ENSAYOS DE EGIPTOLOGÍA 51

 

 

51 - CRÍTICA DE LIBROS

 

TOBY WILKINSON, "GENESIS OF THE PHARAOHS",

Londres, 2003

 

por   JUAN JOSÉ CASTILLOS

 

 

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En este libro de reciente aparición, el Dr. Toby Wilkinson, autor de otras importantes publicaciones académicas sobre los orígenes de Egipto, presenta al público en general los resultados de sus exploraciones en el desierto oriental de Egipto.

Es frecuente ver que cuando egiptólogos profesionales escriben libros populares sobre su disciplina, dejan en general un poco de lado la cautela normal en estos casos y se permiten sugerir interpretaciones y puntos de vista que no pueden probar fehacientemente pero que les parecen razonables y probables.

Por ser investigadores sobrios y acostumbrados al manejo científico de la información, estas libertades que a veces se toman son pocas y referidas a ciertos temas de difícil interpretación, para los que sugieren de este modo soluciones que les parecen verosímiles, aun cuando sepan que rigurosamente no están en condiciones de demostrar su veracidad. Quizás se pueda interpretar como una forma de hacer públicas ideas que esperan que otros colegas encuentren compartibles o por lo menos, dignas de discusión, pero que no sería prudente sugerir en ámbitos estrictamente académicos.

Decimos esto porque el Dr. Wilkinson agregó al título de su libro una declaración que aparece en la portada que puede parecer sorprendente: "Dramáticos nuevos descubrimientos que re-escriben los orígenes del antiguo Egipto".

Por lo general este tipo de declaraciones tajantes y sensacionales se hallan en las portadas de libros escritos por charlatanes o personas sin una adecuada formación académica en la disciplina en cuestión, a quienes se les ocurre alguna idea novedosa (o que resucitan viejas concepciones desacreditadas) y la dan a conocer con bombos y platillos. La vida de estas a menudo peregrinas concepciones es breve pero quizás satisface las ansias de efímera notoriedad de los autores y las expectativas de ventas de los editores.

Lo que no es común es que un autor de impecables antecedentes académicos incursione en este tipo de sensacionalismo popular y el hecho nos obliga a quienes no vemos con buenos ojos la presentación ante el público de hipótesis y simples ideas subjetivas como hechos probados, a intentar poner las cosas en su lugar.

A ambos lados del largo y estrecho valle del Nilo se extienden las grandes extensiones desérticas que forman la mayor parte de la superficie total de Egipto. Por varias razones, el desierto occidental ha sido mucho mejor explorado desde el punto de vista arqueológico que el oriental. Estas áridas extensiones no siempre fueron tan inhóspitas para el hombre ya que en épocas más húmedas hace seis o siete mil años, frecuentes lluvias permitían el crecimiento de plantas y atraían a una variada fauna que se alimentaba de ellas o de los otros animales que la poblaban en esa época. Venados, gacelas, bóvidos, caprinos, grandes felinos, hienas y otros animales como jirafas y hasta elefantes componían parte de la fauna en lo que ahora es mayormente desierto pero que aún hoy en día está habitado por un reducido número de beduinos.

El autor de este libro comienza introduciéndonos en el mundo poco conocido del desierto oriental, que visitó por primera vez en 1992, a la edad de 23 años, pero al que retornó en 1999 para explorarlo más exhaustivamente. El área cubierta por sus prospecciones fue la red de uadis o valles, lechos de antiguos ríos que están situados al sur del llamado Uadi Hammamat. Este uadi une una pronunciada desviación que hace el río Nilo hacia el este, un poco al norte de la moderna ciudad de Luxor, y la costa del Mar Rojo y los numerosos uadis que se encuentran en esta región actualmente sirven de desagüe para las raras pero torrenciales precipitaciones que tienen lugar en el sur de Egipto.

A continuación nos relata la historia reciente de la exploración de esta parte del desierto oriental por parte de arqueólogos europeos y norteamericanos, desde las primeras prospecciones de Weigall, Winkler y otros, hasta las más cercanas en el tiempo de Redford y Fuchs y las del autor mismo, entre otros, que condujeron al hallazgo de una gran abundancia de petroglifos, inscripciones talladas en las paredes rocosas, que podían fecharse desde la prehistoria a la época contemporánea.

El motivo central del libro es los petroglifos prehistóricos, que el autor procede a asignar principalmente a un período determinado del Predinástico egipcio, el llamado Naqada I o Amraciense, basándose en argumentos estilísticos, especialmente por la coincidencia en algunos casos de diseños en la cerámica decorada predinástica del valle del Nilo y en las rocas del desierto oriental.

Estas imágenes consisten en su inmensa mayoría en animales, salvajes y domesticados, seres humanos en escenas de caza, pastoreo y posiblemente ceremoniales, incluyendo un gran número de barcos, en el caso de estos últimos, al ser incompatibles con lo que sabemos del medio ambiente de la época en esta región, deben interpretarse como recreaciones de escenas comunes contemporáneas en el valle del Nilo.

En los capítulos finales de su libro, el autor procura reconstruir aspectos de la vida de estos grupos humanos prehistóricos en lo que hoy es desierto, interpretando de diversas maneras los petroglifos descubiertos por sus predecesores y los otros, hallados en sus recientes viajes al desierto oriental.

Como egiptólogo habituado a los intercambios académicos de varios tipos entre los que cultivamos el tema altamente especializado de los orígenes de Egipto, la primera impresión que tuve al terminar de leer este libro fue de que las a menudo aventuradas conclusiones y sugerencias que contiene están muy débilmente sustentadas.

Por ejemplo, la fechación de los petroglifos prehistóricos del desierto oriental a un período solamente del predinástico egipcio es improbable, no hay motivos para pensar que los habitantes de Egipto desde el Paleolítico a la época dinástica, no hayan utilizado los recursos del desierto oriental (que recalquemos, no fue desierto hasta bien avanzada la época histórica) de forma ininterrumpida, dejando allí diversos testimonios de su pasaje por la región.

Utilizar criterios estilísticos para determinar la edad de petroglifos es un método sujeto a grandes errores ya que los períodos en que los historiadores ordenan la evolución de las comunidades prehistóricas no están divididos por fronteras netas y definidas, hubo tradiciones artísticas y artesanales que se prolongaron por largo tiempo más allá de su período de auge. Si las conclusiones del autor estuvieran apoyadas en excavaciones sistemáticas en el desierto oriental que hubieran revelado la presencia de asentamientos o cementerios predinásticos egipcios asociados de alguna manera a las áreas de mayor concentración de escenas talladas en la roca, entonces sí podría aceptarse una fechación precisa de las mismas, pero el desierto oriental es terreno prácticamente virgen en este sentido.

Del mismo modo, pretender, como hace el autor, que la civilización egipcia se haya originado en el desierto oriental y no en el valle del Nilo como sostiene la enorme mayoría de los egiptólogos especializados en la prehistoria del país, basado solamente en la presencia de esos petroglifos en el desierto y sin otra evidencia arqueológica que lo respalde, parece una gran exageración impropia de un egiptólogo profesional.

El autor en varias oportunidades se refiere en su libro a quien contribuyó a despertar y estimuló su interés en esta zona de Egipto y su arte inciso en la roca, nos referimos a David Rohl, un egiptólogo graduado con una maestría en egiptología en la Universidad de Londres, anteriormente músico de rock que abandonó esa carrera para estudiar egiptología, que ha impulsado una drástica revisión de la cronología del Egipto faraónico que ha sido rechazada por la enorme mayoría de sus colegas por juzgarla infundada e improcedente y que recientemente publicó un libro resucitando la vieja teoría de la "raza dinástica" trayendo la civilización a Egipto desde la lejana Mesopotamia, interpretación improbable pero posible a principios del siglo XX, pero que a la luz de nuestro conocimiento actual de los orígenes de Egipto, no está de acuerdo con lo que revela el registro arqueológico del Egipto predinástico. A pesar de la evidencia en contra de esta teoría, David Rohl ha promocionado su libro con declaraciones enfáticas de que ha probado que el origen de la civilización egipcia está en esos conquistadores "mesopotámicos".

El Dr. Wilkinson publicó un artículo sobre este tema de los petroglifos en el desierto en la página de Internet de David Rohl y es posible que, aún cuando el Dr. Wilkinson tiene claro que las teorías de Rohl sobre los orígenes de Egipto carecen de fundamento, lo que consigna claramente en este libro, el frecuente contacto con alguien predispuesto a todo tipo de interpretaciones extravagantes, puede haber incidido para que encontremos proposiciones aventuradas en la presente publicación.

Algunos ejemplos de tales muy discutibles ideas son la identificación de una escena en un vaso predinástico egipcio como "el más temprano ejemplo de lo que va a llegar a ser el prototipo clásico de la escena del rey dando muerte a un grupo de prisioneros maniatados" (pp. 78-79) que si lo comparamos con instancias tempranas, más o menos contemporáneas de tal escena, como por ejemplo la tumba 100 de Hierakónpolis, vemos claramente que la similitud está solamente en la mente del autor de este libro, o cuando propone que un petroglifo tallado en la roca muestra a un jefe u otra persona con autoridad, frente a un bóvido y "en una escena conmovedora de afecto, parece tocar con su mano la cabeza de un individuo más pequeño que está detrás suyo" (p. 107), pero al ver el petroglifo se aprecia claramente que el personaje en cuestión tiene en realidad su codo sobre la cabeza de su acompañante y no su mano, y un codazo en la cabeza dista mucho de ser un gesto de "afecto conmovedor"... aunque mucho más probable es que la proximidad del brazo y la cabeza sea una casual circunstancia de tallar crudamente en la roca figuras cercanas entre sí y no un gesto deliberado del personaje representado, como pretende el autor.

Más adelante el Dr. Wilkinson afirma que "los Badarienses claramente mantenían contactos estrechos con la costa (del Mar Rojo) y pueden haberse establecido allí" (p. 182), debido a que se hallaron caparazones de moluscos en tumbas de ese período del predinástico egipcio, algo que los egiptólogos han explicado hasta ahora por el comercio e intercambio que desde la más remota prehistoria tuvo lugar en todas partes, pero que el autor asigna a asentamientos badarienses tan lejanos del valle, basándose en una sola tumba que podría quizás asignarse a esa cultura. O también cuando declara enfáticamente que "el surgimiento de fuertes líderes y la erección de enormes monumentos públicos parece haberse originado no en el medio relativamente fácil del valle del Nilo sino en las difíciles condiciones de la seca sabana" (p. 167), principalmente en base a los hallazgos de algunas piedras megalíticas en Nabta (desierto occidental), marcando enterramientos y con otros posibles propósitos, pero que aún si aceptáramos tales especulativas proposiciones, estarían desvirtuando la tesis del autor de que "los orígenes del antiguo Egipto están en el desierto oriental" (p. 197), ya que está mencionando hallazgos efectuados en el lado opuesto del Nilo...

Podríamos citar muchos otros ejemplos de afirmaciones discutibles o claramente infundadas del autor, pero creemos que las que mencionamos dan una idea bastante precisa y explican quizás nuestra sorpresa y desilusión al encontrar tales conceptos expresados por un colega por quien hemos tenido siempre gran respeto por sus contribuciones académicas a nuestra disciplina.

No queremos dar la impresión que este libro no merece nuestra atención puesto que a pesar de todo lo que hemos dicho más arriba, cumple una función útil al llamar la atención sobre los territorios muy poco explorados arqueológicamente, del desierto oriental de Egipto, que podrían agregar mucho a nuestro conocimiento de esa civilización y por el gran número de sitios y petroglifos nuevos que sus exploraciones han agregado a nuestro acervo.

Recomendamos, eso sí, que la lectura de este libro sea cautelosa y con espíritu crítico para no tomar como probadas o establecidas interpretaciones que consideramos subjetivas y discutibles de su autor.

 

 

 

 

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