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ENTREVISTA A CLEOPATRA
 
 
por  JORGE ROQUETA
 
 
 
 
Finalmente cumplí mis 50 años;  luego de casi 35 años de actividad como 
periodista cultural, ha llegado el momento de disfrutar de lo que considero mi 
merecido retiro, y de esa forma, sin perder mas tiempo, concretar mi tan 
anhelado sueño, viajar a Egipto.
Y aquí estoy, tratando de que el día tuviese mas de 
24 horas para que en lo que casi es un ritmo infatigable y frenético, me está 
llevando a descubrir el contacto y las sensaciones de lo que defino como un 
mundo mágico, lleno de misticismo y enigmas. Estoy cansado, muy cansado de 
caminar, y desde este alto en el camino, he encontrado la fresca sombra de una 
palmera en la ribera de este fantástico Nilo, que me acoge, yo diría que casi me 
arrulla y mece como a un niño.
Aquí, sentado, trato de ordenar mis pensamientos y de 
hallar las respuestas a tantas interrogantes que a lo largo de la historia han 
quitado el sueño de los eruditos. La construcción de las monumentales pirámides, 
los conocimientos asombrosos de la medicina, la matemática, la astronomía y los 
submundos considerados por los antiguos egipcios, siguen siendo el gran enigma 
del hombre.
La suave brisa me transporta a un verdadero paraíso 
de éxtasis, no podría pedir más nada, todo es casi perfecto, el sueño me invita 
a dejarme llevar por ese limbo al cual el reflejo del sol en las calmadas aguas 
favorece, y pienso y sueño despierto en lo que es el único trabajo profesional 
que la vida no me dio oportunidad de concretar, un reportaje a aquella mujer que 
tantas horas ocupó en mi pensamiento un lugar que por momentos dudé de catalogar 
como admiración o un casi amor platónico de la cuarta dimensión, la Reina 
CLEOPATRA.
Y así, el pensamiento me lleva, me transporta, me 
adormece...
 
 
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Mi plácido sueño, se ve interrumpido por un rumor 
extraño que proviene de las aguas; susurros, conversaciones, risas, y la 
atmósfera, trae a mi olfato un tenue pero definido aroma a aceite, mirra e 
incienso. Parpadeo y la imagen que se presenta a mis ojos, es evidentemente del 
mundo de lo onírico, del ensueño.
Y allí está, una magnífica barca característica del 
período faraónico, que lentamente avanza con el movimiento de sus remos hacia un 
muelle de madera que está justo frente a mí. No es una barca cualquiera, sus 
característicos oropeles, colorido y fastuosidad, no hacen mas que estar acordes 
a una mujer que se incorpora sobre cubierta aprestándose a desembarcar; y ha 
caminado hacia mí, y se ha detenido mirándome fijamente a los 
ojos.
Quisiera incorporarme de inmediato pero mi cuerpo no 
responde a mi voluntad.
Al observar aquel rostro delicado, bello, de mirada 
penetrante, una mezcla indescriptible de emociones encontradas, dejan absorto y 
extasiado a mi ser, que inconscientemente no se anima a identificar a quien 
realmente está ahí, casi palpable ante mis ojos.
Con voz calma, serena y a la vez dulce, me 
dijo:
“Heme aquí, yo soy aquella que reinó en este Imperio 
cuyas tierras y arenas fueron iluminadas en prosperidad y vida por el propio 
Ra.
Nací en el 69 antes de vuestra era, en la bella 
Alejandría, en tiempos de los Lágidas, aquellos que descendían de Ptolomeo 
Lagos, gran General de Alejandro. Fui así Reina, la última de los 
Ptolomeos.
 Mantuve 
mi cetro durante 20 años en los cuales supe del poder y el goce de la vida, con 
constantes pasiones amorosas que hoy reconozco me llevaron hasta la propia 
muerte.
En el 48, osé enfrentar a mi propio hermano, y debí 
huir a las tierras Sirias; allí, formé un ejército con la ayuda del César 
romano, con quien me uní en cuerpo, alma y poder.
Fue él mismo quien destronó a mi hermano, Ptolomeo 
XII,  y me coronó nueva reina. De 
ese amor, nació Cesarión, quien pensé y deseé, fuera la continuidad del gran 
Emperador. Fui con él en osado viaje hasta el corazón de la misma Roma eterna, 
donde debí sortear el desprecio de aquel pueblo que nunca me aceptó, hasta que 
el César ,murió por la conspiración de su corte en el 
44.
¡Qué dolor el de mi alma, al recordar a mi pequeño 
hijo!, aquel, para quien creí ver el firmamento de este Egipto cubriendo su 
trono, cayó en manos del despótico Octavio en el año de mi muerte, quien a su 
vez olvidó que mataba al hijo de quien lo había adoptado como suyo en 
Roma.
Una vez de regreso a mi reino, abrí nuevamente mi 
corazón al esbelto Marco Antonio, con quien la diosa Hathor, me permitió mi mas 
profundo período de amor.
Esa pasión, cegó nuestros ojos cuando el poder de 
Octavio, conjurado para destruirnos con el apoyo del Senado Romano nos 
venció  en la Batalla de Actium, y 
así, sin laureles ni cetros, regresamos con Marco Antonio a refugiarnos en 
Alejandría, donde comprendí que ya mi vida no tenía rumbo, sino la determinación 
de presentarme ante Osiris para que su tribunal juzgara mis actos terrenales, 
con la esperanza de poder viajar en una barca solar por el mundo subterráneo. 
Por ello, en mi determinación, recurrí a la ponzoña de un áspid, para que a su 
vez Antonio, probara el frío acero de su propia 
espada.
Y desde entonces, navego constantemente sin rumbo por 
esta agua, viendo el devenir de los tiempos que tanto supieron de gloria para mi 
amada tierra, como de vilipendios y olvidos”.
Dichas estas palabras, en verdad sonaron a un triste 
lamento, por lo que hube de preguntar a Cleopatra, cuál era el motivo de sus 
tristes calificativos hacia la historia del noble Egipto y 
contestó.
“El albor de mi tierra vio la luz 3200 años antes de 
esta era; el primer Faraón Menes, inició su primera dinastía bajo el tótem de 
Horus, logrando la unificación del Alto y el Bajo Egipto, hasta que una caótica 
revolución en el 2200, culminó su reinado.
Fue en el 2000 que la XI Dinastía, restauró el orden 
y la autoridad. En aquellos inicios, el poder y la ostentación divina de Kheops, 
Khefrén y Micerino, se vieron plasmados en las ciclópeas pirámides que 
pretendieron demostrar la magnificencia de quienes en ella, habrían de vivir 
para la posteridad, como así también, los secretos que a sus tumbas llevaron los 
constructores, los que bajo la égida del gran arquitecto Hemiunu, sobrino del 
mismísimo Kheops, calcularon y erigieron los fieles e imperecederos testigos de 
los tiempos.
Esas construcciones, maravillaron junto a Luxor, 
Heliópolis y Karnak, a todo el mundo conocido.
A lo largo de los tiempos, nuestra floreciente 
civilización, causó la envidia de tantos, que al ver nuestro desarrollo, sumado 
a la permanente ambición de poder y riquezas, no hicieron mas que traer 
destrucción a nuestro pueblo, y así, sucesivamente, fuimos invadidos por 
Asirios, Persas, Alejandro Magno, los Nubios, Griegos y también 
Romanos.
Nunca comprendimos por qué, el esplendor y progreso 
de una pujante civilización, deben a juicio de los hombres, pagar tributos tan 
altos para sobrevivir.
Cuando en el 1361, llegó al trono Tutankhamón, hijo 
de la hermosa Nefertiti y Amenofis IV, las intrigas de los sacerdotes de Amón, 
culminaron con su corta vida y reinado, quedando bajo las arenas del desierto, 
las enormes riquezas que no supieron del sagrado respeto, al no poder sobrevivir 
al frenético afán de la codicia, de aquellos que en el siglo XX, provenientes de 
otros lejanos imperios, profanaron su tumba y su 
cuerpo.
El faraón niño, no supo de descanso, ni en la vida 
terrena, ni en la ulterior, ya que cuando fue forzado a emerger del mundo de los 
muertos, vio mutilado su cuerpo al igual que una bestia, llorando lágrimas que 
llegaron al Nilo junto a las de Isis, hija del gran Ramsés II, quien tampoco 
pudo escapar a la saña de los mortales que osaron interrumpir su descanso, para 
luego abandonarla y ultrajarla en las tierras de Iberia sobre el 
1884.
De la misma forma que tantos poderosos reyes 
sucumbieron ante el embate codicioso del hombre moderno, tampoco pudo huir de 
tan nefasto destino, aquella , madre de Isis que fue digna esposa de Ramsés y 
bella representante de nuestra raza, la reina 
Nefertari.
Su tumba fue la mas suntuosa y bellamente decorada en 
todo el Valle de las Reinas.
Fue construida en la orilla occidental del Nilo, en 
Biban el-Harim, al pie de los acantilados del valle y frente a Tebas, capital 
del poderoso imperio.
No quisiera recordar lo que hicieron con su cuerpo, 
aquel hermoso cuerpo que en vida, jugó un papel tan importante tanto en la corte 
imperial como en el propio corazón del faraón.
En realidad, todo el poderío del gran Ramsés, sus 
obras y su real divinidad,   ya 
que fue el mas célebre de los faraones, artífice de los templos de Tebas, Luxor 
Karnak y Menfis, mecenas de escritores y de artistas, vencedor de Nubios, 
Libaneses y Sirios, cayeron junto a su familia, en la desgracia de aquellos a 
quienes no se les permite el inobjetable Derecho al descanso eterno, al no 
respeto de la sagrada invocación del Libro de los Muertos, “Mi cuerpo es 
permanente, no perecerá ni será destruido nunca en esta tierra”. 
Pero al hablarte de mi eterno dolor de egipcia, he de 
decirte que no olvides cuando antes, en 1798, el  Gran Emperador Francés, dirigió otra 
afanosa expedición a mi tierra, desde donde arrancó de sus entrañas, muchas 
joyas de nuestra civilización, y las sagradas muestras del culto a nuestros 
dioses, para que hoy, sean expuestos en tantos lugares del mundo que nada tienen 
que ver con el valle de este río, de donde nunca debieron apartarse, y a donde 
nunca dejaron de pertenecer.
Una de las claves halladas por los expedicionarios, 
la cual llamaron Piedra de Rosetta,  
brindó una limitada alegría a los invasores quienes creyeron encontrar la 
llave al conocimiento de nuestros secretos y sabiduría, pero hasta el presente, 
no reconocen que apenas constituye un código de entendimiento e interpretación 
del saber común de nuestros jeroglíficos.
En realidad, a través de los siglos, han seguido 
guardado en manos de los dioses, los verdaderos conocimientos de mis 
antecesores, ya que te recuerdo que el rey Surid, quien gobernó antes del 
diluvio, ordenó a sus sacerdotes depositar en un resguardado lugar de la 
Pirámide del Sol, la suma de los conocimientos aritméticos y astronómicos, en lo 
que conocimos como el “saber secreto”, de la misma forma que lo menciona la 
inscripción del Obelisco de Hatshepshut, en el Templo de Amón en 
Karnak.
No me abandona el dolor, al ver que tantos aún no han 
comprendido la filosofía y grandeza de mi pueblo, testimonios plasmados como la 
sabiduría del Ministro Ptahotep de la V dinastía quien recomendaba: ”Si llegas a 
ser rico y poderoso, después de haber sido pobre e insignificante, ¡no olvides 
el pasado!. No fíes en tus tesoros, que son un don del cielo. Puede sucederte lo 
mismo que a otros, que de ricos se volvieron pobres; tú no eres de mejor 
material que ellos.”
Del mismo modo, en el Libro Sapiencial del Escriba 
Real Amenemope, leímos con atención, respeto y admiración, los cánones de 
comportamiento que él supo aconsejar a su hijo, pero que representa toda una 
doctrina del pueblo Egipcio para la posteridad de sus hijos. “Observa modestia y 
delicadeza; tiende la mano al hombre que te pida, no te vengues del que te odia, 
no codicies los bienes ajenos, pórtate bien cuando cobres los impuestos y no 
emplees medidas falsas al pesar el trigo; así podrás dormir en paz y sentirte 
feliz al día siguiente, no toques el linde de un campo que pertenezca a una 
viuda.
Un celemín de grano que el Dios te dé, vale mas que 
5000 celemines arrancados por la violencia, ese trigo se pudre en el granero y 
no sacia jamás.
¡No corras pues, tras la fortuna, ni te quejes de la 
pobreza! El navío del hombre ávido e insatisfecho es tragado por la tempestad, 
pero la barquichuela del hombre feliz, goza de vientos 
favorables.
No te ensalces delante de otro hombre; Dios odia al 
hipócrita; nada le desagrada tanto como el hombre de dos 
caras”.
¿Puedes entonces tú, mortal que has llegado hasta 
aquí, invocando mi presencia, tener una explicación válida para el ostracismo 
que invadió mi nación?
¿Acaso no entienden que nuestro estilo de vida y 
conducta, era impartida y asimilada desde la misma personificación de los Dioses 
en el Faraón?
Te recuerdo también, para ello, las recomendaciones 
del Faraón Tutmosis II a su ministro Rekhmara en el momento de darle posesión de 
su cargo. “El visir, no debe dejarse influir por los demás funcionarios ni 
tratar a los súbditos como esclavos.
Al que viene a encontrarle para someterle algún 
asunto, debe tratarle según la Ley y conforme al buen orden. El visir no 
olvidará jamás, que es el punto de mira de la opinión del 
pueblo.
El visir tiene el deber de proporcionar él mismo 
solución a quien le presenta una demanda, si tiene que enviarlo a otra 
autoridad, debe hacerlo mediante un juicio.
El visir debe tratar a quienes conoce como si fueran 
desconocidos; al elevado personaje como al pobre diablo. Entonces conservará su 
cargo.”
He de decirte también, que llevo en mis espaldas, la 
responsabilidad y el dolor de saber, que el destino determinó para mí, que mi 
muerte marcara el fin de la libertad de mi reino.
Tras ese hecho, el avasallante e incontenible avance 
de las legiones romanas del conquistador, llegaron hasta las puertas de la gran 
Alejandría, la cual sitiaron, saquearon e incendiaron  ferozmente, sembrando la destrucción de 
aquella metrópoli que supo ser habitada en sus momentos de esplendor por medio 
millón de almas, las que sucumbieron esclavizadas o presa de las llamas  aquella biblioteca que fue orgullo del 
tiempo antiguo.
Por todo lo que te he contado, entonces, sigo en mi afán eterno de reivindicar la grandeza de una civilización, cuyo espíritu de progreso fue truncado por mortales de otros horizontes, y por ello, sólo he de esperar que en el momento que todos se presenten ante el Gran Osiris, y en su juicio, Anubis tome sus corazones para colocarlos en la balanza, la equidad de la pluma, sentencien la justa verdad de las acciones......”.
 
 
 
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Casi sin darme cuenta, un difuso manto de niebla, fue 
cubriendo lentamente la figura de Cleopatra hasta su total 
desaparición.
Una brisa más fresca, y el rumor del movimiento de 
las hojas de la palmera, me trajeron a la realidad y me incorporé de un 
sobresalto.
¿Fue un sueño o una realidad paranormal? Creo 
firmemente que en los años que me resten de vida, jamás lo sabré; lo que sí 
estoy seguro, es que a partir de hoy, mi vida ya no sería la misma, requeriría 
de efectuar una profunda revisión de mi visión acerca de esta civilización, y 
tal vez convertirme en portador de un estandarte de reivindicación para lo que 
ya no dudaría en calificar como el gran pueblo de la antigüedad, la gran nación 
egipcia...
 
 
 
 
 
 
 
 
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