Intervención del Pontífice en la audiencia general del miércoles 5 de diciembre de 2001
Comenta Cirilo de Jerusalén: «Decimos que uno solo es el Señor Jesucristo pues su filiación es única; uno solo para que tú no creas que hay otro... De hecho, es llamado piedra, pero no una piedra tallada por manos humanas, sino una piedra angular, para que quien crea en él no quede decepcionado» («Las catequesis» - «Le Catechesi», Roma 1993, páginas 312-313).
La segunda frase que el Nuevo Testamento toma del Salmo 117 es proclamada por la muchedumbre en la solemne entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén: «¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!» (Mateo 21, 9; cf. Salmo 117, 26). La aclamación queda enmarcada por un «Hosanna», «hoshiac na’, deh», «¡sálvanos!».
2. Este espléndido himno bíblico se enmarca en la pequeña serie de Salmos, del 112 al 117, llamada el «Hallel pasquale», es decir, la alabanza salmódica utilizada en el culto judío para la Pascua y las principales solemnidades del año litúrgico. El rito de procesión puede ser considerado como el hilo conductor del Salmo 117, salpicado quizá por cantos para solista y para coro, con la ciudad santa y su templo como telón de fondo. Una bella antífona abre y cierra el texto: «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia» (versículos 1 y 29).
La palabra «misericordia» traduce la palabra judía «hesed», que designa la fidelidad generosa de Dios hacia su pueblo aliado y amigo. Tres categorías de personas son involucradas en el cántico de esta alabanza: todo Israel, «la casa de Aarón», es decir, los sacerdotes, y «quien teme a Dios», una locución que indica a los fieles y sucesivamente también a los prosélitos, es decir, los miembros de otras naciones que desean adherir a la ley del Señor (cf. versículos 2-4).
3. La procesión parece avanzar por las calles de Jerusalén, pues se habla de las «tiendas de los justos» (cf. v. 15). De todos modos, se eleva un himno de acción de gracias (cf. versículos 5-18), cuyo mensaje esencial es: incluso en la angustia es necesario conservar la llama de la confianza, pues la mano potente del Señor lleva a su fiel a la victoria sobre el mal y a la salvación.
El poeta sagrado utiliza imágenes fuertes y vivas: los adversarios crueles son comparados a un enjambre de avispas o a una columna de fuego que avanza dejando todo hecho cenizas (cf. versículo 12). Pero la reacción del justo, apoyado por el Señor, es vehemente: en tres ocasiones repite: «en el nombre del Señor los rechacé» y el verbo hebreo pone de manifiesto una intervención destructiva del mal (cf. versículos 10.11.12). En el origen, de hecho, está la diestra poderosa de Dios, es decir, su obra eficaz, y no precisamente la mano débil e incierta del hombre. Por este motivo la alegría por la victoria sobre el mal deja lugar a una profesión de fe muy sugerente: «el Señor es mi fuerza y mi energía, Él es mi salvación» (versículo 14).
4. La procesión parece llegar al templo, «a las puertas del triunfo» (versículo 19), es decir, a la puerta santa de Sión. Aquí se entona un segundo canto de acción de gracias, que comienza con un diálogo entre la asamblea y los sacerdotes para ser admitidos al culto. «Abridme las puertas del triunfo, y entraré para dar gracias al Señor», dice el solista en nombre de la asamblea en procesión. «Esta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella» (versículo 20), responden otros, probablemente los sacerdotes.
Una vez atravesada la puerta, comienza el himno de acción de gracias al Señor, que en el templo se ofrece como «piedra» estable y segura sobre la que se edifica la casa de la vida (cf. Mateo 7, 24-25). Una bendición sacerdotal desciende sobre los fieles, que han entrado en el templo para expresar su fe, elevar su oración y celebrar el culto.
5. La última escena que se abre ante nuestros ojos está constituida por un rito gozoso de danzas sagradas, acompañadas por un festivo agitar de almas: «Ordenad una procesión con ramos hasta los ángulos del altar» (versículo 27). La liturgia es alegría, encuentro de fiesta, expresión de toda la existencia que alaba al Señor. El rito de los ramos recuerda la solemnidad judía de las Chozas, memoria de la peregrinación de Israel en el desierto, solemnidad en la que se realizaba una procesión con ramas de palmera, arrayán y sauce. Este mismo rito, evocado por el Salmo, se vuelve a proponer en la entrada de Jesús en Jerusalén, celebrada en la liturgia del Domingo de Ramos. Cristo es ensalzado como «hijo de David» (cf. Mateo 21, 9) por la muchedumbre que «había llegado para la fiesta... y tomando ramos de palmera salió a su encuentro gritando: "Hosanna. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor y rey de Israel!» (Juan 12, 12-13). En aquella celebración festiva, que sin embargo es el preludio de la pasión y muerte de Jesús, se aplica en sentido pleno el símbolo de la piedra angular, propuesto al inicio, alcanzando un valor glorioso y pascual.
El Salmo 117 alienta a los cristianos a reconocer en el acontecimiento de la Pascua de Jesús «el día en que actuó el Señor», en el que «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». Con el salmo pueden cantar llenos de gratitud: «Mi fuerza y mi canto es el Señor, Él es mi salvación» (versículo 14); «Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo» (versículo 24).