El Sueño de una Normalista
Cuento mensión de honor en el concurso intercolegial "María Piedad Leví de Castillo" desarrollado en el colegio "Dolores Sucre" de la ciudad de Guayaquil en Diciembre de 1988
Guayaquil, Septiembre 23 de 1988
Era una habitación un poco oscura para las cinco de la tarde, la causa, sin duda, era el color durazno de sus paredes, humedecido por algunos inviernos. Estaba poblada por muebles de madera barnizados, imposibilitando el paso por la estrechez que existía entre uno y otro. Era una especie de cuarto de estudio, hacia cualquier lado que se miraba se encontraban libros, a excepción de una pared que se había destinado para un pizarrón, sobre la cual la bombilla eléctrica aún se encontraba apagada.

Habían tantos cuadros de personas conocidas, pinturas hechas por niños en las paredes y mapas como libros. La puerta, del mismo color de las paredes, silenciosas al moverse producía una brisa artificial. Sólo un artefacto podía salvar a la primera habitación de la casa a estar condenada a ese ambiente de melancolía y antigüedad, el equipo de sonido que sintonizaba temas románticos, se escuchaba bajo, pero claro. Era uno de los nuevos, los que tienen lucecitas de color alrededor, adquirido por la insistencia de los chicos, se acoplaba perfectamente al ritmo modero. La única ventana estaba junto a éste, separada por un pequeño mueble, por ella se podía observar claramente el firmamento pero no el horizonte que había sido taponado por la casa de los de enfrente con los que la familia había cortado su amistad, razón por la cual no se observaban personas frecuentemente por esa ventana que sólo pasaba cubierta por una cortina multicolor.
Dueña y Señora
Hacia la parte central, recostada en la silla del escritorio, reposaban cuerpo y alma de la señora de la casa, profesora de una escuela en uno de esos cantones alejados de la ciudad. En su casa era la dueña y señora, capaz de dominar con su sicología del amor a todo ser viviente, que se aventurase por su territorio.

Por casualidad había dejado de leer un libro de título extraño que o dejó caer suavemente sobre su regazo. La manera en que sus manos se posaban sobre el libro demostraba una ternura de joven madre a pesar del cansancio que la había acosado durante el día. En su rostro aún no se notaban las huellas de la edad a excepción de unas pequeñas heridas en su nariz por la presión de sus lentes, pero su cansancio se notaba. Al verse en su soledad su alma se llenó de una gran melancolía.

¡Toda una vida dedicada a los pequeñuelos! - exclamó - ¡qué día, qué día!...

La rutina, cada mañana hacia la escuela, viajar hora y media soportando el mismo polvo y los baches de siempre, ver el mismo pavimento de la carretera, conocer nuevamente los mismos árboles de las haciendas, los cuales habían sido sus materiales en las lecciones de Ciencias Naturales, pero que la costumbre de tanto verlos aprendió a admirar y amar a la naturaleza onmipotente..., enseñar, enseñar..., resolver asuntos, interrelacionar actividades, volver a viajar otra hora y media en las mismas condiciones, llegar a la casa y dedicarle a ella todo su amor.

Al morir la tarde
Llegaban las seis y ella quedó dormida. Una sonrisa brotó de su subconsciente, seguramente estaba soñando mientras sus cabellos se tiraban poco a poco hacia atrás. No se oía más que la música lenta en la radio, afuera del cuarto era como si no hubiese nada, era la tarde más tranquila de su vida. Una brisa proveniente de la ventana acercaba a la noche o talvez la trataba de sacar de la habitación cada vez más oscura.

Se aercaban las siete y un brazo de ella cayó suspendido entre el suelo y su cabeza que fue a detenerse en el brazo del asiento. Seguía sonriendo, estaba soñando.

- ¿Qué soñará? - hasta el libro que aplastaba se preguntaba.

Es que era un cuadro su sonrisa, digno de ser colgado. Su mente era como un album de recuerdos: esas experiencias hermosas de su infancia, sus buenos amigos, su escuela, su graduación, su matrimonio, el alumbramiento de sus hijos y tantas más; depositaban en su alma una gota de miel, y el cansancio del día hizo su parte en su inconsciente para relajar su mente.

El sueño
Y era que en aquella misma habitación donde acudía cada tarde a preparar las lecciones para el día siguiente, en la que había orientado a propios y extraños, en la que hacia cualquier lado que se miraba se encontraban libros, ahora en su lugar existían perchas muy bien acomodadas, colmadas de un sinfín de juguetes odernos, mientras ella convertida en anciana, recostada sobre una mecedora cubría sus piernas con una manta azul, mientras una docena de nietos la rodeaban con sus pequeñas figuritas y sus rostros atentos a cuantas anécdotas fluían a ellos de su mente. Sobre sus débiles piernas, esparcidas se encontraban unas fotos, sus lentas manos se posaban sobre cada una, y al son de la insistencia, se atropellan los recuerdos en su mente.

- ¿Y quién es éste abuelita? - preguntó uno de sus nietos.

Era la foto de sus alumnos, uno de sus predilectos, no precisaba su nombre.

- Es Jorge, ¡no, no!, es Wilmer - le respondió cuando a su mente retornaban escenas de antaño - ¡Ah, éste era un pícaro! - explicó - pero buen, buen chico; jamás usaba su blanco y limpio pañuelo, lo mantenía así y estaba pendiente y presto para dármelo para limpiar mis espejuelos...

- ¿Y éste abue?

- ¡Ah, él es Luis!, el de paso lento y mirada profunda, el de las frases nobles y sinceras; éste si que era un chantajista, pero buen chico, buen chico. Siempre entragaba sus tareas incompletas pero nunca se olvidaba se sus frases con las que se ganaba una dulce mirada.

- ¡Te adoro! -, de pronto sus manos temblorosas sostuvieron una tarjeta en la que había un hombre dibujado y un corazón muy grande en el cual estaba escrita una sencilla frase. Su rostro se llenó de melancolía, no atinaba recordar quién se la había dado. En su vano afán por recordar se conformó con el tenue recuerdo de alguno de sus niños, más abajo concluía la esquela: "Feliz Cumpleaños".

Blancas flores y una tarjeta
Lentamente abrió los ojos y ante ella, sobre el escritorio asombrada fijó su atención en el bouquet de blancas flores que en éste descansaba. Al leer el reverso de la tarjeta su sonrisa se prolongó aún más.

"La promoción 1989 - 1990 expresa toda su gratitud a quien fue su profesora del sexto grado, el día de sus cumpleaños". Varios alumnos firmaban pero lo encabezaba Luis, el de las frases nobles.

- ¡Qué sueño, qué sueño! - exclamó. Sus ojos se cerraron, no quería dejar escapar tanta alegría. Al abrirlos nuevamente fue como si hubieran llegado las dos estrellas que le faltaban a esa noche. Las dos estrellas y la luna.

Unas voces de fuera de la habitación la volvieron a la realidad, su esposo y sus hijos la colmaron de caricias y besos. Ella se dispuso a consumir su sueño y salieron a festejar su onomástico.

En la habitación quedó la música de la radio y la oscuridad de la noche, única testigo del sueño de la maestra normalista.
Este cuento fue publicado en el diario "El Universo" de la ciudad de Guayaquil - Ecuador el 16 de Agosto de 1989.

"En pocas ocasiones los profesores son involucrados como protagonistas en obras literarias. El presente cuento es el primero que lo hace con los normalistas ecuatorianos, deja expresado sus sentimientos en la profunda vocación educativa..."
(Palabras de reconocimiento en la entrega de Mención de Honor del Club Unesco del Instituto Normal Superior "Leonidas García" en Diciembre de 1988)

"Es un ejemplo a imitar por los estudiantes que contrasta con la actitud destructiva de los jóvenes actuales"
(Palabras de reconocimiento al ser electo como Presidente del Club de Ciencias y Tecnologías del Instituto Normal Superior "Leonidas García" en Octubre de 1990).