El
abuso y las causas de la corrupción (1) |
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Recientemente se ha hablado mucho en los medios de Puerto Rico sobre la corrupción, sus causas y sus posibles soluciones. La idea que se le vende al público es que hay que denunciar un cúmulo de actos de corruptos que impactaron nuestro sistema político en el pasado para encontrar la manera en que se pueda prevenir en el futuro. Por eso, vale la pena analizar detenidamente las “teorías” que, implícita o explícitamente, se le han ofrecido a la opinión pública sobre el origen y las causas de la corrupción. Así, podremos distinguir lo que es verdadero análisis de lo que son meras agendas políticas. Para empezar, sin embargo, deseo dejar meridianamente clara mi posición ante la corrupción: repudio totalmente todos los actos de corrupción, pienso que no hay razón política que excuse a los que los lleven a cabo, por lo que es mi deseo y esperanza que todos los corruptos, independientemente de sus convicciones o militancia política, sean procesados por la justicia y cumplan la pena adecuada. No debe entenderse mi análisis posterior, por tanto, como un intento de justificar los delitos, cometidos o por cometer, por ningún político. Los corruptos, como decía José Candelario Trespatines, “¡a las rejas!”, sean cuales fueren sus “colores”. Por esa razón, felicito a las diversas instancias de gobierno que a lo largo de los pasados años han legislado y reglamentado contra la corrupción, o perseguido, capturado y procesado a los que se apropiaron o manejaron indebidamente bienes públicos. Incluyo entre esas instancias a la Asamblea Legislativa, La Fortaleza, el Contralor, el Departamento de Justicia, el FBI, la Fiscalía federal y los tribunales locales y federales. Pero con igual vehemencia censuro a los que, aprovechándose de los actos de los corruptos, elaboran agendas para beneficiarse personal o políticamente de esas situaciones con lo cual pervierten y corrompen los objetivos de las posiciones que ocupan. Sus acciones son aún más censurables cuando se utilizan para perseguir a sus adversarios ya sea mediante las pesquisas al estilo “expedición de pesca” para intimidar inocentes; el procesamiento selectivo para presentar imágenes; la manipulación de la opinión pública mediante filtración de información a la prensa, la actitud de presunción de “culpabilidad por asociación”; o la insinuación por parte de los “investigadores” al presentarse en los medios. Eso es lo que yo llamo “el abuso de la corrupción”. Esas acciones, de hecho, pudieran constituir, a su vez, un tipo de corrupción que podría llevar en su día a acciones civiles o criminales contra los “investigadores” si, además de traicionar la confianza del pueblo, abusaran los presupuestos, violaran los derechos civiles o transgredieran de alguna otra forma las constituciones y las leyes que rigen sobre nuestra sociedad. Dejando establecido lo anterior, comencemos el análisis de las causas de la corrupción desechando aquellas que se han ofrecido. Al expresarse sobre la corrupción algunos toman lo que llamaré “la perspectiva del policía ingenuo”, es decir, que la corrupción es sencillamente el producto de las malas inclinaciones y acciones de ciertas personas, los corruptos. Éstos, a veces, actúan de manera individual pero, generalmente, lo hacen confabulados con otros formando de esa manera organizaciones criminales. Esta concepción es la apropiada entre las personas encargadas de hacer cumplir la ley y no hay nada malo en ella mientras no se convierta en una manera de perseguir a grupos. Si se usa para la persecución da base a la elaboración indebida de expedientes investigativos (las llamadas carpetas), es decir, la persecución sistemática por razones ideológicas políticas, como por tantos años se hizo contra los independentistas. Más recientemente la afirmación de que “la corrupción tiene nombre y apellido: Partido Nuevo Progresista” es una expresión clara de persecución política que ejemplifica ese abuso. Sobre todo cuando del récord público surge claramente que ha habido políticos que han abusado de la hacienda pública en todos los partidos. La intención y el efecto de una frase como ésta, sobre todo si es dicha a mitad de una campaña electoral, tiene que ser de naturaleza político partidista, y el agente de la ley o funcionario del Tribunal que la emita está reconociendo de manera más que implícita una intención selectiva de vigilancia e investigación a un grupo de personas por sus convicciones e identificación política. Esto es abuso, de nuevo, de la corrupción. Declaraciones como las mencionadas ponen en peligro hasta la propia capacidad del gobierno para procesar exitosamente a personas que hayan cometido crímenes. Igualmente, podríamos analizar y señalar los conceptos y el ánimo que subyacen al llamado “Blue Ribbon Committee”, es decir, todos los corruptos son de un mismo partido, por lo tanto, tenemos que dedicarnos a investigar exclusivamente a personas de la misma ideología porque sólo esos son sospechosos. Para legislar de manera que se prevenga la corrupción en el futuro, además, necesitamos un conocimiento más objetivo y científico de lo que promueve la corrupción en nuestro sistema político. A ese examen voy mañana en la segunda parte de esta columna. Por hoy, baste concluir que en Puerto Rico no podemos permitir que se vuelva a entronizar la costumbre de perseguir política y jurídicamente a las personas por sus ideales o su afiliación política. Recordar las consecuencias nefastas de la historia de la persecución contra los independentistas debe servir como manera de prevenirnos contra presentes y futuros abusos de la corrupción. |
El
abuso y las causas de la corrupción (2) |
Por: José
Garriga Picó 11/16/01
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El
abuso y las causas de la corrupción (3) |
Por:
José Garriga Picó 11/22/01
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El
abuso y las causas de la corrupción (4) |
Por:
José Garriga Picó El incremento en los casos de corrupción que en estos días y desde hace unos años hemos visto se debe, de manera cercana, a los factores que señalé en mis tres columnas anteriores. Definí factores de “pull” entre los que destaqué el costo de las campañas políticas, las contribuciones que el nivel superior de los partidos les requieren a los candidatos locales y, en fin, la presión que el ánimo consumista pone sobre los funcionarios públicos, sobre todo los electivos, para mostrar éxito material ante su base política. Entre los principales factores de “push” que promueven la corrupción identifiqué el abultado presupuesto gubernamental al presente, la reglamentación retardataria e ineficaz que pesa sobre las operaciones del sector privado, y, el excesivo burocratismo. Debo admitir, sin embargo, que mi argumento es limitado pues, si un individuo tiene una constitución moral robusta, ninguno de estos factores debe obligarlo a incurrir en actos de corrupción. El problema de la corrupción no es principalmente una falla del sistema político sino que, en última instancia, es reflejo de un profundo fracaso de nuestro sistema moral. Las instituciones religiosas de nuestra sociedad han fracasado totalmente en su misión moralizadora, o, se han dedicado a otras cosas en vez de enseñar los fundamentos de la moral personal, o ambas. Este es el primero de los factores de largo plazo de la corrupción. En un plano secundario, pero en este mismo sentido, han fallado las familias y las escuelas, sobre todo las primarias, que han sido incapaces de moldear individuos de carácter incorruptible. Sobre el fracaso de las religiones, cultos e iglesias no hay nada que podamos hacer desde una perspectiva pública pues, los principios de libertad religiosa y separación de iglesia y gobierno impiden, con toda razón, que la legislación interfiera con sus acciones o promueva sus gestiones. Está de parte de los feligreses servir de pastores de los engreídos jerarcas para que abandonen su vanidad triunfalista o su activismo ideológico. En esa tarea, contradicción de contradicciones, el recato en el cesto pudiera ser más efectivo que la oración fervorosa y la confrontación abierta. El deber de las familias es hacer que sus hijos se desarrollen con unos valores morales imperturbables. Pero cómo podrán familias en las que el padre y la madre a su vez se criaron en ambientes que no se les enseñó a darle primacía a los valores morales, enseñárselos a sus hijos. Este es un segundo factor de largo plazo de la corrupción. Es obvio que el Gobierno, especialmente a través de las escuelas, tiene que intervenir en auxilio de esas familias. Pasando entonces al sistema educativo debemos tener claro que éste no puede suplir las deficiencias de las iglesias o las familias en la ense–anza de la moral atada a creencias religiosas particulares. Intentar tal cosa sería inconstitucional y antipedagógico. Pero, las escuelas, en especial las primarias, tienen un papel fundamental en formar el carácter ético de sus estudiantes. Está de parte de la escuela, y en particular de los maestros, infundir, primero, un sentido profundo de respeto a la ley, la autoridad, el derecho ajeno y las instituciones sociales; segundo, promover actitudes de juego limpio, camaradería y solidaridad con sus compañeros; y, finalmente, hacer que los educandos internalicen que el éxito se logra mediante el esfuerzo personal dedicado al trabajo, el estudio, la investigación y la creación. Pregúntese si nuestras escuelas han estado logrando, o por lo menos trabajando por lograr, esas metas. Si la contestación es que no, ya sabe cuál es el tercer factor de largo plazo en la etiología de la corrupción. Tenemos que tener claro que algunos maestros, desgraciadamente, no tienen la capacidad moral para lograr esa meta. Esos hay que identificarlos y, mediante el proceso evaluativo de ley, removerlos de sus puestos. Muchos otros maestros, sin embargo, tienen la capacidad de lograr la meta de infundir valores éticos en sus estudiantes, pero, no cuentan con el respaldo adecuado y necesario. A los maestros, sobre todos los del sistema público, no los apoya la estructura legal que más bien se dedica a velarlos como si fueran depredadores que a respaldarlos como educadores. No reciben el apoyo del Departamento de Educación y los superintendentes de escuelas que se dedican a evitar problemas con los padres, sobre todo si pueden tener repercusiones políticas. No reciben el apoyo de los padres que sólo desean de ellos un servicio de guardería en lo que trabajan o se dedican a sus asuntos y negocios. No los apoya su unión que sólo desea evitar problemas legales. Sin autoridad ni respaldo los maestros dejan de ser figuras de autoridad y formación de carácter para convertirse en fuentes de entretenimiento o de burla para sus estudiantes. La impotencia y la frustración llevan al ritualismo académico, a las promociones inmerecidas, al relajamiento de las normas, al engaño y la mentira sobre las destrezas supuestamente adquiridas y, en el próximo paso, a no entrar a la universidad, o entrar sin las destrezas necesarias. Si no es así, reto a que me desmientan los propios maestros. Todos estos factores de base son, verdaderamente, la etiología de la corrupción y la criminalidad en nuestro país. Cuando nuestros políticos quieran bregar seriamente con el tema de la corrupción pídanle que dejen de lado las persecuciones y la politiquería para de verdad entender y atacar los abusos y las causas de la corrupción. Su reacción a esta columna es bienvenida por correo regular a la redacción de EL VOCERO o directamente a garrigapico@yahoo.com. 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