Cinco Diablos
¡Diablos!... ¡Me lleva el diablo!... ¡Por todos los diablos!... Cosas que la gente dice para maldecir a su suerte, que no es mi caso, pues mi actual situación ante la vida, se la debo precisamente a Cinco Diablos...

Y era una tarde común y corriente, aún para mí que manejaba por la carretera en uno de los tantos viajes en busca de un destino incierto, algo vino a romper lo que a esas alturas de mi vida era rutina pura, una falla en el motor del auto, no era un auto muy viejo, era de hecho su primer falla, pero muy inoportuna, pues conducía en medio de la nada prácticamente.

Era necesario consultar a mi inseparable atlas de carreteras, no indicaba un solo pueblo cerca de mi ubicación, en eso, ante mis ojos tenía la entrada a un pueblo pequeño, el mapa no indicaba que hubiera uno ahí, pero decidí entrar, la frecuente repetición de la frase Cinco Diablos en rótulos de negocios me hizo sospechar que ese era el nombre del pueblo, al pasar en mi agonizante vehículo por la alcaldía mis sospechas se confirmaron.

Ya sabiendo dónde me encontraba opté por visitar el taller mecánico Cinco Diablos (Un taller que lleva el nombre de su pueblo debe ser sin duda el mejorcito de por ahí) No bien desciendo cuando el dueño me saluda amablemente:

- Aníbal, qué ratote sin verte por acá... déjame tu carro, por cierto no te conocía este, te lo dejo como nuevo, por el dinero no te fijes, ya me lo mandará tu señor padre...

Mi primer impulso fue decirle que yo no me llamaba Aníbal, y que no era quien pensaba, mas la certeza de que creyéndome su amigo me tendría rápidamente el auto me hizo seguirle el juego, así, además, ya tendría qué contar a mi regreso, no bien voy caminando por la calle cuando la gente comienza a saludarme con respeto, pronto me voy dando cuenta de que para toda la gente de ahí, yo soy ese tal Aníbal.

En realidad no tengo facciones muy específicas, cabello castaño oscuro, ojos cafés, estatura y complexión regular, soy pues, en resumidas cuentas, el señor x, o sea, el ser humano latino promedio.

Entre otras cosas la gente mencionaba que Irene me esperaba, incluso dos fulanos me acompañaron a su casa, yo debo confesar que ya actuaba con una poco sana curiosidad, al tocar a la puerta de esa casa, un señor, ya de edad avanzada me abre la puerta:

- Aníbal, hijo, puedes pasar, ahora mismo llamo a Irene.... ¡Hija, tu prometido ha llegado, ven a recibirlo!...

Yo empecé a sentir pánico por fin, llevé algo aparentemente inocente a una situación insostenible, habré podido engañar al mecánico, a la gente del pueblo, al futuro suegro, pero estaba seguro de no poder engañar a la mujer que lo ama, el señor se retira para dejarnos solos, y en un instante tengo ante mí una visión sorprendente: De estatura regular, tez blanca, un par de ojos hermosos, cabello negro a la altura de sus hombros, pensé en lo afortunado que era mi doble, cuando ella me dice categórica:

- No eres Aníbal, luces como él, y tu voz se le parece, engañarás a todos, pero a mi no...
- ¿Puedo saber cómo lo notaste?- Pregunté tímidamente, deseando por dentro que la tierra me tragara por animal...
-No llegaste llamándome a gritos, tenemos cinco minutos hablando y no me has presumido nada, y tu aliento a dios gracias no es como el de ese tarado.

Quise entonces saber más, y ella estaba dispuesta a desahogarse, aún ante un perfecto desconocido, supe entonces de esa apuesta del padre de ella con don Atilano De la Fuente, opulento regiomontano padre de Aníbal, donde al perder el papá de Irene y no tener nada, tuvo que aceptar que su hija se casara con el hijo de este al llegar a la edad adulta, desde entonces ella es ya considerada la señora de Aníbal, quien suele llegar de visita, aunque tenía ya poco más de un año que este no se presentaba por ahí...

Pedí una disculpa a la chica, y decidí retirarme, ella no lo permitió argumentando que en un pueblo tan pequeño, esa visita de entrada por salida la iba a perjudicar ante la gente, me ofreció, a cambio de seguir el juego, enseñarme lo más interesante de su pueblo.

Y así empezó mi recorrido por Cinco Diablos, para nadie era raro ver a Irene caminando al lado de su prometido, ella se desvivía en atenderme, mostrándome los sitios más llamativos de la pequeña localidad, a cambio intercambiamos vivencias, anécdotas,  curiosamente me iba dando cuenta de cuánto tenía en común con esta chica que prácticamente acababa de conocer, no tardó en surgir un gran problema.

Mi auto estaba reparado, aunque el mecánico ofrecía cobrarle a don Atilano, yo pagué por sus servicios, Irene y yo estábamos muy tristes, ella me pedía que no me fuera, yo la invitaba a partir conmigo...

- No conoces a Don Atilano, podría encontrarnos y hacer nuestras vidas miserables, el viejo está podrido en dinero y tiene los medios para hacerlo.

Era un hecho, me debía ir de Cinco Diablos, dejando a la mujer que en poco tiempo llegué a amar, y llegó a amarme, maldije a mi suerte, después de años de tratar a tanta niña aburrida y trivial, encuentro a la correcta en Cinco Diablos, pero ella no es para mí... Sólo nos quedaba despedirnos con un beso, así lo hicimos cuando una enorme camioneta se estacionó frente a nosotros...

No podía creerlo, de ella descendió un sujeto casi idéntico a mí, algo más alto y fornido, sentí que todo estaba perdido y debía enfrentar la furia de mi doble, cuando tras de él desciende una mujer joven de cabello rubio, con un pequeño bebé en brazos.

Aníbal, muy a su estilo, esperó justo hasta ese momento para ir a devolver su palabra a Irene, había encontrado a su pareja, y estaban casados, se llenó de cierto orgullo al saber que Irene busco a alguien parecido a él (Yo no tuve corazón para contarle qué no fue sino la casualidad la que me puso en la vida de ella) Finalmente, desenmarañado el enredo, decidí unir mi vida a la de Irene, con el norteñazo de Aníbal como padrino, incluso nos obsequió la camioneta donde había llegado, pasaron los años y seguimos visitando a la familia de Irene, en el pueblo de Cinco Diablos, que por lo pequeño que es no está en ningún mapa, pero está más que grabado en mi corazón.

Y por ello, no importa qué tan mal me vaya o qué tan molesto esté no me oirán proferir siquiera un Diablos, pues mi felicidad vine a encontrarla en Cinco Diablos.
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