¿Por qué erradicar el trabajo infantil?[1]
Walter Alarcón Glasinovich
La misma
interrogante podemos frasearla de otro modo: ¿debemos, acaso, erradicar el
trabajo infantil? Para algunos no dejará de causar cierto asombro esta
pregunta. ¿A estas alturas volver a una cuestión tan elemental? Sin embargo, lo
cierto es que diversas instituciones mantienen reticencias en torno al
planteamiento sobre la erradicación del trabajo infantil. Más importante aún,
la ciudadanía en general se mantiene
entre la indiferencia y una actitud complaciente ante este problema.
El sentido
común cuestiona, si no trabajan, ¿cómo van a comer estos niños? ¿Acaso ustedes
quieren que se conviertan en rateros para sobrevivir? Además hasta existen
casos de adultos exitosos que han trabajado de niños. Entonces, ¿cómo nos van a
decir que siempre el trabajo infantil daña y castra el futuro? Allí está
nuestro actual Presidente. Algunos compañeros que viven en zonas andinas podrán
pensar, pero el trabajo que he visto hacer a los niños en el campo no
necesariamente los afecta, además esta actividad forma parte de su tradición
cultural. Siempre lo han hecho y difícilmente dejarán de hacerlo. Otros
arguirán; bueno, sus propuestas son muy interesantes pero el Perú no es Suecia.
El estado peruano, agobiado por esta crisis endémica, no tiene dinero para
desarrollar los programas sociales necesarios para que los niños no trabajen.
Hay que ser realistas. No queda más que reconocer legalmente el trabajo
infantil y reglamentarlo. Quizá un sector, más basado en su experiencia
personal con niños trabajadores, haya percibido que éstos desarrollan en el
trabajo ciertas habilidades e incluso valores positivos como solidaridad o
responsabilidad, ¿acaso se está contra esto? A veces se dice, pero si tú
preguntas en las calles a los chicos cómo se sienten en su trabajo ellos te
darán por toda respuesta: bien. ¿y ustedes dicen que les hace daño a pesar que
muchos de los supuestamente afectados dicen lo contrario? Incluso existen
cuestionamientos a los términos. Algunos amigos míos plantean, de acuerdo pero
erradicar suena fuerte. Mejor utilicemos el término desalentar el trabajo
infantil. Hay quienes lo frasean como desalentar progresivamente el trabajo
infantil nocivo. Finalmente algunos otros -éstos sí me parece con mala intención o en un
estado de orfandad informativa absoluta- afirman que los niños trabajadores
comenzarán a ser perseguidos policialmente siendo éste el objetivo final de una
política de erradicación. En esta perspectiva erradicar el trabajo infantil quiere
decir erradicar a los niños trabajadores. Esto es lo que quieren aquellos
abolicionistas.
Creo, sin
embargo, que la verdad es siempre una construcción social. Esto es,
probablemente todos tengamos algo de razón porque sencillamente miramos desde
distintas ópticas a los fenómenos sociales. Algunos subrayamos unos aspectos
mientras otros compañeros subrayan otros elementos del mismo hecho. Todos
poseemos experiencias vitales distintas. Incluso nuestra imagen sobre cómo debe
ser una sociedad mejor no necesariamente será la misma. Felizmente todos somos
diferentes y por eso todos somos necesarios. Cada quien, desde su óptica,
esclarecerá y quizá algo aportará a favor de los niños que actualmente se ven
obligados a trabajar. Hay que aprender a comprender el trabajo social de
aquellos quienes sostienen posturas distintas, o incluso radicalmente
discrepantes a las nuestras, para aprovechar sus aspectos positivos e
incorporarlos a nuestra reflexión, porque es claro que en el esfuerzo colectivo
por un mundo más humano, absolutamente nadie sobra y nadie ejerce el monopolio
de la verdad.
Argumentaré, entonces, desde mi óptica las razones porqué creo que el trabajo infantil debe ser
erradicado. Mi punto de partida es muy simple: todos los seres humanos tenemos
los mismos derechos a gozar del bienestar y la felicidad. Sean éstos niños,
jóvenes o adultos; sean homosexuales o heterosexuales; sean blancos, negros o
amarillos; sean creyentes o ateos; sean pobres o ricos. Todos los seres humanos
somos intrínsecamente iguales y por ello tenemos los mismos derechos al
bienestar y la felicidad.
La realidad
cotidiana, sin embargo, es otra. En la sociedad contemporánea existen múltiples
formas de exclusión que hacen que no todos los seres humanos tengan las mismas
oportunidades. Es como en una carrera
donde algunos, generalmente los menos, se colocan
Sucede lo
mismo con la infancia. En el Perú constatamos que ésta es una categoría
social en extremo heterogénea. No todos
los niños y niñas tienen las mismas oportunidades al bienestar. En un país como
el nuestro no existe infancia, sino infancias múltiples. Entre un niño que vive
a
Pero
plantear que existen múltiples infancias quiere decir que existe mucha
desigualdad y exclusión. El objetivo de nosotros que trabajamos por los derechos humanos de
los niños y niñas, reitero, consiste en promover todas las acciones necesarias para que todos
los niños y niñas -tanto de las comunidades andinas o amazónicas, como de los
asentamientos urbano marginales o sectores residenciales- tengan las mismas
oportunidades de alcanzar el bienestar y la felicidad en sus diversas
dimensiones.
Colocado
así el problema nuestra pregunta es: ¿el trabajo infantil existente en el Perú
promueve o limita el bienestar de la infancia?
El trabajo que actualmente hacen los chicos en las calles, en las minas,
en el campo o en el servicio doméstico ¿favorece o traba que los niños y niñas
trabajadores tengan las mismas oportunidades para alcanzar el bienestar en relación
a aquellos que no trabajan ? Sin prejuicios examinemos este asunto.
Mirado en
el corto plazo, el trabajo que hacen los niños les permite contribuir a la
subsistencia familiar. Por poco que aporten, dicha contribución tiene
significado, especialmente entre
las familias en condición de extrema
pobreza. Pero también un segmento de niños trabaja para comprar sus útiles
escolares. Sin trabajar quizá no podrían asistir a la escuela. Tenemos,
entonces, que el trabajo infantil contribuye de algún modo a paliar las
carencias de la pobreza. Justamente en contextos pobres, muchas madres y padres
ven al trabajo como una forma de capacitar a su hijo, no sólo en términos de
alguna habilidad o conocimiento sino, enseñarles lo que es la vida: la vida es
dura y eso debes aprenderlo casi desde que puedes caminar. El trabajo es
percibido como una suerte de escuela de vida.
Creo que
estaremos de acuerdo en que las familias y las personas -salvo casos
patológicos- no buscan hacerse daño. El trabajo infantil, desde la situación de
la gente pobre y desde estos niños que trabajan, tiene una racionalidad. Y esta racionalidad hay que entenderla para
poder actuar con éxito.
Algunos
niños trabajadores aceptan su situación con orgullo, pero otros tantos no se
sienten a gusto e incluso muestran vergüenza. Sin otra salida, sencillamente
deben trabajar. Existe en la población en condición de pobreza una tensión
entre el deseo de una vida mejor y la dura realidad cotidiana. Evidentemente, nadie se va a dejar morir, y
para sobrevivir se movilizan todos los
recursos a mano, sin tiempo para detenerse a reflexionar sobre el peligro o
daño futuro. La propia concepción de riesgo entre las poblaciones muy pobres
queda restringida exclusivamente a
situaciones límites.
Múltiples
estudios de antropología, y nuestra experiencia cotidiana, nos enseñan que la
pobreza limita el horizonte. Resta
perspectivas. En la cultura de las
familias pobres, principalmente entre
aquellas en condición de miseria, no
existe el mañana. Sólo hoy, sólo el corto plazo. Las familias cuyos hijos
trabajan parecen pertenecer a este patrón. No se problematizan las
consecuencias del trabajo de sus niños a mediano y largo plazo. No pueden
problematizárselo. La mira está puesta en cómo hacer para subsistir y comer hoy
día, esta semana, este mes, y punto. Más
adelante , sólo Dios sabe.
Nosotros
-en este auditorio- hemos tenido otra trayyectoria de vida. No nos correspondió
vivir en pobreza absoluta, ni seguramente tampoco en la opulencia. Somos de aquellos que en el
partidor tuvieron mejores oportunidades: tuvimos educación. Precisamente son nuestras condiciones de vida
las que nos permiten tener un horizonte más amplio. Nosotros estamos en
capacidad de ver las consecuencias del trabajo infantil en la vida futura de
los niños y niñas y en el desarrollo del país. Esto no solamente nos da un
horizonte más amplio, sino también una responsabilidad mayor que debemos saber
asumir.
Muchas familias con niños trabajadores –al
igual que las personas e instituciones que defienden el trabajo de los niños
pobres como un derecho- comparten una visión cortoplacista del problema. Bajo
estos límites de tiempo, efectivamente, no se puede percibir cabalmente el grave daño que produce el
trabajo infantil, ni a nivel individual
ni a nivel del desarrollo del país en su conjunto.
No
obstante, otra forma de examinar este problema consiste en sacarlo del corto
plazo y observar sus consecuencias hacia el mediano y largo plazo. Si se cambia
la lente, otra será la visión y otra la opción final. Vista la infancia desde el punto de vista de
su derecho inalienable al bienester y la felicidad, la educación cobra primera
relevancia como factor para mejorar las oportunidades y la calidad de vida de
las personas. En nuestra perspectiva, la educación se convierte en el eje de
análisis porque, en el mediano y largo plazo, lo que se pierde o se gana en
educación dura exactamente para toda la vida. Sin educación las posibilidades
de exigir el cumplimiento de los derechos sociales, económicos, culturales,
civiles y políticos son mucho más estrechas, por ello es que la educación es un
derecho que abre puertas a otros derechos.
Para probar
los efectos del trabajo en la educación de los chicos es inevitable hacer uso
de algunas pocas cifras. Según datos de las Encuestas Nacionales de Hogares de
1999, entre la población de 14-17 años (recuerdo que en esta encuesta se recoge
información laboral sólo desde 14 y más años de edad), de los chicos que
trabajan, no asisten a la escuela el 38%. Es decir, 38 de cada 100 adolescentes
que trabajan están fuera del sistema educativo. De otro lado, entre los chicos
de la misma edad que no trabajan, no
asiste el 13%.
Tenemos
entonces, 38% de inasistencia escolar de trabajadores vs. 13% de inasistencia
escolar de no-trabajadores. Acá se revela un problema: la magnitud de chicos
que no van al colegio es tres veces más entre los trabajadores en relación a
aquellos que no trabajan. Este dato hace razonable pensar que el trabajo es un
factor que traba la asistencia escolar. Quizá no el único, pero es un elemento
que dificulta ir al colegio.
Veamos cómo
les va a aquellos que trabajando pueden
compartir sus labores con el estudio. La misma encuesta nacional nos indica que
de los trabajadores entre 14-17 años de edad, 49% tiene uno o más años de
atraso en la escuela. En cambio, entre el grupo de no-trabajadores el atraso
escolar disminuye a 32%.
En ambos
casos es elevadísimo el porcentaje de atraso escolar. Sin embargo, en atraso escolar, tenemos
49% de los trabajadores vs. 32% de los no-trabajadores. La desventaja de
los primeros es bastante elevada.
En realidad
no podía ser de otra manera. Trabajar implica un esfuerzo, no sólo consume y
quita tiempo al estudio y posibilidades de hacer las tareas escolares, sino
también resta energías tanto durante las clases como en la casa para estudiar.
Evidentemente es un gran mérito que los chicos que trabajan logren estudiar,
pero el costo y esfuerzo que esto implica los coloca en desventaja frente a los
otros estudiantes.
Ciertamente,
algún educador o promotor, en su relación cotidiana con niños trabajadores,
podrá decir: "pero todos mis chicos trabajan y a su vez asisten al
colegio". Esto puede ser cierto y qué bueno que así sea. Sin embargo, los
casos y experiencias personales no siempre son iguales a las cifras nacionales,
recogidas tanto de zonas urbanas como rurales, tanto de grandes ciudades como
de pequeños poblados y de los cuatro rincones del país. Es decir, la
experiencia personal es muy importante, pero sería un grave error que el árbol
impida ver el bosque.
Lo que las
evidencias nacionales demuestran es que el trabajo prematuro resta
oportunidades. Coloca a los chicos que trabajan detrás del partidor en relación
a aquellos que no trabajan. Y aquellas personas que luchamos -desde nuestros
diversos puestos - por una sociedad donde todos tengan el derecho a tener las
mismas oportunidades, no podemos permanecer indiferentes ante esta situación.
El trabajo
infantil que en el corto plazo parece ser una salida o alivio a la pobreza
familiar, visto en el mediano y largo plazo, es una factor que consolida la
pobreza. El niño trabajador, por la pérdida en educación, mañana solamente
podrá acceder a las ocupaciones de menor calificación y peor pagadas. Así, el
trabajo infantil reproduce pobreza. Por ello el actual niño trabajador tiene altas probabilidades de ser el futuro
padre de nuevos niños trabajadores. La pobreza se reproduce
intergeneracionalmente. Este círculo vicioso debe de romperse.
El trabajo de los niños, sin embargo, no
es definitivamente un problema personal o familiar. No solamente resta
oportunidades a nivel individual y familiar. En un contexto mundial de
creciente globalización y cambio tecnológico donde la formación del capital
humano se convierte en eje central para que un país pueda competir en
condiciones óptimas, el trabajo infantil –por la pérdida que implica en la
educación- se revela como un problema que tiene profundas repercusiones
macroeconómicas. No habra posibilidad de un país competitivo con 1 o 2 millones
de niños, niñas y adolescentes que en lugar de concentrar su tiempo en la
escuela, tienen que vender golosinas o separar basura. El desarrollo
contemporáneo descansa en el acelerado cambio tecnológico. Pero la tecnología
no es más que conocimiento científico aplicado a la producción. Crear
conocimiento científico supone educación superior y sobre todo este andamiaje
está la educación básica escolar. Esta última es el cimiento de cualquier
modelo de desarrollo que aspire a la equidad.
Todo aquello que afecte la educación
escolar debe ser combatido. Si el trabajo que hacen los niños impide la
asistencia escolar, o provoca dificultades en el rendimiento académico, el
trabajo infantil debe ser erradicado.
El trabajo infantil, visto en el mediano
y largo plazo, es un problema que resta oportunidades individuales y traba el
desarrollo nacional. No es viable un país con 10 o 15% de su población menor de
edad trabajando en lugar de estudiar. El Perú está desperdiciando la formación
de su capital humano.
Desde esta perspectiva, la erradicación
del trabajo infantil es parte integrante del combate a la pobreza. En el largo
plazo no se disminuirán de manera estable los índices de pobreza si
paralelamente no se diseñan políticas tendientes a erradicar el trabajo infantil
porque, como hemos argumentado, éste, por la pérdida en educación, reproduce pobreza.
Es una falacia la tesis que primero debe
eliminarse la pobreza para luego enfrentar el trabajo infantil. No hay una
relación causal unívoca entre pobreza y
trabajo infantil. Esto último quiere decir que, aun en el supuesto que se haya
erradicado la pobreza en el Perú, habrán
niños trabajadores si es que no se enfrentan dos condiciones más directas que
tienen que ver con la prevalencia del trabajo pematuro particularmente en
ciertas zonas del país: 1)acceso a una educación de calidad y pertinente a las
necesidades tanto de los niños como de sus padres; 2)cambio de actitudes de los
padres frente al trabajo, promoviendo en ellos una concepción de derechos que
valore al niño en sí mismo y no lo reduzca a mero instrumento de generación de
ingresos.
Ya casi para culminar, solamente un comentario en relación a una de
las confusiones mayores cuando se reflexiona sobre estos problemas. A veces se
tiende a identificar la erradicación del trabajo infantil con la erradicación
de los niños trabajadores. Esto es tan falso como suponer que erradicar la
pobreza equivale a erradicar a los pobres.
Un aspecto es el fenómeno social
-enclavado en estructuras económicas, sociiales y culturales- y otra son los
individuos que temporalmente ejercen los roles en cuestión. El pobre no es la
pobreza y el niño que trabaja no es el trabajo infantil. De allí que las
políticas no pueden confundir ambos niveles de análisis. Un asunto es cómo enfrentar
las condiciones económicas, sociales y culturales que están en la base del
trabajo infantil y comenzar a discutir, entonces, sobre las políticas sociales
más apropiadas para superar tales condicionamientos y no exista el trabajo a
edades prematuras. Otro tema distinto consiste en evaluar qué hacemos hoy día y
cómo protejemos el desarrollo de aquellos niños que actualmente padecen las
consecuencias de tener que trabajar a corta edad, es decir, cómo protejemos el
desarrollo humano de los actuales niños trabajadores. Siempre hay que
articular de manera coherente las
acciones de corto plazo con las políticas cuyo proceso de maduración son más en
el mediano y largo plazo. Evidentemente proteger el desarrollo humano de los
niños que actualmente se ven obligados a trabajar no tiene porqué llevar a
proteger y menos promover el trabajo infantil.
Como ya se ha insinuado, la erradicación
del trabajo infantil será una tarea de largo plazo. No hay otra forma en las
condiciones económicas de nuestro país. Todo programa o proyecto de
erradicación del trabajo infantil, por exitoso que pueda parecer, estará jaqueado por la pobreza. Nuevos niños
pobres llenarán el vacío de los que ya no trabajan. Hay que trabajar a varios niveles. Tanto en
el corto plazo con programas y proyectos, pero también a mediano y largo plazo
proponiendo y demandando al estado las políticas sociales necesarias para
lograr una educación de calidad para todos los niños y un trabajo decente para
todos los adultos. Ni el proyecto o
programa focalizado, ni las políticas tienen sentido y perspectiva en sí
mismas sino se articulan ambos niveles. Las políticas demoran en madurar y la
gente sufre hoy día. Pero limitarse sólo
a los proyectos equivale a parchar la injusticia. Tenemos que trabajar en ambas
esferas.
Vale la pena remarcar y dejar explícito
que –desde la perspectiva de
Es necesario tener una visión estratégica.
Esta será una tarea cuyos frutos se verán en el mediano y largo plazo. Hay que
avanzar en la erradicación del trabajo infantil, pero no habrá éxito posible
sin una sólida política de prevención que coloque en el eje central la
educación escolar y la promoción de una cultura de derechos, focalizada
principalmente en los sectores más vulnerables al trabajo infantil. No hay que
limitar nuestra óptica exclusivamente a los que hoy trabajan, sino que debemos
a comenzar a reflexionar cómo podemos aportar para que no existan nuevas
generaciones de niños que tienen que entrar a trabajar. Si hay que establecer
consensos y prioridades, éstos deberían de construirse –no solamente en función
a las ocupaciones más oprobiosas -sino en base a un acuerdo para que lo más
pequeños no trabajen, porque ellos son más vulnerables y con menores recursos
para enfrentar los riesgos.
[1]Conferencia en el
Seminario-Taller Nacional organizado por