Linux nació en octubre de 1991 cuando su creador, el joven finlandés de 21
años, Linus Torvalds, buscaba un sistema operativo tipo Unix para un PC
compatible con procesador 386. A poco más de 10 años de esa fecha consiguió
lo impensado: conquistó el mundo.
Por Juan C. Camus.*
27 de Agosto de 2002
En San Francisco, bella ciudad que mira al mar en la costa oeste de Estados
Unidos, el sistema operativo Linux vio cumplido un sueño que probablemente
su creador ni siquiera se puso por delante: conquistar el mundo.
Linus Torvalds, un programador finlandés de 21 años en esa época,
necesitaba de un sistema operativo tipo Unix para su computador. Así que
comenzó a trabajar para hacer uno que se pareciera a Minix (un derivado de
Unix que se usaba para enseñar en la universidad), que cumplía con
trabajar para el procesador 386 de Intel.
Para conseguirlo hizo varias cosas brillantes. Primero, claro, hizo
su trabajo. El mismo se encargó del kernel del nuevo sistema operativo, que
viene a ser como el centro de todo. Luego, publicó un aviso en un grupo de
noticias de Internet, invitando a otros a apoyarlo con programación e
ideas. Era la versión 0.02. Y por último, creo un sistema de veras
colaborativo para que todos los participantes pudieran estar enterados de
las últimas novedades sobre el sistema operativo y aportaran con lo suyo en
la tarea.
El tiempo y los buenos resultados hicieron el resto. El sistema
operativo comenzó a funcionar realmente bien, muchos jefes de sistemas
comenzaron a confiar en él para aplicaciones realmente importantes y pronto
llegaron aplicaciones comerciales que estaban basadas en dicho sistema
operativo, a transformar el paisaje de las salas de servidores de las
grandes compañías.
Pero faltaba algo. Y eso comenzó a pasar el año pasado y el
actual. Fueron hitos bastante concretos. La base instalada de máquinas con
Linux, superó los 10 millones. Aparecieron servicios de renombre mundial,
basados en ese sistema operativo, como por ejemplo, el servicio de búsqueda
de Google. Y, lo último, ocurrió en San Francisco en la primera quincena
de agosto, cuando Sun se unió a lo que había hecho antes IBM, al anunciar
que sus computadoras tendrían Linux en su interior. Y, más aún, su máximo
ejecutivo, Scott McNealy, explicó que sus propios empleados usarían máquinas
con Linux en un programa orientado a reducir costos de operación de su
compañía. A eso agregarían un proyecto para que una línea de sus
estaciones de trabajo también estuvieran equipadas con ese sistema
operativo para venta a público.
Probablemente quienes estén un poco ajenos al mundo de las compañías
de computación, verán con poco atractivo estos anuncios. Pero no hay que
escarbar mucho para entender su real significado. Desde que el sistema Unix
comenzó a ser usado en los años ’70, toda compañía que hiciera
computadores quiso tener uno propio. Así IBM hizo AIX; Sun hizo Solaris, HP
hizo HP-UX y así para adelante. Incluso Microsoft intentó lo propio, pero
mantener la relación con el escritorio le obligó a que su NT se pareciera
más a Windows que a Unix.
Por eso, que Linux esté ahora dentro de computadores de marcas
reconocidas es algo de veras notable. Y, si consideramos que todo este
vuelco hacia Unix motivado por Linux y su éxito como producto, fue generado
sólo por una buena idea y las hábiles manos de una persona –el finlandés
Linus-, el título de esta columna hace mucho sentido. Para conquistar el
mundo sólo se necesita eso. Y ganas de hacerlo, claro.