39 – VIVIR DESPUÉS DE LA MUERTE: LOS PASOS HACIA LA ETERNIDAD

 

 

por  MAITE RODRÍGUEZ

 

 

 

 

 

 

 

Este es sin duda uno de los temas que más atrapan del Antiguo Egipto, las momias, por ejemplo, son objeto de leyendas, películas, al igual que otros ritos funerarios.

Yo creo que la fascinación por este tema se debe al deseo, desde tiempos muy remotos hasta la actualidad, de burlar la muerte. ¿O no es acaso la muerte el  gran miedo de la mayoría de la gente?

Aún hoy, la creencia en dioses, pretende explicar nuestro destino después de muertos.

El rechazo a este fenómeno inevitable se debe al miedo por lo desconocido y también al amor por la vida y al disfrute de la misma, no nos sorprende entonces la magnitud de los ritos funerarios egipcios, ya que, en cuanto a disfrutar la vida, ellos eran expertos.

 

 

El ciclo de la vida

 

Lo mismo que muchas civilizaciones los egipcios comenzaron por adorar al Sol, fuente de vida. El culto al Sol condujo, inevitablemente, a la noción de un ciclo de vida, muerte y resurrección, pues los egipcios veían que su dios nacía por las mañanas como un niño, se desarrollaba hasta alcanzar su plenitud al mediodía, se aviejaba, y al caer la tarde desaparecía su luz y su esplendor: moría.

Este ciclo se incorporó a la religión egipcia que se centraba en el Dios de la vegetación: Osiris, quien se decía había enseñado a los egipcios las artes y los oficios incluyendo la manera de practicar la agricultura.

Cuenta la leyenda que el bueno de Osiris reinaba sabiamente en el país pero su hermano Set, que lo odiaba, le tendió una trampa: Lo hizo introducirse en un hermoso

sarcófago (prometiéndoselo como obsequio si entraba) que arrojó luego al Nilo. Isis, hermana y esposa de Osiris,  logra encontrar y esconder el cadáver pero Set lo descubre y lo despedaza arrojando los trozos al Nilo. La esposa, llena de tristeza, recorrió el país y no descansó hasta haberlos encontrado, luego, con ayuda de Anubis (Dios del embalsamamiento y protector de los muertos) reunió los diferentes pedazos del cadáver y los envolvió con vendas, creando de este modo la primera momia. Transformándose en un halcón hembra, Isis, le dio aliento a su esposo con el batir de sus alas y descendió sobre su cuerpo inerte para revivirlo, el tiempo suficiente para concebir a su hijo: Horus, heredero del trono.

El rey resucitado se convirtió en el señor del “Más allá”.

La resurrección de Osiris como rey de los muertos y su renovación como rey de la vegetación estaban profundamente conectadas.

Fue natural que estos ciclos se asociaran con toda la humanidad, por el hecho ya mencionado de que de que casi nadie acepta la muerte y de que a todos nos gustaría como Osiris “reavivarnos”.

Puede afirmarse que los egipcios estaban obsesionados por la vida eterna, por el “Más Allá”. Por eso su religión estuvo siempre ligada en prácticas dedicadas a asegurar su viaje al otro mundo, a propiciar a los dioses (principalmente a Osiris), ya que ellos tenían poder absoluto en estos asuntos.

 

 

Las momias: indispensables para la supervivencia

¿Por qué se momificaba a los difuntos?

 

El motivo por el cual se momificaba a los difuntos era la creencia de que el alma sobrevivía, para lo cual era necesario que ésta tuviera un lugar al que retornar, ya que aunque sorteara todos los peligros de la travesía por ultratumba, aunque triunfara en las pruebas, no lograba pasar al otro mundo si no podía reunirse con el cuerpo.

Los egipcios tenían una concepción distinta a la nuestra sobre el alma ya que para ellos era una parte consustancial de su naturaleza, mientras que, para nosotros, la parte inmaterial del hombre sólo se manifiesta en forma de fantasma cuando hay algún asunto que haya perturbado su paso al otro mundo.

Lo que nosotros entendemos por alma representaba para ellos diferentes principios espirituales: el ka, el ba y el aj.

El ka (la energía vital) es lo que sostiene la vida (a él se destinan las ofrendas alimenticias), el ba es la idea que más se corresponde con nuestro concepto de alma, puede alejarse del cuerpo pero debe regresar a él. Finalmente, el hecho de que el ba pueda desplazarse y abandonar su tumba supone ciertos peligros: el aj es una especie de fantasma que puede perseguir a los vivos.

 

 

La técnica del embalsamamiento

 

El término “momia” deriva de la palabra persa “mummia” que significa betún. Esto se debe a la apariencia negruzca de las momias, que se suponía habían sido sumergidas en betún. Los persas dominaron Egipto durante un tiempo en el siglo V a.C., la palabra pasó entonces a los griegos y luego de los griegos a nosotros.

Antes de elaborar técnicas de embalsamamiento los egipcios tenían por costumbre envolver a sus muertos en una estera o piel de animal y enterrarlos luego en la arena. La mayoría de los cuerpos se desecaban antes de descomponerse debido a las condiciones climáticas del desierto.

A medida que pasó el tiempo los egipcios quisieron enterrar a sus difuntos en un lugar más digno y quisieron también acompañarlos con objetos lujosos que les fueran útiles en la otra vida. Se planteó entonces el problema de que el cuerpo iba a estar en contacto con el aire y por lo tanto se iba a descomponer.

Los embalsamadores se basaron en el proceso de conservación natural de los cuerpos para elaborar técnicas que permitieran preservarlos artificialmente.

El afán por encontrar tal procedimiento les permitió conocer los productos químicos y su comportamiento.

Este proceso llevaba setenta días. Se realizaba en la margen occidental del Nilo (lejos de las casas). Primero se trabajó en talleres ventilados sobre la orilla, ya que se necesitaba agua para lavar los cuerpos, (se comprobó al encontrar restos de plantas acuáticas en algunas momias); luego se utilizaron salas específicas para esa tarea que recibían el nombre de “divinas tiendas” o “casa de la pureza”.

A juzgar por las pinturas y bajorrelieves los sacerdotes supervisaban los rituales utilizando máscaras con la forma de Anubis, la máscara quizá se usara también para protegerse de los malos olores.

Se han encontrado en algunas momias instrumentos dejados por embalsamadores, sin duda por algún descuido, lo que nos ha permitido conocer sus herramientas de trabajo: ganchos de cobre, pinzas, espátulas, cucharas, agujas y leznas con cabeza en forma de orquilla. También se utilizaba una especie de jarrón para verter goma caliente sobre el cadáver.

Después de que el difunto era llorado por las plañideras (mujeres a las que se les pagaba para que fueran a llorar a los muertos) y los integrantes de la familia practicaban los rituales adecuados, la familia elegía, a partir de muestras, un modelo de efigie; acordado el precio los familiares regresaban a su casa y los embalsamadores comenzaban su trabajo.

Primero se preparaba el cuerpo: se lo lavaba, secaba y afeitaba completamente.

Luego, se sacaba el cerebro por la nariz con ayuda de un gancho de hierro. Después, con un cuchillo de piedra de Etiopía, se abría el costado del difunto por donde sacaban las vísceras, el único órgano que se dejaba dentro del cuerpo era el corazón. Como los órganos se descomponen muy rápido, durante todo el procedimiento, se quemaba incienso para combatir los malos olores.

Posteriormente se limpiaba la cavidad abdominal: se lavaba con vino de palma, especias y plantas aromáticas. Cuando esto terminaba se rellenaba el vientre con una mezcla hecha a partir de mirra pura, canela y otras sustancias de rico aroma, finalmente se cosía.

Se cubría el cuerpo con sales de natrón y se lo dejaba reposar durante 40 días, en este período el natrón secaba el cuerpo. (Originalmente eran baños de natrón, luego fueron sales de natrón: mucho más eficaces).

Cumplido este período el difunto era lavado con aceites y resinas vegetales para suavizar la piel, esta era ahora una piel pardusca que recubría los huesos y se pretendía darle mayor flexibilidad.

Luego se lo envolvía con vendas impregnadas de cera y embadurnadas de una goma que los egipcios utilizaban en lugar de cola. Posteriormente se le aplicaban ungüentos. Estos, resultaron ser perjudiciales, incluso a veces se endurecían, haciendo que la momia quedara pegada al fondo del sarcófago (como sucedió con la momia de Tutankhamón). Esto no sucedió con muchas momias ya que al ser profanadas, las despojaban de los ungüentos antes de que empezaran a corroerla.

Muchas veces el lino de las vendas se obtenía de prendas que ya no se usaban, que se iban guardando en arcones. Un canto de lamentación dice así: “aquel que contó con un lino tan fino...duerme ahora en las ropas de los vestidos de ayer arrinconados”.

El cerebro se tiraba pero el resto de las vísceras se conservaban con un tratamiento similar al del cuerpo, luego eran depositadas en  unos canopes, y éstos en una caja. Eran denominados así por su asociación con Canopo, el piloto de Menelao durante la guerra de Troya; según la leyenda después de su dramático fallecimiento fue inhumado en Kanopos (actual Abukir) y allí se le rindió culto bajo la forma de una jarra de piedra. En estos canopes los órganos estaban protegidos por los cuatro hijos de Horus, hasta que el muerto los necesitara en la otra vida.

Amset, en forma de cabeza humana, velaba por el hígado; Hapi, representado por la cabeza de un cinocéfalo, por los pulmones; Duamutef, en forma de cabeza de perro, protegía el estómago, y Quebesenuf, con cabeza de halcón, el intestino.

También se conocen métodos más sencillos en donde, en vez de abrir el cuerpo, este recibe un lavado de aceite de cedro que disuelve los intestinos. Además había otras técnicas que variaban en el precio, siendo los embalsamamientos baratos de mala calidad o falsos, engañando así a las personas de bajos recursos.

A los ojos de los especialistas, la momia perfecta debía ser, al finalizar el proceso, liviana como una cáscara de huevo pero dura como una estatua.

Igualmente, todos estos procedimientos serían inútiles sin la ayuda mágica, durante el período que duraba el embalsamamiento, el gran sacerdote velaba por que se leyeran las fórmulas correctas y se realizaran los rituales apropiadamente. Se cerraban las incisiones con placas de oro (que se decía era la carne de los Dioses), decoradas con el ojo udyat, signo de integridad. Entre las capas de lino, en el proceso de envoltura, se colocaban diversos amuletos, entre ellos: el amuleto rojo con forma de corazón, que ayudaría al difunto a pasar el juicio en el Más Allá; el nudo de Isis con forma de Anj (la vida); el ojo Udyat; el escarabajo (símbolo de la creación).

Terminado el trabajo se entregaba el cuerpo nuevamente a los familiares.

Al principio, los personajes importantes, eran inhumados en un féretro rectangular que se depositaba en un sarcófago de piedra; luego, en el Reino Medio, comenzaron a aumentar los féretros con forma humana (los brazos de la momia destacados en relieve y cruzados sobre el pecho es un rasgo típico). Incluso fue muy común encerrar las momias en más de una caja. Se dice que la cara del féretro exterior mantenía los ojos abiertos para que el difunto se asegurara de que la persona encargada de pintarlo pronunciara las fórmulas correctas.

Más hacia la época romana la momia era dotada de máscaras que, muchas veces, no se parecían al difunto.

Los sarcófagos eran pintados con representaciones de la diosa celestial Nut, que extendía sus alas protectoras sobre la tapa del mismo, pues desde la antigüedad esta diosa era la madre de los muertos y del propio Osiris. Incluso el interior del sarcófago estaba decorado con imágenes de los dioses del otro mundo. El decorar el sarcófago de esta manera hacía pensar a los egipcios que sus muertos tendrían juicios justos.

Pocos ataúdes reales han sobrevivido. Podemos deducir que todos ellos estaban hechos de madera chapada en oro, con incrustaciones de piedras y vidrio. Un clásico ejemplo (uno de los pocos que han llegado intactos hasta nuestros días) es el triple cofre de Tutankhamón, este además se encontraba protegido por cuatro capillas doradas encastradas una dentro de la otra en la cámara funeraria.

La envoltura de una momia y el sarcófago en el que la misma se encontraba, nos dicen mucho sobre las creencias egipcias y los rituales practicados.

El estado en que han llegado hasta nosotros numerosos cadáveres,  sometidos a este tratamiento hace milenios, nos permite ver que, a pesar de la sencillez del sistema, éste era muy efectivo.

Al estudiar la momia se puede saber la edad que tenía la persona cuando murió  (en el caso de los faraones es un dato de gran ayuda para comprobar las fechas de las dinastías), alguna de las enfermedades que padeció (comprobándose que muchas de nuestras enfermedades ya existían en aquella época), su aspecto físico, al examinar los dientes se puede decir el tipo de alimentación que tenía el fallecido (también nos han permitido saber qué conocimientos tenían en odontología), es posible identificar a los familiares por medio de análisis genéticos, entre otros datos interesantes. Yo creo que más allá de brindar datos científicos las momias deben producir una sensación inexplicable, ¿o no es acaso impresionante poder mirar a la cara a una persona que vivió, o incluso gobernó un imperio hace miles de años?

 

 

El funeral: la culminación de la existencia

 

Los egipcios ahorraban y se preparaban durante toda la vida para su funeral.

La vida después de la muerte se consideraba como la recreación de los mejores momentos de la vida terrenal, por eso los cuerpos eran enterrados con riquezas tan grandes.

El sarcófago se transportaba, lujosamente decorado, sobre un catafalco dorado para el largo viaje hasta el templo funerario. Este era tirado por bueyes en la mayoría de los casos, pero tirado por cortesanos y sacerdotes si se trataba del entierro de un rey; algunos textos describen que el camino se iba rociando con leche hasta llegar a la tumba.

La familia real encabezaba la comitiva funeraria del faraón. Lo más común era que el faraón que sucediera al difunto fuera al frente de la familia real.

Detrás de la familia marchaban algunos oficiales del gobierno y un grupo de sacerdotes entonando cánticos sagrados. Luego estaban las plañideras, sollozando y echando cenizas al aire, éstas usaban coronas de flores, según lo vemos en representaciones pictóricas.

Al final iba una larga fila de ayudantes transportando los muchos objetos que el difunto necesitaría cuando llegara al Otro Mundo, todos de una belleza sin igual, predominando el oro, la plata y las piedras preciosas. Hay dudas sobre si el ajuar funerario iba en la procesión, ya que muchos trabajos realizados en las tumbas luego de colocado el sarcófago hubieran sido imposibles con las cámaras llenas de cosas.

Igualmente, los objetos incluidos en las tumbas eran: joyas (como anillos, brazaletes, gargantillas), muebles (ya sean camas, sillones de las más variadas formas, mesas, baúles), copas y jarrones, cosméticos, arcones de ropa (podemos destacar las túnicas de lino con decoraciones hechas con lentejuelas de oro), comestibles (carnes, verduras, aves para el sacrificio funerario, panes), coronas florales, conos de perfume, arcos y flechas y muchas veces cientos de Shabti (estatuillas de arcilla de los sirvientes para que cuidaran de él en la otra vida). Incluso se incluían a veces barcas desarmadas porque se creía  que el viaje a la otra vida se hacía en barcos funerarios. Además de objetos personales se incluían otros con significados religiosos,  que eran parte de la tradición, como unas estatuillas para proteger la tumba que se colocaban una en cada punto cardinal.

Por seguridad, en caso que el cuerpo no se conservara, se incluían en la tumba estatuas del difunto para que el alma no se quedara sin un lugar a donde ir, aunque esta siempre prefería el propio cuerpo humano. Poco importaba el parecido con el muerto, pero lo que sí era fundamental es que llevara el nombre del mismo, pues este era un elemento esencial de la persona sin el cual no tenía personalidad  y, por lo tanto, no tenía posibilidad de supervivencia.

Al cabo de muchas horas, la larga procesión llegaba al templo funerario, en este punto las plañideras habían quedado atrás e ingresaban en el templo solamente los sacerdotes para llevar a cabo los últimos ritos funerarios.

Una vez en la tumba se sacaba la momia del sarcófago y se procedía al último de los ritos: la Apertura de la Boca, que le devolvía al difunto la facultad de hablar, ver, escuchar y degustar (para disfrutar las ofrendas de alimentos).

Un sacerdote embalsamador sostenía la momia de pie mientras un sacerdote novicio (generalmente el primogénito del difunto si se trataba de un rey) quema incienso y, con la ayuda de instrumentos, procedía al mágico ritual. Al mismo tiempo el sacerdote lector pronunciaba las fórmulas mágicas escritas sobre un rollo de papiro.

Se reanimaba al difunto en el curso de una larga ceremonia que podía durar varios días según el rango al que perteneciera, ceremonia que también se practicaba con las estatuas y las pinturas que iban a acompañar al difunto en el panteón.

La familia procedía entonces a despedirse del difunto y la momia volvía a ser colocada en su sarcófago.

Cerca del panteón se celebraba un banquete en donde se consumían, por ejemplo, bueyes sacrificados ritualmente y asados. Ya en el Reino Nuevo esta fiesta se celebraba todos los años en las proximidades de Tebas y recibía el nombre de “fiesta del valle”, siendo una especie de Día de todos los Santos egipcio.

Las exigencias de los muertos no se reducían a la ejecución de estos ritos fúnebres. Tenían la necesidad de alimentarse, y numerosos textos hablan del hambre y la sed de los muertos abandonados.  Las ofrendas alimenticias, que se tenían que acompañar de gestos rituales y de plegarias, constituían una obligación para el hijo, y luego para el hijo de este, en una sucesión sin fin.

Confiando en los poderes de la magia en conjunto con la escritura y las imágenes también se representaban ofrendas en las paredes de las tumbas, de este modo bastaba con que alguien pronunciara el nombre de las ofrendas para que el difunto pudiera saborearlas.

Aunque la tradición no dejaba mucho lugar para expresar el dolor de los vivos frente a sus difuntos, hay pequeños detalles personales que nos muestran un dolor humano: como una pequeña corona de flores sobre un regio sarcófago, esto es lo que más conmueve, y hace que sintamos solidaridad por un dolor humano manifestado hace 3000 años.

 

Cave destacar que se necesitaba mucho dinero para ser momificado y para permitirse un funeral apropiado, por lo que al principio fue un privilegio reservado a los faraones. A medida que fue aumentando la riqueza de Egipto, también pudieron los altos funcionarios aspirar a un trato semejante. Los pobres, naturalmente, se tuvieron que contentar con seguir enterrando a sus muertos en el desierto o, con llenar con sus momias las tumbas excavadas para otros muertos.

 

 

Los saqueadores de tumbas: amenazando la supervivencia

 

Como vimos, se incluían en la tumba riquezas inmensas para el difunto, que aspiraba a un descanso eterno confortable.

Sin embargo, al disponer para su momia los artículos que él creía indispensables para su dignidad, el muerto preparaba su propia destrucción.

Es de suponer, que en períodos de crisis, la gente excavaba las necrópolis para conseguir recursos económicos. Los planificadores reales eran los encargados de repartir los alimentos básicos, pero en malas épocas el sistema de distribución no era eficaz, por lo que los artesanos y obreros tenían que preocuparse por sí mismos. Era así que recurrían a las tumbas. Allí obtenían beneficios muy superiores a las cantidades necesarias para poder acabar con su hambre, en ocasiones los ingresos de varios años. Era así que los artesanos también podían comprar sirvientes, comer carne de buey, beber vino. Esta riqueza hizo que los precios de los comestibles aumentaran, entonces, las personas que no habían participado de los saqueos no podían consumir ni los productos básicos, fomentándose así la violación de las tumbas.

Lo primero que todos hacemos (o al menos es mi caso) es rechazar a estos ladrones, porque por estos robos la arqueología se vio privada de muchas cosas valiosísimas y, además,  porque el simple hecho de apoderarse de las cosas de otro (y más si éste está muerto) está mal. Pero, poniéndome en el lugar de cualquier persona humilde, sería indignante estar muriendo de hambre y saber que hay riquezas ilimitadas en las tumbas, riquezas inaprovechables en esos lugares. Fue evidente que las advertencias puestas en las tumbas, amenazando con terribles castigos, etc. no fueron suficientes.¿Qué problema no ser admitido en el Más Allá si de todas maneras estas personas no podían permitirse los “requisitos” para entrar en él? Estas son conjeturas que seguramente habrán pasado por la cabeza de los pobres.

Objetivamente, los ladrones egipcios, cualesquiera hayan sido sus motivaciones, fueron útiles al menos para que las ruedas de la sociedad egipcia continuaran girando, al volver a la circulación el oro y la plata.

Evidentemente, los faraones no entendían este beneficio, cuando lo que se veía amenazado era el descanso eterno de sus familiares, o el de honorables personas, por lo que el objetivo principal de la policía de todos lo faraones que quisieron hacer reinar el orden fue el de capturar los ladrones de tumbas. Una vez encontrados se les daban los peores castigos posibles.

Igualmente, los saqueos siguieron existiendo y, en época de los árabes las momias eran comercializadas ya sea por tenerlas como reliquia o  extraer la mumiya,  unos polvos negruzcos a los que se le asignaban propiedades terapéuticas.

 

 

El viaje al Más Allá

 

Antes de que el difunto pudiera pasar al otro mundo debía ser juzgado. El juicio a los muertos se realizaba frente al tribunal divino que residía en la “Sala de las dos Verdades”, un lugar en donde el mundo de los vivos y el mundo de los muertos se conectaban. En el medio de esa Sala se encontraba una gran balanza, bajo la vigilancia de Anubis y de Tot, el Dios escriba.

El corazón, centro de la personalidad, de la razón, de la moral, se colocaba en un platillo (aquí vemos por qué este órgano era el único que se dejaba dentro de la momia); en el otro platillo se colocaba una pluma de avestruz, símbolo del Maat, el orden divino. El corazón de aquel o aquella que comparecía ante el Tribunal divino debía ser tan ligero como la pluma del Maat para ser reconocido como justo y tener acceso a la inmortalidad.

Maat, era la base de la civilización faraónica, era la meta de los sabios. Maat es la precisión, la verdad, lo que mide todas las cosas, el equilibrio por excelencia. Lo opuesto al Maat es el desorden, la desgracia, la injusticia, el caos.

Al realizar este juicio el Tribunal preguntaba en cierto modo al difunto “¿Has respetado y practicado Maat durante el tiempo de tu existencia?”

Pocos estaban a la altura de semejante juicio y era temido por todos, pues junto a la balanza se encontraba expectante la “Gran devoradora” (un monstruo mezcla de cocodrilo, pantera e hipopótamo), lista para devorar al difunto si su corazón resultaba ser demasiado pesado. Este era sin duda el peor de los castigos que se le podía dar a un hombre: la aniquilación total, la muerte sin esperanza de resurrección. Pero los egipcios, previsores, ya habían tomado precauciones en su vida.

Sobre estas precauciones se ve una evolución muy marcada. En un principio, en el Imperio Antiguo, los “Textos de las Pirámides” (unos de los textos teológicos más antiguos que se conocen) contenían imágenes y fórmulas que servían de guía para el viaje hacia el reino de los muertos. Pero dado que sólo los faraones tenían acceso a este tipo de tumbas el Más Allá quedaba reservado para ellos. Siendo la sociedad egipcia estrictamente jerárquica y, en cuanto a la existencia terrenal, siendo esta tan provechosa para los ricos y tan dura para los humildes, en el terreno de la vida después de la muerte tuvieron que emplear criterios diferentes. Esto se puede ver como una especie de “democratización”, responde a la necesidad de los doctrinarios de satisfacer a el pueblo ampliando para ello el campo de aplicación de la concepción de la Vida después de la Muerte.

Fue entonces, en el Imperio Medio, que estos textos comenzaron a pintarse en las paredes de los sarcófagos llamándose “Textos de los sarcófagos”, de esta manera los funcionarios y los sacerdotes más ricos podían llevarse consigo estas instrucciones al Reino de los Muertos. Finalmente, en el Reino Nuevo y en tiempos posteriores, se comenzaron a depositar junto a las momias unos rollos de papiro llamados “Libro de los Muertos”. Se podía comprar un ejemplar ya confeccionado del mismo bastando con escribirle el nombre del propietario para hacerlo suyo. De esta manera, la posibilidad de sortear los obstáculos del viaje y llegar al Más Allá, se hizo accesible para muchísima más gente; sin embargo, el precio de estos papiros (dos vacas, un esclavo o seis meses del salario de un obrero) continuó siendo inaccesible para los sectores más bajos de la sociedad.

Este manual para el Más Allá, que habría sido redactado por el propio Tot, no sólo menciona los peligros que acechaban al viajero en el otro mundo, sino que también contiene fórmulas mágicas que servían a los difuntos para probar su inocencia frente al Tribunal divino. Estas fórmulas (aproximadamente doscientas) pronunciadas en el momento correcto, sacarían al viajero del apuro, pero no tenían que corresponder necesariamente con la verdad. En realidad se trataba de un conjuro y, hechizados, los platillos se equilibraban y los jueces anunciaban que el difunto estaba en armonía con el orden divino y, tenía entonces derecho a entrar en el Reino de Osirs.

El Libro de los muertos traía también instrucciones para la conservación de los cadáveres.

 

 

Las tumbas: moradas para la eternidad

 

Cuando mencionamos “tumba” y “Egipto” en la misma oración, todo el mundo piensa en seguida en las grandes pirámides. Pero estas construcciones sólo fueron un momento en la historia de las tumbas egipcias. La riqueza del país en materiales pétreos, así como el propósito de asegurar a la mansión de los muertos una duración eterna,  favorecieron el desarrollo y el esplendor de la arquitectura egipcia. También, puesto que los ricos y poderosos tenían enterramientos costosos, era natural que surgiese la tendencia a “No ser inferior a los demás”. Las familias trataron de obtener magnificencia a través de la manera en que enterraban a sus difuntos. Además, al considerar la vida en la tierra como un mero tránsito, todo lo que ahorraban lo destinaban a construir sus propias tumbas.

Las tumbas reales más antiguas no fueron más que profundas zanjas excavadas en el suelo, cuyas paredes se reforzaban con adobes, haciéndolas parecer grutas con muros de piedra.

En los primeros monumentos funerarios que suceden a estas simples fosas, en el Imperio Antiguo, ya se pueden ver con nitidez los elementos fundamentales de una tumba. La cámara sepulcral o mortuoria, que albergaba los restos del difunto, se encontraba profundamente excavada en el suelo y a ella se descendía el sarcófago, por un pozo en ángulo recto que se rellenaba después del enterramiento para garantizar la integridad de la sepultura. Sobre la superficie se levantaba un monumento en forma de caja con lados ligeramente inclinados construidos con ladrillos o piedras talladas

Estas construcciones se llaman mastabas en árabe moderno y el mismo nombre se les da a estas tumbas antiguas. “Mastaba” significa “banco”, porque bancos les parecían a los árabes estas construcciones.

Podían llegar a medir cincuenta metros de longitud. La estructura básica era la cámara sepulcral, el depósito de estatuas y la capilla.

En su parte oriental, se abría una primera habitación que era la capilla del culto al difunto y se encontraba encima del sarcófago. Aquí los sacerdotes podían ofrecer sus presentes al fallecido y,  los parientes y amigos, depositaban los alimentos a él destinados. Detrás de la mesa de las ofrendas se abría el corredor,  donde se colocaban las estatuas del difunto; aquí, una estela, limitaba dos mundos (el de los vivos y el de los muertos), que sólo se comunicaban entre sí por una angosta hendidura a la altura de un hombre. Esta estela se esculpía con forma de puerta (de ahí que se llamara “estela falsa puerta”) en donde a veces una pequeña ventana dejaba ver un busto: el del muerto vigilando al visitante.

Las inscripciones en relieve que adornan los muros de las mastabas nos son útiles para estudiar la cultura egipcia. Nos muestran, por ejemplo, el amor que sentían los egipcios por los títulos honoríficos: se enumeraban con placer las altas funciones que hubiera desempeñado y las muestras de gratitud, los regalos, la confianza, que el faraón les hubiera otorgado en vida. No solamente en las mastabas se ven pinturas o inscripciones, en todas las tumbas se ven murales (muchos conservados magníficamente) que nos permiten conocer la vida cotidiana del pueblo egipcio.

Siempre que subía al trono una nueva dinastía  el país acogía posiblemente al flamante gobernante de una manera calurosa (ya que sustituía a un monarca debilitado ya por los años). Igualmente, el respeto hacia una familia de carácter divino podía ser difícil de sustituir, por lo que el monarca de la nueva dinastía podía considerar importante mostrar su propia divinidad al pueblo. Quizá esto fue lo que sucedió al comenzar la III dinastía, cuyo primer rey (o quizá el segundo) fue Zoser. Este monarca tuvo la suerte de contar con Imhotep como consejero. Este personaje fue el primer científico de la historia cuyo nombre conocemos. Alcanzó renombre como médico (de hecho muchos años después se lo incluyó entre los dioses como Dios de la Medicina), científico, mago y fue sin duda el primer gran arquitecto.

Imhotep fue el innovador al construir encima de una mastaba otras progresivamente más pequeñas, naciendo así la primer pirámide escalonada, perteneciente al rey Zoser y construida cerca de Sakkara, en la orilla occidental del Nilo. Fue la primer estructura de piedra de grandes dimensiones

.La piedra estaba tallada a mano imitando la caña y la madera de las antiguas y más sencillas construcciones.

Esta pirámide en sus inicios medía unos sesenta metros de longitud de cada lado y unos siete metros de altura, pero al parecer Zoser no quedó satisfecho (o quizá el mismo Imhotep no se conformó) por lo que amplió la mastaba de los dos lados hasta que alcanzó a medir ciento veinte por cien metros de base; colocó una y otra mastaba (cada vez más pequeñas) hasta que alcanzó a tener seis mastabas de altura, equivalentes a sesenta metros aproximadamente. Debajo de ese increíble monumento, los arqueólogos encontraron un laberinto de pasadizos y habitaciones. La cámara sepulcral de Zoser estaba revestida de granito rosa y sellada con un bloque de piedra de tres toneladas de peso. A pesar de todo fue saqueada.

La pirámide escalonada no está aislada, ya que pertenece a un conjunto funerario que se halla rodeado de una alta muralla reconstruida parcialmente en nuestros días.

La pirámide siguió evolucionando, el paso siguiente fue la “falsa pirámide” de Meidun y la “pirámide truncada” de Sakkara.

El primer rey de la IV dinastía edificó la primera pirámide de planta cuadrada y de pendiente uniforme. Sus tres sucesores inmediatos fueron los constructores de las tres grandes pirámides, respectivamente llamadas “horizonte de Kheops”, “grande de Khefrén” y “divino es Micerino”. La primera tiene un lado que sobrepasa los 230 metros y una altura de 146 metros aproximadamente, la piedra caliza blanca que la recubría sólo se conserva en ciertos lugares, ya que constructores posteriores se dedicaron a arrancarlo en su afán por encontrar materiales “prefabricados”.

La segunda (ligeramente más pequeña) tiene 215 metros de lado y 143.5 de altura; la tercera, de concepción menos gigantesca, mide 103 metros de lado y 66 de altura. Es imposible imaginar el tremendo trabajo que tuvieron que realizar las muchedumbres para poder construir estos monumentos (unas de las maravillas del mundo), trabajando por más de veinte años en el caso más excepcional. En esta época, el arte egipcio era exclusivamente funerario, y las construcciones civiles se hacían de materiales de poca calidad; la dedicación y la especial atención que se le daba a las construcciones funerarias explican cómo pudieron alcanzar magnitudes tan inmensas.

Subsisten unas ochenta pirámides reales, y, se ha descubierto una pirámide incompleta, que se cree fue construida por el hermano y sucesor de Zoser.

La forma de pirámide les recordaba a los egipcios el momento en que por primera vez, la tierra emergió de las aguas del caos primitivo. Si guardaban relación con la tierra y las aguas de los orígenes, también lo hacían con el cielo. Los egipcios creían que sus reyes eran dioses o hijos de dioses y que, cuando murieran, se elevarían hacia las estrellas.

El faraón reposaba en su sarcófago en el centro de la impresionante construcción de piedra o en la arena, debajo de los cimientos. Han sido necesarios un gran despliegue de ingenio y sumas enormes de trabajo para encontrar y abrir los pasadizos que conducían a las criptas del rey, que eran bloqueados a fin de proteger a los muertos. Contrariamente a las otras edificaciones, las pirámides no tenían una entrada visible.

Tomaremos como ejemplo la pirámide de Kheops para analizar el interior de una pirámide, puesto que no todas son exactamente iguales.

Al encontrar la entrada oculta se avanza por un pasadizo y se llega a una espaciosa galería formada por un corredor ligeramente ascendiente de unos cuarenta y siete metros de largo y una escalera de unos ocho metros y medio. Las paredes son de piedra arenisca y, a dos metros de altura, los bloques apilados comienzan a escalonarse hasta formar una bóveda escalonada. Después del funeral, los corredores servían de rampa para los gigantescos bloques de granito que debían dejar la galería cerrada para la eternidad.

Esta galería comunica con la cámara del rey y, a un nivel inferior, con la de la reina. La cámara real usualmente tenía las paredes, el techo y el suelo pulidos y revestidos con alguna piedra. Dos pasillos conducen de la cámara funeraria al exterior de la pirámide (estos permitían que circulara el aire y seguramente también facilitaban la ascensión del alma del rey hacia las estrellas).

Sobre la cámara real se encontraron cinco recámaras recubiertas con bloques macizos de piedra, que deben aguantar el peso de la pirámide (de lo contrario este descansaría sobre la cámara).

Hay también una cámara situada bajo la base de la pirámide que es probablemente la más antigua, esta no llegó a terminarse por la falta de oxígeno .

En el exterior de las pirámides, al pie de la fachada oriental, un templo funerario contenía el equivalente al depósito de las estatuas y la capilla construidas en las mastabas. Como este conjunto estaba construido en la meseta desértica, en el valle existía otro templo, unido al primero por una rampa cubierta que escalaba la pendiente.

En torno a las pirámides reales se erguían mastabas, o pequeñas pirámides, que se convirtieron en las tumbas tradicionales de príncipes, princesas, altos funcionarios y cortesanos, a los que el faraón quería honrar.

Entonces, cada una de las grandes pirámides formaban parte de un todo, en ese todo vemos las partes de las tumbas tipo pero desarrolladas hasta la enormidad. A este conjunto se le suman estatuas y otras tumbas, mastabas o pirámides. Un ejemplo es la esfinge, que se encuentra junto a la pirámide de Khefrén, mide 22 metros de altura y 74 metros de largo; la fuerza del león representa el poder del faraón. Es la más antigua de todas la que existen en Egipto. Todas poseen cuerpo de león, pero varían las cabezas que pueden ser como la del faraón (éste es el caso de la citada esfinge), o de mujer, carnero o león.

Después de la pirámide de Kheops los tamaños de las mismas fueron disminuyendo (como vimos con sus sucesores) y nunca más hubo pirámides tan enormes, pues el esfuerzo realizado para construirlas era demasiado grande. Aunque, la construcción de pirámides continuó hasta el Imperio Nuevo, estas se hacían con materiales de menor calidad como por ejemplo con ladrillo.

Este Imperio no tuvo su sede en Menfis sino en Tebas donde las condiciones del terreno eran irregulares y por lo tanto no era tan fácil construir grandes monumentos. En esta región las tumbas se excavaron en el acantilado rocoso, ya que, los faraones de la XVIII dinastía, esperando que sus momias escaparan a la profanación de los ladrones de tumbas adoptaron el “hipogeo” o tumba subterránea.

Cuando Tutmosis I murió, eligió ser enterrado en las rocas de la ribera izquierda del Nilo, aguas arriba de Tebas y mandó construir su templo funerario lejos de su tumba. Esta región de las montañas de Libia era salvaje e inaccesible: sólo se podía acceder al lugar a través de puertos que estaban vigilados; los muertos podían, por lo tanto, descansar allí en paz.

A partir de este monarca todos los faraones harán lo mismo, de ahí que con el tiempo el lugar en donde se hallaban los hipogeos adquirió fama y se conoció con el nombre de “Valle de los Reyes”. El “Valle de las Reinas” también fue una gran necrópolis de Tebas, capital de Egipto durante los imperios Medio y Nuevo.

A este tipo de tumbas se entraba por un corredor, que penetraba en la roca formando pendientes y escaleras, ensanchándose hasta formar cámaras, a veces sostenidas por columnas, hasta llegar a la habitación sepulcral.

Sus pinturas nos hablan de hombres distinguidos allí sepultados y de sus hazañas en vida. Todavía hoy se pueden admirar la viveza y el colorido espléndido de estos cuadros.

Después del fin del Imperio Nuevo es difícil seguir la evolución de la tumba, debido a que las condiciones naturales en el Delta (en donde se encontraba la capital y la realeza) eran desfavorables para la conservación de los monumentos.

Hacia el este, en Tanis, se han encontrado las tumbas de los faraones de las dinastías XXI y XXII, modestas, simples excavaciones, ya que la monarquía consentía en reducir el esfuerzo exigido para sus muertos.

Aquí es donde reposan los señores de Egipto en otros tiempos tan poderosos, tumbados detrás de las paredes rocosas, en un paisaje que tiene un tono de profunda tristeza y serenidad.

Igualmente, ninguna de estas medidas sirvió para proteger a los reyes de los profanadores, ya que algunos hipogeos fueron saqueados también.

Sin duda, de las tumbas egipcias, las pirámides son las construcciones monumentales más fascinantes. Su desafío al tiempo es ya un tributo para los miles de hombres que las edificaron.

Maravilla fue que los egipcios, con los medios primitivos con los que contaban, hayan podido manejar bloques de más de cien toneladas, y hacerlos encastrar de forma tan precisa. Esto requería un trabajo excepcional, no solamente en los lugares en los que se construían las tumbas, sino también en las canteras, donde se obtenían las diferentes piedras. Es prácticamente imposible imaginarse cómo hicieron para construir las pirámides, existen diversas teorías,  pero entrar en detalles arquitectónicos sería alejarnos de nuestro tema, además las palabras sobran para graficar lo dificultoso del trabajo, basta con tener en cuenta las perfecciones y las magnitudes logradas y ubicarlas en una época en que no existían ni grúas, ni camiones, ni ninguna otra máquina que pudiera haber facilitado el trabajo.

Prácticamente, todos los restos arquitectónicos que se conservan provienen de monumentos funerarios. Las ciudades han desaparecido, pero los cementerios continúan casi intactos.

Como los otros pueblos no practicaban estos ritos funerarios, se decía que estaban condenados a “Morir para siempre”. Por eso se consideraba terrible, morir en tierras de “otros”. Esto lo vemos en un cuento clásico:”Sinuhé”, en donde este personaje, perteneciente a la nobleza, abandona Egipto sintiéndose culpable por no haber advertido el complot contra su señor Amenhemat I que fue entonces asesinado. Muchos años después Sinuhé recibe una carta del faraón Sestrosis I, le dice que sabe no es culpable de la muerte de su padre y le plantea su preocupación: “¡Vuelve a Egipto!, ¡No puedo dejarte morir en tierras extrañas!¡Piensa en tu cadáver! Estate tranquilo te he asignado un lecho funerario, y aceites y vendajes adecuados”

 

En definitiva, todas las medidas que se tomaban para asegurarse la vida eterna eran impresionantes. Para los egipcios nada era demasiado para lograr vivir después de la muerte. Sin duda, el pensar en una vida más allá era una cuestión de fe, nunca nadie podrá decir si esa vida existe o no, pero se puede decir que los egipcios lograron su propósito. ¿O no es acaso increíble que, al cabo de miles de años, la civilización egipcia sea recordada de la manera en que hoy se la recuerda?, si eso no es burlar la muerte ¿qué lo es? Para seguir vivos no necesitan más que un par de personas que los lleven en el alma tanto como yo lo hago, y sin duda existen más.

Por eso, sí se puede afirmar que el tiempo era eterno para ellos, porque aún después de su muerte siguen estando presentes.

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

 

 

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