Como ya hemos establecido, esa (confesión nicena) es suficiente para el pleno conocimiento de la fe y para la refutación de toda herejía. Y hablaremos, no con la presunción de comprender aquello que es inaccesible, sino reconociendo nuestras insuficiencias, y oponiéndonos a los que se sobresaltan cuando consideramos las verdades que están por sobre el hombre.
Nosotros entonces confesamos que nuestro señor Jesús, hijo unigénito de Dios es perfecto Dios y perfecto hombre, (compuesto) de alma racional y de cuerpo, generado según la divinidad, por el Padre antes de los siglos, nacido, por nosotros y por nuestra salvación, al fin de los tiempos, de la virgen María según la humanidad; que es consubstancial al Padre según la divinidad y consubstancial a nosotros según la humanidad, habiendo ocurrido la unión de las dos naturalezas, por eso nosotros confesamos un solo Cristo, un solo Hijo, un solo Señor.
Conforme a este concepto de unión no confusa, confesamos que - habiéndose encarnado y hecho hombre el Verbo de Dios - la virgen santa es madre de Dios, habiendo unido a sí desde la misma concepción, el temple asumido por ella. En cuanto a las afirmaciones evangélicas y apostólicas que se refieren al Señor, sabemos que algunas los teólogos las han considerado comunes, y, consecuentemente, relativas a la misma y única persona, otras las han distinguido como pertenecientes a las dos naturalezas y así, aquellas dignas de Dios las han referido a la divinidad de Cristo, mientras que aquellas más humildes, las han atribuido a su humanidad.