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- AMOR Y SENSUALIDAD
 
por  MARCELO DE 
LEÓN
 
 
 
 
Amor.   "El amor de mi bella está sobre la 
otra orilla./ Un brazo del río (nos) separa./ (Quiero ir hacia ella)/ Mas el 
cocodrilo se tiende sobre el banco de arena./ Me lanzo al agua, atravieso la 
corriente./ Mi corazón es poderoso sobre las olas./ El agua es tan firme como el 
suelo a mis pies./ Es su amor el que me vuelve así de fuerte/ Para conjurar los 
peligros del río". (Poema de amor del Imperio Nuevo).
            
Para 
muchos, los cánticos del corazón figuran entre las más sorprendentes 
revelaciones de los escritos de la antigua cultura egipcia.  Los cantos de enamorados no encajan en 
el supuesto sombrío perfil de la mentalidad egipcia.  Tradicionalmente, el amor correspondido 
ha sido el vínculo más fuerte con esta vida, la mayor razón de vivir.  Los egipcios fueron hombres y mujeres 
que, por mayor preocupación que sintiesen por el Más Allá, no dejaron de sentir 
lo mismo que sus congéneres de todos los tiempos y lugares.  No es extraño que su literatura 
recogiera esta lírica, que consta desde el Imperio Nuevo, porque sobradamente ha 
sido vista su adhesión a las cosas del mundo y, en general, el intenso afecto a 
la vida y todo lo que ella implicaba.  
Por tanto, el amor y el deseo no podían estar ausentes.  El cariño volcado a la esposa era 
verdadero y ya se manifestaba a la prometida.  Parecería ser patrimonio de la juventud 
el sentimiento más fuerte, ya que el apasionamiento se trocaría en respeto y 
ternura o amor sereno luego de la boda.  
Abundan las poesías del tono de la transcripta.
            
Hubo 
alguien enfermo de mal de amor y la curación consistiría en ver a la amada.  Los egipcios lograron valiosos adelantos 
en cuestiones medicinales.  Los 
principales medios de sanación nacían de los conocimientos científicos, la magia 
y la religión, pero un remedio más para los desequilibrios del cuerpo, vigente 
hoy día como los otros (aunque tachado de cursilería) era el amor.  Por lo visto, las enfermedades que 
actualmente se calificarían como "psicosomáticas" no faltaron en el Valle del 
Nilo.  "He aquí que hace siete días 
que no veo a la bienamada/ La languidez se abate sobre mí./ Mi corazón se vuelve 
pesado/ hasta mi vida he olvidado./ Si los médicos se me acercan/ Sus remedios 
no me satisfacen/ Los magos no encuentran recurso/  Mi enfermedad no puede ser descubierta./ 
Pero si se me dice: 'Hela aquí', eso me devolverá la vida/ Es su nombre lo que 
me reconforta./ (...) La bienamada es para mí mejor que los remedios/ Para mí es 
más que un recetario/ Su venida es mi amuleto/ Si la veo, recobro la salud/ 
Cuando abre los ojos, mi cuerpo rejuvenece/ Cuando habla, me siento fuerte/ 
Cuando la tomo en mis brazos, aparta de mí la enfermedad...." 
            
De 
otras composiciones se desprende una elegante sensualidad nunca rayana en lo 
grotesco.  Hasta ese punto sabían 
disfrutar de los sentidos, sin perder un natural talante moderado. "Cuando la 
tomo entre mis brazos/ Y sus brazos me enlazan./ Es como (si estuviera) en el 
País del Punt./ Es como tener el cuerpo impregnado de aceite perfumado", 
exclamaba un amante.
            
"Querido 
hermano,/ mi corazón aspira a tu amor.  
Todo lo llevo a cabo para ti", cantaba una joven, mientras otra decía: 
Sólo el aliento de tu respiración/ infunde vida a mi corazón./ Hermoso.  Mi corazón desea/ amarte como dueña,/ mi 
brazo descansando en tu brazo."
            
Algunas 
composiciones teatralizaban las escenas, dando voz a los granados, higueras, 
sicomoros, como testigos de los encuentros amorosos, a veces 
ilícitos.
 
            
Desde 
el Imperio Antiguo la formación de un hogar involucraba sentimientos y no sólo 
intereses.  "Cuando alcances una 
vida desahogada", escribió Ptah-Hotep (Dinastía V), "cásate y ama a tu mujer más 
que al mundo entero.  Dale alimento 
en abundancia y bonitos vestidos, que son remedios para su cuerpo.  Untale con perfumes embalsamados y hazla 
feliz hasta la muerte.  La mujer es 
un buen campo para su dueño, pero hay que saberlo 
cultivar."
            
Desde 
temprano quedaron señalados los deberes maritales.  Las tumbas se poblaron de efigies de 
cónyuges.  El amor de los esposos 
apareció repetidas veces materializado en tiernas escenas.  "Si eres hombre de bien, fúndate un 
hogar", consignó el príncipe Hordjedef (Dinastía IV), y estos hogares se basaban 
en el respeto mutuo.  El consejo del 
príncipe era el deseo de todo egipcio y podía dar pie a que un tercero realizara 
una buena acción: "He dado esposa al que no tenía mujer" (Anjtyfy, Primer 
Período Intermedio).
            
El 
respeto era lo esperado y al esposo correspondía, como jefe de familia, el 
cuidado mayor: "No estés vigilando a tu mujer en su casa, cuando hayas conocido 
que es buena... Tu mano está con la suya" (Any, Imperio Nuevo).  El pensamiento de Anjsheshonqy favorecía 
un amable trato marital no exento de pragmatismo:  "el que se avergüenza de acostarse con 
su esposa no tendrá hijos" (éstos eran la gran finalidad del matrimonio).  Pero anatemizaba también: "No abandones 
a la mujer de tu hogar por el hecho de que no haya concebido un hijo" (período 
de los Ptolomeos).  En definitiva, 
los sentimientos debían prevalecer.
            
Hay 
otros ejemplos de la ética del matrimonio.  
¡Grave crimen cometió Penanjet cuando, a más de una serie numerosa de 
delitos, corrompió a una mujer casada y a otra, concubina! La ausencia de 
formalidades no escamoteaba derechos a la compañera del hogar.  Como dijera Hekanajté (Dinastía XI), "es 
(bien) conocido cómo ha de actuarse con respecto a la concubina de un 
hombre."  En la "Confesión negativa" 
del "Libro de los Muertos" sólo el individuo honesto podría decir:  "no mancillé la mujer del 
hombre".
 
            
Los 
sentimientos no eran una ficción o una ausencia en el antiguo Egipto.  El afecto existía.  "Quiero reposar en la misma tumba que 
Zau, porque deseo permanecer a su lado.  
No se trata de que no pudiera erigirme una tumba para mí solo, sino de 
que quiero ver a Zau todos los días y permanecer con él en el mismo lugar" 
(Imperio Antiguo).  Por eso también 
las estelas votivas dedicadas por amantes esposas al bien de sus difuntos, por 
eso las tumbas familiares, por eso la insistencia de las inscripciones 
funerarias y los textos de sabiduría en los lazos afectivos consolidados o a 
consolidar entre los miembros de un hogar.  
Sainte-Fare Garnot señaló: "Les atraía especialmente la vida 
familiar.  Hijos respetuosos, 
esposos tiernos, padres diligentes, los textos y monumentos les atribuyen 
virtudes de las que hacían un culto y -si hemos de creer a los mismos- de las 
que más de una vez dieron ejemplo."
 
Sexualidad. 
  Los placeres sexuales tampoco eran 
despreciados.  Como quedó dicho, los 
egipcios manejaron un delicado erotismo en sus cantos de 
amor.
            
"Hermano 
mío es agradable ir a la playa/ para bañarme en tu presencia,/ para que veas mi 
belleza,/ en mi túnica de tela real finísima, cuando está mojada..."  La tela que se adhería al cuerpo y 
sugería las formas ha sido una de las sutiles indiscreciones de quienes han 
sabido practicar el arte de amar.
            
Alguien 
un tanto más explícito escribió: "¡Ah, que no sea yo su sirvienta negra,/ La que 
lava sus pies...!/ Pues así podría ver la piel/ De su cuerpo, todo 
entero".
            
La 
ética admitía el enamoramiento como algo agradable pero se oponía al descontrol 
del sentimiento y lo mismo ocurría con la sexualidad.  Una sensualidad reposada era lo 
suficientemente aceptada como para aparecer, por insólito que parezca, en un 
texto de finalidad netamente política: "Palabras dichas por este noble dios, 
Amón, Señor de los Tronos de las Dos Tierras.  Él ha tomado la forma de la majestad de 
este su esposo, el rey del Alto y Bajo Egipto Aajeperkara'.  La encontró cuando ella estaba 
descansando en la belleza de su palacio.  
Ella se despertó ante la fragancia del dios, y sonrió frente a su 
majestad.  Él se le acercó 
inmediatamente, inflamado de pasión por ella; puso su deseo sobre ella e hizo 
que le viera en su forma de dios.  
Cuando llegó ante ella, que se regocijaba contemplando su belleza, su 
amor se encontró con su cuerpo, inundado como estaba por la fragancia del dios y 
todos sus aromas, provenientes del País del Punt. ... Palabras dichas por la 
Esposa Real, la Madre Real Ahmosis, ante la majestad de este augusto dios, Amón, 
Señor de los Tronos de las Dos Tierras: '¡Mi señor, qué grande es (poder) 
venerar tu poder!  Es valioso 
(poder) ver tu frente cuando te unes con mi majestad en tu gloria, cuando tu 
suave fragancia se introduce en todos mis miembros'.  Tras esto, la majestad de este dios hizo 
cuanto se le antojó con ella."  
Entre lo que "se le antojó" figuró la concepción de la reina 
Hatshepsut.
            
Ella 
justificó así su acceso al poder valiéndose de la doctrina de la teogamia.  En el relato, de erotismo patente, el 
pudor de la reina madre quedaba, no obstante, a resguardo.  Su apasionamiento estaba plenamente 
justificado al principio, cuando el dios tomó la forma de su esposo, y también 
después, porque sus sentidos no se desbocaron por la contemplación de un simple 
mortal sino de la majestad divina.
 
            
"Si 
quieres conservar la amistad de la familia que te recibe, no te acerques a las 
mujeres de la casa.  Las mujeres han 
sido la perdición de miles de hombres.  
Sus bellos cuerpos hechizan, pero después de un corto instante de 
felicidad, pierden su atractivo.  
¡Un momento de placer y, luego, la muerte como remate de 
todo!"
            
Esta 
pauta de sabiduría, escrita por Ptah-Hotep y transmitida mediante copias a las 
generaciones siguientes fue, por lo visto, seguida por el personaje Bata en el 
cuento "Los dos hermanos" (Dinastía XIX), al rechazar las proposiciones lascivas 
de su cuñada, a quien él consideraba una madre.  La mujer había adoptado una actitud 
francamente desinhibida: "Y ella deseó conocerlo como se conoce a un 
hombre.  Ella pues se levantó, lo 
abrazó y le dijo: 'Ven, pasemos una hora (juntos), acostémonos; tu sacarás 
provecho de esto, pues yo te haré hermosas 
vestimentas'."
            
El 
comportamiento de la decidida dama no parece haber sido exótico en el antiguo 
Egipto.  En la Biblia se cuenta que 
cuando José servía en casa de Putifar su ama se dejó cautivar por la belleza del 
hebreo: "Duerme conmigo."  José, no 
obstante, de firmes convicciones morales y lealtad hacia el egipcio, no 
flaqueó.  Sin embargo, la señora 
insistió en sus propósitos.  
"Hablando ella a José cada día, y no escuchándola él para acostarse al 
lado de ella, para estar con ella, aconteció que entró él un día en casa para 
hacer su oficio, y no había nadie de los de casa allí.  Y ella lo asió por su ropa, diciendo: 
Duerme conmigo.  Entonces él dejó su 
ropa en las manos de ella, y huyó y salió."
            
La 
venganza del sabio Uba-oner, personaje de "El rey Jufu y los magos" (Dinastía 
XII), sucedió al apasionamiento de su descocada mujer.  Cierto día, en el templo, ella "vio a un 
vasallo y nada más verle ya no supo el lugar del mundo en que se encontraba y le 
envió a una criada que tenía con ella para decirle: 'Ven y pasaremos juntos una 
hora; ponte tus vestidos de fiesta.'  
Y le envió una caja llena de vestidos y él vino con la 
criada."
            
También 
en la historia de "La disputa de Verdad y Mentira" Dinastía XIX) una mujer, 
cautivada por el primero, se dejaba llevar por sus sentidos, y el narrador 
describió la escena con un tanto menos de recato: "... (y no bien la dama) lo 
vio lo deseó mucho, mucho, porque era hermoso en todo su (cuerpo). Y él durmió 
con ella esa noche y la conoció con la virilidad de un joven 
vigoroso."
            
Sería 
falsa la imagen de que estas actitudes estaban generalizadas o que había una 
gran permisividad, pero sí verdadera la que dice que existían.  Los finales, además, podían ser trágicos 
si se cometía adulterio.  Anup, 
hermano de Bata, asesinó a su mujer, culpable no sólo de liviandad sino también 
de la reyerta y separación de los hermanos.  Uba-oner, enterado de la infidelidad de 
su esposa, cobró su víctima en el vasallo venido a amante, y por orden del 
faraón la adúltera fue ejecutada. 
            
Mientras 
los comunes se divertían por las calles de las ciudades entre tabernas y 
cortesanas ("En la casa estás rodeado de rameras; estás allí y haces...  Estás sentado ante la muchacha, rociado 
de aceite; la corona de ischetpenu 
cuelga de tu cuello y tableteas en el vientre con tus dedos", se advertía a un 
educando), los reyes tenían harenes a su disposición y la facilidad de elegir 
las concubinas de su agrado.  "Que 
me traigan veinte mujeres de bellos cuerpos, hermosos pechos y cabelleras y que 
no hayan dado a luz todavía, y que en vez de vestidos las envuelvan en una red a 
cada una", ordenó Snefru para entretenerse.
            
En 
un escarabeo en honor de Amenofis III se dejó constancia de este aspecto de la 
dulzura de vivir para faraones.  
Sobre un suceso ocurrido en el décimo año de su reinado, allí se grabó: 
"Maravillas traídas a su majestad, v.p.s.: Gilujipa, la hija del príncipe de 
Naharina, Satirna, y las mejores (mujeres) de su harén, (a saber) 317 
mujeres."  A pesar de todo, sólo 
Ramsés III se hizo representar en medio de las muchachas de su 
harén.
 
            
En 
el orden de la moral y los pecados que correspondían solamente o en modo 
principal a la conciencia individual, se encontraron en entredicho los excesos 
de la carne.  En realidad, no se 
prohibía en sesgo tajante la relación sexual sino, como en tantas otras cosas, 
solamente las extralimitaciones.
            
Para 
los sacerdotes había una restricción más y era la de que debían observar la 
castidad durante los períodos destinados a las purificaciones de la liturgia: "Y 
durante el tiempo en que se disponían a realizar algún acto del culto divino, se 
tomaban un número determinado de días (...), en el que se abstenían (...) sobre 
todo, de relaciones con mujeres; tampoco tenían trato íntimo con varones el 
resto del tiempo. Y tres veces al día se lavaban con agua fría: al levantarse, 
antes del desayuno y antes de acostarse; y si alguna vez acontecía que tenían 
sueños eróticos, purificaban su cuerpo al momento con un baño" 
(Porfirio).
            
Para 
los comunes también aparecieron proscripciones y, salvo excepciones, en un 
enfoque masculino.  "Si quieres 
conservar la amistad de la familia que te recibe, no te acerques a las mujeres 
de la casa.  Las mujeres han sido la 
perdición de miles de hombres.  Sus 
bellos cuerpos hechizan, pero después de un corto instante de felicidad, pierden 
su atractivo.  ¡Un momento de placer 
y, luego, la muerte como remate de todo!" 
(Ptah-Hotep).
            
Siglos 
después, en el Imperio Nuevo, también Any advirtió sobre los peligros de la 
tentación femenina: "Guárdate de la mujer extranjera, que no conocen en su 
ciudad; no la mires cuando sigue a su compañero, no la conozcas en sus miembros. 
 Es un agua profunda, de la cual no 
se conoce el fin.  Una mujer cuyo 
marido está lejos, 'Yo soy linda', te dice cada día cuando no están sus 
testigos...  Es un golpe mortal 
escucharla."
            
"Las 
advertencias y amonestaciones al discípulo" guardaron una severa amonestación a 
un mozo que había abandonado la senda responsable del estudio por darse a una 
vida de placeres: "Tú te sientas en la casa y te circundan mujeres de 
placer...  Tú estás sentado delante 
de la joven, y eres rociado con ungüentos."  La falta aquí fue el olvido de las 
responsabilidades y conducta de un hombre respetable.
            
El 
Papiro Insinger (escrito entre los períodos saíta y romano) dirigió una frase a 
la virtud femenina: "La mujer que es celebrada por otro, no es (por esto) una 
buena mujer."
            
Los 
conceptos sobre moral sexual parecen muy similares a los que se han repetido 
durante mucho tiempo: para el varón la falta no surgía por dar gusto a su pasión 
sino por elegir equivocadamente el objeto de ella o dejarse dominar por los 
impulsos;  la probidad en la mujer 
excluía ya la provocación y aún la seducción (la constancia de su mal obrar eran 
quienes la cortejaban).  En cambio, 
de los poemas amorosos conservados emanana sutilmente una sensualidad que ni 
para el hombre ni para la mujer generó sentimientos de culpa.  En esos mismos poemas aparece a veces la 
idea de que un proceder de esta índole no era totalmente correcto, mas no hubo 
condena.
 
            
Probablemente 
Egipto no fue severo e intransigente en lo atinente a la sexualidad.  Manteniendo ciertas reglas, proscribió 
las transgresiones o, mejor aún, la pérdida del control de la voluntad a causa 
de los placeres sexuales.
            
Ni 
siquiera el arte cayó en vulgaridades que sí tuvo el de otros pueblos, empapando 
en lascivia actos tan naturales; las figuras itifálicas no tenían contenido 
obsceno sino tan sólo litúrgico o supersticioso.  Al muchacho disoluto del Papiro Anastasi 
IV ("Advertencias y amonestaciones...") no se le censuraron los placeres 
carnales sino su irresponsabilidad y la frase del Papiro Insinger atacó a la 
mujer coqueta pero sin decir palabra acerca de la que se relacionara íntimamente 
sin ser coqueta.
            
El 
"Libro de los Muertos" contenía una visión egipcia de los pecados de la carne y 
corrobora lo expuesto, faltando una condena genérica al placer sexual, quedando 
sólo la específica a determinadas transgresiones.  Así, la falta era el adulterio (y, tal 
vez, también la violación): "no mancillé la mujer del hombre" , e igualmente la 
homosexualidad masculina: "no perpetré actos impuros, ni yací con hombres" 
(Confesión Negativa).
 
            
Este 
último parece haber sido uno de los tantos crímenes de Penanjet, sacerdote de 
Jnum en Elefantina bajo la Dinastía XX.  
La literatura llegó a imputar la inclinación incluso a un soberano, Pepi 
II, afecto a un súbdito militar: "Sucedió que la majestad del rey del Alto y 
Bajo Egipto Neferkara', el hijo de Ra [Pepi], justo de voz, era el rey benéfico 
de este país entero.  El Noble 
Hereditario (...) llamado Iti [supo del] amor [del rey por] el general 
Sasenet".
            
La 
historia, lamentablemente inconclusa, procedería en su original del Imperio 
Medio o del Segundo Período Intermedio, aunque el contexto temporal se ubica 
durante la Dinastía VI.  Dos parecen 
ser las grandes faltas en el fragmento conservado: la homosexualidad del 
soberano y Sasenet y la denegación de justicia al primer denunciante, el 
Suplicante de Menfis.  Se ha 
señalado que el objetivo del cuento era mostrar la decadencia moral del período 
que acabó con la descomposición del Imperio, pero por supuesto ésta puede ser 
una opinión surgida de la propia moral de los historiadores que la 
sostienen.
 
            
En 
fin, formando parte de los graves pecados de la carne, recuérdese también la 
condena al incesto en el cuento de "Los dos hermanos" y al adulterio femenino, 
intentado por la esposa de Anup en esta narración y cometido por la mujer de 
Uba-oner en "El rey Jufu y los magos".
            
Un 
punto de interesante pero difícil exploración surge del capítulo 18 del 
Levítico, en la Biblia.  En los 
versículos 2-3, Jehová dijo a los hebreos: "No haréis como hacen en la tierra de 
Egipto, en la cual morasteis; ni haréis como hacen la tierra de Canaán, a la 
cual yo os conduzco, ni andaréis en sus estatutos."  Los versículos siguientes prohibían la 
contemplación de la desnudez de parienta próxima, del padre, de la madre, de la 
mujer del padre, de la hermana o media hermana, de la nieta, de la tía, del tío, 
de la nuera, de la cuñada, lo que puede entenderse en sentido literal o como 
equivalente al "conocer" bíblico (incesto, contacto carnal); proscribían 
específicamente las relaciones íntimas cuando se pretendían con la cuñada, con 
otras parientas o durante la menstruación; quedaban interdictas asimismo la 
homosexualidad y la zoofilia; a todas estas prohibiciones se agregaba una de 
corte ajeno a lo sexual: no inmolar un hijo a Moloc.  Finalmente, en los versículos 24-25 se 
reiteró la naturaleza pecaminosa de aquellas conductas.  "En ninguna de estas cosas os 
amancillaréis; pues en todas estas cosas se han corrompido las naciones que yo 
echo de delante de vosotros, y la tierra fue 
contaminada".
            
En 
el campo reseñado quedan por definir cuáles de las conductas prohibidas eran 
admitidas por el pueblo egipcio.  
Estas tenían que ver evidentemente con lo sexual, ya que la alusión a 
Moloc no corresponde a la religión egipcia sino a los cultos de la 
Palestina.
 
Goces 
sensuales en el otro mundo.   En el reino de los difuntos no 
faltaron los placeres del amor, mencionados por un difunto en el "Libro de los 
Muertos" ("hago el amor" o "me entregué al amor").  "Soy más potente que el dueño del 
tiempo, y disfrutaré de los placeres amorosos".
            
La 
preocupación por ese estímulo para el difunto tal vez comenzó tempranamente, ya 
que han sido halladas estatuillas femeninas que pudieron tener como destino la 
satisfacción de los deseos afectivos y carnales de los muertos en cuyas fosas se 
depositaron.  Sin embargo, se ha 
planteado la posibilidad de que no tuviesen esa finalidad sino otra, 
religiosa.  Pero en la época 
histórica las imágenes se volvieron usuales y llegaron a proliferar en algunos 
sepulcros, lo que no es de extrañar teniendo en cuenta la presencia de harenes 
reales y numerosas concubinas para los príncipes.
            
Para 
el período histórico de Egipto, Pirenne, si bien participó de la idea de que las 
figurillas femeninas de las tumbas tenían por objetivo permitir al alma "conocer 
aún la alegría del cariño y de la voluptuosidad", dudó acerca de la certeza 
absoluta de esta interpretación: "Quizá deba verse en estas figuritas un símbolo 
de Isis que resucitó a Osiris después de que Set le 
asesinó."
            
De 
todos modos, el caso citado por Montet y que transcribimos infra, el "Libro de los Muertos" y otros 
hechos concretos que han sobrevivido, corroboran la inclusión de las relaciones 
pasionales como parte de la vida del difunto en el 
Occidente.
            
En 
cuanto al aspecto estético de las imágenes, no siempre fueron modelos de 
belleza.  "Hemos encontrado unas 
estatuillas de este género en la antecámara de Psusenés", contaba Pierre 
Montet.  "Unas llevan inscrito un 
nombre real; otras, un nombre de mujer.  
Pero estamos tentados a compadecer a este rey si escogía en vida sus 
concubinas como ha escogido sus figurillas."
                        
 
 
BIBLIOGRAFÍA 
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