40 - RAMSÉS:  
La agonía y el 
éxtasis del Imperio Nuevo
 
por   MARÍA LUISA CÁNEPA
 
 
 
 
Egipto conoció un último período de brillante 
esplendor bajo las dinastías XIX y XX, entre los años 1321 y 1085 
a.C.
El 
momento culminante del período estuvo protagonizado por Ramsés II, que mantuvo 
el prestigio militar, territorial, diplomático y comercial del país, logró una 
prolongada paz y llenó su geografía de fastuosos monumentos. 
 
 
 
RAMSÉS:  La agonía y el
éxtasis 
del Imperio Nuevo
 
La 
historia del antiguo Egipto fue estructurada en dinastías, que fueron 
sistematizadas a mitad del tercer siglo a.C. por Manetón de Sebennitos, un 
sacerdote egipcio que tuvo acceso a los archivos antiguos, singularmente al 
atesorado en Heliópolis. Tales dinastías han servido de hilo conductor a los 
egiptólogos de todos los tiempos para poder secuenciar y recoger los principales 
hechos históricos que, transmitidos por una más que abundante documentación, han 
posibilitado conocer muchos de los avatares políticos, tradiciones religiosas y 
costumbres egipcias.
Sin 
lugar a dudas, tres de aquellas dinastías-las XVIII, XIX y XX-constituyen la 
gran almendra de la historia del país del Nilo, por cuanto fueron las que lo 
llevaron al cenit de su fama y las que también , motivaron su inexorable 
decadencia. Las tres dinastías conforman lo que ha dado en llamarse, aunque 
impropiamente, Imperio Nuevo egipcio, que se desarrolló entre los años 1552 y 
1080 a.C. Fueron casi cuatrocientos años de esplendor interno y de poderío 
exterior mantenidos gracias al férreo control de 32 faraones que, cada uno con 
su específica personalidad, siempre tuvieron presente la máxima de superar 
cuanto había hecho su inmediato predecesor.
Con Ramsés I comenzaba la nueva dinastía, la XIX, con 
la que Egipto alcanzaría su apogeo. Su sucesor fue Sethi I  ( 1303-1289 a.C. )  que triunfó en Fenicia y Palestina, 
manteniendo el control comercial de ambas áreas geográficas. Sethi I, que 
contribuyó a engrandecer el gran templo de Karnak y se hizo construir una de las 
tumbas más impresionantes del Valle de los Reyes, todo ello en el Alto Egipto, 
hizo, sin embargo, bascular su poder hacia el Bajo Egipto, fundando una nueva 
ciudad en el Delta, Pi-Ramsés, más próxima a las zonas neurálgicas de su poder 
económico y de su política exterior: Palestina, Fenicia y 
Siria.
RAMSÉS: La agonía y el
éxtasis 
del Imperio Nuevo
 
Sería 
sin embargo, el hijo de Sethi I, Ramsés II  
( 1289-1224 a.C. ), quien llevaría a Egipto hasta cotas jamás igualadas 
hasta entonces, convirtiéndose por ello en uno de los faraones más gloriosos de 
la historia. Supo enfrentarse a una gran coalición de pequeños Estados 
sirio-palestinos que amenazaban con independizarse de Egipto y que se hallaban 
dirigidos por el gran país de Hatti. En audaz choque contra el rey hitita 
Muwattalis, pudo detenerlos en Qadesh, pequeña ciudad siria a orillas del 
Orontes, sobre quien vertebraba el país de Amurru.
Aunque 
la batalla finalizó sin vencedores ni vencidos, el faraón se atribuyó la 
victoria, cuyos pormenores ordenó narrar en el texto que conocemos como Poema de 
Pentaur y que se grabó en distintos monumentos para su mayor fama: “ ... los 
hice caer al agua como caen los cocodrilos cuando se precipitan al agua uno 
sobre otro. Hice estragos en ellos a placer. Ninguno miraba atrás ni se daba la 
vuelta . El que caía ya no se levantaba... Hice que conocieran el sabor de mi 
mano. Los destrocé matándoles donde estaban ... Los acuchillé sin 
reposo...”.
Ramsés 
II, aunque intentó hacer valer su prestigio por todo Canaán, Fenicia y Siria, 
comprendió que era imposible obtener una victoria absoluta, por lo cual negoció 
la paz con los hititas, entonces gobernados por Khattusilis III. Tras ese 
acuerdo, Egipto pudo vivir años de calma, prosperidad económica y florecimiento 
cultural, testimonio éste en la restauración y construcción de numerosos y 
bellísimos templos, que pudo edificar gracias, en buena parte, al oro 
nubio.
Los 
últimos años de su larguísimo reinado -más de sesenta- estuvieron empañados por 
problemas sucesorios y por la lucha contra una serie de hordas invasoras (los 
Pueblos del Mar) que estaban trastocando el desarrollo histórico del Asia 
Menor.
Los 
problemas que había dejado Ramsés II sin resolver fueron heredados por 
Merenptah  (1224-1204 a.C.), quien 
ya contaba con unos sesenta años de edad y era el decimotercero de sus hijos. Si 
hasta entonces Egipto había marchado contra Asia, ahora sería al revés. Y todo 
ello facilitado por la progresiva debilidad de los cinco últimos faraones de la 
dinastía XIX.
Merenptah 
pudo haber sido el faraón del Éxodo hebreo, si bien no hay fuentes que 
corroboren esa suposición.
Tras 
Merenptah, reinaron otros tres faraones en unas circunstancias verdaderamente 
calamitosas  ( Amenmesses, Sethi II 
y Siptah ) que no pudieron detener la decadencia por la que se deslizaba Egipto. 
Es más, el final de la dinastía conoció el intento usurpador de Bay, un 
aventurero de origen sirio, que intentó erigirse en faraón, aprovechando la 
desorganización política.
Tras un 
período de confusión, Setnakht  ( 
1186-1184 a.C. ), tal vez descendiente de algún miembro de  la familia de Ramsés II, se alzó con el 
poder. Su reinado fue breve, pero pudo asociar al trono a su hijo, Ramsés 
III  ( 1184-1153 a.C. ).  Ramsés III fue el último gran faraón de 
Egipto.
Sus 
treinta y dos años de reinado significaron el restablecimiento de la paz tanto 
en el exterior como en el interior. Pudo emprender reformas sociales, motivar 
nuevamente el culto a los dioses, enviar expediciones a las minas y restaurar el 
comercio, aparte de embellecer Tebas y otros lugares. Puso término definitivo a 
las invasiones de los Pueblos de Mar, al derrotarlos en los años 5, 8 y 11 de su 
reinado, según testimonian los bajorrelieves y textos de Medinet Habu, su gran 
templo y maravilloso palacio, rodeados de poderosas murallas.
Sin 
embargo, aquellas campañas no pueden ocultar el estado real del país, que si 
bien vivía en la abundancia no era menos cierto que lo era a costa de entregar 
al estamento sacerdotal prácticamente el control de un tercio de las tierras. 
Así, el Gran Papiro Harris documenta las enormes donaciones de Ramsé III al 
templo de Karnak, haciendo de su titular, el Gran Profeta de Amón, un personaje 
de rango similar al del propio monarca.
Sus 
últimos años de reinado fueron alterados por dos intentos para acabar con su 
vida.
En 
realidad, se sabe muy poco de los hechos históricos protagonizados por los ocho 
últimos ramésidas, verdaderos parásitos reales, cuyos reinados agudizaron 
todavía más la evidente decadencia en la que se había sumido 
Egipto.
De 
Ramsés IV  ( 1153-1146 a.C. ) se 
conocen diferentes expediciones en búsqueda de piedra , tanto de construcción 
como preciosas. Dichas expediciones exigieron la confección de mapas geológicos 
y geográficos. Ordenó componer el Papiro Harris y se hizo construir una 
grandiosa tumba.
Su 
sucesor, Ramsés V  ( 1146-1142 a.C. 
), gobernó rodeado de funcionarios y sacerdotes venales. Sus últimos días se 
agravaron con el conato de una guerra civil. Al no haber dejado descendencia, el 
trono pasó a su hermano Ramsés VI.
Ramsés 
VI  ( 1142-1135 a.C. )  fue testigo de una virulenta crisis, 
agudizada por la actividad de bandas de saqueadores. Igualmente, fue capaz de 
enviar expediciones al Sinaí, pero nunca más Egipto volvería a estar presente en 
aquella zona.
Su hijo 
Ramsés VII  ( 1135-1129 a.C. ),  nada pudo hacer frente a la gran 
inflación económica en que vivía el país, agravada por la carestía de alimentos 
y las revueltas sociales. Al morir sin descendencia, el poder pasó a un tal 
Sethherkhepeshef, hijo probablemente de Ramsés III, que tomó el nombre de Ramsés 
VIII y es considerado por algunos egiptólogos como un usurpador. Apenas reinó 
durante un año, acerca del que nada interesante ha llagado hasta el día de 
hoy.
En 1127 
a.C., tomó el poder Ramsés IX, miembro quizá de la familia de Ramsés III. De su 
reinado han llegado noticias de los robos y saqueos efectuados en las tumbas 
reales y nobiliarias, que causaron verdadero escándalo, así como de procesos 
judiciales que no condujeron a ninguna parte. A ello se sumó la concesión de 
extraordinarios privilegios al clero de Amón.
Ramsés 
X  ( 1109-1099 a.C. ), hijo del 
anterior o quizá de Ramsés VI, tuvo un reinado marcado por una grave carestía, 
que volvió a activar el saqueo de tumbas y la decadencia 
moral.
Su hijo, 
Ramsés XI  ( 1099-1069 a.C. ), hubo 
de enfrentarse ya desde sus comienzos con Amenhotep, Sumo sacerdote de Amón, a 
quien depuso de su cargo para evitar un golpe de Estado. Las revueltas, se 
sucedieron tanto en el Egipto Medio como en la zona tebana y hubieron de ser 
sofocadas violentamente por el Virrey de Nubia, Panehesy, llamado para tal 
menester. La carestía de alimentos fue tal que uno de los años fue denominado 
como Año de las hienas.
El poder 
del Faraón comenzó a atomozarse. En el Delta, el Visir del Bajo Egipto, Smendes, 
gobernaba de modo autónomo; otro tanto ocurrió en Tebas, en donde un profesional 
de la milicia, Herihor, supo hacerse además con el control religioso y erigirse 
en Primer profeta de Amón; este personaje inició una nueva Era para fechar 
documentos y que hizo arrancar del año 19 de Ramsés XI  ( Era del Renacimiento ) y terminó por 
asumir prerrogativas y titulaturas reales. Se ignoran cuáles serían los últimos 
momentos del faraón, quien se había visto obligado a abandonar Pi-Ramsés y a 
establecerse en Tanis. Ramsés XI murió en el más oscuro anonimato, en medio de 
revueltas religiosas, saqueos y violaciones de tumbas y una verdadera anarquía 
política. A su muerte, el mencionado Smendes se convertiría en el primer faraón 
de la dinastía XXI.
La era 
de los Ramésidas había pasado a la historia. Egipto estaba abocado a su total 
decadencia.
 
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éxtasis 
del Imperio Nuevo
Los 
parámetros artísticos del período ramésida siguieron siendo los tradicionales 
que Egipto había ido conociendo a través de su historia. De hecho, lo que le 
faltó en calidad quedó compensado por la cantidad, que fue mucha tanto en 
arquitectura como en plástica y pintura.
Respecto a la arquitectura, hay que señalar la gran actividad desplegada por Sethi I, quien concentró sus esfuerzos en Pi-Ramsés y sobre todo en Abidós, lugar del enterramiento de Osiris según la tradición, sin olvidar en absoluto a Karnak. A ello debe sumarse su extraordinaria tumba, con magnífica decoración mural. El largo reinado de Ramsés II le permitió dejar sembrado todo el país de monumentos – efecto aumentado por su afición depredadora, pues ordenó sustituir numerosos cartuchos de faraones anteriores por los suyos. Modificó el templo de Luxor, edificó el Rameseum, su templo funerario, ordenó excavar la tumba de Nefertari, su esposa preferida, y sobre todo dejó en Abu-Simbel dos de las joyas del arte egipcio consistente en dos templos excavados en la roca (hoy, felizmente salvados de las aguas), que constituyen un ejemplo de monumentalidad y escenografía religioso-política.
Ramsés 
III emprendió, también, importantes proyectos arquitectónicos. Insertó 
construcciones en Karnak y eligió Medinet Habu, no lejos del Ramesseum, para 
edificar su templo funerario y su palacio, a los que dotó de otras 
construcciones, murallas y torreones defensivos (el célebre 
migdol).
En 
cuanto a la plástica, puede indicarse puede indicarse que durante el reinado de 
Ramsés II se asistió a una producción cuantitativa excepcional, labrándose 
estatuas colosales del monarca, tanto exentas (coloso de Menfis) como adosada 
(caso de la fachada del gran templo de Abu-Simbel). La estatua sedente del museo 
egipcio de Turín (1.94 m de altura), labrada en granito negro, y en la que están 
presente en menor tamaño su esposa Nefertari y uno de sus hijos, es de fina 
sensibilidad, acrecentada por su regia corona militar y por la firmeza de su 
mano diestra sosteniendo el cetro “heka”. Pocas veces antes, poder e ideología 
real habían sido tan elocuentemente expresados.
Con 
Ramsés III, el arte escultórico y el relieve egipcios siguen perdiendo finura; 
los fragmentos conservados de sus colosos muestran una indudable tosquedad; 
mejor es su representación osirizada en la tapa de su sarcófago, hoy conservado 
en el Fitzwilliam Museum de Cambridge.
Puesto que los ramésidas se supieron identificar a la 
perfección con las divinidades, no faltan estatuas en las que reyes y dioses 
recibieran idéntico tratamiento plástico e incluso el mismo culto. Así aparecen 
Ramsés II y Ptah, Ramsés II y Sekhmet, etcétera. En otros casos el monarca se 
halla junto a dos, tres e incluso cuatro divinidades. Poder y religión eran una 
misma cosa.
La 
estatuaria de particulares ha deparado hermosos ejemplares, caso de la del Visir 
Paser o la estatua-cubo de Bakenkhonsu, por citar un par de ejemplos. Las 
estatuas a base de grupos de parejas conocieron en este período una notable 
perfección técnica, siendo el ejemplo más elocuente el famoso Grupo de luni y su 
esposa (75 cm de altura), labrado en caliza, y hoy en el  Metropolitan Museum of Art de Nueva 
York.
La 
pintura y el relieve difieren por su calidad dentro del propio período. El 
templo de Abidós, la sala hipóstila de Karnak y la tumba de Sethi I son de 
altísimo interés en tales aspectos y lo mismo cabe decir de los ejemplares del 
tiempo de Ramsés II, cuyos relieves en Abidós y en Karnak son de gran finura. 
Las tumbas también sobresalen por su rica decoración, prácticamente todas con 
idéntico programa iconográfico y temático, repitiéndose una y otra vez diversos 
pasajes del Libro de los Muertos, de las Letanías de Ra y de otros textos de 
carácter funerario.
Las 
tumbas privadas, en especial las de Saqqara, Tebas y Deir el-Medina, presentan 
por su parte una gran diversidad de estilos e incluso de 
técnicas.
En suma, 
el arte ramésida, supo continuar con calidad decreciente el grandioso arte del 
Imperio faraónico, pero al final del período, acosados sus faraones por graves 
problemas internos y externos, llegó una evidente 
degradación.
Aunque 
la lengua egipcia fue muy pobre en vocabulario filosófico, sí fue 
extraordinariamente rica en evidenciar las imágenes de la vida, gracias a la 
riqueza gráfica de sus jeroglíficos. Con ellos se elaboró una interesante 
literatura  que tuvo también su 
cultivo, aunque no su Edad de Oro, en la época ramésida.
Dejando 
a un lado las inscripciones históricas (Literatura epigráfica) y determinados 
textos funerarios (Libros religiosos y del Más Allá), en tal época se redactaron 
diferentes himnos que conocieron un gran éxito (Himno a Hapy, Amón y Neith, 
entre otros).
Ahora se 
conocería el género de la letanía, consistente en el recitado de los nombres, 
incluso los de carácter secreto, de las divinidades (Letanía de 
Ra).
De más 
empaque literario fueron las leyendas que tenían por finalidad averiguar el 
nombre de los dioses (Leyenda de Ra y de Isis), planteaban problemas de tipo 
moralista (Leyenda de la Vaca del cielo y el nuevo universo) o bien servir de 
entretenimiento (Leyenda de la destrucción de la humanidad).
Por 
encima de tales textos, los egipcios supieron continuar en la época ramésida con 
la elaboración de cuentos, de alta calidad literaria, que bajo un argumento 
sencillo encerraban significados profundos. Podemos recordar El Príncipe 
predestinado, de ribetes maravillosos; La Verdad y la Mentira, de claro 
simbolismo moralizante en torno a dos hermanos, y, sobre todo, el magnífico 
cuento mítico de Los dos hermanos, que narraba las aventuras de Anup y 
Bata.
También 
la época ramésida supo elaborar poemas, fundamentalmente de carácter amoroso, en 
los que primaban sobre todo las imágenes literarias, el lirismo y una refinada 
sensualidad.
Tales 
poemas nos han llegado en papiros o sobre óstraca y según algunos egiptólogos, 
estaban destinados a ser recitados con acompañamiento musical de flautas y 
arpas. También se ha señalado que algunos de ellos influyeron en el Cantar de 
los Cantares de Salomón.
 
 
 
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del Imperio Nuevo
 
La 
estructura social de este período estaba compuesta por una mayoría de egipcios 
que integraban el pueblo con estatutos variados. En lo más bajo de la escala 
social, se encontraban los hombres dedicados a los grandes trabajos masivos, 
característicos de la organización estatal egipcia de todos los 
tiempos.
Se 
trataba de la población sobre la que recaía la obligación de prestar sus 
servicios forzosos para las construcciones públicas. Por duras que fuesen sus 
condiciones de vidas, no se puede hablar de esclavos en la acepción del mundo 
clásico grecorromano. Estas personas podían poseer bienes, ejercer derechos y 
contraer obligaciones, lo que indica que estaban dotados de una cierta capacidad 
jurídica en su estatuto personal.
También 
formaban parte de estas bajas capas sociales los agricultores vinculados a los 
dominios de los templos o de la Casa Real, los pequeños propietarios, 
agricultores independientes, los que ejercían oficios humildes y los soldados 
rasos que integraban las tropas del Faraón.
Existía, 
luego, una jerarquía media lo bastante extensa como para dar una fuerte 
estructura al país. La integraban, en suma, aquellos que pudieron dejar sus 
nombres en monumentos y objetos de toda índole. Esta localización social venía 
determinada porque estas personas poseían competencias específicas que les 
otorgaban un estatuto social superior, a partir de su conocimiento de la 
escritura. Ésta era la frontera social por excelencia. El Egipto ramésida 
conservó la preeminencia  que se 
concedía al hombre letrado por encima del resto de la población iletrada. 
Integraban este colectivo artesanos altamente especializados, como los obreros 
de la Tumba Real de Deir el-Medina, los oficiales que gestionaban la intendencia 
real o de los templos, los miembros de las capas bajas y medias de los cleros y, 
sobre todo, un auténtico ejército de escribas y burócratas, encargados de 
sustentar la organización administrativa real y de los 
templos.
La 
jerarquía social superior estaba compuesta por altos funcionarios militares, 
tales como el Gobernador de los Países Extranjeros del Norte, que controlaba los 
territorios de la zona sirio-palestina de influencia egipcia; otro alto 
funcionario de rango era el Hijo Real de Kush, que actuaba con un poder absoluto 
y enormes medios a su disposición  
en una región totalmente bajo control egipcio y con una gran producción 
de oro. Dentro de esta elite, también se encontraban los componentes del alto 
clero y principalmente los sumos sacerdotes de los tres templos principales de 
Egipto, es decir, el del dios Ra de Heliópolis, el de Ptah de Menfis y el de 
Amón-Ra de Tebas, cuyos dominio e ingresos formaban una importante parte de la 
riqueza de Egipto.
Cercanos 
al mismo Faraón y netamente destacados de la mera organización social egipcia, 
estaban los altos dignatarios de palacio. Tales eran el Gran Intendente, 
responsable de los dominios pertenecientes a la corona; el Director de lo que 
está sellado, responsable de los productos preciosos y los jefes de la 
administración de la casa del Rey como el Director de la Sala (del trono) o el 
Director del interior (del palacio).
 
 
 
RAMSÉS:  La agonía y el
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del Imperio Nuevo
Las 
tumbas de época ramésida son las más grandiosas del Imperio Nuevo. Fueron 
excavadas en el Valle de los Reyes, a veces con una longitud de cien metros y 
ganando profundidad con un ángulo pronunciado. Los arquitectos trataron de que 
en ellas el Rey difunto dispusiera de espacio para seguir rodeado de sus objetos 
familiares: muebles , objetos de uso personal, alimentos y las vísceras 
extraídas de su momia-contenidas en los vasos canopes-que se almacenaban más o 
menos ordenadamente en las diversas habitaciones.
Pero el difunto precisaba, también de la compañía de sus familiares y criados, de la visión de sus posesiones y de aquellas aficiones que había amado, como la caza o la pesca. Los artistas se encargaban de representarlas o de describirlas en los corredores del sepulcro. También en esas paredes se pintaban o esculpían en bajo relieve los muchos méritos que el difunto quería presentar a la hora del juicio ante Osiris y toda una serie de textos y oraciones-extraídos en esa época del Libro de las puertas, del Ritual de la apertura de la boca, del Libro de la vaca celeste, o de la Letanías del sol-que guiaban el alma hacia el más allá.
Los 
constructores procuraban que las tumbas escapasen de la violación  y el saqueo, para lo que se las hacía 
con la mayor discreción, ocultaban su existencia y las dotaban de puertas de 
seguridad y puertas falsas para impedir el paso y para despistar a los 
saqueadores; así como de trampas para ladrones. Con todo, muy pocas se salvaron 
del expolio.
 
 
 
RAMSÉS: La agonía y el
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del Imperio Nuevo
La celebración de la fiesta del Opet tenía como 
escenario la ciudad de Tebas  y se 
desarrollaba por entero en la orilla oriental del Nilo. Atestiguada por primera 
vez en el reinado de Hatshepsut, se celebraba el segundo mes de la estación de 
ajet (o de la inundación) y su duración era de once días al principio del 
Imperio Nuevo, pero fueron alargándose las celebraciones, de manera que en la 
dinastía XX llegó a alcanzar veintisiete días.
La 
fiesta del Opet era el gran acontecimiento tebano. Durante estas fiestas, la 
alegría se desbordaba en Uaset. En este largo período de fiestas, el pueblo 
llenaba las calles con música y bailes, al tiempo que practicaba antiguos cultos 
para propiciar la fertilidad.
El acto 
más llamativo era la procesión que llevaba  
al dios Amón-Ra desde su templo en Ipet-Sut (Karnak) hasta el templo de 
Ipet-Reshyt (Luxor), llamado el Harén Meridional de Amón. Se realizaba por vía 
terrestre a la ida y por vía fluvial a la vuelta, desde la época de Hatshepsut 
hasta la de Amen-Hotep III, a partir de cuyo reinado el desplazamiento del dios 
pasó a realizarse enteramente por vía fluvial. La Gran Barca Userhat de Amón-Ra, 
era un navío espléndido construido para transportar en su interior la barca 
procesional de Amón-Ra, una pequeña barca portátil denominada Soporte de 
Esplendor, con un camarín donde se alojaba la estatua del 
dios.
Sin 
embargo los actos más trascendentales se llevaban  a cabo en el interior del templo de 
Ipet-Reshyt, porque era allí, y durante la celebración de estas ceremonias, que 
se confirmaba anualmente uno de los dogmas de la realeza divina egipcia: el 
Faraón era hijo carnal del dios Amón.
 
          
En la Bella Fiesta del Valle, los egipcios honraban anualmente a sus 
difuntos. También en esta ocasión, la Gran Barca Userhat hacía su aparición en 
público. La celebración de esta fiesta se remonta al reinado de Montu-Hotep II, 
en el Imperio Medio. De esta época toma su nombre, puesto que la fiesta hace 
alusión al valle donde aquél faraón construyó su templo funerario: el Valle de 
Neb-Hotep-Ra. La celebración se hacía coincidir con la primera luna nueva del 
segundo mes de la estación de shemu (estación de la sequía).
Era una 
gran fiesta religiosa en la que Amón-Ra salía dea su templo en Ipet-Sut y 
navegaba desde oriente a occidente hasta alcanzar la orilla oeste del Nilo. La 
salida del dios era muy semejante a la de la Fiesta de Opet. El rey realizaba 
los rituales del despertar del dios en Ipet-Sut y se organizaba la comitiva 
hasta el embarcadero donde esperaba la Gran Barca Userhat. Formado el cortejo, 
se iniciaba la procesión de La Bella Fiesta del Valle, con la navegación por las 
aguas del Nilo desde oriente a occidente. Una vez terminadas las ceremonias de 
la Bella Fiesta del Valle, la Gran Barca Userhat de Amón-Ra regresaba a la 
orilla oriental y la estatua del rey de los dioses era alojada de nuevo en su 
templo de Ipet-Sut.
          
Las fiestas religiosas tebanas ligadas a la navegación siguieron durante 
centenares de años después de su institucionalización. Extinguida la antigua 
civilización faraónica, el cristianismo sustituyó a los antiguos dioses y, más 
tarde, el Islam se impuso al cristianismo. Sin embargo, una de las fiestas más 
importantes de Luxor, la que se celebra en honor del santón musulmán Abu 
el-Haggah, tiene como manifestación más ostensible una jubilosa procesión de 
barcas que une en alborozada alegría los lugares que ocuparon los templos de 
Ipet-Sut y los de Ipet-Reshyt.
 
 
 
 
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