29 - LOS PASAJES ABIERTOS

 

por  MARCELO DE LEÓN

 

 

 

No es raro que en un contexto tan paradó­jico en algunos aspec­tos como lo fue el del Antiguo Egipto, vivos y muertos estu­viesen en contacto, y esto de diversas maneras.  Cuando el viento produ­cía ruidos extraños en la necrópolis de Abidos los habitantes de la ciudad sabían que se trataba de sus muertos redivivos.  Las almas de los difun­tos, idas a Occiden­te, no tenían por qué permanecer allí sino que podían despla­zarse de regreso a este mundo.  Como momias, pájaros, espectros y a través de visiones y sueños tenían medios de tomar con­tacto con los vivos o, por lo menos, con el espacio terrenal.  También se creía en la posi­bili­dad de comu­ni­ca­ción con los muertos, a través de la plega­ria.

 

El contacto entre difuntos y vivientes podía tener múlti­ples facetas, algunas de ellas un tanto groseras para la mentalidad moderna.  Así, por ejemplo, el recuerdo de un muerto servía para asumir la brevedad de la vida y, en virtud de ello, disfrutar­la plena­mente.  Cuando los disfrutes gastronómicos, que no eran de los nimios y para los cuales se tenía gran cuidado de prepararlos conve­nientemente (en los medios pudientes) no faltaron las pecu­liarida­des...  "En los convi­tes que se dan entre la gente rica y regalada" -comentó Heró­doto- "se guarda la cos­tumbre de que acabada la comida pase uno alrededor de los convidados, pre­sentándoles en un pequeño ataúd una estatua de madera de un codo o de dos a lo más, tan perfecta, que en el aire y color remeda con gran realismo un cadáver, y diciendo de paso a cada uno de ellos al presentársela y enseñarla: '¿No la ves? Mírala bien; come y bebe y huelga ahora, que muerto no has de ser otra cosa que lo que ves'. Costumbres es ésta, como he dicho, que se sigue en los espléndi­dos banquetes."[1]

           

Esta narración de Heródoto sobre imágenes de madera imitan­do cadáveres no fue la única. Aparen­temente, la prácti­ca tuvo la suficiente aceptación como para que distintos testimonios se hicieran eco de tan insólita costumbre y, más aún, traspasara las fronteras de Egipto.  A los testigos inexpertos, la similitud de la figura con las repre­sentaciones de Osiris les causó confusión y atribuye­ron el asunto a cues­tiones religiosas.  Plutarco se encargó de desmen­tir el error:  "No es, como algunos suponen, un recuerdo del sufri­miento de Osiris, sino para exhor­tar a los que beben a disfrutar y gozar del presente, puesto que todos muy pronto serán como aquella imagen; es por lo que intro­ducen al desa­gradable invita­do."[2]

 

Esta peculiaridad de las reuniones egipcias parece haber caído grata más allá de las fronteras del país.  Después de todo sólo era un medio más para incitar a vivir, a pesar de que el medio de convicción empleado (un muerto) no fuese el más ortodoxo ni mucho menos grato.  Siglos después de Heródoto, el romano Petronio dejó nota de que la práctica había llegado hasta los romanos.  El personaje de Eumolpo contaba el banquete del rico Trimalción...  "Bebimos sin dejar de advertir todas estas demos­traciones de buen gusto.  En ese momento un esclavo trajo un esqueleto de plata fabricado de tal manera que, móviles, las articulaciones y las vértebras se doblaban en todo sentido. Trimalción lo arrojó varias veces sobre la mesa para que adoptase así diver­sas poses a causa de la movi­lidad de sus coyunturas.  Añadió: ¡Ay! ¡Miserables de noso­tros!/ ¡Qué impo­tencia la del pobre hom­bre!/ Todos así sere­mos/ cuando el Orco nos recoja./ Viva­mos, pues, en tanto que existir con salud/ permitido nos sea."[3]

           

Igual sorpresa podría causar lo atinente a los cuerpos de ascendientes entregados como garantía de deudas, hecho que Heródoto asignó a los tiempos del Imperio Antiguo y Diodoro mencionó como existiendo en su época (s. I a.C.).[4]  En reali­dad, si­guien­do las razones argüídas por Diodoro de Sicilia, el motivo no tenía nada de impío o irreverente.  Todo se basaba en el respe­to dado a la sepultura.  Para los acreedo­res, la demora en inhumar a los parientes era la mejor presión para el cobro de una deuda.  Tomar por su cuenta el cuerpo del difunto y no cancelar la deuda podía acarrear, a su vez, la sanción de ser consi­derado ignominioso su proceder y quedar insepulto. "No se puede admi­rar lo suficien­te a los que han insti­tuido esas costumbres y que han basado la pureza de las cos­tumbres no solamente sobre el comercio con los vivos, sino también en lo que cabe, sobre el respeto que se debe a los muer­tos."[5]

           

El siciliano dejó dos ejemplos más de la comu­nión de vi­vos y muertos en el antiguo Egipto. Uno, al explicar el embal­sama­miento y observar que los egipcios "dis­frutan de la vista de aquellos que han muerto después de muchas generaciones, y, por el aspecto de la talla, de la figura y de los rasgos de esos cuerpos ellos experimentan una satisfacción singular: los miran en cualquier caso como sus contemporáneos."[6]  El otro, al referir lo ocurri­do con quie­­nes no disponían de sepulcro para sus parientes: "cons­truyen en su casa una celda nueva, y colocan allí el ataúd de pie y fijado contra el muro."[7]

 

El alma podía regresar a la tumba y desde allí, a través de hendiduras o puertas falsas, franquear el acceso al mundo de los vivos.  El rey Djeser, por ejemplo, hizo perforar el muro de su pirá­mide con una rendija, frente a su estatua, "como si [eso] le permi­tiese ver de lejos su capital"[8] (Menfis).  También po­día darse un comunicación directa, sin estaciones previas.  En cual­quier caso, el difunto sentía añoranza por lo que había amado en vida (el apego a la vida se llevaba al otro mundo), de modo que no sor­prende aquel intercambio entre seres de distin­tas dimensio­nes.  Muchas inscripciones recordaron la facilidad de trasponer la línea de los mundos. "Tú atraviesas prontamente las puertas de la Región inferior: tú verás tu casa de los vivos, oyendo la voz de los cantantes y de los músi­cos..."[9]

 

Un retorno muy palpable era bajo la forma de momia, es decir, tomando posesión del cuerpo incorrupto dejado en la sepultura.  En un cuento sobre almas redivivas, una de ellas, encarnada en un cuerpo embalsamado, narró su vida al Gran Sacerdote de Amón-Ra:  "yo, cuando estaba aún vivo sobre la tierra, era tesorero del rey Rahotpu, v.s.f., era también su lugarteniente de infantería.  Después, yo pasaba ante las gentes y en el séquito de los dioses, y yo morí en el año XV, durante los meses de Shomu del rey Manhapuriya, v.s.f.  Él me hizo mis cuatro envolturas y mi sarcó­fago en alabastro; él hizo hacer para mí todo lo que se hace a un hombre de calidad, me dio ofrendas..."[10]

           

En esta historia de "fantasmas" el aparecido se llamaba Nuit­busoj­nu, que significa: "la morada no lo encierra".  Según Maspero, el vocablo pudo obrar tanto como nombre del difunto o genérica­mente para todos los espec­tros.[11]

 

También fue una momia quien habló con el famoso personaje Satni-Kamuas.  En este caso, se trataba de una mujer, Ahuri, y le refirió al héroe los peligros acarreados por el libro que busca­ba: "a causa de él, se nos ha tomado el tiempo que noso­tros teníamos para permane­cer sobre la tierra" ("La aventura de Satni-Kamuas con las momias").[12]  Pero no sólo hubo char­la: Satni llegó a jugar una par­ti­da de damas con el momificado Nanefer-ka-ptah, esposo de Ahuri.

 

Estas historias no eran fábu­las.  Formaban parte de lo que hoy llamaríamos el "imagina­rio colec­tivo" de los egip­cios.  Eran parte de sus creencias y no histo­rias para aterro­rizar a los niños.  Para las concepcio­nes del Nilo, los difun­tos podían retor­nar a la tierra real­mente y por eso tales hechos eran mencio­nados por los textos religiosos, de divulga­ción, escri­tos de variada especie y el arte de la representa­ción.  Eso explica las ins­cripciones amenazantes en las tum­bas (advertencias dirigidas por los propios difun­tos) y las cartas de los vivos a sus familiares falleci­dos.

 

Las invocaciones a las almas de los expirados buscaban su auxilio.  Los allegados les dirigían ruegos en las comidas funera­rias (o sea, en la celebración del culto) o, desde fines del Imperio Antiguo, les dejaban cartas en papiro o tela en las tumbas, o escri­tos en las paredes de éstas.  Bajo el Impe­rio Medio fue de estilo escribir en el reci­piente de las comidas mortuo­rias, para tener la seguridad de que el difunto recibi­ría el mensa­je.[13]

           

Los pedidos podían ser diver­sos: cura­cio­nes, justi­cia, tran­quilidad, resolución de cuestiones legales, con­cep­ción.  En tiem­pos de la Dinastía VI, Irti, concubina de un tal Sean­jenptah, dejó una carta en el sepulcro de éste.  Allí relataba todo un drama: Irti había tenido de su señor y aman­te, un hijo llamado Ii.  Antes de morir, Sean­jenptah llamó a su hermano Behesti para designar un sucesor.  Behesti envió un mensajero, en cuya presen­cia Ii habría sido nombrado here­dero y continua­dor de la familia, e Irti había recibido el encargo del culto funera­rio.  Pero tras la defun­ción de Sean­jenptah los suceso­res legítimos (Behesti y un sobrino, Anan­ji) no respeta­ron aquella última voluntad y distribuyeron los bienes de la herencia.

           

Uabet, madre de Ananji, junto a su segundo esposo Issi, llegó a la residencia del difunto y tomó los bienes, incluidas tres criadas, y a Irti e Ii.  El niño no era, pues, más que criado de Ananji. Irti, desesperada, invocó a Sean­jenptah para rogarle su inter­vención a los efectos de la ejecución de su voluntad o, en todo caso, llevar al hijo de ambos al otro mundo, antes que dejarlo como siervo de su parien­te.[14]­  De la misma época data otra misiva donde una viu­da rogó a su difunto esposo su intercesión para que el tutor del patrimo­nio de su hijo ejecu­tara una fiel administra­ción.[15]

           

Desde el punto de vista del muerto, velar por sus familias era un acto de amor y, además, de interés, ya que el culto funerario (y, por tanto, el bienestar en el Más Allá) estaba en juego. Ambos sentimientos, amor y necesidad, se mezclaban.

           

Tanto los reyes como los particulares, tenían similares pode­res de inter­vención en los asuntos del mundo, directamente o por intermedio de divinidades.  Un escrito del Imperio Anti­guo, alusivo al faraón difunto, ilustró su carácter de protec­tor de aque­llos a quienes dejó en la Tierra:  "Tú haces prospe­rar tu casa después de ti, tú defiendes a tus hijos de la aflic­ción."[16]

           

Para recordar su permanencia, las almas de los fa­lle­cidos aparecían en sueños y visiones (los mismos métodos que emplea­ban para asustar).

           

En períodos críticos, cuando la justicia real no brindaba garantías, cuando el país atravesaba por caos político y administrativo, los llamados se volvían más frecuentes.  Dado que no se podía confiar en la organización terrena, sólo lo sobrena­tural podría ayudar y la mejor forma de llegar a los dioses no eran ya los sacerdotes ni mucho menos el monarca, sino las almas de los difuntos.  La costumbre existió durante los Imperio Anti­guo, Medio y Nuevo, atravesando de los cam­bios sociales y políti­cos del país.

           

El difunto, que no olvidaba a los que le amaban, se prepa­raba ya en vida a propender al bien de los suyos mediante la adquisi­ción del "Libro de los Muer­tos", donde esto aparecía consigna­do[17].  Una rúbrica decía: "Si pones este libro por escrito, el muerto prosperará, y sus hijos prosperarán..."[18]  En otro pa­sa­je el difunto pediría a Osi­ris: "[que] mi heredero sea fuerte; y (...) mis amigos terre­nales prosperen".[19]  Tén­ga­se presente, sin embargo, la fusión de intereses persona­les y afectos a que se aludió antes.

 

No constituyó una rareza que el muerto (por lo menos el de buen cora­zón) favorecido tras la muerte y, en virtud de su condi­ción de espíri­tu, dotado de ciertas facultades o de poderes, se convirtiese en una especie de héroe o superhéroe (dadas sus cualidades extra­huma­nas).  Podía procurarse su propio bien, salvaguardando los intere­ses que conservaba en la Tierra (v.g., la conserva­ción del sepul­cro): "(que) mis enemi­gos sean destruidos y caigan en los cepos de la diosa Serq" (“Libro de los Muertos”)[20].  O tam­bién actuar como gran pa­trio­ta:  "Cuan­­­­­­do yo supe en el Amenti que este enemigo de Etiopía iba a lanzar sus sacrile­gios contra el Egipto, como no había más en Egipto ni buen escriba, ni sabio que pudiera luchar contra él, yo supliqué a Osiris en el Amenti que me permitiera aparecer sobre la tierra de nuevo, para impedirle a aquél llevar la inferioridad del Egipto a la Tierra de los Negros.  Se mandó ante Osiris condu­cirme a la Tierra y yo resucité, monté en origen hasta que encontré a Satni, el hijo de Faraón" ("La historia verídica de Satni-Kamuas y de su hijo Senosiris").[21]  O asimis­mo actuar como paladín de la justi­cia: "Y el difun­to saldrá para aterrorizar a los factores de mal que hay en toda la tierra" (“Libro de los Muertos”).[22]

           

Eso explica la confesión de un oficial que se sentía perse­guido por su difunta esposa Anjiry, a pesar de (según él) no haberla ofendido jamás:  "¿Qué crimen cometí contra ti para haber llegado a esta miserable situación en la que me encuen­tro?, ¿qué es lo que te he hecho?  Lo que tú has hecho es poner la mano sobre mí, aunque yo no había cometido crimen alguno contra ti. Desde que yo vivía como marido contigo hasta el día de hoy ¿qué hice contra ti?"[23]

           

El papiro de la señora Nes­jons es un tanto diferente.  Ella era esposa del Gran Sacerdote de Amón, Pinedjem II, y ambos vivie­ron en los tiempos de la Dinastía XXI.  Redactado por Pined­jem o por su orden, hacía hablar al dios Amón sobre las buenas cualidades de la difunta: nunca intentó quitar la vida al esposo ni hacérse­la quitar por terceros, no usó maleficios contra él.  El sentido de este papiro habría sido el de con­graciar a Pinedjem con la difun­ta, por alguna razón que se ignora, y atraer la guarda de la mujer sobre el viudo y su familia.[24]

 

Más allá de otras posibilidades, dos acciones en general provocaban la ira de los muertos: la profanación de sus sepul­cros y el descuido del culto funerario.

           

En cuanto a lo prime­ro, sucedía que los ladrones se veían atraídos por la promesa de riquezas encerradas en las tumbas, en los sarcófagos, en las momias.  La destrucción de los recin­tos mortuorios podía impedir el retorno del alma y el asunto se tornaba especial­mente grave si se arruinaba el soporte material de ella, o sea el cuerpo embal­samado.          Entre las precauciones tomadas para evitar la violación de las sepultu­ras, el difunto lanzaba anatemas y amenazas, ha­blando a posi­bles intrépidos. "Si alguien hace mal a esta tumba de la necrópolis, si mueve una sola piedra de su lugar, será juzgado por mí mismo en unión del gran y augusto Consejo del gran dios, señor del Occidente.  Yo aferraré su espina dorsal, como si fuese la de un ave y el terror hacia mí hará presa en él".  O: "Tal como se perjudique a ... se perjudicará a Atum.  Tal como se combata a ..., se combatirá a Atum.  Como se avasalle a ... se avasallará a Atum.  Como se rechace a ..., se rechazará a Atum".[25] [26]

           

Cuan­do el propietario de la tumba era un pode­­­ro­so, tenía en sus manos la posibilidad de crear una organiza­ción encargada del mante­nimiento de la tumba y la perpetuación del culto funera­rio, con sacerdotes y funcionarios especializa­dos.  A ellos también llegaban las advertencias, como estímulo para que no descuida­sen el desempeño de sus deberes.  Los hallados en falta, "Serán arrojados al fuego del rey en el día de su cóle­ra... Zozobra­rán en el mar, que engullirá sus cadáveres.  No recibirán los honores debidos a la gente virtuosa.  No podrán comer las ofrendas de los muertos.  No se verterá para ellos en libación el agua del curso del río.  Sus hijos no heredarán su cargo.  Sus mujeres serán violadas ante sus pro­pios ojos...  No oirán las palabras del rey en el día de su gozo...  Mas si, por el contrario, velan por la fundación funeraria..., que reciban todo el bien posible.  Amonra­sonter os concederá una sólida duración de vida.  El rey que reine en vuestra época os recom­pensará como él sólo sabe hacerlo.  Os serán acumulados cargos sobre cargos, que recibiréis de hijo en hijo y de heredero en heredero.  Serán sepultados en la necrópolis después de haber alcanzado la edad de ciento diez años, y las ofrendas se multiplicarán para ellos."[27]

           

Como puede apreciarse, parte fundamental en este par­la­mento lo constituía el miedo a la interrupción del culto funerario.  De ahí que el difunto amena­zara con la ausen­cia de ofrendas, mismo padeci­miento que temía sufrir él.  Eran el alimento para su alma.  Conforme a una concep­ción materia­lista del Más Allá, el difun­to sentía hambre y sed, que calma­ba con libaciones de los deudos.  Por eso el interés del egip­cio en proteger a sus allegados, principales encargados del sostén del culto.  Si al comienzo se creía que el espíritu soportaba terri­bles padeci­mientos cuando faltaban las ofren­das, hasta la des­trucción de su alma[28], luego se pensó en la sustitución de los bienes mate­riales por su esencia.  Para ello, los pru­dentes disponían tablas donde figura­ban grabadas sus provisio­nes y que por obra de la magia y las plegarias cobraban realidad en el otro mundo.  He aquí otra de las razones para mantener cuidada la tumba.

           

Otra solución para las almas estuvo en los frutos de los campos osiríacos.  Sin embargo, a pesar de las diferentes opciones nunca se obviaban los preparativos para el culto y los antedichos eran arreglos subsidiarios.  Ante las omisio­nes, las almas redivivas atormentaban a los culpables y los hacían solidarios de su sufrimiento.  Pero, claro, no sólo el anuncio de males servía para persuadir a los obligados: los difuntos hacían promesas de bien (como la que figura igualmen­te en el texto trans­cripto), dado su potencial extranatural en ese mundo donde se encontraba.

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Los ataques a los elementos necesarios para una feliz exis­tencia ultramundana podían deberse no ya a vandalismo, des­cuido, ineficiencia, sino a maldades premeditadas.  Cuando un hombre vivo quería perjudicar a un difunto sucedía que la destrucción de alguno de los ingredientes sepulcrales era un medio efectivo.  De ahí que Satni-Kamuas preguntara a Nanefer-ka-ptah:  "¿Puede ser que el sacerdote ... te haya hecho inju­ria y es por ello que tú quieres destruir su casa?"[29]

           

Aquí la particularidad estriba en que el daño era inducido por un difunto, aunque el ejecutor en definitiva fuera el protago­nis­ta del cuento.

 

Si se desataba la ira del difunto (por ejemplo, a través de visiones, ataques, enfermedades), las conse­cuencias po­dían ser funestas para los vivos en gene­ral.  La ley era severa con quie­nes perjudi­caran las tumbas y sus entornos.

           

En los con­flictos entre vivos y muertos había, no obstan­te, un recur­so menos violento: la justicia.  Como se trataba del reino de los espíri­tus, obviamen­te la justicia terrena era ineficaz y sólo la de los dioses podía actuar.  Cuando el viudo de Anjiry se sintió acosado por la difunta, recurrió primero a la per­sua­sión para tener paz pero, previen­do ser desoído en su reclamo, le anunció el inicio de un pleito ante las divinida­des:  "Voy a presentar un litigio contra ti con palabras de mi boca ante la Enéada de Dioses que está en Occiden­te, y se decidirá entre tú y yo (por medio de) este escrito... (...)  Seré juzgado conti­go, y se discernirá la maldad de la justi­cia."[30]

           

Después de to­do, los dioses habían formado tribunal para dirimir el conflic­to entre Set y Horus, de modo que los hom­bres sabían que existía una Sala de Justi­cia divina.­  Otras veces se anun­ciaba el rol de sentenciante en Ra, Osiris o un rey difun­to.[31]

 

Por miedo o por buena voluntad, los egipcios vivos se preocu­paban habitualmente por el estado de las tumbas ajenas, por lo menos de las pertenecientes a los familiares más inme­diatos, pero inclusive no faltaron cuidados por otras menos allegadas.  Particu­lares y reyes se esmeraron en cuidar tumbas de ances­tros y aún de desconocidos y de hacer las restaura­cio­nes perti­nentes en casos de deterioro natural o profanacio­nes.  En la Dinastía XXI, por ejemplo, Pinedjem se ocupó de rehacer las envolturas de las momias de Tutmosis I, Amenofis I, Seti I, Ramsés II, Ramsés III.

 

Se creía asimismo en difuntos francamente malvados, no ya sólo preocu­pados por sus intereses o vengadores del dolor que se les causaba.  Estas almas inicuas y atormentadoras causaban muchas enfermedades y aterrorizaban con sus apariciones.  Si bien la forma incorporal -como en los sueños y las posesiones- era la lógica, aparentemente en tiempos predinásticos se creyó que el alma del muerto retornaba al cuerpo y, para evitarlo, el cadáver era desmembrado.  Es la tesis de Maspero por el hallazgo en Abidos de un esqueleto dividido en dos, las mitades enterra­das por separado y, aleja­dos de ellas, huesos de cráneos.  Otros autores sostuvie­ron tesis pro­pias pero sin mayor prue­ba, como Hermann al atri­buir el hecho a ritos religiosos extraños.[32]

           

Si esta opinión es cierta, esos muertos debían andar libre­mente sobre el terreno.  Para el egipcio de tiempos histó­ricos, sin embar­go, los redi­vi­vos visibles sobre la faz de la tierra eran, en general, etéreos.  La situación de las momias parlan­tes, mencionadas en la lite­ratura, es total­mente diferen­te, ya que ellas permane­cían en sus huesas.  Nanefer-ka-ptah se pre­sen­tó de dos modos a Satni-Kamuas: como espíritu de forma humana en el exterior (en uno de esos momentos el protagonis­ta le preguntó aquello de. "¿Puede ser que...?") y como momia en el interior de la sepultura.

 

La creencia en almas errantes, visiones de espectros, sueños terribles, se mantuvo por toda la historia de Egipto.  En reali­dad, el temor al encuentro con los que se fueron y la fascina­ción de las historias de aparecidos perduran hoy.  La diferencia radica en que ahora forman parte de los miedos del inconsciente de la humanidad, son recluidos en ámbitos espe­ciales como los de la parapsicología, la supersti­ción o formas sectarias de reli­giones y su discusión en ambientes culti­vados no se hace sino sutilmente.  En aquel entonces, en cam­bio, era una realidad aceptada y palpable, imposible de igno­rar.  Nadie duda que Egipto habrá tenido escépticos pero la mentalidad general, de todos los estratos sociales, cultos y no cultos, aceptaba estas verdades para ellos incon­trastables.

           

Todo el fundamento de la eficacia de los anatemas en las tumbas radicaba en esa fe.  De otro modo sólo hubiesen hecho sonreír a los pasantes.  Estas historias fabulosas, así como los mundos superpo­blados de seres sobrena­turales y los encan­tamien­tos, fueron tan propios de todo Egipto y el Cercano Oriente que contribuyeron a crear la seduc­ción que Occidente sintió luego por las culturas de esa zona.  En la Mesopotamia, Ishtar pidió un día al dios Anu la creación de un ser mons­truo­so para asustar a Gilgamés:  "Si tú no creas el Toro Celes­te/ dejaré las puertas abiertas de par en par, traeré los muertos a comer la comida de los vivos,/ ¡el ejér­cito de invitados muertos superará el de sus anfitrio­nes vivos!".[33]  Formaban parte de sus tradiciones y por ello sub­sis­tie­ron férreamente el paso de los siglos.

           

El magne­tis­mo que aún hoy produ­cen las aventuras de Simbad, Aladino y todas las historias de Sherazade, no surge sino por ese amor a lo fan­tástico y a la concre­ción de lo inimaginable que han sentido los hombres de todas las épocas.  A su vez, los mil y un cuen­tos no nacieron de la nada sino de una concepción e imaginario colectivo mantenidos por mile­nios y de los cuales Egipto no estuvo ausente.  Sólo que en aquel entonces los personajes eran otros, como Satni, Djedi, Uba-oner, y no cabía sonreírse ante sus leyen­das...

 

                                                                             

                                                                                BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES

 

Bibliografía:

 

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- MINOIS, Georges. "Historia de los Infiernos". Barcelona, Paidós Ibérica, 1994.

- MONTET, Pierre. "La vida cotidiana en el Antiguo Egipto". Barcelona, MATEU, 1961.

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- PIRENNE, Jacques. "Historia del Antiguo Egip­to". Barcelona, Océano-Éxito, 1984.

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Fuentes:

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- "CUENTOS, MITOS Y EPOPEYAS - Selección de obras mesopotámi­cas y egipcias". Selección de Estela Dos Santos. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1970.

- DONADONI, Sergio. "Storia della letteratura egiziana anti­ca". Milano, Nuova Accademia Editrice, 1959, 2ª ed.

- "EL LIBRO DE LOS MUERTOS". Traducción y prólogo de Juan A. G. Larraya. Barcelona, José Janés Editor, 1953.

- HERODOTO. "Los nueve libros de la Historia". Buenos Aires, El Ateneo, 1968, 2ª ed.

- HOEFFER. "Bibliothèque Historique de Diodore de Sicile". París, Librairie Hachette et Cie., 1912, 3ª ed..

- MASPERO, G. "Les contes populaires de l'Égypte ancienne". París, Guilmoto Éditeur, s.d., 4ª ed.

- PETRONIO. "El Satiricón". Edición y traducción de Julio Picas­so. Madrid, Cátedra, [1993], 4ª ed.

- PLUTARCO. "Obras morales y de costum­bres (Moralia)": "Sobre Isis y Osiris"; "Sobre el amor". Edición de Manuela García Valdés. Barcelona, AKAL, [1987].

- SERRANO DELGADO, José Miguel. "Textos para la historia antigua de Egipto". Madrid, Cátedra, 1993.

 

 

 

 



[1]. "Los nueve libros de la Historia", II, LXXVIII; p. 141.  Heródoto, lla­mado "padre de la Historia", nació en Hali­carnaso hacia el año 484 a.C. Investigador nato, recorrió gran parte del mundo conocido en su tiempo (Mesopotamia, Fenicia, Egipto, Libia, entre otras). Visitó Egipto alrededor del año 450 a.C., inte­re­sándose por la historia, las costum­bres, la religión y la geogra­fía del país, dejando una circunstanciada descrip­ción circunstan­ciada. Se descono­ce la fecha de su muerte pero debió producirse hacia el  406 a.C.

 

[2]. "Obras morales y de costum­bres (Moralia)": ""Sobre Isis y Osiris", 357F; p. 62.  Plutarco nació hacia el año 45 d.C. en Queronea (Grecia), en una fami­lia de buena posición. Cono­ció Esmirna, Alejandría, Roma y dejó numerosas obras, muchas de ellas reunidas en la Edad Media bajo el nombre de "Mora­lia". Su tratado "Sobre Isis y Osiris" fue compuesto entre los años 85 y 126. Murió alrede­dor del año 126.

 

[3]. "El Satiricón", cap. 34; p. 84.  Orco era una deidad del Hades que daba muerte a los hombres.  Petronius Petronius Arbiter o Titus Petronius Niger, escritor latino del s. I d.C., miembro de la clase privilegiada, dejó fama de afecto a la vida de placer pero supo igualmente ocupar cargos oficiales con energía y responsabilidad.  Integró además el círculo de “íntimos”’ de Nerón, quien lo nombró “arbiter elegantiae (árbitro n cuestiones de elegancia), título que qudaría unido a su nombre.  Escribió la novela critica y cómica “Satyricón”, uno de cuyos personajes (Trimalción) sería tal vez el propio Nerón ridiculizad. Relacionándolo con conjuras políticas, Nerón le ordenó suicidarse (c. 66).  En su obra mostó una particular perspicacia y aguda capacidad de observación de idiosincrasias, lenguaje y costumbres de su época.

 

[4]. HERODOTO, II, CXXXVI; DIODORO, "Biblioteca histórica", L. I, XCIII. Cabe la posibilidad de que simplemente haya recogi­do los dichos de Heródo­to.  Historiador griego de origen siciliano, Diodoro vivió en el siglo I antes de Cristo. Escribió su "Biblioteca históri­ca" como un compendio de la historia y conocimientos universa­les de su tiempo, abarcando desde las épocas míticas hasta la conquista de Britannia a manos de Julio César. Recorriendo lugares, tardó cerca de treinta años en completar sus escritos. Visitó Egipto hacia el 59 a.C.

 

[5]. Op. cit., L. I, XCIII; HOEFFER, t. 1, pp. 107-108.

[6]. Id., L. I, XCII; HOEFFER, t. 1, p. 106.

[7]. Id., L. I, XCII; HOEFFER, t. 1, p. 107.

[8]. PIRENNE, J., "Historia del Antiguo Egip­to", t. 1, pp. 205-206.

[9]. En: MORET, A., "Le Nil et la civilisation égyptienne", p. 469.

[10]. "Fragmentos de una historia de espectros". Dinastía XX. En: MASPE­RO, G., "Les contes populaires de l'Égypte ancienne", pp. 297-298. “V.s.f.”: expresión de respeto o cortesía deseando vida, salud, fuerza.

[11]. Id., p. 298, n. 1. En la Mesopota­mia existía un térmi­no, edimú, para designar los espíritus inquietos que vagaban por el Más Allá y sobre la Tierra; pero no sostenían charlas amables como Nuitbu­sojnu, porque la realidad de un final malogrado (muerte por acciden­te, parto, falta de descen­den­cia, etc.) los volvían seres sufrientes que desahoga­ban su dolor asustando a los vivos. (Cfr. MINOIS, G., "Historia de los Infiernos", p. 22).

[12]. En: MASPERO, G., op. cit., p. 128.  Las andanzas de Satni están escritas en varios papiros de tiempos de los Ptolomeos (el citado ahora) y el período roma­no, hacia los años 46-47 d.C.  El personaje central es supues­tamente un príncipe, hijo de Ramsés II.  En sus historias hay crímenes, pasiones, moralejas, misterios sobrenaturales y todo lo que podría atrapar la atención de cualquier lector.  En "La aventu­ra de Satni-Kamuas con las momias", se relata la pesqui­sa que éste hizo en medio de sepulcros, para hallar un libro secreto y mágico.

 

[13]. Cfr. MORET, A., op. cit., p. 364.

[14]. Cfr. PIRENNE, J., op. cit., t. 1, pp. 321-322.  Para el autor, la carta prueba que el hijo ilegítimo perdía sus dere­chos habien­do herederos legales.

[15]. Id., t. 1, p. 317.

[16]. En: MORET, A., op. cit., p. 199.

[17]. El "Libro de los Muertos", obra fundamental de la menta­li­dad religiosa egipcia, conoció varias recensiones o recopi­la­ciones de sus capítulos, con variaciones en cuanto a la canti­dad incluída o la extensión de algunos de ellos.  La versión que aquí se cita, de J. Larraya, se basa en la recen­sión tebana (cfr. op. cit., prólogo, p. XXXIII).

[18]. Cap. CXXVI; p. 205.

[19]. Cap. CLXXIV; p. 310.

[20]. Cap. CLXXIV; p. 310.  El difunto se dirigía a Osiris en su pedido.  La diosa Serq acompañaba a Ra en su viaje.

[21]. En: MASPERO, G., op. cit., pp. 179-180.  Éste es un caso muy peculiar, pues el difunto realmente se reencarnó.  "La historia verídica..." se conserva en una copia de la segunda mitad del siglo II d.C., pero dataría de los años 46-47 d.C.

 

[22]. "Libro de los Muertos", cap. CXLIII, rúbri­ca; p. 237.  Lo dicho es lo que podría hacer aquel muerto por quien se recita­ra este capítulo.

[23]. Papiro Leiden 371, hallado unido a una estatuilla de mujer.  Datado aproximadamente en la XIX Dinastía.  En: SERRANO DELGA­DO, J.M., "Textos para la historia antigua de Egipto", p. 254.

[24]. En: DRIOTON, É.-VANDIER, J., "Historia de Egipto", p. 446.  Los auto­res sostienen esta tesis, opinando que Pinedjem tenía algún motivo para temer la venganza de Nesjons.

[25]. Cit. por CANTU, J., "La civilización de los farao­nes", pp. 116-117.

[26]. Con la creación y difusión de la historia de la "mal­di­ción de la momia" de Tutanj-amón se habló de la exis­tencia de un texto cuya existencia es, en verdad, dudosa, y que supues­tamente diría: "La muerte abatirá sus alas sobre aquél que interrumpa el sueño del faraón".  Se condice perfecta­mente con los de otras maldiciones lanzadas por los difuntos, pero en el caso de Tutanj-amón la tablilla pudo ser inventada contemporáneamente para reforzar la leyenda.

[27]. En: MONTET, P., op. cit., p. 362.

[28]. Ésta fue la opinión de Drioton y Vandier (op. cit., p. 77).

[29]. "La aventura de Satni-Kamuas con las momias".  En: MASPE­RO, G., op. cit., p. 152.

[30]. Papiro Leiden 371.  En: SERRANO DELGADO, J. M., op. cit., p. 253.

[31]. SERRANO DELGADO, J. M., op. cit., p. 253.

[32]. Cfr. LECA, A.-P., "Les momies", pp. 32-33.

[33]. "Cantar de Gilgamesh"; p. 52.  Plutarco, en su tratado "Sobre el amor", dio cuenta a través del personaje de Autobu­lo de las creencias que corrían en el mundo grecorromano sobre los muertos enamorados.  Transmitiendo las palabras de su padre, decía Autobulo que el verda­de­ro amante no era aquel que "estando en el más allá después de la muerte, escapándose vuelve de nuevo aquí y anda rondando a las puertas y habita­ciones de los recién casados, como angus­tiosas apari­ciones de hombres y mujeres amigos de los placeres del cuerpo y que de manera nada justa son llama­dos amantes" ("Obras morales y de costumbres (Moralia)", 766B; pp. 326-327).  En la India, en el período védico el difunto o preta vivía una vida insípida en el otro mundo y tenía facul­tades para ascender al mundo de los vivos a causar­ pánico.

 

 

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