36 – ENTREVISTA A CLEOPATRA

 

 

por  JORGE ROQUETA

 

 

 

 

Finalmente cumplí mis 50 años;  luego de casi 35 años de actividad como periodista cultural, ha llegado el momento de disfrutar de lo que considero mi merecido retiro, y de esa forma, sin perder mas tiempo, concretar mi tan anhelado sueño, viajar a Egipto.

Y aquí estoy, tratando de que el día tuviese mas de 24 horas para que en lo que casi es un ritmo infatigable y frenético, me está llevando a descubrir el contacto y las sensaciones de lo que defino como un mundo mágico, lleno de misticismo y enigmas. Estoy cansado, muy cansado de caminar, y desde este alto en el camino, he encontrado la fresca sombra de una palmera en la ribera de este fantástico Nilo, que me acoge, yo diría que casi me arrulla y mece como a un niño.

Aquí, sentado, trato de ordenar mis pensamientos y de hallar las respuestas a tantas interrogantes que a lo largo de la historia han quitado el sueño de los eruditos. La construcción de las monumentales pirámides, los conocimientos asombrosos de la medicina, la matemática, la astronomía y los submundos considerados por los antiguos egipcios, siguen siendo el gran enigma del hombre.

La suave brisa me transporta a un verdadero paraíso de éxtasis, no podría pedir más nada, todo es casi perfecto, el sueño me invita a dejarme llevar por ese limbo al cual el reflejo del sol en las calmadas aguas favorece, y pienso y sueño despierto en lo que es el único trabajo profesional que la vida no me dio oportunidad de concretar, un reportaje a aquella mujer que tantas horas ocupó en mi pensamiento un lugar que por momentos dudé de catalogar como admiración o un casi amor platónico de la cuarta dimensión, la Reina CLEOPATRA.

Y así, el pensamiento me lleva, me transporta, me adormece...

 

 

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Mi plácido sueño, se ve interrumpido por un rumor extraño que proviene de las aguas; susurros, conversaciones, risas, y la atmósfera, trae a mi olfato un tenue pero definido aroma a aceite, mirra e incienso. Parpadeo y la imagen que se presenta a mis ojos, es evidentemente del mundo de lo onírico, del ensueño.

Y allí está, una magnífica barca característica del período faraónico, que lentamente avanza con el movimiento de sus remos hacia un muelle de madera que está justo frente a mí. No es una barca cualquiera, sus característicos oropeles, colorido y fastuosidad, no hacen mas que estar acordes a una mujer que se incorpora sobre cubierta aprestándose a desembarcar; y ha caminado hacia mí, y se ha detenido mirándome fijamente a los ojos.

Quisiera incorporarme de inmediato pero mi cuerpo no responde a mi voluntad.

Al observar aquel rostro delicado, bello, de mirada penetrante, una mezcla indescriptible de emociones encontradas, dejan absorto y extasiado a mi ser, que inconscientemente no se anima a identificar a quien realmente está ahí, casi palpable ante mis ojos.

Con voz calma, serena y a la vez dulce, me dijo:

“Heme aquí, yo soy aquella que reinó en este Imperio cuyas tierras y arenas fueron iluminadas en prosperidad y vida por el propio Ra.

Nací en el 69 antes de vuestra era, en la bella Alejandría, en tiempos de los Lágidas, aquellos que descendían de Ptolomeo Lagos, gran General de Alejandro. Fui así Reina, la última de los Ptolomeos.

 Mantuve mi cetro durante 20 años en los cuales supe del poder y el goce de la vida, con constantes pasiones amorosas que hoy reconozco me llevaron hasta la propia muerte.

En el 48, osé enfrentar a mi propio hermano, y debí huir a las tierras Sirias; allí, formé un ejército con la ayuda del César romano, con quien me uní en cuerpo, alma y poder.

Fue él mismo quien destronó a mi hermano, Ptolomeo XII,  y me coronó nueva reina. De ese amor, nació Cesarión, quien pensé y deseé, fuera la continuidad del gran Emperador. Fui con él en osado viaje hasta el corazón de la misma Roma eterna, donde debí sortear el desprecio de aquel pueblo que nunca me aceptó, hasta que el César ,murió por la conspiración de su corte en el 44.

¡Qué dolor el de mi alma, al recordar a mi pequeño hijo!, aquel, para quien creí ver el firmamento de este Egipto cubriendo su trono, cayó en manos del despótico Octavio en el año de mi muerte, quien a su vez olvidó que mataba al hijo de quien lo había adoptado como suyo en Roma.

Una vez de regreso a mi reino, abrí nuevamente mi corazón al esbelto Marco Antonio, con quien la diosa Hathor, me permitió mi mas profundo período de amor.

Esa pasión, cegó nuestros ojos cuando el poder de Octavio, conjurado para destruirnos con el apoyo del Senado Romano nos venció  en la Batalla de Actium, y así, sin laureles ni cetros, regresamos con Marco Antonio a refugiarnos en Alejandría, donde comprendí que ya mi vida no tenía rumbo, sino la determinación de presentarme ante Osiris para que su tribunal juzgara mis actos terrenales, con la esperanza de poder viajar en una barca solar por el mundo subterráneo. Por ello, en mi determinación, recurrí a la ponzoña de un áspid, para que a su vez Antonio, probara el frío acero de su propia espada.

Y desde entonces, navego constantemente sin rumbo por esta agua, viendo el devenir de los tiempos que tanto supieron de gloria para mi amada tierra, como de vilipendios y olvidos”.

Dichas estas palabras, en verdad sonaron a un triste lamento, por lo que hube de preguntar a Cleopatra, cuál era el motivo de sus tristes calificativos hacia la historia del noble Egipto y contestó.

“El albor de mi tierra vio la luz 3200 años antes de esta era; el primer Faraón Menes, inició su primera dinastía bajo el tótem de Horus, logrando la unificación del Alto y el Bajo Egipto, hasta que una caótica revolución en el 2200, culminó su reinado.

Fue en el 2000 que la XI Dinastía, restauró el orden y la autoridad. En aquellos inicios, el poder y la ostentación divina de Kheops, Khefrén y Micerino, se vieron plasmados en las ciclópeas pirámides que pretendieron demostrar la magnificencia de quienes en ella, habrían de vivir para la posteridad, como así también, los secretos que a sus tumbas llevaron los constructores, los que bajo la égida del gran arquitecto Hemiunu, sobrino del mismísimo Kheops, calcularon y erigieron los fieles e imperecederos testigos de los tiempos.

Esas construcciones, maravillaron junto a Luxor, Heliópolis y Karnak, a todo el mundo conocido.

A lo largo de los tiempos, nuestra floreciente civilización, causó la envidia de tantos, que al ver nuestro desarrollo, sumado a la permanente ambición de poder y riquezas, no hicieron mas que traer destrucción a nuestro pueblo, y así, sucesivamente, fuimos invadidos por Asirios, Persas, Alejandro Magno, los Nubios, Griegos y también Romanos.

Nunca comprendimos por qué, el esplendor y progreso de una pujante civilización, deben a juicio de los hombres, pagar tributos tan altos para sobrevivir.

Cuando en el 1361, llegó al trono Tutankhamón, hijo de la hermosa Nefertiti y Amenofis IV, las intrigas de los sacerdotes de Amón, culminaron con su corta vida y reinado, quedando bajo las arenas del desierto, las enormes riquezas que no supieron del sagrado respeto, al no poder sobrevivir al frenético afán de la codicia, de aquellos que en el siglo XX, provenientes de otros lejanos imperios, profanaron su tumba y su cuerpo.

El faraón niño, no supo de descanso, ni en la vida terrena, ni en la ulterior, ya que cuando fue forzado a emerger del mundo de los muertos, vio mutilado su cuerpo al igual que una bestia, llorando lágrimas que llegaron al Nilo junto a las de Isis, hija del gran Ramsés II, quien tampoco pudo escapar a la saña de los mortales que osaron interrumpir su descanso, para luego abandonarla y ultrajarla en las tierras de Iberia sobre el 1884.

De la misma forma que tantos poderosos reyes sucumbieron ante el embate codicioso del hombre moderno, tampoco pudo huir de tan nefasto destino, aquella , madre de Isis que fue digna esposa de Ramsés y bella representante de nuestra raza, la reina Nefertari.

Su tumba fue la mas suntuosa y bellamente decorada en todo el Valle de las Reinas.

Fue construida en la orilla occidental del Nilo, en Biban el-Harim, al pie de los acantilados del valle y frente a Tebas, capital del poderoso imperio.

No quisiera recordar lo que hicieron con su cuerpo, aquel hermoso cuerpo que en vida, jugó un papel tan importante tanto en la corte imperial como en el propio corazón del faraón.

En realidad, todo el poderío del gran Ramsés, sus obras y su real divinidad,   ya que fue el mas célebre de los faraones, artífice de los templos de Tebas, Luxor Karnak y Menfis, mecenas de escritores y de artistas, vencedor de Nubios, Libaneses y Sirios, cayeron junto a su familia, en la desgracia de aquellos a quienes no se les permite el inobjetable Derecho al descanso eterno, al no respeto de la sagrada invocación del Libro de los Muertos, “Mi cuerpo es permanente, no perecerá ni será destruido nunca en esta tierra”.

Pero al hablarte de mi eterno dolor de egipcia, he de decirte que no olvides cuando antes, en 1798, el  Gran Emperador Francés, dirigió otra afanosa expedición a mi tierra, desde donde arrancó de sus entrañas, muchas joyas de nuestra civilización, y las sagradas muestras del culto a nuestros dioses, para que hoy, sean expuestos en tantos lugares del mundo que nada tienen que ver con el valle de este río, de donde nunca debieron apartarse, y a donde nunca dejaron de pertenecer.

Una de las claves halladas por los expedicionarios, la cual llamaron Piedra de Rosetta,  brindó una limitada alegría a los invasores quienes creyeron encontrar la llave al conocimiento de nuestros secretos y sabiduría, pero hasta el presente, no reconocen que apenas constituye un código de entendimiento e interpretación del saber común de nuestros jeroglíficos.

En realidad, a través de los siglos, han seguido guardado en manos de los dioses, los verdaderos conocimientos de mis antecesores, ya que te recuerdo que el rey Surid, quien gobernó antes del diluvio, ordenó a sus sacerdotes depositar en un resguardado lugar de la Pirámide del Sol, la suma de los conocimientos aritméticos y astronómicos, en lo que conocimos como el “saber secreto”, de la misma forma que lo menciona la inscripción del Obelisco de Hatshepshut, en el Templo de Amón en Karnak.

No me abandona el dolor, al ver que tantos aún no han comprendido la filosofía y grandeza de mi pueblo, testimonios plasmados como la sabiduría del Ministro Ptahotep de la V dinastía quien recomendaba: ”Si llegas a ser rico y poderoso, después de haber sido pobre e insignificante, ¡no olvides el pasado!. No fíes en tus tesoros, que son un don del cielo. Puede sucederte lo mismo que a otros, que de ricos se volvieron pobres; tú no eres de mejor material que ellos.”

Del mismo modo, en el Libro Sapiencial del Escriba Real Amenemope, leímos con atención, respeto y admiración, los cánones de comportamiento que él supo aconsejar a su hijo, pero que representa toda una doctrina del pueblo Egipcio para la posteridad de sus hijos. “Observa modestia y delicadeza; tiende la mano al hombre que te pida, no te vengues del que te odia, no codicies los bienes ajenos, pórtate bien cuando cobres los impuestos y no emplees medidas falsas al pesar el trigo; así podrás dormir en paz y sentirte feliz al día siguiente, no toques el linde de un campo que pertenezca a una viuda.

Un celemín de grano que el Dios te dé, vale mas que 5000 celemines arrancados por la violencia, ese trigo se pudre en el granero y no sacia jamás.

¡No corras pues, tras la fortuna, ni te quejes de la pobreza! El navío del hombre ávido e insatisfecho es tragado por la tempestad, pero la barquichuela del hombre feliz, goza de vientos favorables.

No te ensalces delante de otro hombre; Dios odia al hipócrita; nada le desagrada tanto como el hombre de dos caras”.

¿Puedes entonces tú, mortal que has llegado hasta aquí, invocando mi presencia, tener una explicación válida para el ostracismo que invadió mi nación?

¿Acaso no entienden que nuestro estilo de vida y conducta, era impartida y asimilada desde la misma personificación de los Dioses en el Faraón?

Te recuerdo también, para ello, las recomendaciones del Faraón Tutmosis II a su ministro Rekhmara en el momento de darle posesión de su cargo. “El visir, no debe dejarse influir por los demás funcionarios ni tratar a los súbditos como esclavos.

Al que viene a encontrarle para someterle algún asunto, debe tratarle según la Ley y conforme al buen orden. El visir no olvidará jamás, que es el punto de mira de la opinión del pueblo.

El visir tiene el deber de proporcionar él mismo solución a quien le presenta una demanda, si tiene que enviarlo a otra autoridad, debe hacerlo mediante un juicio.

El visir debe tratar a quienes conoce como si fueran desconocidos; al elevado personaje como al pobre diablo. Entonces conservará su cargo.”

He de decirte también, que llevo en mis espaldas, la responsabilidad y el dolor de saber, que el destino determinó para mí, que mi muerte marcara el fin de la libertad de mi reino.

Tras ese hecho, el avasallante e incontenible avance de las legiones romanas del conquistador, llegaron hasta las puertas de la gran Alejandría, la cual sitiaron, saquearon e incendiaron  ferozmente, sembrando la destrucción de aquella metrópoli que supo ser habitada en sus momentos de esplendor por medio millón de almas, las que sucumbieron esclavizadas o presa de las llamas  aquella biblioteca que fue orgullo del tiempo antiguo.

Por todo lo que te he contado, entonces, sigo en mi afán eterno de reivindicar la grandeza de una civilización, cuyo espíritu de progreso fue truncado por mortales de otros horizontes, y por ello, sólo he de esperar que en el momento que todos se presenten ante el Gran Osiris, y en su juicio, Anubis tome sus corazones para colocarlos en la balanza, la equidad de la pluma, sentencien la justa verdad de las acciones......”.

 

 

 

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Casi sin darme cuenta, un difuso manto de niebla, fue cubriendo lentamente la figura de Cleopatra hasta su total desaparición.

Una brisa más fresca, y el rumor del movimiento de las hojas de la palmera, me trajeron a la realidad y me incorporé de un sobresalto.

¿Fue un sueño o una realidad paranormal? Creo firmemente que en los años que me resten de vida, jamás lo sabré; lo que sí estoy seguro, es que a partir de hoy, mi vida ya no sería la misma, requeriría de efectuar una profunda revisión de mi visión acerca de esta civilización, y tal vez convertirme en portador de un estandarte de reivindicación para lo que ya no dudaría en calificar como el gran pueblo de la antigüedad, la gran nación egipcia...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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