Intervención del Pontífice en la audiencia general del miércoles 11 de septiembre de 2002
Un año después, queremos recordar nuevamente a estas víctimas del terrorismo y encomendarlas a la misericordia de Dios. Deseamos al mismo tiempo renovar a sus familias y seres queridos la expresión de nuestra cercanía espiritual. Pero queremos interpelar también la conciencia de quien ha planeado y ordenado un hecho tan bárbaro y cruel.
A un año del 11 de septiembre de 2001 repetimos que ninguna situación de injusticia, ningún sentimiento de frustración, ninguna filosofía o religión pueden justificar tal aberración. Cada persona humana tiene derecho al respeto de la propia vida y dignidad, que son bienes inviolables. Lo dice Dios, lo sanciona el derecho internacional, lo proclama la conciencia humana, lo exige la convivencia civil.
2. El terrorismo es y será siempre una manifestación de crueldad inhumana, que precisamente por eso nunca podrá resolver los conflictos entre seres humanos. El abuso, la violencia armada, la guerra son decisiones que siembran y generan sólo odio y muerte. Sólo la razón y el amor son medios válidos para superar y resolver los acuerdos entre las personas y los pueblos.
Es necesario y urgente un esfuerzo común y decidido para llevar a cabo nuevas iniciativas políticas y económicas capaces de resolver las escandalosas situaciones de injusticia y de opresión que siguen afligiendo a tantos miembros de la familia humana, creando condiciones favorables a la explosión incontrolable del deseo de venganza. Cuando los derechos fundamentales son violados es fácil ser presa de las tentaciones del odio y de la violencia. Es necesario construir juntos una cultura global de la solidaridad, que devuelva a los jóvenes la esperanza en el futuro.
3. Quisiera repetir a todos las palabras de la Biblia: «El Señor... viene a juzgar la tierra. Juzgará al mundo con justicia y con verdad a todos los pueblos» (Salmo 95,13). Sólo de la verdad y de la justicia pueden nacer la libertad y la paz. Sobre estos valores es posible construir una vida digna del ser humano. Sin ellos sólo hay ruina y destrucción.
En este tristísimo aniversario elevamos a Dios nuestra oración para que el amor pueda suplantar al odio y, con el esfuerzo de todas las personas de buena voluntad, puedan afirmarse la concordia y la solidaridad en todos los rincones de la tierra.