FOBOS Y DEIMOS
Gustavo Sosa


(1)

Las algas que se entrecruzan
sobre la ciénaga
son una invitación
para correr hasta el otro lado
por sobre el mar verde.

Las algas que se entrecruzan
lentamente
invitan al suicida a atravesar el muro verde
y alcanzar el otro lado
donde el frío y la humedad
lo acogerán.

Las algas verdes
que cubren la ciénaga
son una invitación
para quedarse de este lado
rodeado de flores y rayos de sol
que se filtran
por la maraña del chaparral.


(2)

Una ventana encerrada
en una caja
es un punto de mira
a ninguna parte.


(3)

Partir, morir no más

Escapar ...
    de la podredumbre de mi alma,
        de la verguenza hecha delirio.

Me aprisionan las mentiras y la fobia.

Muero ...
    quiero morir.

El arte esgrime una piedra.
Esto no acaba.

    Morir en un silencio chiquito.
    Pero esto no acaba.


(4)

De polizón en el puerto,
me fuí nadando desde Montevideo.
El mar se hizo de sal gruesa como nieve.
Me quemaba los ojos,
me hería la piel.

Mi amor me espera en Buenos Aires.

Busqué mi amor
a través del mar de sal gruesa
donde los sapos mueren deshidratados.
Haciendo auto-stop
logré frenar un buque.
Una anciana me convida caramelos.
Nos dejaron varados
y siguieron su camino
cuando la marea bajó.
La parada de autobuses
en la orilla seca,
las averiguaciones.
Emprenden la marcha
antes de que me pueda bajar.

Mi amor me espera un Buenos Aires,
una mujer morena con un ramo de rosas.


(5)

Si mi lengua de púas
atravesara tu garganta,
mi amor fuerte
desangrándote.

Si mi propia vida
hiciera la tuya más corta,
te pediría perdón.


(6)

El último recreo,
la última campana,
el fin de la infancia,
saber que vas a morir.

La noviecita que quisiste tanto,
las bolitas chantadas,
    como dados marcados
        de tanto caer.

La lluvia de primavera
como ácido en tu piel.


(7)

Shopping disco zen,
dice el indio.
Y a mí que me cuesta vivir,
demasiado café en mis venas,
muchas ganas de partir.
El cigarrillo me quema los labios,
hinchados por resabios,
de besos impíos.
Y mi vida repleta de líos,
la automática sobre la mesa.
En la tele hay una de Rambo
y la luz no prende.
Y por décima vez veo caer
al mismo vietnamita.
Y la pareja de arriba
que se esfuerza,
el yeso cae sobre mi piba,
la sangre cae sobre sus piernas,
y empiezo a boquear,
y mi nena me acaricia.


(8)

El himno de un pueblo de soñadores.

La nada se ha ido
y un todo agobiante supera nuestra humanidad.
La nada se ha ido
y las cosas todas vuelan en busca de su lugar.
Aquellos que amamos la nada,
suicidémonos con este espectáculo.
Las cosas invaden nuestra madre desafortunada.
El vacío ordenado ha sido intimidado
y huye despavorido ante el caos avasallador.

¡Madre Nada!.
Te abrazo con risueños ojos oscuros,
te beso con mi tranquilidad.
Aún así, Madre Nada, tú te vas.
Tus hijos te amamos Madre Nada,
te protegemos con inteligente inconsciencia:
                tus hijos.

Hijos de la nada somos,
hermanos,
somos monjes danzantes envueltos en el velo negro de la nada.

¡Madre nuestra, ven aquí!.
Mira lo que nos hacen madre.

¡Grítales a los estupradores que nos arrastran a la realidad caótica e insensata!

Armados con palos vienen, madre,
y gruñen pues no saben hablar.

Madre, lo siento, mis hermanos caen.
Yo no caeré con ellos.
Tú nos enseñaste, madre,
y yo aprendí más que tú.

Soy una roca, madre.
La nada va más allá de mí.
Ya no gritaré tu nombre en sombras,
ahora soy una roca,
y estoy tan lejos de ellos
y de ti
que solo puedo perdonarlos.

Perdón, pero soy una roca,
y por más que tratara de convencerme no podría alcanzarlos.

Soy una roca, madre.


(9)

Si pudiera clavar en mi pecho esta daga,
excavar y arrancar este corazón maldito.
Me atormenta.

Punta de arpón hendiendo mi carne,
rompiendo mis huesos,
manando la sangre,
firme entre la carne.

Tal vez la vida se haría más corta
y dolerían menos mis heridas viejas.

¿Qué pesadilla puede esperarme?
¿Qué, en este mundo, puede ser peor?
¿Qué oscuridad puede desafiar esta luz?
¿Qué Sísifo podría tolerar esta carne?

Tal vez si atravesara el sepulcro
con mi alma desnuda
fiebre de otoño destrozaría mi carne.

Tal vez este mundo no se pegaría
a esta piel mía
de príncipe y de poeta.

Palidez espectral
entre las nubes viajeras.

Una herida vieja que lame un perro enfermo al pasar.
Ojos desorbitados en el charco,
entre los cartones,
en el agua sucia.
    
Un auto pasa y me salpica.
Me pongo de pie.
Me pregunto si alguna vez estuve vivo.
Me pregunto si lo estoy.


(10)

Niños de caras sucias mirando al sol
la bestia que aúlla rondándolos
cuando sus dientes crepitan con sangre
sabe que no existe sabe de Marte
la bestia conoce el bosque
los troncos y las raíces
ya la tierra no le tiene secretos
más que ella misma y su origen
en la sangre que hierve
la sangre de los condenados
está la verdad de la bestia
paria en su propia tierra
asceta infiel en mundos olvidados
portavoz de espíritus
vigía de la llama
la sabiduría negada
allí donde la bestia busca su destino
ya pasaron todos los otros
y es ese mismo lodo del que los demás lograron salir
porque la bestia es en el fondo como ellos
su alma arde con el fuego del infierno
adorador de la tierra libre del cielo
vástago de siete mesías
en sus arterias se dilata la incongruencia
la bestia desconoce su cuna
gime en las noches como cachorro apartado
del falso regazo de su madre
sus latidos resuenan en la oscuridad
cargando con el manto del olvido
deseando librarse de la esperanza
pero no puede actuar
porque en las noches siente que cae la vida
en las noches es una bestia más
en las noches no es especial
solo sufre como animal
porque está vivo y solo
y sabe que siempre lo estará
en sus manos brillantes no hay línea alguna
tan solo marcas de garras marcas de dientes
porque con lágrimas no puede ver
con gemidos no puede oír
con mucus no puede oler
pero sus garras buscan en la noche eterna
pues sabe que no debe detener la lucha
una lucha interna que arrastra maldiciones espontáneas
diálogos aéreos locura sin más
pues nadie quiere hablar
y habla solo pues nadie le dice nada
está buscando la tierra para alimentarse
no sabe que hacer
líneas que cruzan su existencia
más allá no sabe solo líneas
que acabarían con ella
y no sabe dónde está la llama
ni las tablas de la ley
solo hay gritos atroces en la noche
la caída del rey
una bestia que aúlla en el bosque
rondando niños
y la voz que le dice suplicante:
‘No los toques, no los toques’.


(11)

Filósofos espontáneos,
amantes ebrios,
poetas de alborada
y músicos de voz cascada
por el miedo, por la inconciencia,
por no saber lo que vendrá mañana
ni que carajo pasó ayer.
¡Aguante ché!
Y a mí que mierda me importa
la terrena ilusión.
¿Acaso es tan bueno estar vivo?

Que alguien bese mi frente,
que alguien golpee mis dientes,
pero que a alguien le importe.
¡Carajo, que a alguien le importe!

Sueño y desvarío en estado conciente.
De repente estoy tan solo.


(12)

Judoka karmático
que manipulas la energía de la vida,
muéstrame el camino,
líbrame de todo mal.

Hay tantas cosas que no se pueden dominar.
La vida nos elige a nosotros.
Puck se ríe de nosotros
y Ariel nos estafa.

La vida pasa y sólo podemos mirar.

Me pregunto si me sirve este ómnibus.

Vértigo, ráfagas.
Entretejo naderías.

Me eligieron,
me eligieron antes de que naciera.
El combatiente,
el guerrero predestinado.

Me siento en el fondo y miro a una muchacha.
Se parece a Gwen Stefani, pero menos flaca.

La potencia de estar vivo,
un rugido o una amenaza
con el ceño fruncido.

Toco timbre y me bajo dos cuadras después.
Camino con mirar torvo.

La tierra me lastima,
el cielo me ignora,
pero los hombres me creen poderoso.

Me gustaría llorar
pero estoy predestinado a ser duro.


(13)

Me levanté una mañana
y ví que bailaban todos
en torno al árbol de la vida.

En el árbol frente a mi edificio
los niños jugaban.

El soplo de la brisa
despeinó mis cabellos.

Titania de fantasía
se camuflaba entre las hojas.

Mis ojos se volvieron grises
y mi pelo blanco.

Mi pecho se llenó de risa.

La alegría que marea
en torno al árbol de la vida.


(14)

Hojarasca y piedras,
y el viento que las arrastra.
Y se oye la caricia brutal y despiadada;
el cariño que lastima sin objeción,
toda oposición fútil.
Sentimiento efímero, violento.
Solo la destrucción de uno será al final.
Un dolor sordo, mudo,
el lloriqueo entre las sombras;
un grito de auxilio que ya fue.
Una ola solitaria se aferra a la costa
como gigantesca garra,
y resbala mar adentro,
más adentro.
La hojarasca se agita,
resquebrajándose contra las rocas.
Polvo y cenizas golpeando los ojos del muerto.
El camino largo,
que viene de ningún lugar,
se sumerge bajo el mar.
Tantos y tan pocos los que no se desviarán.
La muerte oculta a la muerte.

¡Traigan sus muertos, traigan sus muertos!,
grita el anciano la campana resonando.
Siguen el eco los fantasmas de la ciudad muerta.
Las luces de allende el mar,
suspiros vacíos y quejidos,
¡tantos que no alcanzarán!,
¡tantos que se arrojan al mar!.
Es la época del año
en que ellos parten más allá,
cuando sienten que el viento
agita sus cabellos,
tanto que su aliento no huele más,
y solo escuchan la hojarasca trémula,
la caricia amiga,
el latir de un corazón en los oídos,
la flama que renace,
la fiebre que deshace,
la enfermedad deteriorándose.
Los hijos de la noche,
los rechazados,
los alunados,
acuden en procesión
a bailar con los muertos.
En sus venas arden el temor, el pánico,
y la gloria de un desafío
contra un enemigo invisible;
el más malo, el enemigo de todos.

Cantando al ritmo indivisible,
entre los muertos la orgía.
la parodia de la vida,
el temor que crece
y los hijos de la noche
que aúllan o enloquecen.
Pánico descontrolado,
la hojarasca se arremolina,
mezclándose entre muertos y vivos,
siguiendo el caos, la caída.
Ya no acaricia las piedras,
no hay dolor más que inconsciencia,
y el objeto se pierde,
bailando junto al mar,
perdiendo de vista la esencia,
la orgía fatal.
El misterio prometido aguarda,
la última mentira develada,
atrás ha quedado la ciudad muerta.
Ahora están solos, inmensamente solos,
en el medio del mar.


(15)

Un animal de ojos ensangrentados
que corretea por las paredes de mi cuarto
chillando, gritandoo, pateando las lámparas.

Un animal salvaje
que atrofia mis oídos,
energía voraz,
bacteria asesina,
urgencia del superyo.

El salvaje con su navaja
destroza el empapelado,
roe los cables de electricidad.

El salvaje encuentra un claro en el dormitorio,
un rincón vacío.
Se queda quieto, observándome.


(16)

Estoy muerto
desde el alumbramiento.

No vivo.

Mis brazos no tienen fuerzas.
Mis piernas se doblan.

Sólo conozco sufrimiento
y ni siquiera puedo llorar.

Mis ojos están secos y
mi boca está abierta.

Quiero ser fuerte,
quiero rugir.
Pero mi cuerpo se consume al sol.

¡Mírenme, mírenme!
Estoy muerto y afeo el paisaje.


(17)

Los harapos cubren la piel de los imberbes.

La sustancia inconstante del infierno,
se adivina el caos en las mentes deformes
Es el pueblo distorsionado
de la pérdida de la razón,
de la ausencia de lógica.

Rahab encierra el mundo
entre sus anillos de metal.
El universo profundo
precipita su final.

Sin dioses ni verdades,
sin fe ni convencimiento,
sin la fortaleza de la certidumbre.

Han seguido los caminos del insulto,
de la agresión desproporcionada.
Hay una incipiente certeza:
    la derrota de la humanidad.

En la mente no se conciben infierno ni cielo,
los dioses y los demonios son solo ilusión.
La duda del pensamiento mortifica al filósofo,
solo el sufrimiento se muestra tal cual es:
eterno e invulnerable.

Una pregunta,
una respuesta,
pero no concuerdan.

El oráculo se ríe y echa a volar.

Luchamos batallas perdidas,
vislumbrando una virtual victoria en la derrota final,
pero dudamos qué será.

Soñamos, dudamos,
tal vez en el esfuerzo supremo de la destrucción,
en el dolor máximo la perdición.

Tal vez hallar un nuevo estado,
una nueva concepción.

Vemos miedo,
olemos miedo,
lo palpamos
y lo oímos acercándose.

El pánico es nuestro credo
y ni sabemos si es real.

Un atrás, un adiós, la cobardía de vivir.

En los ojos de un niño hay maldad,
pero se escuda en compasión ajena.

Sin embargo el sentimiento puede ser otro
de oscuro nombre y misteriosa esencia.

Perdidos en el laberinto
iluminamos el camino con una cerilla
y nuestros dedos arden.


(18)

Sumerjo la cabeza en el aire del pozo,
un aire fresco que expulsa al sol.
El agua abajo tiembla,
y aquí arriba mi corazón se agita.
Una bandada de pájaros que cruza el cielo
(los veo en el espejo del agua)
y veo mirando en el agua.
Me hago muecas y sonrisas
y sigue siendo un rostro en el agua;
aunque mi cara se vea negra y no se vea.
Tomo el cucharón y vierto del balde en el pozo,
llevo agua al río, y no me importa.
Voy a vivir, voy a vivir mucho más,
y pasaré años tendido sobre el pozo,
observando un tímido reflejo
en la superficie del agua,
sin entender.
Si me arrojo dentro
o si camino afuera.


(19)

Gira lejos destellando;
mil luces atraviesan su interior,
salen transformadas por el vértigo,
y salen tan calmadas.
Como en un sueño de ácido lisérgico,
los ruidos y los rayos pierden su sentido.
De la materia de los sueños nacen dioses mezcaleros,
hacia los que me inclino regocijado.
Ellos sudan por mí,
ellos trabajan por mí,
y yo seco su sudor como un sirviente idiota,
una niña sin sesos que salta una cuerda rota.
Escapo poco a poco del dulce sueño,
me espera un agrio despertar.
Las últimas gotas de la maravillosa sustancia repercuten en mi sangre.
Repentinamente despierto y veo a Dios
cagándose de risa.


(20)

El sol en tu frente,
el mar a tus pies,
desnudo sobre la grama,
una mujer duerme sobre tu pecho,
las aves redondeando las nubes,
el rocío humedece tu pelo.

Oye las olas sobre las rocas
deslizándose en una caricia,
juegas con los rizos de tu mujer,
tu corazón palpita de deseo
y tu respiración se entrecorta,
por esa mujer.

Logras, sin apenas esforzarte,
intuir los moluscos escondiéndose en la arena.

Deslizas tus dedos.
Se despierta.
Sus ojos destellan confundiéndose con el sol y el cielo.

Atisba el horizonte de la tierra, y tú exploras el mar.

Se puede oír como ríen:
de gozo,  
embebidos en placer,
atentos a la atracción.

El sol lentamente embriaga la tierra con su calor,
y el mar con su luz.
El aire todo se aferra a él desesperado.
Poco a poco las llamas brotan: se levantan.
 
Entrelazándose como pueden
se corroen el uno al otro.

Besándose,
devorándose,
se abrasan,
se funden,
desmoronándose en cenizas.

El sol arde más fuerte.
El humo cobra fragancia


(21)

La hierba seca se mece con el viento,
moviéndose como la melena de un león dormido,
agitada por el viento.

La acaricio,
sosteniendo mis manos en la superficie de este mar amarillo
y las hojas me cortan las manos.
Esas heridas invisibles que no se sienten,
los finos surcos que el tiempo se encargará de oscurecer.

El viento mueve mi pelo.
Inclino la cabeza hacia atrás
y me golpea el rostro.

Corro dando zancadas por el campo,
atravesando la llanura,
lo poco que puedo cubrir
corriendo sin rumbo.
Me duelen las piernas, los pies.
Las hierbas rasgan mi piel.

Corro sin rumbo fijo.
Todo me duele.
El viento me golpea.


(22)

Creíste saber cuando era tarde
y marchaste hacia el poniente.
El sol calcinando tu frente
genero la fiebre de tus alardes.


(23)

Pájaro de fuego en el viento de piedra.
La noche instantánea lo deja aislado.

Destello visible, presa evidente;
cien mil ojos lo siguen.
Estrellas en la fuente,
un pez que salta y se contorsiona
reflejando en sus escamas
el brillo nocturno.

El pájaro de fuego sobrevuela la colina.
Insultante, diferente.
Pájaro de fuego está casi loco.

Los lobos se esconden
entre la hojarasca,
se revuelcan en la tierra.

Una lluvia súbita,
momentánea,
apaga las llamas del pájaro de fuego.
Tal vez mañana
su cadáver emplumado
sea devorado por un oso.
Tal vez mañana.


(24)

En el agua de la fuente, la niña clara
ríe al espejo de la madrugada.

En la mañana clara,
una sábana se alza del lecho
y cobra cuerpo.
Cuerpo invisible,
hecho con nudos de viento.

Entre los helechos,
los duendes y las hadas suspiran.
Las entrañas de la tierra arden,
tiembla el pecho enamorado.


(25)

Con un libro en la cabeza
y un revólver en la mesita,
al lado del paquete de Marlboro;
con la luz de la portátil
reventándole los oídos.

En el cuarto oscuro,
entre sábanas rancias y grasientas.

No sé dónde estar esta noche.
No sé dónde estoy.

Su pecho está temblando y me ahogo.
Los dedos largos, nudosos,
se deslizan en su pelo.
Me ahogo.

Levanta la cabeza de la almohada, respira.
Ella, desnuda, monta sobre su espalda.
Golpea sus costillas con su pequeña fusta.
La arroja lejos.
Ella vuelve.
Disparo sobre ella hasta
pegar su cuerpo a la pared.
El cuarto lleno de sangre, el hedor es insoportable.

Un viejo blus en la radio.
Un lobo que aúlla corriendo por calle Colonia.
Mi novia seguramente está con otro tipo.
El maullido de un gatito con hambre.

Me descuelgo por la pared blanca,
salto seis pisos y cruzo la calle.
Un camionero me insulta y hace un gesto obsceno.
Juego con el gatito blanco.
Muerdo la cara de aquel que pasa,
el desahuciado.
El gatito toma su dinero
y quema su cuerpo.
Compra un cartón de yogurt,
lo comparto con el gatito.
Los tres juntos esperamos la mañana.


(26)

Mujeres de humo perdidas entre nubes.
Un vaho de estrellas de una sonrisa mordaz.
Un toque delicado en sus párpados
y un trozo de mejilla que parte hacia el infinito.

El agua del mar se levanta en una torre perfecta,
con burbujas petrificadas.

En la torre efímera
la bailarina china
dentro de la caja musical
marca el compás.

La miel de sus venas,
esparcida en los ojos de los delfines.
El oro de sus labios
impulsando el viento.

La bailarina china
muerde el fuego,
lo traga y lo devuelve
sobre la llama de una vela.


(27)

Vértigo,
¿qué es el vértigo sino náusea?.
Yo siento náusea de la pobreza,
me dan vértigo sus profundidades.
Yo siento vértigo de la riqueza,
me dan náuseas sus alturas.
Tanto izquierda como derecha buscan el otro lado del espejo,
y hacen lo que sea por lograrlo.
El afuera mata el adentro,
el ahogado pide ayuda al sediento.
Me dan vértigo los extremos
y siento náuseas del centro,
pues no puedo ni atisbar la extremidad.
La estupidez me arrebata de este mundo,
pues no puedo conocer...
¿Qué quieres que te diga?.
Tal vez que te mueras
y lo deseo


(28)

“Es sólo una forma de hablar.”
“Piedras mojadas.”
“Creo que quieren sepultarme vivo.”

Un anciano que degollaba a su nieta.
Un ritmo pesado en la pared.
Alguien se quejaba de dolor.

La adolescente se mareaba
recitando poesía mientras mostraba sus pechos
retorciendo sus pezones.

“Hay un milagro en tu mirada,
milagro de dioses muertos,
huérfanos de todo mal.”

Los hombres imploraban su desnudez.
Ella quiso ser rechazada
y embarró su cuerpo con bosta fresca.


(29)

Los ojos del asesino
en la hoja de un cuchillo de cocina.
Tan cerca la maldad
que la podés tocar.
Tu espejo está bañado de sangre
recogida diariamente
antes de trabajar.

Sacrificio propiciatorio
de un demente.

Las ansias carnívoras
se devuelven en tu sombra.


(30)

Sólo depredadores y presas.

Sabes la verdad.

Los malos ganan al final,
la muchacha huye con otro,
el dinero se quema.

La vida no da revancha.

No hay odio en los ojos del asesino.
Es sólo el destino de los dos.


(31)

Sentiste tanto miedo
al llegar la noche.

No tuviste sentido
en toda tu vida.

La sombra de tu vida
encierra la maldad.

Ocultas los últimos secretos.
Encierras la maldad.

Despliega sus alas el Pegaso
que visita tu ventana esta noche.

Descubrimos nuestro amor
entre princesas y entre esclavas.

La esmeralda más hermosa
en el barro del molino.

Encerrados
en una vida sin destino.

Sueños rotos
tan temprano.

Sabemos la verdad,
la gritamos cada mañana.

No conozco tu corazón
ni tú el mío,
pero somos hermanos
de todo lo fortuito.


(32)

Criaturas de la noche
desgarrando el firmamento.
Bailando entre las estrellas,
del alegre ritmo vital derroche.
Alucina el maestro
guiando las tinieblas a la victoria.
Carcajadas de demonios,
ángeles negros,
fuegos fatuos que anuncian el amanecer.
¡Gritos, alaridos, la fiesta da comienzo!
Violencia inaudita, se aproxima una tormenta.
El mar encrespado, obstinado, azota las rocas.
¡Aullidos, graznidos, sollozos!.
Una canción de amor para el caído.
El maestro anhela sangre nueva,
los demonios se la dan.
El batir de sus alas al caer la noche,
simunes insospechados.
Los niños lloran al verlos llegar,
su sangre alimentará al mal,
sangre de inocentes para el banquete,
¿qué más se podría desear?
La saliva cae por los largos colmillos,
lluvia ácida bebe la tierra.
Se hunden las raíces de la hiedra primordial,
la anunciación de María, el pecado original.
Tal vez un aborto para el Mesías,
¿por qué no?
El maestro ríe,
sus carcajadas retumban en los oídos de los débiles,
resuenan en los refugios de las almas en pena.
Los fuertes van a luchar por las sobras del festín,
un banquete mortal.
Las heridas sanarán cuando llegue el sol,
cuando los cadáveres desnudos sienta el beso del primer calor.
Pero por el momento continúa la batalla,
los guerreros pisotean a los caídos.
Es la venganza, no más ocultamientos.


(33)

¿Qué está bien?.
Nada está bien,
nada está mejor,
nada me sirve
ni para bien ni para peor.

Dame un beso que quiero morir,
quiero morir,
quiero que los muertos bailen conmigo,
que se levanten esta noche
y vengan a visitarme.

Me siento débil,
no puedo rugir.
Creo que me van a devorar.

Quiero creer en las hadas,
¡pero hoy hace tanto frío!.

Quiero bailar.
¿Por qué no estás aquí?

Corté mis labios
por haber faltado la palabra que te di.
¿Por qué no estás aquí?

Ya nada me importa,
no más promesas falsas,
no más sabandijas.


(34)

Pienso que mi verso cortado
sólo sirve,
con sus palabras dulces,
para ensortijar jovencitas.

Pienso que mis verbos
sólo suenan a agonía.

Si no puedo probar
el sentimiento de los que se quieren.
Si debo contenerme
con mis noches de violencia,
con los gritos desde mi cama
y el arquearse de dolor
con el vértigo de mis recuerdos.

Si no puedo probar
el sentimiento de los que se quieren,
de los que no sufren,
entonces nada importa.


(35)

¡Fuego y  viento!
Maderas que se parten.
¡Arde Roma, arde!
Ven conmigo.
¡Arde bruja, arde!
Baila conmigo,
alrededor de la bruja
y por encima de Roma.

Ardemos y bailamos,
con el calor destrozando nuestras carnes viejas.
Ardemos,
con el calor corriendo por nuestras venas.

¡Fuego, hielo, sangre y sudor!


(36)

Yo tengo un sueño,
del día de dientes apretados,
en que las mariposas empuñarán fusiles semiautomáticos,
con gritos de rabia.
Impulsadas a masacrar seres humanos,
que caen en ríos cenagosos,
llenándose las gargantas con lodo radiactivo.
Ni Godzilla los salvará de ésta,
tomando sol en la vereda del mar.
Tu peor pesadilla hecha realidad.


(37)

Sentir el planeta girando bajo mis pies,
girando sin cesar.

El conflicto en ciernes.

Ser estrella cometa supernova meteorito,
autodestruirme.

Inmolar a la humanidad.

Ser feliz.


(38)

Podría soñar con beber
el sudor que cae de tu boca
deslizándose por tu cuello,
por entre tus pechos.

Podría soñar con lanzarte
en la mesa de la cocina,
hundir mi rostro en tu blusa
romper los botones;
porque me fastidian,
porque estoy demasiado excitado.

Podría soñar con morder
tu carne,
atravesarte con mi lengua,
degustar tu sexo.

Podría soñar con amarte
brutalmente,
haciendo temblar el suelo,
gritar como animales.

Podría soñar con caer,
agotado,
bañado en sudor,
junto a tu cuerpo desnudo,
lanzando una carcajada de gigante.

Podría hacerlo pero no quiero.
Porque en este momento
debes estar con otro tipo
y nunca quisiste escucharme,
nunca te dignaste a mirarme.
Puta estúpida.


(39)

A Julieta Prandi

Una rubia anoréxica
de ojos azules
me tiene esposado a la cama.

Sube y baja,
finge un orgasmo,
grita que me quiere.

Cae a mi lado,
pone un cigarrillo en mi boca.
Me pongo a toser.
Se queda acariciando
mi pecho desnudo.

Tengo que cambiar de trabajo.


(40)

Estuve pensando
palabras dulces
para decirte al oído.
No se me ocurrió ninguna.


(41)

ERES DEMASIADO HERMOSA
Tomé la mierda entre mis dedos
y se la unté en la cara.
ERES DEMASIADO HERMOSA
Grité de nuevo
y saqué mi navaja.
ERES DEMASIADO HERMOSA
Y arranqué un mechón de pelo
cortando el cuero.

Me cansé de su belleza,
de su lejanía.
Demasiado hermosa,
demasiado diosa.
La bajé al suelo.
Cargué como un rinoceronte.
Derrumbé su pedestal.
Ella lloraba.
La hice humana,
la hice mía.
Todas las sensaciones la golpearon.
Devoré su lengua
con el ligero sabor ácido de la mierda.
La hice humana,
la hice mía,
la amé.


(42)

El sabor de las lágrimas, tan dulces como siempre.
La agridulce sensación de estar muerto en vida,
y la sal del Helesponto, que cada noche bebe mi sangre.
Tan amargo como el húmedo sexo de mi amada
y el sabor de su esencia entre mis dientes.


(43)

La muchacha vuela por el campo,
su falda vuela cuando baila,
deshoja una flor y canta.

Y el tipo la mira y susurra:
te quiero, no te quiero,
te quiero, no te quiero,
te quiero, no te quiero ...

Y sonríe.
Toma un tallito de pasto
y se limpia los dientes.
Nunca te quise ... nena boba.


(44)

Una lágrima por ti.
Te soñaré despierto.
Le pondré tu nombre a una estrella.
Tu rostro se me dibujará en el firmamento,

El frío en mis huesos.
Mis manos vacías te buscan.

Se ríen de mí a lo lejos.

A veces estoy junto a ti,
antes de que todo hubiera pasado.

Podría terminar aquí,
en un sollozo fatídico,
pero prefiero repetir
y ensayar mi embeleso,
y esperar que llegue la noche,
para soñarte.


(45)

No tengo lágrimas,
pues mi esencia se ha devastado,
merced a la inconsciencia
que destroza sueños cansados
de amantes moribundos,
de niños maduros.
Canto y bailo repitiendo tu nombre,
y tus piernas
lastiman mi memoria.
Tenerte entre mis brazos,
ofrendarte mi vida,
tan solo quiero cuidarte, besarte
y que seas mía.
Sexo hasta quedar extenuados,
que nos sorprenda la madrugada,
idiotizados,
cancelando la tortura decretada.
Mi querida muñeca inflable,
tan comprensiva, tan amable.


(46)

Estás deshecha, lejos,
siguiendo las vías desconocidas.
Mis sábanas están limpias y estiradas.
El tabaco se mezcla con olor a suavizante.
Siento un frío punzante, doloroso.
No siento el olor de tu pelo crespo.
No escucho las palabras de tu boca.
No me perteneces.
Nos hemos separado.
A pesar de todo,
me dejaste solo.
Miro por la ventana al tren que te aleja.
Empieza a oscurecer.
No tengo a nadie.
No puedo pedirte perdón.
Me duermo llorando, solo.


(47)

Tu nombre es un nombre prestado.
Verte es alucinar.

Como niño embelesado
contemplo tu silueta árabe
sobre la mesa.

Muéstrame como lo haces.
¡Baila, baila para mí!

Tentadora.
Me cuesta comprenderte.
Tan sensual
que no eres lógica.

Recuerdo el conocerte.
Tus ojos asomando sobre un hombro.
Tu cuerpo adolescente.

Estabas en el lugar equivocado.
¡Entre mis brazos debías estar!

Hechicera de ojos helados y pelo de fuego.
Paradoja sensual.


(48)

La botella pesa en mi mano,
hasta resbalar.
Estoy ebrio otra vez,
vaya si lo estoy,
y simplemente deambulo por la ciudad,
con tanto amor para dar.
Ya no seco las lágrimas en mis ojos,
estoy bien así.
Reiré a carcajadas toda la noche,
anhelando el egoísmo.
Estoy perdido,
soy un monje huérfano de dioses.
“Muérete de una vez”,
me dice, entre dientes,
la prostituta que saco a bailar.
Oliendo a orines,
con mi abrigo raído y sucio,
príncipe de un paraíso cojo,
capa al vuelo sobre el corcel de viento.
Derramé mi sangre en un cuenco,
y nada pasó;
la abyecta vida volvió a mis venas,
como si nada, nada hubiera pasado.
¡Y es que no quiero morir, quiero cantar!.
Cantar hasta que alguien me muela a palos,
en esta podrida ciudad.


(49)

Sangre, sangre.

La tana me echó
porque no cogía,
no cogía nada.

Sólo hablaba,
sólo hablaba.

Del amor letal,
de labios asesinos,
y las muchachas se asustaban.

Tomé a una del brazo.
Se asustó, gritó.

Me dieron una paliza
me lastimaron
me echaron.

Fui a beber la dulce caña.
Una y otra, hasta desvanecerme.

El vaso estalló en mis manos.
Me arde, me arde.
Lamo la herida.

Me muero, me muero.


(50)

Entre sombras creció,
entre sombras deambuló,
y de ellas adquirió su cuerpo.

Un vago fantasma,
el fantasma de un vago,
condenado a vagar,
bacteria social,
a los pies de los mortales.

Una ciudad aberrante.

Su fuerza decrece,
devastado por la duda.

No más de un día por vida.
No destacar.
Ninguna señal de existencia.

Prisionero de soledad
y cercado por el miedo.

Ni un ángel,
ni un demonio.

Devorado por neurosis y sicosis.
Da manotazos de ahogado
en su mar interior.

Las ciudades que alucina
se pueblan de fantasmas
como en un juego de espejos.

Semblantes severos
como puñales congelados.

Cada quien con su sombra,
con su alma
a sus pies.


(51)

Eros y Psique envueltos
en sus propios brazos.

Como alambre de acero,
como cuerdas mágicas.

Tan grotesco lo nuestro,
amor mío,
que duele mirarlos.

Si el amor verdadero
fuera puro y frío
la cadencia de tus palabras
no despertaría mi deseo.

Amor
    atraviesa las barreras de la carne.
Armonía
    cruza los cuerpos.
Aislación
    los separa del mundo.
Tiempo.


(52)

Dios bendiga las endorfinas.

Ante los dioses juro, ¡oh amada!,
que desvelo por ti, por lo que más quiero.
Ante la vida me lanzo, con corazón de fuego,
airado, perdido, hundido en hierro.

El sol marca las horas,
el atardecer se acerca,
la muerte llega,
el invierno acecha.

Perdidos los sentidos,
los ídolos caídos,
una corriente fluye bajo el tórax de hielo.

Abarca las dunas con tu alma,
en los abismos,
libera tu karma;
desiertos insondables esperan,
por aquellos que caminan,
desfallecen,
sobreviven,
en paz,
en calma.

Abarca el mar con la mirada.
Una energía irrefrenable bulle.
Late en las profundidades,
cual demonio dormido,
esperando el infortunio.

Es amargo, único,
el sentido de la existencia,
ataviando con un frágil instante la conciencia eterna.

Cae bajo la carga insoportable
de la responsabilidad.
La efímera liviandad del serlo todo.
Por un instante supremo
atisbas los abismos infortunios.

Por un momento sagrado ... dioses.

¿Acaso no has visto ese destello en tus ojos
cuando el clímax se acerca?.
Una brisa en el ojo del tornado,
la calma engañosa.

Hemos desencadenado fiebres
con nuestro éxtasis,
cuando el tiempo se hace añicos
ante el placer irrefrenable
que barre las fronteras.

Quedamos destrozados.

Porque somos humanos, no dioses,
aún cuando durante instantes
el universo es sólo una burbuja
resplandeciendo opaca
ante la caída de las fronteras.

No importa, no es nada,
lo somos todo,
y no somos nada;
la sabiduría en ese instante es demasiada.

Turbulenta, efímera,
nuestra existencia termina en un patético orgasmo;
entre contracciones prohibidas cortadas
por un jadeo intermitente.
Estamos únicos
y somos dioses,
de creación y destrucción.
Lo abarcamos todo por destino,
desafiando la suerte de los arrepentidos.

Estamos solos en el mundo,
liberamos la energía extendida de los océanos.

¿Adónde vamos?.

A enfrentar nuestra muerte,
juntos, en un abrazo perpetuo,
sin percibirnos en absoluto,
pues no es importante;
somos dos eternos vagos de las nieves,
del fulminante ente que todo lo marca.

Acabamos como presas cazadas.
Unidos por la abrumadora necesidad del sexo,
de la penetración uterina.
Alcanzamos el conocimiento
con la caída de la luz;
entre dioses muertos
nos alzamos como propietarios de lo devastado.

¿Por qué?

Somos dioses olvidados,
por eso;
no nos unimos por amor
sino por sexo,
por la oposición de nuestras dualidades
que dará lugar al universo nuevo.
Entre las nieves eternas del Himalaya
brilla un nuevo sol,
de las deidades renacidas.


(53)

El gatito envuelto
en el  escueto escote
de la rubia platino
maúlla de gusto
abrigado y tibio.

La serpiente  que ciñe
la cintura de la sílfide
agita su lengua
festejando el menear
de sus caderas.

La mosca que sobrevuela
saltando de ojos a labios
fastidia la perfección
de suspiros largos
y brillo canela.

Vainilla,
mariscos,
durazno,
roble,
canela.

Sensaciones naturales.


(54)

Existe una euforia
sobre la gloria
sobre los sueños
donde caen los dueños
de nuestros destinos.

Claman de la historia
de un pasado brillante
cubierto de gloria
donde salomónicos gobernantes
cuidaban nuestro destino.

Reniegan de la ambición,
de la crueldad y la pasión.
El  mundo ahora está enfermo,
antes todo era eterno.

Obcecados sin naturaleza,
su carne llora de pena
 pues creen rarezas
las leyes eternas.

Furiosos gritan
con sus puños alzados
No entienden lo humano
y están muy cansados.

Esperan un rey
que les de la victoria
sobre el mundo que odian
haciéndolos su grey.

Caen por millares
bajo el fuego enemigo.
Caen de los andares
que han construido.

El mundo sigue su curso,
los reyes siguen sus leyes
y nada cambia, nadie cambia.


(55)

Busco la felicidad
en un envase con tetas,
pelo negro y largas piernas,
lo busco con ferocidad.

Necesito una pelirroja
de ojos azules y labios gruesos.
Una mujer se me antoja
para llenarme de besos.

Tengo hambre de curvas,
de vaginas, de nalgas.
Tengo la mirada turbia
perdida en sus espaldas.

Necesito afecto
de un ángel de pezones largos
y risa fácil.
Un amor abyecto
de uñas largas
y risa fácil.

Busco la felicidad.


(56)

Yo la necesitaba más
y la dejé ir.
Por no herir
la lastimé más.
Por no hervir
di marcha atrás.

Soñé con otra,
luego con otra
y no pude parar
en ningún lugar.

No dejé de huir
de mis recuerdos y mi conciencia,
de su bendita inocencia
y mi capacidad para herir.

Ella ya no está
y no puedo olvidarla,
ya no puedo olvidarla
pero no la puedo encontrar.

Ella está perdida
en algún sitio en mi memoria.


(57)

Perdido en mi letanía,
escuchando la lejanía,
me dejo estar
en quedo hablar.
No puedo oír
el tren partir.
Me echo a andar
junto al mar.


(58)

Todo lo humano me es ajeno.
Todo lo siento lejano,
lo siento frío  y distante.

Todo parte de un punto vago.

Me siento dios.

No queda un sólo punto
de humano primitivo
en la masa de carne
que aprisiona mi alma.

Todo lo que fue ya no es.

No hay bestia en mi pecho,
no hay carne que me tiente.

Se hace pedazos mi conciencia
y mi sentido del deseo.

El amor me parece distante
y ninguna piel despierta mi deseo.

El amor me parece distante
y ninguna piel de mujer
despierta mi deseo.

El amor me parece distante.

Me siento pequeño
con mi pequeña gloria
de haber vencido al deseo
involuntariamente.

Impotencia sicológica,
lo llamó el médico.
Pero me siento un pequeño dios
porque mi cuerpo ya no siente deseo.

Por la  noche diez mujeres
juguetean como gatitas en mi pecho,
pero no excitan mi libido
sino mi ternura de bodhisattva.

Se hace pedazos la conciencia,
la percepción presente de mi yo.

Sería muy fácil
escuchar al médico,
seguir un tratamiento,
pero sé que estoy cansado.

No siento deseos
desde hace ya rato.

No es culpa ajena ni propia.

No es el destino de un santo.

No estoy cansado de amar.

Hago pedazos mi conciencia.

De vivir en caída libre
finalmente me he estrellado
y pienso que he de morir
sin haber conocido el amor.


(59)

Los labios de rubí son facetados,
listos para cortar.
Los dientes de perlas trituran
como las bolas de un molino.
Los ojos como estrellas no me guían
como lo haría un GPS.

Los lugares comunes me fastidian,
las imágenes románticas me cortan.
Destilo hiel y  ácido
y descreo de todo.


(60)

Soy un nihilista,
le dije a la puta.
Soy un cínico,
agregué.

Ella se sonreía
y pedía otro trago.

Empezó a masajear mis bolas
por sobre el pantalón.

Sonreía sin escuchar,
automatizada.

Le dije que la amaba.
Ella dejó de tocarme.


(61)

Caín mató a Abel
y devoró su carne.

Todos los hijos de Abel
lanzaron luz
y les crecieron alas.
Todos los hijos de Caín
oscurecieron
y endurecieron su piel.

Unos a otros
se persiguieron.
Unos a otros
se mataron.

El que mate a un cainita
recibirá su castigo
multiplicado por siete.

De lo que haga un abelino,
por todo crimen cometido,
será perdonado.

El mundo es injusto
porque Caín sintió vergüenza
y Abel no tuvo fuerzas.

El fuerte mató al débil
y el débil lo maldijo.
La magia fue creada
y Dios miraba a otra parte.
Los abelinos y los cainitas
se lanzaron a matarse.

Colisionan de una vez
los ejércitos de dos vidas.
Arremeten y desangran
a las tribus de sus primos.

Ya termina la batalla.
Ha acabado la guerra.
Amanece un nuevo día.
La tierra está vacía.


(62)

Dios jugaba a los dados,
apostaba,
y bebía sin parar.

Llamó a María,
la sentó sobre sus piernas.
Besó su cuello
y estrujó sus pechos.

Dios fumaba sin parar,
grandes puros,
de fuerte olor.

Dios jugaba a los dados
y no se molestaba en mirar.

Perdía vida tras vida,
desgracia tras desgracia
y solía beber.

Dios reía divertido
mientras Baal lo robaba.

Nietzsche entró al bar,
disparó sobre los dos.
María no pudo huir.

Jesús miraba la escena
aferrado a su cruz de peluche
oculto bajo una mesa.

Nietzsche besó a su hermana
magreándole las nalgas.

Debajo de la mesa,
Jesús lloraba.

José volvió.
Esperó escucharlos partir.
Tomó la droga y el dinero.

Vio a Jesús.

Tendiéndole la mano
se lo llevó con él.

José prometió cuidarlo.
Jesús juró venganza.


(63)

Usé el Tai Chi Chuan
para romperle el brazo.

Me fastidiaron sus palabras,
su acostarse en la silla,
sus cadenas de oro,
la camisa abierta,
el pecho velludo.

Su pared no tenía diplomas,
sus cajones no tenían armas
y sin embargo me insultaba.

Le exigí una disculpa
y él empezó a gritar.

Mi guardaespaldas sacó el arma,
mató al subgerente.
Aplasté el escritorio
contra el vientre del gordo.

Trepando a la mesa
lo miré a los ojos
chorreando saliva.

Me puso las manos en el pecho,
gritó de horror.
Le partí un brazo,
gritó de dolor.

Lou me dio la Beretta,
reventé al gordo.
Limpié la culata
y la arrojé sobre el escritorio.

La secretaria empezó a aullar,
nos miró a los ojos.
Empezó a gritar suicidio.

Salimos del edificio
y fuimos a comer.


(64)

Supliqué la apostasía
pero él no me creyó.

“Fui bautizado en rebeldía.”

Monseñor me palmeó la cabeza.

“No quiero ir a su cielo,
quiero huríes y manjares,
o héroes y banquetes.”

Monseñor bajó la cabeza,
su mirada me incomodó,
me pareció impropia.

“No quiero su puto cielo,
ni su mierda de infierno,
quiero lo mío,
quiero descansar tranquilo.”


(65)

Acariciaba a mi novia,
sus nalgas y su pelo.
Me sabía de memoria su olor.

Ella no me quería,
pero estabamos bien.

Masajeaba sus pechos,
mordía su culo,
frotaba su pubis.

Estaba muy ocupado,
intentando ser feliz.

Estaba demasiado nervioso
para ver la verdad.

Necesitaba una casa,
dos autos,
tres hijos,
un depto en la playa.

Ella quería,
ella necesitaba,
cosas materiales,
para ser feliz.

Ella necesitaba otro,
para poder amar.
Alguien no tan cínico.
Un abogado,
no un ingeniero.
Un traje,
no un jean.

Eternas palabras de amor
y no chistes ácidos
y críticas crueles.

La tuve que dejar
antes que me dejara.

Porque en el fondo soy cobarde,
no puedo hacerme amar.


(66)

Soy el escudo,
soy la armadura
y soy la muralla.

Soy el protector inmóvil:
no sirvo para nada.

Debiera ser mazo y escudo
o tan sólo un hacha.

Soy inactivo y espero.

El escudo no cubre todo.
La armadura tiene juntas.
La muralla se escala.

No sirvo para nada.


(67)

Soñé con un arado gigante,
arrastrado por la humanidad.
Los hombres eran bestias de carga,
las mujeres los arreaban,
los niños iban detrás.

Los hombres que iban al frente
estaban llenos de heridas,
tenía flechas en sus cuerpos.

Las marcas de las correas,
las cicatrices de los látigos.

Una jovencita pasaba entre ellos
llevándoles vino y pan.

Las sombras asomaron en las montañas,
las piedras se desprendieron.
Todos gritaban.

Tuve otro sueño,
en el que los hombres eran guerreros
y arrastraban un arado.

Creían en el honor.

Aunque las flechas se enterraran en sus cuerpos
seguían adelante.

Aunque estaban sedientos y cansados
seguían adelante.

La familia lo era todo.

Las mujeres iban sentadas
con los niños en sus faldas.

Las sombras bajaron de las montañas.

Los hombres seguían adelante,
las sombras tomaban sus almas.

La familia era todo lo que importaba.

Tuve otro sueño,
en el que los hombres eran estúpidos.

Al bajar las sombras,
se soltaron las correas.

Unos huyeron,
otros pelearon.

Sólo quedaron cuerpos
cubriendo el valle.

Me desperté preguntándome
qué es el honor,
qué deberes tengo,
qué es el deber.


(68)

Me siento Jonás,
huyendo de la grandeza.

¿Porqué he de tener destino?

No quiero honores ni deberes.
Quiero echarme al sol y beber.

No quiero grandeza.

Ando con ella por la calle
envuelta en papeles vistosos
con cintas y moños.

La quiero regalar
y no sé a quien.

Quiero una vida sencilla,
quiero paz,
lo que más deseo es paz.

Soy un rey filósofo
que comete un crimen
se declara culpable
y exige el destierro.


(69)

“Tienes un alma bonita.”
Sonrió,
soltando palabras como suspiros.

“¿Necesitas ayuda
matando a tus monstruos?”
Asentí con la cabeza,
siguiendo el ritmo del hop.

Bailábamos suave,
cadera con cadera.

Me pidió un trago,
fui a la cocina
por un poco de ron

Se abrió la puerta
a otra realidad.
Los monstruos reptaron fuera.
Tomé la aspiradora,
intenté chuparlos,
pero ellos se escapaban,
mis malditos demonios.

Bertha me esperaba del otro lado,
sacudiendo sus pechos,
mojando sus labios de musgo.

Tomé la enceradora
con los cepillos duros.
Me lancé sobre ella.

Destrocé sus escamas,
rompí su piel.
Ella se desangraba.
Vacié un trago.
Cerré la puerta
mientras ella gritaba.

Llevé tequila y ron,
sal y azúcar.

Seguía el ritmo de la música,
estaba en trance.

La pelirroja se desnudaba,
seguía el ritmo de la música.

Puso su lengua en mi oído.
Bebió su tequila.

Me preguntó por mis demonios.

Le dije:

“Todo está bien,
uno por vez.”



(70)

Veo fragmentos literarios sueltos.

No concreto una lectura.
Leo en sueños,
adivinando las palabras.

Quiero una vida sencilla.

Voy a terapia.
Quiero saber si estoy errado.
Quiero saber si soy malo.

El sicólogo me recomienda:
dinero, una rubia y un MBA.

Procuro una vida sencilla,
burguesa, sin emociones.

Veo fragmentos literarios sueltos.

No me controlo.

Leo en sueños.


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