Hacía sólo dos días que habían tenido aquella conversación, cuando Bruce fue, de nuevo, al monte a por setas. El niño, liberado de la carga de Bruce, fue al colegio a ver si aprendía algo, cuando, en medio de clase de Historia, empezó a ver visiones.

-Y este colegio fue, en tiempos remotos, un hospital general- dijo el profesor ante el asombro de los niños.
-No es cierto del todo- gritó nuestro protagonista.
-¿Cómo que no? Ah, y deja de gritar que te oímos perfectamente.
-Perdón, es que acabo de salir de un trance, y se me ha ido el santo al cielo.
-Bueno, ¿qué es lo que estabas diciendo?-
-Si, si, que esto no fue un hospital general. Tengo informantes que me dicen que esto fue un matadero de avestruces.
-¿Matadero de qué?- preguntó el profesor espantado.
-Avestruces. Ya sabe, una especie de pájaro grande y raro que mete la cabeza...
-Sé lo que es un avestruz. Lo que pregunto es quien eres tú para decirme lo que fue esto antes de ser un colegio.
-Bueno, técnicamente soy un niño que me he matriculado en este colegio para...
-No me digas quien eres
-¿Pero no ha preguntado usted que quién soy?
-Quería decir que aquí el profesor soy yo. Además, ¿quién te ha dicho que esto era un matadero de avestruces?

Nuestro protagonista estuvo a punto de decirle la verdad: una familia de avestruces que no llegaron muy lejos en la vida. Pero se cortó. ¿Quién iba a hacerle caso? Le tomarían por un loco, por un demente, por un chalado, por un... bueno, por muchos sinónimos de lo mismo.

-Lleva usted razón. Esto fue un hospital general. Y de los buenos, además.
-Eso creía yo. Menos gracias o si no te vas de clase y no vuelves por aquí.
-¿Cómo que me voy de clase? A ver si voy a decir lo que se yo...
-¿Cómor?
-Si, si, ya sabe usted. Como aquel día que le pillaron machacándosela con dos cajas de cartón. O el día que usó un plátano y no precisamente para hacer un banana split. O el día que le pidió a su amigo Jose que...
-Creo que ha sonado la campana, ¿cómo es que no os vais ya?
-No ha sonado nada.
-Bueno, bueno. Creo que lo he oído así como de refilón. Un minuto más, un minuto menos...

Los cuadernos volaron por los aires, las carteras saltaron a las espaldas y los niños tardaron tres segundos y medio en abandonar la clase. Sin embargo nuestro protagonista se quedó un ratito sentado en la silla. Acababa de coaccionar al profesor y le había salido bien. Si usaba sus conversaciones de esa manera durante el resto de su vida no tendría que trabajar jamás.

Al niño se le iluminó inmediatamente la mirada.








Capitulo II