistas LiComnianos zulianos. Y gracias a Uds., muchachos, por haberme permitido formar parte de sus día a día.

Porque el camino de la enseñanza es uno de doble vía, gracias por la enseñanza que recibí de Uds.: por enseñarme paciencia, por mostrarme el valor de una segunda oportunidad y por compartir conmigo el poder de las convicciones personales; por enseñarme el lado humano del acartonado mundo de la academia científica; gracias por permitirme reafirmar que, generación tras generación de licomnianos, muchos de los mismos arquetipos reinciden con tradicional éxito, idiosincrasia ésta de ensambles eclécticos de personalidades diversas, de filosofías de vida y valores, de formas de estudio y enfoques de resolución de problemas que al unirse crean fórmulas de éxito como la que en estos momentos atestiguo frente a mis ojos…

Así, pues, por la avidez insaciable de conocimiento de Jesús, de Orlando y de Dennis Rodríguez, y por la emoción casi pueril cuando lo visto en el salón funciona en el laboratorio de Frank Tocayo y de Dennis Ruz, ¡Gracias!

Por el empuje afable de Gerardo, de Johnny y de Joel, así como por la franqueza confrontante de Edwin y de Danny, ¡Gracias!

Por la tenacidad y sagacidad imbatibles de Niriedith y de Nerio, así como por la constancia si bien callada, aún efectiva de Andreina, Dayana y Gabriel, ¡Gracias!

Por el empeño e ingenio indetenible de Danella y Julio, y por el tezón valiente y a prueba de balas de Ireisy y Wilmar, de Angélica y Marlyn, ¡Gracias!

Y por los esfuerzos perseverantes, siempre de tratos gentiles de Kely y Silvia, así como por las luchas sin rendición y el optimismo y la generosidad sin fin de Carol y Vanessa, ¡Muchas Gracias!

¡Por lo enseñado, por lo vivido y por lo que aún nos falta… Gracias, colegas!


Pocos días después, varios de mis colegas y ahijados de promoción me hicieron una despedida a una de mis múltiples aventuras.