por 
 MARCELO DE 
LEÓN
 
 
 
No 
es raro que en un contexto tan paradójico en algunos aspectos como lo 
fue el del Antiguo Egipto, vivos y muertos estuviesen en contacto, y esto 
de diversas maneras.  Cuando el 
viento producía ruidos extraños en la necrópolis de Abidos los habitantes 
de la ciudad sabían que se trataba de sus muertos redivivos.  Las almas de los difuntos, idas a 
Occidente, no tenían por qué permanecer allí sino que podían 
desplazarse de regreso a este mundo.  
Como momias, pájaros, espectros y a través de visiones y sueños tenían 
medios de tomar contacto con los vivos o, por lo menos, con el espacio 
terrenal.  También se creía en la 
posibilidad de comunicación con los muertos, a través 
de la plegaria.
 
El 
contacto entre difuntos y vivientes podía tener múltiples facetas, algunas 
de ellas un tanto groseras para la mentalidad moderna.  Así, por ejemplo, el recuerdo de un 
muerto servía para asumir la brevedad de la vida y, en virtud de ello, 
disfrutarla plenamente.  
Cuando los disfrutes gastronómicos, que no eran de los nimios y para los 
cuales se tenía gran cuidado de prepararlos convenientemente (en los medios 
pudientes) no faltaron las peculiaridades...  "En los convites que se dan entre la 
gente rica y regalada" -comentó Heródoto- "se guarda la costumbre de que acabada 
la comida pase uno alrededor de los convidados, presentándoles en un 
pequeño ataúd una estatua de madera 
de un codo o de dos a lo más, tan perfecta, que en el aire y color remeda con 
gran realismo un cadáver, y diciendo de paso a cada uno de ellos al 
presentársela y enseñarla: '¿No la ves? Mírala bien; come y bebe y huelga ahora, 
que muerto no has de ser otra cosa que lo que ves'. Costumbres es ésta, como he 
dicho, que se sigue en los espléndidos banquetes."[1]
            
Esta 
narración de Heródoto sobre imágenes de madera imitando cadáveres no fue la 
única. Aparentemente, la práctica tuvo la suficiente aceptación como 
para que distintos testimonios se hicieran eco de tan insólita costumbre y, más 
aún, traspasara las fronteras de Egipto.  
A los testigos inexpertos, la similitud de la figura con las 
representaciones de Osiris les causó confusión y atribuyeron el asunto 
a cuestiones religiosas.  
Plutarco se encargó de desmentir el error:  "No es, como algunos suponen, un recuerdo 
del sufrimiento de Osiris, sino para exhortar a los que beben a 
disfrutar y gozar del presente, puesto que todos muy pronto serán como aquella 
imagen; es por lo que introducen al desagradable invitado."[2]
 
Esta 
peculiaridad de las reuniones egipcias parece haber caído grata más allá de las 
fronteras del país.  Después de todo 
sólo era un medio más para incitar a vivir, a pesar de que el medio de 
convicción empleado (un muerto) no fuese el más ortodoxo ni mucho menos 
grato.  Siglos después de Heródoto, 
el romano Petronio dejó nota de que la práctica había llegado hasta los 
romanos.  El personaje de Eumolpo 
contaba el banquete del rico Trimalción...  
"Bebimos sin dejar de advertir 
todas estas demostraciones de buen gusto.  En ese momento un esclavo trajo un 
esqueleto de plata fabricado de tal manera que, móviles, las articulaciones y 
las vértebras se doblaban en todo sentido. Trimalción lo arrojó varias veces 
sobre la mesa para que adoptase así diversas poses a causa de la 
movilidad de sus coyunturas.  
Añadió: ¡Ay! ¡Miserables de nosotros!/ ¡Qué impotencia la del 
pobre hombre!/ Todos así seremos/ cuando el Orco nos recoja./ 
Vivamos, pues, en tanto que existir con salud/ permitido nos sea."[3]
            
Igual 
sorpresa podría causar lo atinente a los cuerpos de ascendientes entregados como 
garantía de deudas, hecho que Heródoto asignó a los tiempos del Imperio Antiguo 
y Diodoro mencionó como existiendo en su época (s. I a.C.).[4]  En realidad, siguiendo 
las razones argüídas por Diodoro de Sicilia, el motivo no tenía nada de impío o 
irreverente.  Todo se basaba en el 
respeto dado a la sepultura.  
Para los acreedores, la demora en inhumar a los parientes era la 
mejor presión para el cobro de una deuda.  
Tomar por su cuenta el cuerpo del difunto y no cancelar la deuda podía 
acarrear, a su vez, la sanción de ser considerado ignominioso su proceder y 
quedar insepulto. "No se puede 
admirar lo suficiente a los que han instituido esas costumbres y 
que han basado la pureza de las costumbres no solamente sobre el comercio 
con los vivos, sino también en lo que cabe, sobre el respeto que se debe a los 
muertos."[5]
            
El 
siciliano dejó dos ejemplos más de la comunión de vivos y muertos en 
el antiguo Egipto. Uno, al explicar el embalsamamiento y observar que 
los egipcios "disfrutan de la vista 
de aquellos que han muerto después de muchas generaciones, y, por el aspecto de 
la talla, de la figura y de los rasgos de esos cuerpos ellos experimentan una 
satisfacción singular: los miran en cualquier caso como sus 
contemporáneos."[6]  El otro, al referir lo ocurrido con 
quienes no disponían de sepulcro para sus parientes: "construyen en su casa una celda 
nueva, y colocan allí el ataúd de pie y fijado contra el muro."[7]
 
El 
alma podía regresar a la tumba y desde allí, a través de hendiduras o puertas 
falsas, franquear el acceso al mundo de los vivos.  El rey Djeser, por ejemplo, hizo 
perforar el muro de su pirámide con una rendija, frente a su estatua, "como 
si [eso] le permitiese ver de lejos su capital"[8] 
(Menfis).  También podía darse 
un comunicación directa, sin estaciones previas.  En cualquier caso, el difunto 
sentía añoranza por lo que había amado en vida (el apego a la vida se llevaba al 
otro mundo), de modo que no sorprende aquel intercambio entre seres de 
distintas dimensiones.  
Muchas inscripciones recordaron la facilidad de trasponer la línea de los 
mundos. "Tú atraviesas prontamente las 
puertas de la Región inferior: tú verás tu casa de los vivos, oyendo la voz de 
los cantantes y de los músicos..."[9]
 
Un 
retorno muy palpable era bajo la forma de momia, es decir, tomando posesión del 
cuerpo incorrupto dejado en la sepultura.  
En un cuento sobre almas redivivas, una de ellas, encarnada en un cuerpo 
embalsamado, narró su vida al Gran Sacerdote de Amón-Ra:  "yo, cuando estaba aún vivo sobre la 
tierra, era tesorero del rey Rahotpu, v.s.f., era también su lugarteniente de 
infantería.  Después, yo pasaba ante 
las gentes y en el séquito de los dioses, y yo morí en el año XV, durante los 
meses de Shomu del rey Manhapuriya, v.s.f.  
Él me hizo mis cuatro envolturas y mi sarcófago en alabastro; él 
hizo hacer para mí todo lo que se hace a un hombre de calidad, me dio 
ofrendas..."[10]
            
En 
esta historia de "fantasmas" el aparecido se llamaba Nuitbusojnu, que 
significa: "la morada no lo encierra".  
Según Maspero, el vocablo pudo obrar tanto como nombre del difunto o 
genéricamente para todos los espectros.[11]
 
También 
fue una momia quien habló con el famoso personaje Satni-Kamuas.  En este caso, se trataba de una mujer, 
Ahuri, y le refirió al héroe los peligros acarreados por el libro que 
buscaba: "a causa de él, se nos ha 
tomado el tiempo que nosotros teníamos para permanecer sobre la 
tierra" ("La aventura de Satni-Kamuas con las momias").[12]  Pero no sólo hubo charla: Satni 
llegó a jugar una partida de damas con el momificado Nanefer-ka-ptah, 
esposo de Ahuri.
 
Estas 
historias no eran fábulas.  
Formaban parte de lo que hoy llamaríamos el "imaginario 
colectivo" de los egipcios.  
Eran parte de sus creencias y no historias para aterrorizar a 
los niños.  Para las 
concepciones del Nilo, los difuntos podían retornar a la tierra 
realmente y por eso tales hechos eran mencionados por los textos 
religiosos, de divulgación, escritos de variada especie y el arte de 
la representación.  Eso explica 
las inscripciones amenazantes en las tumbas (advertencias dirigidas 
por los propios difuntos) y las cartas de los vivos a sus familiares 
fallecidos.
 
Las 
invocaciones a las almas de los expirados buscaban su auxilio.  Los allegados les dirigían ruegos en las 
comidas funerarias (o sea, en la celebración del culto) o, desde fines del 
Imperio Antiguo, les dejaban cartas en papiro o tela en las tumbas, o 
escritos en las paredes de éstas.  
Bajo el Imperio Medio fue de estilo escribir en el recipiente 
de las comidas mortuorias, para tener la seguridad de que el difunto 
recibiría el mensaje.[13]
            
Los 
pedidos podían ser diversos: curaciones, justicia, 
tranquilidad, resolución de cuestiones legales, concepción.  En tiempos de la Dinastía VI, Irti, 
concubina de un tal Seanjenptah, dejó una carta en el sepulcro de 
éste.  Allí relataba todo un drama: 
Irti había tenido de su señor y amante, un hijo llamado Ii.  Antes de morir, Seanjenptah llamó a 
su hermano Behesti para designar un sucesor.  Behesti envió un mensajero, en cuya 
presencia Ii habría sido nombrado heredero y continuador de la 
familia, e Irti había recibido el encargo del culto funerario.  Pero tras la defunción de 
Seanjenptah los sucesores legítimos (Behesti y un sobrino, 
Ananji) no respetaron aquella última voluntad y distribuyeron los 
bienes de la herencia.
            
Uabet, 
madre de Ananji, junto a su segundo esposo Issi, llegó a la residencia del 
difunto y tomó los bienes, incluidas tres criadas, y a Irti e Ii.  El niño no era, pues, más que criado de 
Ananji. Irti, desesperada, invocó a Seanjenptah para rogarle su 
intervención a los efectos de la ejecución de su voluntad o, en todo caso, 
llevar al hijo de ambos al otro mundo, antes que dejarlo como siervo de su 
pariente.[14]  De la misma época data otra misiva donde 
una viuda rogó a su difunto esposo su intercesión para que el tutor del 
patrimonio de su hijo ejecutara una fiel administración.[15]
            
Desde 
el punto de vista del muerto, velar por sus familias era un acto de amor y, 
además, de interés, ya que el culto funerario (y, por tanto, el bienestar en el 
Más Allá) estaba en juego. Ambos sentimientos, amor y necesidad, se 
mezclaban.
            
Tanto 
los reyes como los particulares, tenían similares poderes de 
intervención en los asuntos del mundo, directamente o por intermedio de 
divinidades.  Un escrito del Imperio 
Antiguo, alusivo al faraón difunto, ilustró su carácter de protector 
de aquellos a quienes dejó en la Tierra:  "Tú haces prosperar tu casa después de 
ti, tú defiendes a tus hijos de la aflicción."[16]
            
Para 
recordar su permanencia, las almas de los fallecidos aparecían en 
sueños y visiones (los mismos métodos que empleaban para asustar). 
            
En 
períodos críticos, cuando la justicia real no brindaba garantías, cuando el país 
atravesaba por caos político y administrativo, los llamados se volvían más 
frecuentes.  Dado que no se podía 
confiar en la organización terrena, sólo lo sobrenatural podría ayudar y la 
mejor forma de llegar a los dioses no eran ya los sacerdotes ni mucho menos el 
monarca, sino las almas de los difuntos.  
La costumbre existió durante los Imperio Antiguo, Medio y Nuevo, 
atravesando de los cambios sociales y políticos del 
país.
            
El 
difunto, que no olvidaba a los que le amaban, se preparaba ya en vida a 
propender al bien de los suyos mediante la adquisición del "Libro de los 
Muertos", donde esto aparecía consignado[17].  Una rúbrica decía: "Si pones este libro por escrito, el muerto 
prosperará, y sus hijos prosperarán..."[18]  En otro pasaje el difunto 
pediría a Osiris: "[que] mi 
heredero sea fuerte; y (...) mis amigos terrenales prosperen".[19]  Téngase presente, sin embargo, 
la fusión de intereses personales y afectos a que se aludió 
antes.
 
No 
constituyó una rareza que el muerto (por lo menos el de buen corazón) 
favorecido tras la muerte y, en virtud de su condición de espíritu, 
dotado de ciertas facultades o de poderes, se convirtiese en una especie de 
héroe o superhéroe (dadas sus cualidades extrahumanas).  Podía procurarse su propio bien, 
salvaguardando los intereses que conservaba en la Tierra (v.g., la 
conservación del sepulcro): "(que) mis enemigos sean destruidos y 
caigan en los cepos de la diosa Serq" (“Libro de los Muertos”)[20].  O también actuar como gran 
patriota:  "Cuando yo 
supe en el Amenti que este enemigo de Etiopía iba a lanzar sus sacrilegios 
contra el Egipto, como no había más en Egipto ni buen escriba, ni sabio que 
pudiera luchar contra él, yo supliqué a Osiris en el Amenti que me permitiera 
aparecer sobre la tierra de nuevo, para impedirle a aquél llevar la inferioridad 
del Egipto a la Tierra de los Negros.  
Se mandó ante Osiris conducirme a la Tierra y yo resucité, monté en 
origen hasta que encontré a Satni, el hijo de Faraón" ("La historia verídica 
de Satni-Kamuas y de su hijo Senosiris").[21]  O asimismo actuar como paladín de 
la justicia: "Y el difunto 
saldrá para aterrorizar a los factores de mal que hay en toda la tierra" 
(“Libro de los Muertos”).[22]
            
Eso 
explica la confesión de un oficial que se sentía perseguido por su difunta 
esposa Anjiry, a pesar de (según él) no haberla ofendido jamás:  "¿Qué crimen cometí contra ti para haber 
llegado a esta miserable situación en la que me encuentro?, ¿qué es lo que 
te he hecho?  Lo que tú has hecho es 
poner la mano sobre mí, aunque yo no había cometido crimen alguno contra ti. 
Desde que yo vivía como marido contigo hasta el día de hoy ¿qué hice contra 
ti?"[23]
            
El 
papiro de la señora Nesjons es un tanto diferente.  Ella era esposa del Gran Sacerdote de 
Amón, Pinedjem II, y ambos vivieron en los tiempos de la Dinastía XXI.  Redactado por Pinedjem o por su 
orden, hacía hablar al dios Amón sobre las buenas cualidades de la difunta: 
nunca intentó quitar la vida al esposo ni hacérsela quitar por terceros, no 
usó maleficios contra él.  El 
sentido de este papiro habría sido el de congraciar a Pinedjem con la 
difunta, por alguna razón que se ignora, y atraer la guarda de la mujer 
sobre el viudo y su familia.[24]
 
Más 
allá de otras posibilidades, dos acciones en general provocaban la ira de los 
muertos: la profanación de sus sepulcros y el descuido del culto 
funerario.
            
En 
cuanto a lo primero, sucedía que los ladrones se veían atraídos por la 
promesa de riquezas encerradas en las tumbas, en los sarcófagos, en las 
momias.  La destrucción de los 
recintos mortuorios podía impedir el retorno del alma y el asunto se 
tornaba especialmente grave si se arruinaba el soporte material de ella, o 
sea el cuerpo embalsamado.          
Entre las precauciones tomadas para evitar la violación de las 
sepulturas, el difunto lanzaba anatemas y amenazas, hablando a 
posibles intrépidos. "Si alguien 
hace mal a esta tumba de la necrópolis, si mueve una sola piedra de su lugar, 
será juzgado por mí mismo en unión del gran y augusto Consejo del gran dios, 
señor del Occidente.  Yo aferraré su 
espina dorsal, como si fuese la de un ave y el terror hacia mí hará presa en 
él".  O: "Tal como se perjudique a ... se 
perjudicará a Atum.  Tal como se 
combata a ..., se combatirá a Atum.  
Como se avasalle a ... se avasallará a Atum.  Como se rechace a ..., se rechazará a 
Atum".[25] 
[26]
            
Cuando 
el propietario de la tumba era un poderoso, tenía en sus 
manos la posibilidad de crear una organización encargada del 
mantenimiento de la tumba y la perpetuación del culto funerario, con 
sacerdotes y funcionarios especializados.  A ellos también llegaban las 
advertencias, como estímulo para que no descuidasen el desempeño de sus 
deberes.  Los hallados en falta, "Serán arrojados al fuego del rey en el día 
de su cólera... Zozobrarán en el mar, que engullirá sus 
cadáveres.  No recibirán los honores 
debidos a la gente virtuosa.  No 
podrán comer las ofrendas de los muertos.  
No se verterá para ellos en libación el agua del curso del río.  Sus hijos no heredarán su cargo.  Sus mujeres serán violadas ante sus 
propios ojos...  No oirán las 
palabras del rey en el día de su gozo...  
Mas si, por el contrario, velan por la fundación funeraria..., que 
reciban todo el bien posible.  
Amonrasonter os concederá una sólida duración de vida.  El rey que reine en vuestra época os 
recompensará como él sólo sabe hacerlo.  Os serán acumulados cargos sobre cargos, 
que recibiréis de hijo en hijo y de heredero en heredero.  Serán sepultados en la necrópolis 
después de haber alcanzado la edad de ciento diez años, y las ofrendas se 
multiplicarán para ellos."[27]
            
Como 
puede apreciarse, parte fundamental en este parlamento lo constituía 
el miedo a la interrupción del culto funerario.  De ahí que el difunto amenazara con 
la ausencia de ofrendas, mismo padecimiento que temía sufrir él.  Eran el alimento para su alma.  Conforme a una concepción 
materialista del Más Allá, el difunto sentía hambre y sed, que 
calmaba con libaciones de los deudos.  
Por eso el interés del egipcio en proteger a sus allegados, 
principales encargados del sostén del culto.  Si al comienzo se creía que el espíritu 
soportaba terribles padecimientos cuando faltaban las ofrendas, 
hasta la destrucción de su alma[28], 
luego se pensó en la sustitución de los bienes materiales por su 
esencia.  Para ello, los 
prudentes disponían tablas donde figuraban grabadas sus 
provisiones y que por obra de la magia y las plegarias cobraban realidad en 
el otro mundo.  He aquí otra de las 
razones para mantener cuidada la tumba.
            
Otra 
solución para las almas estuvo en los frutos de los campos osiríacos.  Sin embargo, a pesar de las diferentes 
opciones nunca se obviaban los preparativos para el culto y los antedichos eran 
arreglos subsidiarios.  Ante las 
omisiones, las almas redivivas atormentaban a los culpables y los hacían 
solidarios de su sufrimiento.  Pero, 
claro, no sólo el anuncio de males servía para persuadir a los obligados: los 
difuntos hacían promesas de bien (como la que figura igualmente en el texto 
transcripto), dado su potencial extranatural en ese mundo donde se 
encontraba.
.
Los 
ataques a los elementos necesarios para una feliz existencia ultramundana 
podían deberse no ya a vandalismo, descuido, ineficiencia, sino a maldades 
premeditadas.  Cuando un hombre vivo 
quería perjudicar a un difunto sucedía que la destrucción de alguno de los 
ingredientes sepulcrales era un medio efectivo.  De ahí que Satni-Kamuas preguntara a 
Nanefer-ka-ptah:  "¿Puede ser que el sacerdote ... te haya 
hecho injuria y es por ello que tú quieres destruir su casa?"[29]
            
Aquí 
la particularidad estriba en que el daño era inducido por un difunto, aunque el 
ejecutor en definitiva fuera el protagonista del 
cuento.
 
Si 
se desataba la ira del difunto (por ejemplo, a través de visiones, ataques, 
enfermedades), las consecuencias podían ser funestas para los vivos en 
general.  La ley era severa con 
quienes perjudicaran las tumbas y sus entornos.
            
En 
los conflictos entre vivos y muertos había, no obstante, un 
recurso menos violento: la justicia.  Como se trataba del reino de los 
espíritus, obviamente la justicia terrena era ineficaz y sólo la de 
los dioses podía actuar.  Cuando el 
viudo de Anjiry se sintió acosado por la difunta, recurrió primero a la 
persuasión para tener paz pero, previendo ser desoído en su 
reclamo, le anunció el inicio de un pleito ante las divinidades:  "Voy a presentar un litigio contra ti con 
palabras de mi boca ante la Enéada de Dioses que está en Occidente, y se 
decidirá entre tú y yo (por medio de) este escrito... (...)  Seré juzgado contigo, y se 
discernirá la maldad de la justicia."[30]
            
Después 
de todo, los dioses habían formado tribunal para dirimir el conflicto 
entre Set y Horus, de modo que los hombres sabían que existía una Sala de 
Justicia divina.  Otras 
veces se anunciaba el rol de sentenciante en Ra, Osiris o un rey 
difunto.[31]
 
Por 
miedo o por buena voluntad, los egipcios vivos se preocupaban habitualmente 
por el estado de las tumbas ajenas, por lo menos de las pertenecientes a los 
familiares más inmediatos, pero inclusive no faltaron cuidados por otras 
menos allegadas.  Particulares 
y reyes se esmeraron en cuidar tumbas de ancestros y aún de desconocidos y 
de hacer las restauraciones pertinentes en casos de deterioro 
natural o profanaciones.  En la 
Dinastía XXI, por ejemplo, Pinedjem se ocupó de rehacer las envolturas de las 
momias de Tutmosis I, Amenofis I, Seti I, Ramsés II, Ramsés 
III.
 
Se 
creía asimismo en difuntos francamente malvados, no ya sólo preocupados por 
sus intereses o vengadores del dolor que se les causaba.  Estas almas inicuas y atormentadoras 
causaban muchas enfermedades y aterrorizaban con sus apariciones.  Si bien la forma incorporal -como en los 
sueños y las posesiones- era la lógica, aparentemente en tiempos predinásticos 
se creyó que el alma del muerto retornaba al cuerpo y, para evitarlo, el cadáver 
era desmembrado.  Es la tesis de 
Maspero por el hallazgo en Abidos de un esqueleto dividido en dos, las mitades 
enterradas por separado y, alejados de ellas, huesos de cráneos.  Otros autores sostuvieron tesis 
propias pero sin mayor prueba, como Hermann al atribuir el hecho 
a ritos religiosos extraños.[32]
            
Si 
esta opinión es cierta, esos muertos debían andar libremente sobre el 
terreno.  Para el egipcio de tiempos 
históricos, sin embargo, los redivivos visibles sobre la faz 
de la tierra eran, en general, etéreos.  
La situación de las momias parlantes, mencionadas en la 
literatura, es totalmente diferente, ya que ellas 
permanecían en sus huesas.  
Nanefer-ka-ptah se presentó de dos modos a Satni-Kamuas: como 
espíritu de forma humana en el exterior (en uno de esos momentos el 
protagonista le preguntó aquello de. "¿Puede ser que...?") y como momia en 
el interior de la sepultura.
 
La 
creencia en almas errantes, visiones de espectros, sueños terribles, se mantuvo 
por toda la historia de Egipto.  En 
realidad, el temor al encuentro con los que se fueron y la fascinación 
de las historias de aparecidos perduran hoy.  La diferencia radica en que ahora forman 
parte de los miedos del inconsciente de la humanidad, son recluidos en ámbitos 
especiales como los de la parapsicología, la superstición o formas 
sectarias de religiones y su discusión en ambientes cultivados no se 
hace sino sutilmente.  En aquel 
entonces, en cambio, era una realidad aceptada y palpable, imposible de 
ignorar.  Nadie duda que Egipto 
habrá tenido escépticos pero la mentalidad general, de todos los estratos 
sociales, cultos y no cultos, aceptaba estas verdades para ellos 
incontrastables.
            
Todo 
el fundamento de la eficacia de los anatemas en las tumbas radicaba en esa 
fe.  De otro modo sólo hubiesen 
hecho sonreír a los pasantes.  Estas 
historias fabulosas, así como los mundos superpoblados de seres 
sobrenaturales y los encantamientos, fueron tan propios de todo 
Egipto y el Cercano Oriente que contribuyeron a crear la seducción que 
Occidente sintió luego por las culturas de esa zona.  En la Mesopotamia, Ishtar pidió un día 
al dios Anu la creación de un ser monstruoso para asustar a 
Gilgamés:  "Si tú no creas el Toro Celeste/ 
dejaré las puertas abiertas de par en par, traeré los muertos a comer la comida 
de los vivos,/ ¡el ejército de invitados muertos superará el de sus 
anfitriones vivos!".[33]  Formaban parte de sus tradiciones y por 
ello subsistieron férreamente el paso de los 
siglos.
            
El 
magnetismo que aún hoy producen las aventuras de Simbad, Aladino 
y todas las historias de Sherazade, no surge sino por ese amor a lo 
fantástico y a la concreción de lo inimaginable que han sentido los 
hombres de todas las épocas.  A su 
vez, los mil y un cuentos no nacieron de la nada sino de una concepción e 
imaginario colectivo mantenidos por milenios y de los cuales Egipto no 
estuvo ausente.  Sólo que en aquel 
entonces los personajes eran otros, como Satni, Djedi, Uba-oner, y no cabía 
sonreírse ante sus leyendas...
 
                                                                              
                                                                                
BIBLIOGRAFÍA 
Y FUENTES
 
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Historia", nació en Halicarnaso hacia el año 484 a.C. Investigador nato, 
recorrió gran parte del mundo conocido en su tiempo (Mesopotamia, Fenicia, 
Egipto, Libia, entre otras). Visitó Egipto alrededor del año 450 a.C., 
interesándose por la historia, las costumbres, la religión y la 
geografía del país, dejando una circunstanciada descripción 
circunstanciada. Se desconoce la fecha de su muerte pero debió 
producirse hacia el  406 
a.C.
 
[2]. 
"Obras morales y de costumbres (Moralia)": ""Sobre Isis y Osiris", 
357F; p. 62.  Plutarco nació hacia 
el año 45 d.C. en Queronea (Grecia), en una familia de buena posición. 
Conoció Esmirna, Alejandría, Roma y dejó numerosas obras, muchas de ellas 
reunidas en la Edad Media bajo el nombre de "Moralia". Su tratado "Sobre 
Isis y Osiris" fue compuesto entre los años 85 y 126. Murió alrededor del 
año 126.
 
[3]. 
"El Satiricón", cap. 34; p. 84.  
Orco era una deidad del Hades que daba muerte a los 
hombres.  Petronius Petronius Arbiter o Titus Petronius 
Niger, escritor latino del s. I d.C., miembro de la clase privilegiada, dejó 
fama de afecto a la vida de placer pero supo igualmente ocupar cargos oficiales 
con energía y responsabilidad.  
Integró además el círculo de “íntimos”’ de Nerón, quien lo nombró 
“arbiter elegantiae (árbitro n cuestiones de elegancia), título que qudaría 
unido a su nombre.  Escribió la 
novela critica y cómica “Satyricón”, uno de cuyos personajes (Trimalción) sería 
tal vez el propio Nerón ridiculizad. Relacionándolo con conjuras políticas, 
Nerón le ordenó suicidarse (c. 66).  
En su obra mostó una particular perspicacia y aguda capacidad de 
observación de idiosincrasias, lenguaje y costumbres de su época. 
 
[4]. 
HERODOTO, II, CXXXVI; DIODORO, "Biblioteca histórica", L. I, XCIII. Cabe la 
posibilidad de que simplemente haya recogido los dichos de 
Heródoto.  Historiador griego 
de origen siciliano, Diodoro vivió en el siglo I antes de Cristo. Escribió su 
"Biblioteca histórica" como un compendio de la historia y conocimientos 
universales de su tiempo, abarcando desde las épocas míticas hasta la 
conquista de Britannia a manos de Julio César. Recorriendo lugares, tardó cerca 
de treinta años en completar sus escritos. Visitó Egipto hacia el 59 
a.C.
 
[5]. 
Op. cit., L. I, XCIII; HOEFFER, t. 1, pp. 107-108.
[6]. 
Id., L. I, XCII; HOEFFER, t. 1, p. 106.
[7]. 
Id., L. I, XCII; HOEFFER, t. 1, p. 107.
[8]. 
PIRENNE, J., "Historia del Antiguo Egipto", t. 1, pp. 
205-206.
[9]. 
En: MORET, A., "Le Nil et la civilisation égyptienne", p. 469.
[10]. 
"Fragmentos de una historia de espectros". Dinastía XX. En: MASPERO, 
G., "Les contes populaires de l'Égypte ancienne", pp. 297-298. “V.s.f.”: 
expresión de respeto o cortesía deseando vida, salud, fuerza.
[11]. 
Id., p. 298, n. 1. En la Mesopotamia existía un término, edimú, para designar los espíritus 
inquietos que vagaban por el Más Allá y sobre la Tierra; pero no sostenían 
charlas amables como Nuitbusojnu, porque la realidad de un final malogrado 
(muerte por accidente, parto, falta de descendencia, etc.) los 
volvían seres sufrientes que desahogaban su dolor asustando a los vivos. 
(Cfr. MINOIS, G., "Historia de los Infiernos", p. 22).
[12]. 
En: MASPERO, G., op. cit., p. 128.  
Las andanzas de Satni están escritas en varios papiros de tiempos de los 
Ptolomeos (el citado ahora) y el período romano, hacia los años 46-47 
d.C.  El personaje central es 
supuestamente un príncipe, hijo de Ramsés II.  En sus historias hay crímenes, pasiones, 
moralejas, misterios sobrenaturales y todo lo que podría atrapar la atención de 
cualquier lector.  En "La 
aventura de Satni-Kamuas con las momias", se relata la pesquisa que 
éste hizo en medio de sepulcros, para hallar un libro secreto y 
mágico.
 
[13]. 
Cfr. MORET, A., op. cit., p. 364.
[14]. 
Cfr. PIRENNE, J., op. cit., t. 1, pp. 321-322.  Para el autor, la carta prueba que el 
hijo ilegítimo perdía sus derechos habiendo herederos 
legales.
[15]. 
Id., t. 1, p. 317.
[16]. 
En: MORET, A., op. cit., p. 199.
[17]. 
El "Libro de los Muertos", obra fundamental de la mentalidad religiosa 
egipcia, conoció varias recensiones o recopilaciones de sus capítulos, 
con variaciones en cuanto a la cantidad incluída o la extensión de algunos 
de ellos.  La versión que aquí se 
cita, de J. Larraya, se basa en la recensión tebana (cfr. op. cit., 
prólogo, p. XXXIII).
[18]. 
Cap. CXXVI; p. 205.
[19]. 
Cap. CLXXIV; p. 310.
[20]. 
Cap. CLXXIV; p. 310.  El difunto se 
dirigía a Osiris en su pedido.  La 
diosa Serq acompañaba a Ra en su viaje.
[21]. 
En: MASPERO, G., op. cit., pp. 179-180.  
Éste es un caso muy peculiar, pues el difunto realmente se 
reencarnó.  "La historia 
verídica..." se conserva en una copia de la segunda mitad del siglo II d.C., 
pero dataría de los años 46-47 d.C.
 
[22]. 
"Libro de los Muertos", cap. CXLIII, rúbrica; p. 237.  Lo dicho es lo que podría hacer aquel 
muerto por quien se recitara este capítulo.
[23]. 
Papiro Leiden 371, hallado unido a una estatuilla de mujer.  Datado aproximadamente en la XIX 
Dinastía.  En: SERRANO DELGADO, 
J.M., "Textos para la historia antigua de Egipto", p. 254.
[24]. 
En: DRIOTON, É.-VANDIER, J., "Historia de Egipto", p. 446.  Los autores sostienen esta tesis, 
opinando que Pinedjem tenía algún motivo para temer la venganza de 
Nesjons.
[25]. 
Cit. por CANTU, J., "La civilización de los faraones", pp. 
116-117.
[26]. 
Con la creación y difusión de la historia de la "maldición de la 
momia" de Tutanj-amón se habló de la existencia de un texto cuya existencia 
es, en verdad, dudosa, y que supuestamente diría: "La muerte abatirá sus 
alas sobre aquél que interrumpa el sueño del faraón".  Se condice perfectamente con los de 
otras maldiciones lanzadas por los difuntos, pero en el caso de Tutanj-amón la 
tablilla pudo ser inventada contemporáneamente para reforzar la 
leyenda.
[27]. 
En: MONTET, P., op. cit., p. 362.
[28]. 
Ésta fue la opinión de Drioton y Vandier (op. cit., p. 77).
[29]. 
"La aventura de Satni-Kamuas con las momias".  En: MASPERO, G., op. cit., p. 
152.
[30]. 
Papiro Leiden 371.  En: 
SERRANO DELGADO, J. M., op. cit., p. 253.
[31]. 
SERRANO DELGADO, J. M., op. cit., p. 253.
[32]. 
Cfr. LECA, A.-P., "Les momies", pp. 32-33.
[33]. 
"Cantar de Gilgamesh"; p. 52.  
Plutarco, en su tratado "Sobre el amor", dio cuenta a través del 
personaje de Autobulo de las creencias que corrían en el mundo grecorromano 
sobre los muertos enamorados.  
Transmitiendo las palabras de su padre, decía Autobulo que el 
verdadero amante no era aquel que "estando en el más allá después de la 
muerte, escapándose vuelve de nuevo aquí y anda rondando a las puertas y 
habitaciones de los recién casados, como angustiosas apariciones 
de hombres y mujeres amigos de los placeres del cuerpo y que de manera nada 
justa son llamados amantes" ("Obras morales y de costumbres (Moralia)", 
766B; pp. 326-327).  En la India, en 
el período védico el difunto o preta 
vivía una vida insípida en el otro mundo y tenía facultades para ascender 
al mundo de los vivos a causar pánico.
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