Las palabras exactas - Lo que vio Carlos
Escribe: Anailén Nassif

Dicen algunos que las situaciones críticas o las malas etapas hacen que las personas se distraigan. Otros sostienen que es una manera que el inconsciente tiene para evadirse del mundo y concentrarse en otras cosas más agradables que las agriedades cotidianas.

Sea como fuere, andamos cada vez más distraídos. O al menos, nos cuesta mucho más concentrarnos. El trabajo, las ocupaciones, las responsabilidades, los horarios, comienzan a necesitar de una agenda o un "ayuda memoria".

Lo cierto es que si nos despistamos en las cosas que nos competen personalmente, como las ya mencionadas, los únicos perjudicados por los atrasos, las demoras o los incumplimientos seremos nosotros. Sin embargo, corremos el riesgo de cegarnos a punto tal de no ver otras cosas: las cosas que les ocurren a nuestros semejantes. Y lo quizá más peligroso: no ver lo que a través de ese otro, puede suceder en el futuro. Pero esto merece una explicación más detallada.

Ocurre que muchas veces vamos caminando por la calle y observamos un niño con zapatillas rotas, un hombre que vaga ebrio, un joven fumando sentado en el umbral de una casa, una mujer con un niño en brazos, otro de la mano y otro en su vientre, un jubilado con una bolsa llena de remedios que quizá compró con más sacrificios que dinero, un desocupado en la cola del supermercado pero mirando poco hacia las góndolas para no desear nada, una mujer atravesando el derecho de su seguro de desempleo pero sintiéndose espantosamente desesperada mientras mira una vidriera sin poder comprar...uno observa, y son como postales. En realidad, son cuadros dantescos.

Días pasados, dos personas caminábamos por una calle de balasto en una ciudad del Departamento. Delante nuestro iba un hombre de no más de 45 años de edad llevando un carro modesto, de madera y con ruedas ovoides por lo desparejas, vendiendo pescado. El vendedor tenía puestas ropas raídas y descoloridas y un gorro de lana.

La persona que me acompañaba lo miró y me dijo: "no me preocupa él, me preocupan sus hijos". La frase me repercutió en el duodeno. Una cachetada para ver de golpe, para no distraerse. Y no es desacertado.

Actualmente nos debatimos entre el trabajo y la desocupación. Entre las heridas de la sociedad los hombres se la rebuscan como pueden y ese hombre que vimos vendiendo pescado, difícilmente lo hiciera por placer. Con lo poco o lo mucho que vendiera seguramente tendría que alimentar a sus hijos. Aunque tampoco sería errado pensar que si no vendía durante el día, esa mercadería sería la cena de su familia.

Nadie duda que las clases poderosas, las que articulan los poderes, las que debaten en un escritorio los destinos de los seres de esta patria tratan, de la mejor forma, mejorar la calidad de vida de todos; pero la pregunta es otra. Si ese hombre sólo puede hacer eso, ¿qué van a hacer, a aprender, a aprehender -sí, con hache-, a desear y a acceder suss hijos? ¿La pobreza también se hereda? ¿Es un bien sucesorio? No creo que sea un derecho natural...

Alguien podrá decirme aquí que este hombre estaba trabajando y que peor es "salir a robar". Es cierto, pero quizá se merece otra cosa, quizá tiene un oficio y no lo puede ejercer porque no hay trabajo, quizá tuvo trabajo fijo y lo despidieron, quizá sus hijos antes tenían zapatos y hoy sólo alcanza para zapatillas baratas.

Mi compañero de caminata vio el cuadro, con la salvedad de que encontró las palabras exactas para que, además de que yo lo viera, lo sintiera y pensara más allá de lo tangible.

Quizá pase por allí el comienzo de las soluciones. Proyectar. Quizá no debamos sólo proyectar basándonos en las situaciones auspiciosas. Si es cierto que mirando hacia atrás se puede comprender el presente, proyectemos para ir solucionando los posibles problemas del futuro. Si el pasado dio forma a este presente, este presente es el momento basal del futuro. Mejoremos lo de hoy y mejoraremos lo de mañana.

Creo que el primer paso para esto es lo que hizo mi compañero de camino: ver y hacer ver, cachetear y cachetearse a uno mismo en las mejillas para no distraerse.

Dar vuelta la cara o cambiar de vereda es la técnica del necio, del cobarde, del hipócrita...de los ciegos de espíritu.-

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