Una anciana tenía en su
pequeña granja un gallinero.
Algunas de las gallinas tenían
la mala costumbre, luego de poner sus huevos, los picaban y rompían.
La ancianita consultó con
un veterinario para ver como solucionar este problema y éste le aconsejó
que comprara en el negocio de ramos generales, unos huevos de plomo, de
forma tal, que cuando las gallinas ponían los huevos y los picaban, también
picarían los de plomo, produciéndoles tal dolor, que dejaran de
picarlos.
Entonces la viejita fue
hasta el negocio del pueblo y lo atendió su dueño, un anciano que
se acercó lentamente arrastrando los pies.
A la pregunta si tenía
huevos de plomo, éste contestó:
- No Sra., es el reumatismo
que me dejó así.