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Un nuevo general púnico había llegado a la península con mercenarios púnicos a unir a su ejército con el de Magón antes de su partida a las Baleares, sustituyendo a Asdrubal, su nombre era Hannon. La acción de los tres generales del ejército púnico se planteó en dos frentes; Hannon y Magón marcharían al interior, a la Celtiberia, para reclutar mercenarios y levantar a los indígenas contra los romanos, apoyados en las buenas relaciones que existían con ellos. Mientras, Asdrubal Giscón defendería la costa atlántica meridional y las posesiones que aun restaban a Carthago en el valle del Guadalquivir, la nueva acción púnica en la Celtiberia comprometía gravemente los planes de Escipión y la acción positiva desplegada hasta el momento en Hispania, ya que se corría el peligro de una unión de las tribus del interior contra los romanos que, por su situación, podían operar hacia el oriente y el sur y por una derivación hacía una lenta y difícil guerra de guerrillas. Escipión decidió actuar enérgicamente contra los caudillos púnicos enviando un ejército al mando del propraetor M. Julio Silano, el cual logró atraer a la lucha al conjunto de las tropas púnicas con éxito, los celtíberos se dispersaron y solo una parte de las tropas cartaginesas consiguió escapar hacia las posiciones que Asdrubal Giscón mantenía en torno a Gades, siendo hecho prisionero Hannon (Liv. XXVIII, 1).

La victoria de Silano permitía a Escipión rematar la guerra en Hispania, antes de invernar con sus tropas envió a su hermano Lucio Escipión a conquistar una rica ciudad llamada Orongis, situada según Livio (Liv. XXVIII, 4) en la frontera de los maessesos o según Zonaras (Zon. IX, 8) en la Bastetania, Livio añade que su tierra era fértil y también abundante en riqueza de minerales de plata. De todo ello puede deducirse, que tal ciudad no es otra que Aurgi o Auringis, es decir, la actual Jaen, lo que conviene con la situación en la Bastetania y con su vecindad con los maessesos que podían ser los mastienos, es decir, los habitantes de la región de Cartagena. Ello hace pensar que Escipión pretendía completar la conquista de la zona sudoriental, llevada a cabo ya en la costa, con los territorios que se extendían al sur, a lo largo de las actuales provincias de Jaen, Granada y Murcia. Lucio, en cualquier caso, cumplió con la misión con éxito sometiendo esta ciudad.

Escipión paralelamente se preparó para la operación más decisiva, el avance por el valle del Guadalquivir hacia la costa atlántica y el baluarte púnico de Gades. Desde Castulo, donde Silano se unió con sus tropas recientemente vencedoras en Celtiberia, el ejército romano avanzó a lo largo del río, buscando el enfrentamiento con Asdrubal Giscón. El choque tendría lugar efectivamente en Ilipa o Silpia (Alcalá del Río) o según Apiano en Carmo (Carmona) en la campaña de 207. La victoria fue completa para las armas romanas. Escipión (Polib. XI, 22) cambió su disposición y colocó a los romanos no como antes, en el centro, y a los aliados hispanos en los flancos, sino al contrario. Sin duda, dudaba de la lealtad de ellos, aleccionado por los desastres de su padre y su tío. En esta forma, sacó a sus tropas en orden de batalla fuera de la empalizada, los cartaginesas, sorprendidos, apenas tuvieron tiempo de armarse y no pudieron formar sus filas.

Escipión extendió las tropas romanas por los flancos poniendo al enemigo en peligro de ser envuelto. Esta táctica anulaba a los elefantes y a los auxiliares hispanos del enemigo, mientras que las tropas púnicas en el centro quedaban inmovilizadas, pues si acudían a combatir a las alas, toda su línea se desorganizaría. Escipión había tenido la precaución de que sus soldados comieran antes del amanecer, mientras los cartagineses desfallecían de hambre y sed bajo el sol. Por eso, cuando los púnicos mismos fueron atacados, retrocedieron en desorden. Solo una lluvia torrencial salvó al ejército púnico de un desastre total.

El vencido Asdrubal consiguió escapar por mar a Gades, a donde también había llegado Magón tras su derrota en Celtiberia. En el campo de batalla había quedado solo una pequeña bolsa sobre una colina al mando del númida Masinissa. Escipión dejó encargado a Silano de someterla a asedio, mientras regresaba a Tarraco, pero no fue necesario el uso de las armas para vencer esta última resistencia. Masinissa fue lo suficientemente inteligente para darse cuenta de la desesperada situación y llegó a un acuerdo con Silano. Quedaba, pues al en otro tiempo extenso imperio púnico en la península Ibérica,apenas el reducto de Gades. Roma había ganado la batalla peninsular, mientras la suerte volvía la espalda a Anibal en Italia. La segunda guerra púnica entraba ahora en su última fase de desesperada defensa por parte de Carthago, frente al irresistible empuje de las armas romanas.

El año 206 marcará el final del dominio púnico en Hispania con la expulsión de las últimas fuerzas que Carthago aquí mantenía. A Escipión le urgía terminar la obra que con tanta fortuna y rapidez había llevado a cabo en cuatro años de actividad. Por ello, durante el período invernal de 207-206, intentó un nuevo golpe de fortuna acudiendo a la corte del rey Sifax de Numidia para atraerlo a la causa romana. La tentativa sin embargo falló por coincidir allí con Asdrubal, que también desde Hispania y por la misma razón se encontraba en conversaciones con el rey. Pero si bien falló la labor diplomática, al llegar la primavera emprendió con nueva energía las acciones de las armas. Mientras Escipión se dirigía a Iliturgi o Ilurgi, su lugarteniente L. Marcio asediaba esta ciudad. Iliturgi sufrió con todo rigor las consecuencias de su supuesta traición, ya que aun habiendo estado cierto tiempo inclinada a los romanos, había hecho defección. Escipión la asaltó entregándola al saqueo y a las llamas. De allí acudió a Castulo o Castaca, en similares condiciones, cuyo sitio se hacia más difícil por la presencia en su interior de fuerzas cartaginesas que dirigían la defensa. Sin embargo aquí no fueron necesarias las armas. Un tal Cerdubelo introdujo entre los sitiados elementos de discordia, hasta conseguir la entrega de la ciudad y de los cartagineses que estaban en ella a Escipión. El general romano a continuación, se retiro a Carthago-Nova, donde pensaba celebrar juegos fúnebres en honor de su padre y su tío, mientras ordenaba a sus lugartenientes Silano y Marcio continuar la labor de sumisión de la región meridional.

Las fuentes nos han transmitido el nombre de Astapa (Estepa) como una de las ciudades que más enconada resistencia opusieron a Marcio, hasta llegar a su autodestrucción, detalle este poco verosímil, puesto que Astapa sobrevivirá al desastre para alcanzar la época imperial como centro urbano de importancia. De cualquier modo los legados de Escipión consiguieron al parecer cumplir su cometido y el sometimiento del valle del Betis fue una realidad, al tiempo que Gades, viendo perdida la causa púnica, por medio de unos fugitivos, comenzaba a tratar de la entrega de la ciudad y de la escuadra y tropas púnicas que en ella se atrincheraban. Marcio y Lelio fueron comisionados para intentar, en una operación conjunta por tierra y mar, la caída de la plaza. Pero cuando Lelio, que era comandante de la escuadra, se dirigía a Gades,  tuvo un encuentro con 8 naves púnicas que mandadas por Aderbal, se dirigían con prisioneros a Carthago. Aunque la escaramuza fue favorable a Lelio, el combate alertó a las fuerzas defensoras de Cádiz del plan romano permitiéndoles tomar medidas. Fallado el factor sorpresa y ante las dificultades de un asedio por las magnificas características de la ciudad, se abandonó la empresa.

Cuando parecía inminente el final de la guerra púnica en territorio peninsular, surgieron de imprevisto una serie de circunstancias adversas que retrasaron durante un tiempo la acción y que hicieron concebir a los púnicos la esperanza de volver a una iniciativa de ataque. Por un lado surgió en el campamento romano de Sucro (Albalat) en la región levantina, junto al Jucar, un motín militar que parece motivado por una grave enfermedad de Escipión y por el retraso en la percepción de sus pagas. Pero al mismo tiempo los veteranos jefes indígenas, Indíbil y Mandonio, se levantaron en armas atacando los campos de tribus vecinas aliadas de los romanos; suessetanos y sedetanos. Es posible que este levantamiento se tratara de una reacción a las exigencias romanas que habrían comenzado la explotación regular en metálico y en subsidios humanos de las tribus sometidas. La rebelión indígena y el motín militar venían a trastocar los planes de Escipión de una rápida organización de los territorios conquistados para volver a Italia a empresas donde su personalidad recibiera más altas cotizaciones. Por ello actuó con gran decisión y energía, reprimiendo ejemplarmente el motín, para dirigirse poco después desde Carthago-Nova hacia la región del Ebro a marchas forzadas. El choque contra los ilergetas resultó favorable a Escipión y los indígenas se entregaron con Mandonio a la cabeza mientras Indíbil conseguía escapar con una parte de su ejército. El general romano, que no deseaba ver comprometida de nuevo la tranquilidad de los territorios hispanos, no fue excesivamente duro en sus condiciones de paz, limitándose a exigir una contribución por el valor que se adeudaba a sus soldados. Esta sería la última acción militar de Publio en Hispania. Poco después marchaba a Tarraco y desde aquí, se embarcó rumbo a Italia, después de un viaje hasta Gades donde se puso en contacto con Masinissa para tratar de la adhesión del jefe númida al gobierno de Roma.

No hubo lugar a esta valiosa cooperación, pues en Carthago prevaleció la idea de que la clave de la contienda debía disputarse no en Hispania sino en Italia, por lo cual el senado Cartaginés dio ordenes concretas a Magón para que acudiera a Italia en ayuda de su hermano Anibal con el máximo de efectivos. Carthago le envió mucho dinero, él reunió otra fortuna despojando los santuarios y extorsionando a particulares y partió abandonando Gades a su suerte.

Las noticias de las dificultades en el campamento de Sucro y frente a los ilergetas hizo concebir al caudillo púnico esperanzas de intentar un golpe de suerte que mejorara la grave situación en que se encontraba. Esta acción se concretaría en una operación imprevista destinada a reconquistar Carthago-Nova (Liv. XXVIII, 36). Pero si bien consiguió llegar hasta la ciudad, la indisciplina o carencia táctica de sus tropas, que se desparramaron por la playa sometiéndola a saqueo, puso sobre aviso a la guarnición romana que no tuvo dificultad en rechazar con éxito el ataque púnico. Por el mismo tiempo Gades se puso en tratos con Marcio, legado de Escipión y tras conseguir buenas condiciones de paz, incluida la exención y libertad para tener un gobernador romano (Liv. XXVIII, 37).

Magón puso rumbo a Gades de nuevo para encontrarse con la desagradable sorpresa de que en su ausencia los gaditanos habían decidido cerrarle sus puertas. No le quedó otro remedio a Magón que desembarcar en una localidad cercana, Cimbi, de localización desconocida y después de un cruel e inútil escarmiento con los magistrados de Gades a los que logró atraer y crucificar, partió hacia las Baleares. Ibiza le proporcionó víveres, pero en Mallorca no logró desembarcar por la oposición de sus pobladores. Al fin pasaría la estación invernal de 206-205 en Menorca, donde fundaría la ciudad que lleva su nombre, Mahón. Consiguiendo mercenarios con los cuales desembarcaría en Italia en 205, en las costas de Liguria.

La tenacidad romana y el indudable talento militar del joven Escipión habían logrado, tras varios años de lucha, convertir en realidad uno de los primeros objetivos que el gobierno romano se había trazado al entrar en conflicto con Carthago, sustraer a la potencia africana su principal fuente de recursos.

El interés de Roma por la península entra muy tarde en su horizonte de perspectivas, el primer tratado entre Roma y Carthago, de finales del siglo VI, ni siquiera la menciona; el de 348 solo incluye cláusulas restrictivas para las naves romanas. Puede afirmarse que no existían intereses romanos en la península. Este interés cuando se suscita no es directo, sino producto de la atención con que Roma seguía el creciente desarrollo púnico, basado en gran parte en su afortunada política regional en Hispania. El tratado de 226 hay que considerarlo como un intento de poner freno a la expansión púnica, simplemente por el temor real a una excesiva potencialidad de un estado que había sido vencido tras una durísima guerra hacía tan solo 15 años, no por considerar a la península susceptible de anexión o de otra forma de colonialismo.

Que el gobierno romano no tenía prevista en principio la anexión de Hispania queda de manifiesto por las vacilaciones en la institucionalización de sus territorios como provincia del incipiente imperio mediterráneo.

La guerra en Hispania había sido asignada en principio a uno de los cónsules de 218, P. Cornelio Escipión, que tomó como lugarteniente a su hermano Cneo. La imprevista acción de Anibal sobre Italia obligó al cónsul a permanecer en Italia un año hasta que por fin, como proconsul pudo unirse a su hermano en la península. Su nombramiento y las prerrogativas de su cargo eran las normales en tiempo de guerra, sin instrucciones para regular los asuntos de Hispania sobre bases de gobierno estables. La muerte de ambos dejaba al ejército de Hispania en una grave situación, puesto que dado el alejamiento de la península y las ineludibles necesidades de la guerra, urgía contar con un mando. De ahí la primera acción irregular, los propios soldados, contra las reglas de la constitución, entregaron el mando al caballero L. Marcio, sin otro titulo que sus cualidades militares. Cuando el Senado tuvo noticia de ello, reaccionó enviando un propretor, Claudio Neron, es decir, un promagistrado, elegido según las normas en los comicios e investido con poderes regulares. Su mando duró poco, ya conocemos las circunstancias que concurren en la elección del joven P. Cornelio Escipión, simple privatus, sin capacidad legal, investido de un imperium proconsular que prefigura la imagen que encarnará durante la crisis republicana Cneo Pompeyo. La elección era excepcional y como tal, se superpuso al nombramiento regular de un nuevo propraetor, Junio Silano, que se le subordinó en la dirección de la guerra peninsular. Era manifiesto que en Hispania no podían seguirse normalmente las reglas de colegialidad y anualidad que constituyen los rasgos fundamentales de la magistratura romana, ante las necesidades de la guerra y la lejanía de las instituciones del poder central. Todo ello era explicable por la situación de la guerra contra Carthago y la primordialidad de vencer, aun a costa de transgredir la constitución.

El punto de inflexión de la guerra en Hispania es, sin duda, la batalla de Ilipa en 207, que quebró la resistencia púnica en el valle del Guadalquivir, acorralando sus fuerzas en la costa atlántica en torno a Gades, meramente a la defensiva. Según una fuente tardía, Zonaras, tras la batalla de Ilipa, Escipión recabó del Senado el encargo de ordenar los asuntos de Hispania, es decir, establecer regularmente las relaciones entre Roma y las comunidades indígenas. La noticia probablemente es cierta si tenemos en cuenta su reflejo a posteriori en otras fuentes como Polibio, Apiano y Floro, para quienes Escipión realmente llevó a cabo su misión aunque de una forma provisional que solo en 197 seria definitivamente fijada por el Senado romano. En el curso de la guerra, una vez pasado el Ebro, se hizo necesaria la utilización de dos cuerpos de ejército distintos, dada la excesiva extensión en longitud de las regiones controladas por las armas romanas y la conveniencia de disponer de fuerzas inmediatas, no solo contra los cartagineses, sino para mantener en su fidelidad a las tribus indígenas. La duplicidad del mando, por más que el conjunto del ejército y su flota estuviese subordinado a Escipión, cuyo imperio proconsular era superior al de sus lugartenientes, fue pues, pronto una ineludible necesidad.

Probablemente su arranque haya de ser datado en 209, una vez que tomada Cartagena, quedaba clara la existencia de dos frentes, uno ofensivo sobre el Guadalquivir y otro defensivo al norte del Ebro, apenas unidos por una franja de litoral muy estrecha a lo largo de la costa levantina, a cada lado de ellos se adscribió un ejército y un mando, que quedaron refrendados tras la batalla de Ilipa . Se trataba más bien de doble mando militar que otra parte quedaba ya marcado con bastante precisión por la propia extensión de los territorios controlados al norte del Ebro y sobre el valle del Guadalquivir. La guerra de otro lado y las necesidades estratégicas podían conducir a una acción común en la que todo el ejército se subordinaba a Escipión. Su situación excepcional como proconsul se regularizó cuando regresó a Roma en 205; a partir de entonces y salvo raras excepciones perfectamente explicables, los dos ámbitos peninsulares, como provincias romanas, recibirían sendos magistrados para su gobierno a lo largo de todo el período republicano.

Escipión abandonó Hispania en 206 a tiempo para presentarse a las elecciones consulares llevándose a la mitad del ejército, dejando dos legiones en Hispania al mando de sus lugartenientes M. Julio Silano y L. Marcio, encargado cada uno de los dos ámbitos en que se desenvolvía el dominio romano peninsular. La influencia de Escipión en el gobierno incidió en el nombramiento para el 205 de dos nuevos jefes, elegidos como el mismo, por votación popular sin haber cumplido las magistraturas superiores que incluían el mando militar, fueron, sin embargo, provistos de imperium proconsular. Fueron éstos, L. Lentulo, para los territorios al norte del Ebro, es decir, la que seria a partir de 174 la Hispania Citerior y L. Manlio Acidino para la región meridional o, en la misma circunstancia que la anterior, Hispania Ulterior.

Pronto se hicieron ver las consecuencias de la reducción de efectivos por parte de las tropas romanas y de la propia marcha de Escipión que, con su personalidad, había contribuido a estabilizar, no sin duras luchas, las relaciones con las tribus indígenas, ya que la lealtad a Escipión la entendían los indígenas como puramente personal, y no se sentían obligados con unos representantes nuevos de Roma (Liv. XXIX, 1, 19).

El primer golpe partió precisamente de la región que durante los años anteriores había fluctuado una y otra vez en la alianza con los romanos, la tribu de los ilergetas, al mando de Indíbil, que se apresuró a aprovechar la ausencia de Escipión para levantar contra Roma a las tribus vecinas con el concurso de su hermano Mandonio. No es difícil encontrar una causa más de esta rebelión en el pago de los fuertes tributos a que se vieron obligados tras ser recientemente doblegados. A los ilergetas, pues, se añadieron las tribus de los lacetanos y ausetanos, que consiguieron poner en pie de guerra un ejército numeroso, al decir de Livio de 30.000 infantes y 4.000 jinetes, el cual se concentró en la región de los sedetanos, esto es, en el campo de Zaragoza. Aquí tuvo lugar el enfrentamiento con el ejército romano al mando de los nuevos proconsules, que resultaron vencedores y en el cual Indíbil perdió la vida. Cuando Mandonio y los otros supervivientes responsables de la sublevación intentaron llegar a un nuevo pacto, las condiciones impuestas por los romanos fueron muy distintas a las que había aplicado Escipión.

Las condiciones de Hispania habían cambiado, desaparecido el peligro púnico, ya no era necesario mantener una amistad fundada en las concesiones, sino aplicar simple y brutalmente la ley del más fuerte. Manlio y Acidino exigieron la entrega de los jefes culpables entre ellos Mandonio, que fueron ajusticiados. La petición de paz por parte de los romanos fue supeditada a la aceptación de un tributo de montante doble al normal, al mantenimiento por seis meses del ejército romano, a la entrega de las armas, exigencia de rehenes y establecimiento de guarniciones en sus principales núcleos. Sin posibilidad de resistir a estas cláusulas, más de treinta pueblos (Liv. XXIX, 2; Apiano, Iber. 38) se sometieron a los generales romanos.

Entre tanto, proseguía la guerra contra Carthago en situación muy diferente a la de años anteriores. El gobierno romano había cumplido su vieja aspiración de conquistar Africa, precisamente en la persona de Publio Cornelio Escipión, al que le será otorgado por su victoria el cognomen de Africano, mientras Anibal aun en Italia recibía la orden de regresar a Carthago para defender el suelo patrio. En estos años es comprensible que nuestra principal fuente de información, Livio, apenas dedique unas líneas a los acontecimientos en Hispania para dar cuenta de la reelección anual, entre 204 y 201, de los generales Lentulo y Acidino para el gobierno de las dos demarcaciones Hispanas.

Solo algunas noticias accidentales permiten desvelar la situación en la península. Según el mismo Livio, (Liv. XXX, 26, 5) en 203 el precio del trigo en Roma sufrió una baja considerable debida al envío de grandes cantidades de grano desde Hispania.

Los sanguntinos apresan y llevan a Roma a unos emisarios cartagineses que pretendían, sin reconocer la soberanía de Roma, reclutar mercenarios en Hispania (Liv. XXX, 21, 3).

Al finalizar el 201, el proconsul Lentulo pidió ser relevado de su servicio y marchó a Roma para presentarse, como había hecho Escipión años antes en las elecciones para Cónsul. Con el llevaba un gigantesco botín de 43.000 libras de plata y 2.450 de oro y solicitó del Senado la concesión del triunfo por sus acciones militares. El Senado, sin embargo, dado que Lentulo no había cumplido las magistraturas que autorizaban este máximo galardón, concedió sólo la ovatio (Liv. XXXI, 20). Estas noticias hacen pensar que en la península continuaban las acciones represivas contra los intentos de oposición al nuevo gobierno romano, traducidas en contribuciones de guerra en metales preciosos y especies. Todavía no existe ni siquiera una rudimentaria administración - de hecho, apenas existirá a lo largo de toda la República - y la relación entre las fuerzas enviadas de Roma y los indígenas se reduce a una prueba de fuerza entre aquellas, dispuestas a implantar su dominio y estos, que intenta sustraerse al mismo. Las luchas van acompañadas de desmantelamiento de los núcleos indígenas fuertes y desmembramientos en sus territorios, destinados a debilitarlos como medio de evitar cualquier resistencia seria. Conforme avanza el poder romano se intensifica y extiende el pago de tributos y contribuciones, única meta por el momento de la administración y única razón para el mantenimiento de ejércitos.

Un nuevo gobernador vino a sustituir a Lentulo en la Citerior, también de la poderosa familia de los Cornelios, lo que indica que continua la influencia de Escipión en el Estado, ahora todavía reforzada por la reciente victoria sobre Anibal en Zama y el fin, con ello, de la guerra púnica. Para el año 200 contamos en la Citerior con C. Cornelio Cétego, mientras continua en la Ulterior L. Manlio Acidino. Durante este año solo es digno de mención por parte de Livio (Liv. XXXI, 49, 7) la victoria de Cétego para sofocar una sublevación indígena en la región de los edetanos. Acidino entregó a Roma solo 1.200 libras de plata y 30 de oro (Liv.XXXII, 7) por lo que le negaron los honores de la ovatio.

Durante los dos años siguientes, 199 y 198, continuando con el sistema extraordinario del poder proconsular a personajes que aun no habían cumplido magistraturas con imperium, llegan a Hispania Cneo Cornelio Blasión - de nuevo la familia Cornelia - para la Citerior y L. Sterninio para la Ulterior. Su gestión siguió discurriendo por los conocidos cauces de lucha contra las tribus indígenas - Cornelio Blasión recibiría por sus victorias los honores de la ovatio - y de gigantescas aportaciones de metales preciosos al tesoro público.

Mientras en Oriente tenía lugar contemporaneamente la segunda guerra macedónica contra Filipo V, con la victoria romana Kinoscefaloi (197), lógicamente estos sucesos harán que las fuentes dediquen toda su información hacia el otro extremo del mediterráneo. Pero precisamente, en el mismo año de la victoria de Cinoscefalos tiene lugar la culminación del proceso que desde la expulsión de los púnicos de Hispania, tendía a la organización en provincias de aquellos territorios donde ya se había establecido firmemente la dominación romana. Según Livio (Liv. XXXII, 27, 6) en ese año fue elevado de cuatro a seis el número de pretores anuales, para disponer así de dos nuevos magistrados que pudieran encargarse del gobierno de las dos provincias hispanas.

Desde entonces se las considera como provincias en el léxico jurídico de los historiadores, así dice Tito Livio: et terminare iussi qua ulterior citeriorue prouincia seruaretur. Termina con ello la época primera de ensayos en los dominios del extremo occidente y la península, ratificada en la doble división provincial, que se añade a las dos insulares con que contaba el estado romano, Sicilia y Cerdeña.

Fueron pues elegidos como primeros pretores, con poder proconsular, C. Sempronio Tuditano en la provincia Hispania Citerior y M. Helvio en la Ulterior, provistos de nuevos ejércitos, exclusivamente formados por aliados itálicos, 8.000 infantes y 1.400 jinetes cada uno y enviados con el encargo de delimitar las fronteras entre ambas provincias. Según E. Albertini (Les divisions administratives de l'Espagne Romain, París, 1923) y A. Schulten (FHA III p.174) la divisoria se estableció entre Carthago-Nova y Baria para penetrar por el río Almanzora hasta el Saltus Castuloniensis. Todos los poderes administrativos, judiciales y militares están en sus manos y su gestión es solo supervisada por el Senado. Deciden la paz, la guerra, exigen tributos y las tropas auxiliares que las tribus y ciudades deben prestar como ayuda a Roma según los pactos.

También administran el ager publicus o tierras cuya propiedad se había reservado a Roma. Podían fundar colonias, fijaban el estatuto de las ciudades conquistadas, aunque casi todas ellas se integraban como estipendiarias con la obligación de pagar un tributo fijo del 5 por 100 anual de la cosecha y productos locales y una prestación en caso de necesidad para campañas de guerra, suministrando tropas auxiliares. Pueden acuñar moneda o autorizar acuñaciones a las ciudades para facilitarles el pago de soldadas, adquisición de víveres, impedimenta militar y cobrar los tributos pactados. Son, en definitiva, la autoridad suprema y como tales dan edictos, recaudan impuestos y regulan la vida política de los pueblos indígenas.

La reducción de efectivos a que se vieron forzados estos gobernadores en 197 a su llegada a Hispania estaba condicionada probablemente a la necesidad de enviar tropas al oriente, pero en cualquier caso resultó fatal.

Parece ser que, sin conexión, pero simultáneamente, los pueblos indígenas de ambas provincias se rebelaron contra el gobierno romano. La peor parte le cupo a las armas romanas en la Citerior, donde Sempronio, en inferioridad de condiciones, hubo de enfrentarse a una coalición de tribus, cuyos nombres no restituyen las fuentes. Su ejército, según Livio, fue arrollado y dispersado y el propio Sempronio huyó, malherido, del campo de batalla, muriendo poco después. Igualmente, en la Ulterior la rebeldía contra los romanos prendió en toda la provincia. Es esta la primera noticia detallada que tenemos de la región meridional desde la campaña de Escipión y Marcio y no es necesario insistir en que las causas de esta guerra han de buscarse en la arbitrariedad de los gobernadores romanos con sus exigencias y su desprecio a los pactos firmados con las ciudades. Las cabezas de la rebelión fueron dos régulos turdetanos, Culchas, el antiguo aliado de Escipión, que ahora acaudillaba 17 ciudades y Luxinio, bajo el que se habían alejado de los pactos con roma, las ciudades de Carmo (Carmona) y Bardo de situación desconocida. A ellas se añadieron las ciudades fenicias de la costa meridional mediterránea, Malaca (Málaga) y Sexi (Almuñecar) y los habitantes de la región comprendida entre el Guadalquivir y Guadiana, la Baeturia. La rebelión parecía que se iba a extender a todo el ámbito de la provincia. El pretor Helvio, impotente para sofocarla, opto por pedir ayuda al Senado, pero Roma estaba empeñada en varios frentes y no pudo enviar refuerzos. No obstante a su regreso a Roma entregó un considerable botín; 14.732 libras de plata, 17.023 denarios y 119.438 denarios de plata oscense.

Estos sucesos debieron forzar a Roma al enviar al año siguiente 196 con los nuevos pretores Q.Minucio Thermo a la Citerior, para sustituir al muerto y Q. Fabio Buteón, para reemplazar a L. Helvio en la Ulterior que le entregó el mando, nuevos ejércitos con unos efectivos legionarios y aliados de cerca de 10.000 hombres para cada provincia, que añadieron a los restos de las tropas que ya habían tenido que enfrentarse a los indígenas (Liv. XXXII, 26).

No sabemos la suerte del pretor de la Ulterior, pero a juzgar por los acontecimientos posteriores, no debió ser muy favorable, ya que al año siguiente la rebelión seguía ardiendo en la provincia. Quizá el silencio de Livio a este respecto, no haga sino encubrir un rotundo fracaso. Por lo que respecta a la Citerior, Minucio logró algunos resultados positivos, venciendo en la ciudad de Turba en la Turdetania a dos caudillos indígenas, Budar y Besadines, haciendo prisionero al primero y poniendo en fuga a sus ejércitos. A su vuelta a Roma y tras ingresar 34.800 libras de plata, 73.000 bigatos y 278.000 denarios oscenses se le concedió el triunfo (Liv. XXXIII, 44). No se puede decir que consiguiera dominar la sublevación a pesar de los hechos que cita Livio.

La situación en las provincias romanas era bastante comprometida para el gobierno romano. Poco es, como hemos visto, lo que nos descubren las fuentes, pero suficiente para poder calibrar la realidad inquietante de la península en estos años. Sin ningún principio de administración, el dominio cartaginés en Hispania había sido suplantado por el romano, cuya única meta había sido imponer a las tribus indígenas una paz basada en el absoluto control de su política exterior - es decir, con las tribus colindantes - y en la aceptación de una serie de cargas materiales y de sangre, sin ningún tipo de compensación en contrapartida. El interés de los responsables del gobierno en la península no va más allá de la explotación de bienes y de la acumulación de metales preciosos en su propio beneficio y para recibir la satisfacción de una entrada triunfal en Roma tras el período de gestión en su provincia. Es lógico que las guerras contra los indígenas fueran endémica, terminando solo cuando el agotamiento de las tribus rompía cualquier tipo de resistencia, en resumen, se trata de una guerra generalizada en la que no se ve ningún hilo conductor por parte de la potencia dominadora para organizar los territorios sometidos. Parece como si Roma hubiese recibido, por su victoria sobre Carthago, una herencia en Hispania que la facultaba para utilizar sus bienes sin tener en cuenta a los habitantes, sus regímenes sociales y sus aspiraciones económicas. La impresión de las fuentes es que el terror que produce a los soldados romanos la guerra en Hispania se trata de contrarrestar con un terror similar por parte de las armas romanas hacia los indígenas. Solo importa la tranquilidad, aunque sea de tumba, para llegar al único fin que mantiene a los romanos en Hispania; la brutal explotación de sus recursos económicos.