Ya son una tendencia. Se multiplicaron con la recesión y ocupan a miles de empleados. Cuatro casos de empresas autogestionadas
PABLO
CALVI
Es eso o nada. Un galpón lleno de yuyos al norte de
Rosario, algunas máquinas medio destartaladas, un poco de dinero (pero muy
poco), la experiencia de treinta años de trabajo en lo mismo y una quiebra
irremontable.
Eso o quedar en la calle en una ciudad con índices salvajes de desocupación.
Eso, o transformar los restos de la quebrada DIC Sociedad Anónima, una de las
fábricas de carrocerías para micros y colectivos más grande de la
Argentina, en una cooperativa con, tal vez, algún futuro.
"No había demasiado que pensar", recuerda Alicia Esquivel, una de
las nuevas administradoras de la empresa. "O nos animábamos a manejarnos
solos, sin empresarios, o nos quedábamos sin nada; y todos sabemos que, como
está hoy el país, un puesto de trabajo perdido no se recupera más".
Esquivel y Carmen Ríos, esposas de dos de los trabajadores de la fábrica de
carrocerías, se pusieron al frente de los reclamos para mantener abierta la
empresa cuando DIC quebró en febrero de 2000. Golpearon puertas en Rosario,
en Buenos Aires, y finalmente llegaron hasta la Secretaría para la Pequeña y
Mediana Empresa (SEPYME), en donde se les encendió la esperanza de mantener
viva su fuente de trabajo, al menos por algún tiempo.
Hoy, las dos esperan que el Estado les preste un poco más de atención, que
las empresas privadas de transporte vuelvan a confiarles las reparaciones de
sus colectivos y sus micros de larga distancia, y que, al fin, la crisis les dé
un mínimo respiro.
"Entre el 91 y el 94, algunos de nuestros operarios llegaron a ganar más
de 2000 pesos por quincena", recuerda Ríos. "Además, había
premios de hasta 800 pesos. Después, de golpe, se empezó a caer todo. Ahora
por lo menos seguimos trabajando, ganamos, a veces, hasta 500 pesos al mes, la
fábrica es nuestra y mantenemos nuestra dignidad de trabajadores".
Desde los primeros síntomas de la recesión, en el último trimestre de 1998,
la Argentina de la crisis empezó a abonar el terreno para un nuevo tipo de
compañías: las reconvertidas.
"El fenómeno lo empezamos a notar con mucha fuerza en 1999",
explica a Clarín José Sancha, asesor del Instituto Nacional de
Asociativismo y Economía Social (INAES). Las reconvertidas son empresas que
nacen por una quiebra o el abandono de los empresarios. A la deriva y con la
amenaza del cierre como fantasma, comienzan a ser manejadas por los propios
trabajadores, que forman una nueva sociedad para no perder su trabajo.
Aunque no hay un registro detallado de cuántas reconvertidas nacieron en los
últimos años, los especialistas no dudan en afirmar que este nuevo tipo de
sociedades ya marca una tendencia.
"No existe un registro público de cuántas o cuáles son las
experiencias de este tipo a nivel nacional", dice Sancha. "Sin
embargo, sabemos que este proceso de recuperación se está desarrollando en
al menos 33 empresas en todo el país, y que el fenómeno mantiene hoy cerca
de 5.000 puestos de trabajo, y una cantidad equivalente de familias".
Las PyMEs reconvertidas, agrega Sancha, no siempre asumen la forma de
cooperativas —aunque en la mayoría de los casos es así— y en general
aparecen en viejos polos industriales en decadencia desde que comenzó
la recesión, zonas en las que constituyen casi la única esperanza frente al
desempleo.
"En esos lugares, las reconvertidas podrían salvar cerca de 30 mil
puestos de trabajo en los próximos dos años", explica. "Este es un
fenómeno que se da en áreas suburbanas, en los antiguos cinturones
industriales, en polos que antes albergaban la mayor concentración fabril en
la Argentina y que hoy están simplemente en retroceso".
Por un puñado de dólares
Le hicieron una oferta que no podía rechazar: 20 mil pesos por mes. Mucho más
en su cuenta de banco con cada sueldo que lo que ganaba hasta entonces en dos
años de trabajo. Muy pocos hubiesen dejado pasar una propuesta tan jugosa, sólo
para quedarse en la mano con el manejo de una cooperativa de futuro
incierto y un sueldo por retiro de excedente de 700 pesos por mes, poco más,
poco menos. Daniel Flores, sin embargo, lo hizo.
Flores, un ex operario de 49 años devenido en administrador, hoy está al
frente del frigorífico cooperativo Yaguané, en el partido bonaerense
de La Matanza y no sabe quién sacó a la luz ese secreto tan celosamente
guardado por él desde 1999. El secreto es, entre otras cosas, una de las
varas con las que se puede medir el valor de Flores como conductor de la nueva
empresa autogestionada.
"La cooperativa se creó en 1995", cuenta él con aire de volver por
milésima vez sobre la misma historia. "La idea era resistir a la quiebra
a la que nos empujaba (el controvertido empresario de la industria de la carne
Alberto) Samid, entonces dueño del frigorífico, luego de haber engrosado
salvajemente las deudas de la empresa".
A partir de la quiebra, explica Flores, el que comprara o alquilara la planta
podría hacer con ella y con los obreros lo que quisiese. "Por eso se nos
ocurrió formar una cooperativa para seguir trabajando en la fábrica luego de
denunciar a Samid. Con todo ese proceso logramos uno de nuestros primeros éxitos,
que fue el de mantener nuestras fuentes de trabajo".
La cooperativa empezó a funcionar en 1997 y durante cuatro o cinco meses los
entonces más de 500 trabajadores del frigorífico, ahora también sus dueños,
sólo se llevaban a casa una bolsa con carne a la semana y, de vez en cuando,
algunos pocos pesos.
Al principio, recuerda Flores, todos, vestidos de blanco y listos para empezar
a trabajar, se sentaban en el vallado amarillo y negro de la entrada de la
planta, esperando que llegase algún camión con animales para faenar.
Pero en esa época todavía nadie creía que Yaguané se pondría en
marcha otra vez. Casi cuatro años más tarde, la planta produce y compite,
aunque no está rindiendo todavía al 100% de sus posibilidades. Claro está,
ahora la culpa es casi exclusivamente de la crisis económica generalizada.
"Hoy no estamos funcionando al tope de nuestra capacidad y creemos que el
mismo problema se da en todo el sector frigorífico", dice Flores.
"Pero si la situación mejora, nosotros estamos listos para operar al
100%; podríamos hacerlo".
La capacidad ociosa de Yaguané, sin embargo, no impacta excesivamente en los
salarios de los operarios, que figuran entre los más altos del ramo.
"En Yaguané tenemos un sueldo promedio de 500 pesos, casi 200 pesos más
que la media del sector", dice Flores. La paga depende del tiempo de
trabajo y del tipo de tarea que cada operario realice.
"Nuestros sueldos más bajos están en 340 pesos, y los más altos rondan
los 750 y hasta los 800 pesos. Pero todo depende del trabajador. Yo, por
ejemplo, gano lo que gana un obrero especializado de primera. Mi sueldo es de
560 a 580 pesos, más un viático de 200 pesos". Además, explica, los
socios pueden llevarse carne gratuitamente, tienen transporte desde sus casas
hasta la planta, disponen de un servicio de asistencia médica, y no tienen
que pagar las cargas sociales, que asume íntegramente la cooperativa.
La facturación anual de Yaguané es de alrededor de 85 millones de dólares.
Lograrla y mantenerla es parte del reto diario que asumen los socios de la
cooperativa. A cada instante, cada trabajador debe estar pendiente de reducir
los costos y mejorar el empleo de recursos, y además proponer soluciones
a los problemas generales en las asambleas.
"Cuando nos hicimos cargo de la empresa, por ejemplo, Yaguané tenía
gastos por electricidad del orden de los 70 mil pesos mensuales; y eso era
algo que nosotros no podíamos pagar", recuerda Flores.
"Los electricistas de la fábrica, que son trabajadores de la
cooperativa, nos dieron la solución: cambiar las bombitas de luz por tubos, y
ahorrar en agua mejorando las válvulas de la planta. Hoy redujimos el gasto a
casi la mitad. Estamos pagando 38 mil pesos, y todo lo hicimos sobre la base
de una política de cuidar lo que es nuestro".
Pero no todas son rosas en Yaguané, que también enfrenta dificultades muy
severas. A pesar de algunas victorias parciales, los costos del
mantenimiento de la planta siguen siendo altísimos. El frigorífico fue
concebido como una mega empresa, con la playa de faenamiento más grande de
América del Sur. Y los gastos que genera están a la altura de aquel
proyecto monumental. "Entre combustible, herramientas y luz solamente,
gastamos cerca de 300 mil pesos por mes, que no es nada poco", dice
Flores.
Además, la precaria situación legal de la empresa genera algún grado de
inestabilidad, y su continuidad depende de varios factores. "Los frigoríficos
son tipos de empresas intensivas en mano de obra, y uno como Yaguané puede
incluso ser competitivo en un ambiente dominado por empresas de capital",
explica Sancha.
"Pero siempre es necesario un componente de decisión jurídica y política
para que, con una quiebra a cuestas, este tipo de empresa pueda seguir
adelante", agrega
Así y todo, tanto Flores como los 480 socios actuales de Yaguané
mantienen las esperanzas en su nivel más alto, y confían en que la economía
les dará la oportunidad de apuntar a la exportación, a la que consideran
como su tabla salvadora.
"El dinero que ganamos en Yaguané lo reinvertimos casi totalmente,
porque tenemos en vista ingresar al Mercado Común Europeo", explica
Flores. "Necesitamos que SENASA nos habilite; y, aunque va a pasar todavía
un tiempo —porque está el problema de la aftosa—, y hoy nosotros todavía
no estamos en condiciones de exportar, tenemos confianza en que lo podemos
lograr. En poco tiempo, seguro, vamos a estar mandando nuestra producción a
Europa".
Todo de cero
La lluvia torrencial fue el colmo de lo que les podía pasar. Aquel viernes,
todos los operarios de G.I.P. Metal, una empresa de la localidad de
Avellaneda, se habían quedado hasta tarde; algunos, incluso, hasta las cinco
de la mañana del día siguiente, para terminar una producción especial. El sábado,
al llegar a sus casas, se encontraron con los telegramas de despido por
quiebra. Y el martes, con esa cortina de lluvia, que sólo les permitía
hablar a los gritos bajo el puente del ferrocarril, en la esquina de Spurr y
Mujeres Argentinas. El panorama sólo tenía matices de negro.
"La empresa no venía bien hacía rato", cuenta Rubén Jaimez, el
actual encargado de la cooperativa Unión y Fuerza, que nació en un
parto tortuoso tras la quiebra de G.I.P. "No es que fuésemos ingenuos, o
que no hubiésemos visto que todo se venía abajo. Lo que pasa es que, hasta
último minuto, nosotros queríamos que las cosas salieran bien; queríamos
que la empresa siguiera en pie para mantener nuestra fuente de trabajo".
La quiebra de G.I.P. Metal, asegura Luis Caro, asesor jurídico de la Federación
de Cooperativas de Trabajo de la Argentina (FECOTRA) estaba teñida de
irregularidades. "Cuando supimos de esas maniobras extrañas, le
informamos al juez y los trabajadores iniciaron una causa contra el empresario
por tentativa de estafa".
"El dueño de la fábrica quería vaciarla para volver a poner todo en
funcionamiento con un testaferro", explica Jaimez. "Nos decía que
iba a tomar a la mitad del personal, y no nos dejaba ninguna opción. Los que
quedaran iban a perder la mitad de su sueldo, su antigüedad; íbamos a tener
que empezar todo de cero".
Sin embargo, las resoluciones judiciales y el apoyo político permitieron la
reconversión de G.I.P. La mayoría de los más de 50 socios de la ahora
cooperativa tienen entre 25 y 30 años de antigüedad en la compañía.
Muchos, además, ya acusan problemas de cintura, muy habituales en los
trabajadores metalúrgicos de cierta edad.
"De no haber podido funcionar como cooperativa, el panorama para nosotros
hubiese sido completamente negro: sin posibilidades de encontrar un nuevo
trabajo, sin obra social; en la calle", enfatiza Jaimez.
La metalúrgica es hoy una empresa en marcha. "Al principio, la facturación
era baja", recuerda el encargado. "La primera venta la hicimos a
partir del 8 o 10 de enero de 2001, y cerramos el mes con 10 toneladas y media
vendidas, unos 40 mil pesos".
Pero con la estabilidad, las metas de la empresa se fueron elevando, y en el
segundo mes de operaciones, con la idea de producir 20 toneladas, la
cooperativa pudo llegar a las 16 toneladas de metal.
"En marzo duplicamos la apuesta", recuerda Jaimez. "Nos
propusimos hacer 30 toneladas, nos pusimos las pilas, y llegamos a 37
toneladas. Ahora bajamos a 30 otra vez, pero es sobre todo por la situación
del país. Ya estamos consolidados y nos sentimos seguros. Podríamos estar en
mucho más, si supiéramos que vamos a poder colocar todo lo que
producimos".
Para los sueldos, Unión y Fuerza tiene una política especial. "Todos
cobramos lo mismo: 750 pesos por mes", explica Jaimez. "No importa
qué tarea le toque a cada uno en cada momento, porque todos podemos desempeñarnos
en todas las funciones. Por eso, nuestra cooperativa es saludable. Acá todo
es equitativo. Y también queremos ser igualitarios en el tema del
dinero", enfatiza. "Claro que siempre apuntamos a más, porque
sabemos que todo depende de nosotros. Y creemos que lo podemos lograr. La
empresa es nuestra, tenemos muchas esperanzas y estamos con ganas de seguir
haciendo cosas".
Tercerizar
Todo empezó en el puerto. Ese cañadón altísimo justo frente al Paraná,
que la mitad del mes está tapado de barcos y la otra mitad sólo deja ver
algunos botes, a lo lejos, perdidos entre el marrón del río.
"Fue casi de común acuerdo", explica Dehelmar Elvio Maritano, que
dirige Cooperar junto a Damián Pinto. La empresa, una cooperativa
subcontratada por Acindar en Villa Constitución, Santa Fe, tiene alrededor de
140 socios.
"A Acindar no le convenía tener una cantidad fija de gente para trabajar
medio mes, y a nosotros sí nos convenía formarnos en cooperativa para cubrir
ese servicio eventual de carga y descarga de buques, más algún otro servicio
que le pudiésemos ofrecer a la empresa", dice Maritano.
"Tenemos la anuencia de Acindar gracias a que cumplimos requisitos de
calidad, de seguridad, y somos competitivos", agrega. "Y nuestra
idea es ser cada vez más competitivos".
Pero no es sólo voluntad lo que ponen los socios de Cooperar. "Tienen
equipamiento, son profesionales y están preparados para desempeñar las
tareas de carga y descarga de buques", asegura Gustavo Pittaluga,
asistente de la presidencia de Acindar. "En la empresa estamos conformes
con el funcionamiento de Cooperar; imagínese que lo que nosotros buscamos es
calidad y precio en los servicios que contratamos".
De hecho, el precio por tonelada cargada en buque bajó notablemente desde que
Cooperar empezó a trabajar para la metalúrgica.
"Poner la mercadería en el puerto de San Nicolás le costaba 15 dólares
por tonelada a Acindar", calcula Pinto. "Ahora, gracias a Cooperar,
le sale sólo 10,5 u 11 dólares la tonelada; y estamos hablando de unas 140
mil toneladas por año. Es mucha plata".
Es claro. La metalúrgica ahorra dinero. Pero la cooperativa también se nutre
de la relación, y si bien sólo distribuye el 20% de las utilidades y destina
el 80% a capitalización, los sueldos en Cooperar no bajan de los 750 pesos
por mes. Y esas sumas suenan mucho más abultadas mientras más lejos se está
de Buenos Aires.
"En valor, además, tenemos 280 mil dólares en equipos: grúas, palas
mecánicas y otras herramientas", agrega Pinto.
La edad promedio de los asociados en Cooperar es, curiosamente, mucho más
baja que en otras cooperativas. Ronda los 31 años, aunque también hay
algunos socios que superan ya los 60. "Esto es así porque el año pasado
incorporamos a setenta trabajadores más, y tenemos la perspectiva de
incorporar otros 100 antes de fin de año, si se encamina un proyecto que
estamos impulsando", asegura Pinto.
En general, a Cooperar se incorporan mayoritariamente los familiares de
los socios. "A ellos les damos prioridad, sobre todo por un tema social:
si tienen trabajo el padre y el hijo, ya se cubren las necesidades de toda una
familia", explica Maritano.
El alto volumen de incorporaciones en la cooperativa es el resultado de las
expansiones de la empresa a la sombra de Acindar. "De a poco, ellos
fueron tomando otras actividades relacionadas con el armado de los pedidos
para exportación o para el mercado interno", explica Pittaluga.
"Y. desde todo punto de vista, a la empresa le conviene que sea la
cooperativa la que tome el trabajo", concluye Pinto. "En primer
lugar, saben que somos competitivos y exigentes con nosotros mismos, porque
trabajamos para nosotros; por eso les convenimos más que una empresa de
servicios temporarios. Además, les baja el nivel de conflictividad social,
porque nosotros trabajamos con una base, pero si el mes que viene la
cooperativa gana menos, es un problema de la cooperativa. Y, en tercer lugar,
la plata que nos pagan a nosotros se queda en la zona y la mantiene viva; se
crean muchos empleos secundarios a partir de nosotros".
A pesar de que se muestran conformes con los logros de Cooperar, tanto Pinto
como Maritano reconocen que hasta ahora sólo se cumplieron algunas pocas de
las metas que se habín fijado para Cooperar.
"Acindar es hoy nuestro principal cliente, al punto de que si la metalúrgica
se resfría, a nosotros nos agarra pulmonía", grafica Maritano.
"Por eso, si bien tenemos cumplida la primera etapa, que es la de llegar
a los salarios dignos, con nuestra propia empresa, y llevando adelante ideas
propias, todavía nos queda un segundo paso", agrega Pinto. "Tenemos
que encontrar muchos más clientes fuera de Acindar, y estamos seguros de que
lo vamos a conseguir pronto".
Modelo crisis
Si bien el modelo de las nuevas cooperativas florece en un período en el que
casi todos los demás modelos parecen fracasar, la posibilidad de que este
tipo de empresa abra una esperanza en la economía argentina es bastante
remota, incluso para los más fervientes admiradores del cooperativismo.
"Creo que las cooperativas pueden ser competitivas, pero en la situación
actual argentina parece que hablar de competitividad es bastante aventurado,
sobre todo porque este tipo de empresas reconvertidas se maneja con
estructuras obsoletas", opina Sancha.
"Sin embargo, sobre todo aquellas empresas que puedan aprovechar al máximo
su capital humano podrían, en teoría, generar un vuelco en
competitividad", agrega el especialista.
En el mismo sentido, aunque con una visión más optimista, opina Eduardo
Walger, socio de la cooperativa de televisión Con la Misma Red. Walger
sostiene que siempre es posible encontrarse con sorpresas. "Un caso
curioso es el de Fagor, una de las fábricas de lavarropas y heladeras más
importantes de Europa, que le pertenece a la cooperativa del pueblo español
de Mondragón".
Sin embargo, para la mayoría de los expertos, las empresas reconvertidas son
un esquema de subsistencia que casi siempre debe ser apoyado desde el
Estado. "La alternativa es: desempleo. o apoyo al crecimiento de estas
nuevas PyME de subsistencia, que son empresas viables pero con bajo nivel de
rendimiento", opina Sancha.
El gran problema es que el INAES ya no da abasto para apoyar activamente a
estas empresas. Con un presupuesto cercano a los 8 millones de pesos, y sólo
700 mil para destinarle a los subsidios, el instituto también cayó bajo el
peso del déficit cero.
"Ahora sólo podemos dar asesoramiento a las empresas en formación",
explica Sancha. Y el asesoramiento sabe a poco después de tres años de
desempleo creciente y recesión feroz.