Caminaba por la calle,
cuando pude recrear mi vista con una de esas mujeres
maravillosas que Dios ha puesto en el mundo para que uno
tenga que darle las gracias a cada momento. La despampanante
mujer venía con un precioso perrito en los brazos y lo
apretaba contra su lindo, relindo y desarollado pecho...
Yo, sintiéndome Don
Juan me adelanté y le dije:
-¡Quién fuera el
perrito para que me llevaran donde lo llevan a él!
Y la dama, muy
secamente, me contestó:
-Pues, mire, que no le
iba a gustar mucho... porque lo llevo a que le corten el
rabo...