La
vuelta a Julio Cortázar en 80 preguntas
Entrevista realizada
por Hugo Guerrero Marthineitz, en Buenos Aires. Difundida en el programa
El show del minuto, en radio Continental y más tarde publicada
en la revista Siete Días, Bs. As., 1973.
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-Sé
que no concede habitualmente entrevistas. Ahora bien, ¿es cierto lo
que se dijo, hace dos años, a raíz de un viaje suyo a Buenos Aires,
que usted cobraba sumas elevadas por acceder a una entrevista?
-Su pregunta se divide en dos partes. Yo accedo muy poco a entrevistas;
en cuanto a la radio, tengo la impresión de que ésta es la primera,
salvo incidentalmente el haber contestado una o dos preguntas frente
a algún micrófono que circulaba en el curso de algún acto, una mesa
redonda, en Europa sobre todo. En cuanto a que ya haya cobrado por entrevistas
o colaboraciones donde se trataba de problemas ideológicos, eso forma
parte del sistema de calumnia teleguiada por quienes usted y yo conocemos.
-¿Cuánto tiempo hace que falta del país en calidad de residente?
-De residente con una cierta permanencia. Yo me fui hace 22 años, pero
he vuelto cinco veces por períodos de dos o tres meses. El último pasaje
por aquí fue muy breve: yo estuve en Chile cuando Salvador Allende tomó
la presidencia porque quise solidarizarme con la venida popular, y me
pareció que había que estar físicamente presente. No bastaba una solidaridad
telegráfica porque, de todas maneras, era la primera vez que, en esto
que llaman el Cono Sur, se intentaba una experiencia socialista. De
manera que me vine y, luego de esos días que pasé en Chile, bajé aquí
a Buenos Aires y me quedé cinco o seis días. Vine solamente a ver a
mi madre y a mis amigos, de modo que pienso que eso no cuenta como pasaje.
-¿Cómo se nutre, en París, de todas las vicisitudes latinoamericanas?
-Esa es una buena pregunta, porque contiene quizás un cierto elemento
de sorpresa. Usted no es el único que me la ha hecho. Hay gente que
se extraña un poco de que yo pueda estar, en la medida de mis posibilidades,
bastante bien informado sobre lo que sucede en América latina y en la
Argentina. La explicación es bastante simple. En primer lugar, usted
sabe la cantidad de latinoamericanos que viven en París; sabe también
que estos latinoamericanos que en alguna época iban a divertirse, en
general van ahora con fines muy concretos de trabajo. Hay que contar
también a los que se radican por razones de exilio y a los que están
haciendo cabezas de puente y combatiendo desde allá en esta dirección.
Gente de toda América Latina, con un porcentaje bastante considerable
de argentinos. Yo tengo una relación muy constante con ellos; por ejemplo,
quizá usted sepa que nosotros allá formamos un "Comité para la Defensa
de los Prisioneros Políticos en la Argentina", que trabaja mucho y que
hace todo lo que puede por colaborar en una lucha que me parece imprescindible.
Eso me da, primero, un contacto personal, clínico; y luego, muy buena
información. Espero que los argentinos no se ofendan si les digo que,
a veces en París, sabemos mucho mejor lo que está pasando aquí, en la
Argentina, que en el mismo suelo nacional; por una simple cuestión de
calidad de las informaciones.
-Alguna vez me llegó un disco suyo, publicado en Buenos Aires, sobre
el Torito (Justo Suárez) que transmití muchas veces en mis espacios
de radio. Hubo una gran adhesión por parte de toda la gente. Lo que
llamaba la atención es que algunos me telefoneaban enfurecidos por su
acento francés, siendo usted argentino...
-Mire, eso es un ingrediente más en un lamentable y tal
vez inevitable chauvinismo. Es curioso: mucha gente piensa que este
acento yo lo he adquirido en Francia, y eso les resulta molesto. A
mí también me molestaría si fuese cierto, porque sería la prueba de
que me estoy olvidando del español y que el francés influye incluso
en mi paladar y cuerdas vocales. Bueno, yo hablo así desde que empecé
a hablar. Por una razón muy sencilla: nací en Bélgica, como usted
sabe, en Bruselas, a comienzos de la Primera Guerra Mundial. Durante
cuatro años mi familia se vio obligada a quedarse en Europa ya que
por razones bélicas, no se podía volver a la Argentina. Y entonces
hablé mucho en francés; es decir, el primer idioma que me enseñaron
las criadas; no se olvide que las familias burguesas o pequeño burguesas
de esa época, se desplazaban siempre con niñeras. Casi todas eran
francesas y suizas; de modo que, prácticamente yo hablaba sólo francés.
Luego, cuando a los cuatro años vine a la Argentina, como todo pibe
me olvidé del francés en una semana y comencé a hablar español. Pero
me quedó el acento: en esa época. esa ciencia maravillosa que se llama
foniatría existía en un estado un poco larvario. De lo contrario,
en quince días de ejercicios, un foniatra me hubiera quitado esta
"r" tan incómoda; pero no me la quitaron y luego, bueno, pues
yo crecí y fue prácticamente imposible eliminarla. Usted sabe que
eso no es afrancesamiento. Además, ¿le parece que un afrancesado hubiera
podido escribir "Torito"?
-Me hubiera gustado mucho poderlo invitar a la radio, para que usted,
de pronto, atendiera algún llamado telefónico y se comunicara con las
personas que deseen hacer preguntas...
-Bueno, sin necesidad de ir a la radio, por el momento basta y sobra
con la calle: desde donde estoy en Buenos Aires es difícil que camine
200 metros sin que alguien me detenga. Ya sea para esa tontería de pedirme
una firma... Tontería desde luego explicable, emocionante y que yo respeto.
-¿Porqué dijo tontería?
-Bueno, dije tontería porque en el fondo creo que eso forma parte de
un sistema de vedetismo o superstición. El hecho de tener la firma de
alguien no significa nada, yo prefiero que lean mis libros a que tengan
mi firma. Es verdad que una cosa se deriva de la otra, por eso agregué
que es emocionante también.
-Le hice esa pregunta porque su referencia podría levantar una ola
de animadversión. El público argentino es muy cariñoso; no sé si usted
lo habrá podido notar...
-Enormemente cariñoso y tiene, además, algo que me conmueve mucho en
relación con el espíritu general de Europa. Es decir, hay una gran llaneza
en el argentino, que yo comparto. Yo soy muy llano y me gusta el hombre
que se acerca así, sin preliminares, y que directamente me toma del
hombro, o la mujer que se acerca y me dice: "¡Cómo me gustó este cuento!",
o "Déjeme decirle tal cosa", "¿Porqué no está viviendo aquí?...".
-¿Y porqué no está viviendo aquí?
-Bueno, a esto contesto con algo que mucha gente considera una especie
de subterfugio, pero que no lo es para mí: yo estoy viviendo aquí.
-Se lo pregunto yo, que soy peruano y que llevo l7 años viviendo aquí,
Julio Cortázar.
-Yo estoy viviendo aquí, Hugo, porque me da la impresión de que los
ocho o diez libros que llevo escritos son libros muy argentinos. No
hubiera podido escribirlos sin estar, en lo entrañable, viviendo aquí.
Esos libros, aunque físicamente hayan sido escritos lejos, son libros
argentinos y creo que mis lectores lo saben también. Entonces la presencia
física en la Argentina debería responder a otro tipo de actividades,
pero por el momento mis actividades siguen siendo las de un novelista,
las de un cuentista. Por otra parte, todo lo que sea hipócrita me es
profundamente repugnante. Yo me siento muy bien en Francia; desde joven
tuve una gran afinidad por un cierto tipo de cultura y de mentalidad
francesa. Es decir que puedo estar allá sin dejar de estar aquí.
-¿ Cuál es ese -para no hablar de cultura-tipo de mentalidad francesa
que le atrae, Julio?
-Yo creo que en el fondo es una cosa negativa, pero que no lo es tanto
para mí. Lo que siempre me gustó de Francia es que, siendo yo un hombre
por naturaleza solitario, tímido y muy metido en sí mismo -características
argentinas, por lo menos en mi generación-, encontré en Francia un país
de gente profundamente respetuosa de la soledad y de la vida privada
ajena. Yo no podría vivir en Italia, con todo mi amor por Italia, porque
el italiano es un hombre generosamente invasor. Se mete por la puerta,
la ventana, con la voz, con el cuerpo, con el deseo de llevarlo a uno
a todos lados, con esa hospitalidad desbordante. Es un poco el caso
de los españoles, también. Son pueblos que yo amo y países en los que
soy feliz durante un mes, cuando me voy de viaje; luego vuelvo a París,
donde cada uno vive en lo suyo y yo también empiezo a vivir en lo mío,
y me siento muy bien.
-¿Qué es lo suyo al margen de escribir?
-Escuchar música, vivir, salir, caminar, andar por la ciudad, que la
ciudad ande por mí. Una vida muy noctámbula, no exactamente bohemia;
lo fue quizá en los primeros años y no tanto, tampoco.
-¿Es casado?
-Sí, con una argentina.(Se refiere a Aurora Bernárdez, con quien se
casó en 1953)
-¿Cuántos años de casado tiene?
-Algo así como 18, pero nos hemos separado.
-¿Hace poco?
-Tres o cuatro años.
-¿Le gusta el tango?
-¡Oh, sí! ¡Vaya si me gusta! Afortunadamente la música, para mí, son
discos, porque no tengo demasiado tiempo para ir a conciertos; además
resulta excepcional encontrar en París un lugar donde se toque tango
como a mí me gusta. De cuando en cuando suele bajar algún conjunto;
por ejemplo, el año pasado estaba Tata Cedrón con su cuarteto. Bueno,
yo los seguí como un perrito para tratar de escucharlos lo más posible.
Pero me defiendo con los discos; discos que consigo aquí, en Buenos
Aires y que incluso se consiguen en París cada vez más.
-¿Es cierto que hay una proliferación de lo latinoamericano en París,
en todos sus aspectos: música, danza, teatro, literatura?
-Es muy cierto, y lo que me interesa es que, en este caso, ha sido
la coyuntura histórica, las circunstancias históricas y políticas, las
que en buena medida han determinado esa proliferación. El francés se
interesa mucho por lo latinoamericano desde la revolución cubana; ella
significó la toma de conciencia de una realidad latinoamericana que
se les escapaba. Usted conoce los viejos chistes del francés que cree
que Montevideo es la capital del Brasil; y ese tipo de cosas. Bueno,
eso está prácticamente disminuyendo porque los diarios franceses tienen
una información latinoamericana cada vez mayor. Entonces, el hombre
de la calle empieza a darse cuenta de la diferencia que va de Chile
a la Argentina, por ejemplo, o de Cuba a México. Pienso que el plano
político tiene una repercusión en el plano artístico y literario...
El francés comienza a interesarse por la producción artística, por la
música, por la pintura de esa gente que ha hecho una revolución, de
esa gente a la que le están pasando cosas en América Latina. Creo que
hemos adquirido una especie de identidad, incluso una identidad diferenciada
que no teníamos antes. Ahí tiene el caso de su país, por ejemplo. Eso
que llaman "experiencia peruana" ha interesado mucho a los franceses,
y si usted mira un periódico como Le Monde o los semanarios políticos,
va a ver con cuánta frecuencia se publican análisis sobre el problema
peruano.
-¿Y cómo ve Cortázar la situación actual de toda América Latina?
-Con optimismo, y no creo que sea un optimismo ingenuo. Yo sigo sosteniendo
que a pesar de las dificultades manifiestas en muchos planos, cada día
más marcadas, eso que llamo la vía socialista de América Latina, es
una fatalidad a largo o a corto plazo. Los plazos son difíciles de precisar
para quien no entiende de política. Pero creo que es nuestro camino,
nuestro camino legítimo. Y estoy convencido de que cada país latinoamericano
a su manera, con su propia modalidad, con su propia idiosincrasia, lo
va a transitar. Hubo un tiempo en que se acusaba a Cuba de pretender
exportar su revolución e imponerla con los mismos moldes en el resto
de América latina. Usted sabe bien que eso es absolutamente falso, en
el sentido de que hoy cada país comprende que tiene que aplicar sus
propias modalidades, su propia manera de ser para abrirse paso. El ejemplo
de Chile (y en una medida muy interesante también el de Perú) me parece
aleccionante. Eso no tiene nada que ver con Cuba y, sin embargo, son
caminos paralelos y quizá, en última instancia, convergentes.
-¿Cómo intuye usted el futuro de su país?
-Continúo siendo optimista y mi optimismo no va a cambiar a lo largo
de esta entrevista, a pesar de que cuando uno llega a la Argentina tiene,
naturalmente, el eterno problema de los árboles que no dejan ver el
bosque. Porque hay una inevitable confusión, hay una multiplicación
de procesos paralelos y contradictorios en el campo ideológico que en
mi caso, por lo menos, dificulta muchísimo la síntesis. Además, le vuelvo
a decir, yo no entiendo gran cosa de política. Mi optimismo viene del
pronunciamiento popular traducido en los porcentajes de las elecciones
del 11 de marzo. Yo creo que eso es un movimiento de base, una especie
de sacudida desde el fondo hacia lo alto, que puede darnos una posibilidad,
que nos está dando una posibilidad extraordinaria para salir del inmovilismo,
del estancamiento.
BESTIARIO: 14 PESOS
-Volviendo a la literatura, es común escuchar a lectores y críticos
hablando de la promoción que tienen los escritores en nuestros días.
Yo, como trabajo en la radio, podría referirme a la maquinaria de promoción
montada en torno a los artistas de la música popular. Se ha hablado
también de que un mecanismo similar funciona respecto de los pintores
y escritores. ¿Es cierto que las grandes editoriales se preocupan de
promover al escritor como si fuera una star de cine de los años
30?
-Bueno, eso tendría que preguntárselo a aquellos escritores que, se
dice, están promocionados por sus editores. En lo que respecta a mí,
empecé a escribir mi obra en la más profunda soledad, sin el menor contacto
con los editores. Un buen día, quienes me descubrieron no fueron los
editores, fueron los lectores. El hecho de que yo haya llegado a ser
un best-seller en varios países se explica porque la mecánica editorial
llegó después de esa especie de toma de conciencia por parte de los
lectores. En América latina, éstos, de golpe, empezaron a tener confianza
en los escritores de sus propios países. Y éste me parece un fenómeno
realmente extraordinario porque es un fenómeno revolucionario. Mire,
lo he dicho veinte veces y pienso que tal vez no será inútil repetirlo:
cuando yo era joven, los editores argentinos hacían su dinero con traducciones
de obras del extranjero y, a veces, por una especie de caridad, por
una razón de amistad y de prestigio, editaban a autores nacionales con
reducidas tiradas. Y eso que usted llama promoción no existía. Yo le
podría mostrar los anuncios de mi editor cuando me marché del país,
el mismo mes en que salió mi libro Bestiario. Entonces, el anuncio
consistía en publicar con grandes letras las últimas novedades de François
Mauriac, Graham Greene y Lin Yutang, los autores que estaban de moda
por esa época; al final, con una letra muy pequeña decía "Novedades
nacionales. Julio Cortázar, Bestiario; y con la misma letra pequeñita
Felisberto Hernández, Nadie encendía las lámparas". El resultado
era que esos libros caían automáticamente al sótano. Mi editor se reía,
el otro día, cuando yo le recordaba que la primera liquidación de derechos
que tuve, estando en París, fue de 14 pesos y centavos; o sea que casi
costaba más el franqueo para devolver el recibo firmado que el dinero
que había resultado de Bestiario. Es decir que no hubo absolutamente
ninguna promoción, hubo algo mucho más extraordinario: esos libros,
por razones que no soy yo quien debe juzgarlos, sino ustedes, los lectores,
comenzaron a abrirse camino en la conciencia latinoamericana. Un día,
digamos entre los años 50 y 55, de repente, se empezó a hablar mucho
y cada vez más, eso que se llama bola de nieve. Se empezó a hablar de
Miguel Ángel Asturias, se empezó a hablar de Carlos Fuentes, se empezó
a hablar de Mario Vargas Llosa, se empezó a hablar de mí y de Alejo
Carpentier... y es entonces cuando empezaron a venir los editores, no
antes, ¡ojo!, esto es muy importante.
El boom, en su plano comercial, empezó después. Los editores
son gente que están ahí para ganar dinero, forman parte del sistema
capitalista, y de golpe palparon ese interés popular: la gente buscaba
libros que no existían en las librerías, la gente se prestaba los libros
porque habían sido tiradas muy pequeñas... Los editores se dieron cuenta
de que eso era negocio para ellos. Entonces comenzaron las reediciones
v comenzó esa política que usted llama de promoción y que era absolutamente
inevitable. Pero sostener que el boom es una maniobra editorial
es una calumnia tonta, porque se niega el valor revolucionario del boom.
Es que todo un continente, de golpe, empezó a tener confianza en sus
escritores, los descubrió. Ahora los anuncios de los editores dicen:
"Mario Vargas Llosa, Conversación en la Catedral", con letras
muy grandes. Luego, probablemente con letras más pequeñas, anuncian
la última novela de Francois Sagan. Hace veinte años hubiese sido lo
contrario.
-Su primera liquidación fue de 14 pesos y monedas. Ahora sus liquidaciones,
¿le permiten vivir cómodamente como escritor?
-Mis liquidaciones me permiten vivir, sí, como escritor... lo de cómodamente
es un adverbio que depende de la persona a quien se aplique. Yo pienso
que hay mucha gente que no podría vivir cómodamente con mis derechos
de autor: es la gente a quien le gusta un sistema de vida que supone
muchos gastos. Yo no he cambiado mi manera de vivir; es decir, que vivo
siempre en una casa muy pequeña y tengo un ranchito igualmente muy pequeño
en el sur de Francia para pasar el verano; eso que, en algún diario
argentino, se calificó de "suntuosa residencia", me encantaría que el
periodista que escribió eso se viniera algún día a tomar un trago a
mi "suntuosa residencia", para ver...
-¿Ha estado en Londres? ¿Va allí con frecuencia?
-Sí. Me gusta mucho Londres.
-¿Viaja siempre invitado?
-No, por lo general viajo por mi cuenta. Londres es una ciudad en la
que también me siento bien. Además, digamos que luego de la literatura
francesa, como segunda agrupación cultural después de la nuestra, viene
la literatura anglosajona: me marcó mucho en mi juventud. Incluso, creo
que yo no sería cuentista si no hubiera leído centenares y millares
de cuentos anglosajones, empezando por Edgar Poe y terminando por Henry
James. Me gusta ir a Londres para consumir esa literatura en el lugar
del hecho.
-¿A qué edad empezó a escribir?
-Bueno, mi madre dice que empecé a los ocho años, con una novela que
ella guarda celosamente a pesar de mis desesperadas tentativas por quemarla.
Además, parece que le escribía sonetos a mis maestras y a algunas condiscípulas,
de las cuales estaba muy enamorado a los diez años; esos maravillosos
amores infantiles que lo hacen a uno llorar de noche.
-¿Pero se enamoró normalmente o anormalmente? Se dice que uno se enamora
de las maestras y no de las condiscípulas, o de las condiscípulas y
no de las maestras.
-No, salvo con una, tuve muy buena relación con todas mis maestras,
pero como eran muy mayores creo que no deberían despertar ningún sentimiento
demasiado romántico en mí. En cambio, mis compañeras de estudio de la
escuela primaria, sí; esas niñas con trencitas... yo me enamoraba con
mucha frecuencia de ellas.
-Cambiando de tema. ¿Alguna vez tuvo algún problema para entrar o salir
de Argentina, o decir lo que quisiera en el país?
-No, nunca.
-Quiere decir que es el menos indicado para hablar de censura en la
Argentina.
-Bueno, un momento, soy el menos indicado para hablar de censura en
lo que a mí se refiere, puesto que no he sido censurado. Pero eso no
impide tener conocimiento de la censura cuando se aplica a otros.
-¿Va mucho al cine ?
-Sí, en París se ve cine del mundo entero y ahora con una gran libertad.
En tiempos de De Gaulle funcionaba una censura que escamoteaba muchas
películas o las cortaba. Yo me acuerdo, por ejemplo, que no quise ver
una de las películas de Ingmar Bergman -un director al que amo mucho-
El Silencio, porque sabía que la censura francesa había cortado
una larga escena.
NOVELA VS. CUENTO
-Julio Cortázar, volviendo a la literatura latinoamericana, ¿a qué
atribuye usted que un escritor como el mexicano Juan José Arriola no
tenga la trascendencia que merece?
-Bueno, por un lado se me ocurre que puede deberse al hecho de que
él no ha escrito novelas. Usted sabe que la novela es realmente el gran
medio de comunicación y de conocimiento literario, a pesar de que América
latina es un continente de cuentistas, para mi gran alegría. En América
latina se escriben y se leen muchos cuentos; pero de todas maneras,
el lector en general y el editor también, tienen una preferencia intuitiva
por la novela, por embarcarse así en un viaje más largo que el pequeño
crucero por el Delta que le da un cuento.
-¿Por eso se embarcó usted en una novela larga?
-No, yo me embarqué el día que sentí la necesidad de hacer un viaje
largo. Usted sabe que el problema del fondo y la forma es absolutamente
falso; simplemente hay ciertos temas que no se pueden tratar como cuentos,
sino que exigen un desarrollo novelístico. Cuando se quiere ahondar
en ciertos personajes o mostrar sucesivas etapas en una situación dada,
el cuento no sirve. El cuento es una esfera, es una cosa que se define
rápidamente y cuya perfección está precisamente en su brevedad. Esto
es útil para volver a Juan José Arriola: el hecho de que no haya escrito
novelas lo ha colocado en una situación que no diré marginal, pero reservada
a muy pocos que se interesan por los cuentos; y esto lo ha separado
un poco del gran público. Yo usaría la palabra injusticia, porque es
una gran injusticia lo que pasa con Arriola. Yo diría, sin ir tan lejos,
sin ir a México, que aquí en el Río de la Plata tenemos un ejemplo similar
y es el caso del uruguayo Felisberto Hernández. Felisberto es un gran
desconocido todavía. Me pregunto si en el Uruguay -salvo los llamado
intelectuales-el público conoce a Felisberto, un cuentista genial y,
como Arriola, un hombre de una modestia infinita. ¿Sabe que se ganaba
la vida tocando el piano en los cafés, y le importaba un bledo el prestigio
literario? Escribía sus cuentos (algunos han llegado a nosotros porque
se los había pasado a un amigo en manuscrito) y luego quedaban olvidados
en un cajón. Bueno, Felisberto tampoco escribió una novela; escribió
algunos cuentos largos pero ninguna novela; si la hubiese escrito sería
mucho más famoso. Creo que la explicación está en eso.
-¿Y qué piensa de Jorge Luis Borges a nivel mundial?
-Bueno, es de una trascendencia harto merecida. Usted sabe que, en
la actualidad, cada vez que se menciona a Borges inmediatamente la gente
se divide en bandos perfectamente diferenciados...
-¿Aquí en la Argentina o en otros lugares también?
-En América latina, diría yo. En otros lugares se lo conoce como escritor;
y lo que pasa en América latina es que en estos últimos años, además
de su trabajo como escritor, hemos conocido los puntos de vista geopolíticos
de Borges. Esto ha creado con respecto a él un antagonismo manifiesto
de parte de mucha gente que no puede aceptar cierto tipo de declaraciones
hechas por alguien cuya palabra tiene tanta repercusión en el interior
y en el extranjero. Yo personalmente no puedo aceptar que diga, por
ejemplo, que el único defecto de Estados Unidos es haberle dado educación
a los negros. Sin embargo, Jorge Luis Borges ha escrito algunos de los
mejores cuentos de la historia universal de la literatura. El escribió
también una Historia Universal de la Infamia.
-¿Ve a su madre con frecuencia? ¿Viaja su madre a Europa o viene usted?
¿Se cartea con ella?
-Alguna vez ha viajado mi madre a Europa y ha estado cierto tiempo
conmigo, pero ahora soy yo quien viene a verla. En cuanto a cartearnos,
bueno, ella es como Madame de Sevigné, es decir que me escribe muchísimo
y yo le contesto todas sus cartas: tenemos una complicidad epistolar
muy hermosa, porque mi madre a pesar de sus años...
-¿Qué edad tiene su madre?
-Tiene 78 años y se conserva admirablemente bien. Tiene un sentido
del humor que se sigue manifestando en todas sus reflexiones y sus actos,
con lo cual siempre hay posibilidad de diálogo y eso hace de nuestra
correspondencia y nuestra relación una amistad que no se ha quebrado
nunca. Yo soy muy amigo de mi madre. Y sé que ella no solamente me quiere
como hijo, sino que me estima como amigo, como camarada.
-Y con su padre, ¿fue también saludable la relación?
-No, con mi padre no fue nada saludable porque no hubo ninguna relación.
Yo dejé de verlo a los seis años; cuando se marchó de mi casa.
-¿Tiene parientes en la Argentina?
-Muy pocos, mi familia es muy pequeña y tengo más amigos que parientes.
Pero casi todos mis parientes son también mis amigos.
-Entre las fantasías que circulan por allí, se cuenta la de su juventud,
la de su gran vitalidad, la de su rostro impecable. Hace unos días,
conversando con una amiga mía que es muy varonista, me dijo: "Es una
pena que Julio se haya dejado la barba". Y recurrió al disco suyo que
editó aquí Héctor Yánover. Me lo mostró y dijo: "Mirá el rostro que
tiene Cortázar; con la barba se afea..."
-Bueno, habría que ver si en el caso que yo me afeitara para complacer
a su amiga, el resultado sería la misma cara que ella vio en la tapa
del disco; porque esa foto ya tiene unos cuantos años... De todas maneras,
me siento muy joven. Incluso, a veces tengo la impresión de estar viviendo
hacia atrás; es decir, sentirme cada vez más joven. Cuando yo tenía
25 años me sentía realmente mucho más viejo que hoy. No por razones
de tipo físico, sino, probablemente, por razones de contexto local:
yo pertenecía a una generación que se ponía cuello y corbata (incluso
conocí los famosos cuellos almidonados que son una verdadera tortura),
sombrero; una generación que jamás estaba en mangas de camisa en ninguna
parte... Había todo un ceremonial de vestimenta que, lógicamente, expresaba
otra clase de represiones, de almidonamientos internos. Entonces yo
era un joven viejo, un viejo joven en esa época. Yo lo sé muy bien.
En ese sentido, la experiencia europea y los años me liberaron fácilmente
de todo eso. De una manera natural, un buen día volaron los anteojos
(en realidad, yo no necesitaba usar anteojos; había un oculista que
había decidido que yo tenía que usar anteojos permanentes), descubrí
que realmente no los necesitaba. Ahora los necesito para leer, por cierto.
Hace veinte años yo podía pasarme toda una noche leyendo, escuchando
música; ahora se me cansa la vista.
-¿Qué artistas de tango son sus preferidos?
-Yo, por razones de edad, sigo identificando al tango con Carlos Gardel.
Eso es una preferencia de tipo histórico. Gardel ha muerto hace 37 años,
aunque como dicen los muchachos, "cada día canta mejor", lo cual es
muy cierto.
-¿Le gusta toda la discografía de Gardel?
-No, toda no. La discografía de un artista es como la bibliografía
de un escritor. A mí me gusta mucho Balzac, pero hay libros de Balzac
que se me caen de la mano. Y hay grabaciones de Gardel que me parecen
de una mediocridad total...
-¿Cuál se le cayó de la mano?
-No me acuerdo, quizá porque se me cayó de la mano. Olvido muy hábil:
olvidar lo que no me interesa...
-¿Y qué discos de Gardel son sus preferidos?
-Mire, a mí me gustan, sobre todo, los que él grabó entre el 30 y el
35, más o menos. Cuando se acompañaba exclusivamente con guitarra, cuando
tenía el famoso grupo con Barbieri y toda esa gente. Es la época en
que grabó Mano a mano y Mi noche triste. Creo que son
los dos tangos de Gardel que yo prefiero. Luego llegó el Gardel del
éxito, el Gardel de Hollywood, de las películas. Cuando él perfeccionó
su técnica de grabación -la grabación eléctrica-Gardel empezó a ser
acompañado por orquesta. Eso, desde un punto de vista puramente estético,
también son discos muy hermosos: El día que me quieras, Luces
de la ciudad... Es decir, los que le dieron importancia latinoamericana
y a nivel mundial, pero que no superan, para mí, al Gardel de los años
30.
-¿Qué otros artistas de la época pasada del tango figuran en su preferencia?
-Figura Rosita Quiroga, por ejemplo. A propósito, hace unos meses me
conmovió mucho; estando en París, recibí una carta de ella. Me mandó
una carta muy simpática, pidiéndome una foto. Y yo, que no le doy fotos
a nadie, -fotos autografiadas-, porque me parece un vedetismo tonto...
-¿Una tontería?
-Una tontería, sí. Bueno, busqué desesperado la foto más grande que
podía conseguir, se la firmé, se la dediqué con mucho cariño y se la
envié.
-Fíjese, Julio, que antes de llegar a conversar como estamos haciéndolo,
yo lo ví dos veces a usted en Buenos Aires. Hace unos días salía yo
de mi casa y usted, con la misma vestimenta que tiene ahora, estaba
parado en la esquina de Córdoba y Leandro Alem. Lo vi a usted, lo vimos,
la señorita que dijo que la barba no le quedaba tan bien como el rostro
afeitado, y me dije: "Acercarme lo encuentro irrespetuoso; Julio me
dijo que lo llamara para concederme una entrevista...". Entonces, me
quedé observando cómo mucha gente lo observaba. Cuando usted cruzó,
el joven que vende diarios en la esquina dijo: "Ahí va, ¿no?".
-Es algo que me sorprende y me emociona. Yo le puedo contar una anécdota...
-Pero esto viene -perdón que le interrumpa-a raíz de mi recorrida
por América latina. Yo no sé si seré chauvinista en cuanto a la Argentina,
pero no se da frecuentemente en el resto de América latina. Usted puede
llegar a Chile, y dirán "Ahí va Cortázar". Pero ese acercarse, ese querer
tocarlo, no por fanatismo sino por agradecimiento por lo que usted da...
Ha podido comprobar que la gente argentina agradece lo que le dan, siendo
que lo que usted le da es su trabajo, porque si no lo da se muere, y
si la gente no la recibe se muere dos veces.
-Eso lo comprendo muy bien y además lo estoy palpando en la calle,
diariamente...
-Y su anécdota, ¿cuál es?
-Sí, mi anécdota es muy divertida. No me pasó ahora. Me pasó en ese
viaje muy breve de hace dos años. Una noche tomé el subte con un amigo,
el poeta Francisco Urondo, que en este momento está detenido en la cárcel
de Villa Devoto, como usted sabe...
-Sí, señor.
-Yo estaba con Francisco Urondo, a las once de la noche esperando el
subte, creo que en la estación de Pacífico. No había prácticamente nadie
en la plataforma. De pronto, de un quiosco de diarios salieron dos personas
que se acercaron con unos guardapolvos grises: eran los vendedores del
quiosco. Uno de ellos, el más viejo, hizo eso que usted explicaba tan
bien hace unos segundos. Me demostró inmediatamente una especie de amistad
y ternura, con la discreción del criollo. Me dijo: "¿Le puedo estrechar
la mano? Yo vendo sus libros". Entonces, el más joven dijo: "No sólo
los vende, sino también los lee". Bueno, eso me pareció extraordinario,
porque había una toma de contacto llena de pudor y, al mismo tiempo,
había una tal confianza... Ellos estaban seguros de que yo iba a estar
contento de eso, ¿y cómo no iba a estarlo?
-Sí, creo que es una gratificación. Y un constante agradecimiento de
la gente...
-Yo tengo un amigo diarero en la esquina de Maipú y Viamonte. Somos
amigos desde la otra noche, en que yo volvía a mi casa a las dos de
la mañana y él estaba todavía allí. Evidentemente hay noctámbulos que
compran diarios. Bueno, estaba ahí, me vio y me llamó de una manera
que me conmovió porque me dice: "Che, Julio, vení. Che, Julio, vení
a charlar". Yo crucé, la calle estaba totalmente vacía. Él estaba con
un amigo, y terminamos tomándonos un café en el bar de enfrente. Él
dejó a un pibe para que le cuidara los diarios, había muy pocos clientes
a esa hora. Y desde la ventanilla del café se podía ver el quiosco.
Hablamos como una hora y media, de un montón de cosas. Yo me di cuenta
que él no había leído gran cosa; puede haber leído notas sobre mí, pero
no ha leído libros, me lo dijo además. Pero tenía una especie de conocimiento,
no tenía nada que ver con la literatura, pero era igualmente entrañable.
Y discutimos duro sobre ideología y política. No estábamos de acuerdo
en muchas cosas. El empezó diciéndome: "Porqué vivís lejos de aquí?
¿No sabés que la Argentina es el mejor país del mundo?". Yo le dije:
"Mirá, estás equivocado: que yo viva lejos -puedo tener mis motivos-
es un problema, pero en lo que estás equivocado es en afirmar, como
lo estás afirmando, engolando la voz, que la Argentina es el mejor país
del mundo. La Argentina no es el mejor ni el peor país del mundo. La
Argentina es un país como todos los países del mundo. Pensá que en este
momento que vos decís esto, hay un mexicano que está diciendo: México
es el mejor país del mundo, y hay un peruano que está diciendo: Perú
es el mejor país del mundo. ¿Te das cuenta que eso nos está desuniendo
en vez de juntarnos?" El muchacho, que es muy, muy inteligente, comprendió
inmediatamente. Me dijo: "Sí, es cierto, uno a veces exagera, pero éste
es un hermoso país." Claro que es un hermoso país, pero no el mejor
del mundo. Y mientras no nos quitemos esa tontería de la cabeza y se
la quiten los mexicanos, los peruanos y toda esa escala de chauvinismo
latinoamericano, le haremos el juego al enemigo, que busca -es uno de
sus caminos-dividirnos por el lado del nacionalismo.
-Y Francia, ¿no es el mejor país del mundo para los franceses?
-Probablemente, sí. Y se equivocan exactamente como mi amigo, el diarero.
¿Usted cree que un país, que cualquier país, es el mejor país del mundo?
-Usted me dijo al principio que no era político y le hacían preguntas
como si manejara política, sobre todo, latinoamericana. Yo tampoco soy
político, quizá sea un tanto soñador, un tanto más que idealista, fantasioso.
Yo creo que en este momento, en su país, en nuestro país, lo que hace
falta es realmente esa toma de conciencia para que toda la gente trabaje
y saque adelante este país.
-Bueno, algunos elementos de esa toma de conciencia, sin ser político,
yo puedo intuirlos. Tengo la impresión de que hay una voluntad deliberada
de salir del inmovilismo, de la actitud pasiva de la aceptación, que
ha sido muy frecuente, en mis tiempos, por lo menos. La aceptación de
lo que sucedía en eso que llaman "las esferas superiores", con la compensación
privada de hablar mal del gobierno, pero sin la menor responsabilidad,
sin comprometerse, eso lo he vivido yo en la Argentina y tengo la impresión
de que es una etapa superada. Es admirable ver cómo la gente da su opinión
en la calle, en las librerías, en los cafés, en los lugares donde yo
puedo hablar con ellos. Opiniones que a veces podrían ser, incluso peligrosas
para la persona que las está diciendo, y sin embargo, las dan. Los jóvenes,
sobre todo, las dan sin ningún temor, y eso me parece admirable, eso
es lo que usted llama toma de conciencia, y yo también.
-Salgamos de la política, y de los escritores. Con los pintores, ¿cómo
andamos? ¿Cuáles son sus preferencias, de acuerdo con los plásticos
argentinos que están en el candelero, como suele decirse? Los nombres
que suenan, los nombres que repercuten. ¿Tienen trascendencia en París
estos pintores?
-Sí, usted sabe bien que hay una serie de pintores argentinos que tienen
prestigio, no sólo en el país sino en todos los grandes centros europeos
y en Estados Unidos. Supongo que no hay por qué repetirlo: gente como
Macció, como Julio Le Parc, como Torres Agüero. Toda esa gente es muy
conocida y estimada. Lo que sucede es que la proliferación de pintores
latinoamericanos ha confundido un poco a los europeos. No distinguen
demasiado bien, me parece a mí, entre un pintor peruano y un argentino
o mexicano.
-¿No distinguen tan bien como en el caso político?
-No, por la sencilla razón de que pocas pinturas, relativamente pocas,
expresan claramente un contenido ideológico. Cada vez con más frecuencia
lo vamos a ir viendo. Es el caso de muchas de las pinturas de Seguí,
y muchas de las cosas que ha dicho o hecho Julio Le Parc. Pero el conocimiento
es menos definido que en el caso de la literatura. Es cierto que hay
signos de cansancio en Europa. No es el cansancio que lleva a decir
a algunos que Europa está muerta y liquidada, pero hay una madurez que
se traduce a veces en una pintura o en una literatura excesivamente
reflexiva o excesivamente hecha de recapitulaciones culturales. En cambio,
llegan los latinoamericanos con una pintura fresca, llena a veces de
ataques contra todo un sistema de valores, y eso al europeo lo sorprende
y lo admira profundamente. Yo me he fijado cómo asisten ellos a las
bienales de pintura sudamericana que se organizan de vez en cuando.
El francés se interesa mucho por eso. Nota que hay algo que es diferente.
Pero no incide demasiado la nacionalidad de los pintores.
-Muchos músicos y grupos fueron a la India y encontraron sonidos nuevos
para su expresión musical popular, pude oír también que en los europeos
hay una búsqueda de sonidos autóctonos latinoamericanos: se usa la quena,
se usa el charango... ¿Usted pudo apreciar algo allá?
-Sí, lo de la quena es algo muy divertido, porque su sonido se escucha
cuando uno se pasea por las calles de París. Ya sea que provenga de
un altoparlante, de la radio, de un disco o de uno de esos aparatos
de los cafés: hay un sonido a quenas por todos lados. Además, en la
noche, en las boites, en los cafés, en los lugares donde hay pequeños
conjuntos, siempre hay alguien que está tocando quena o charango.
-Y usted, ¿toca la trompeta?
-Sí, para gran desesperación de mis vecinos. Yo la tengo como procedimiento
higiénico. Cuando estoy muy cansado, fatigado, por haber escrito o leído
mucho, tocar un rato la trompeta es un ejercicio respiratorio formidable.
El problema de la trompeta es que es un instrumento implacable porque
exige una preparación previa de los labios y eso se consigue tocando
bastante seguido unos cuantos días. O sea que, en el momento en que
yo empiezo a sentirme un poco satisfecho... o me voy de viaje o no puedo
tocar durante un mes; entonces, cuando vuelvo, es una calamidad. Pero
me divierto mucho...
-¿Vió la película El Perseguidor que se hizo sobre un cuento
suyo?
-Sí, la ví en un festival europeo. En esa película me gustó mucho la
banda sonora. Entonces yo no sabía que el que tocaba era el Gato Barbieri,
porque el Gato no tenía en aquel momento la justa fama que consiguió
después. Yo sabía que había dos hermanos Barbieri, que uno había hecho
los temas y el otro, los había tocado, pero no los conocía. Cuando ví
la película, la música me impresionó, porque yo me estaba temiendo que
se hiciese un simple pastiche de Charlie Parker. Puesto que el personaje,
en alguna medida, encarnaba a Charlie Parker, los Barbieri tuvieron
la extraordinaria habilidad y la honestidad de hacer una música muy
original y que, al mismo tiempo, tenía un estilo. Era un homenaje, pero
no un pastiche.
-¿Cuántas películas basadas en sus cuentos se han filmado hasta ahora?
-Yo me olvido fácilmente... Manuel Antín filmó tres películas de las
que yo conozco dos. Hay una Circe, que no ví nunca. Bueno, luego
los mexicanos filmaron un mediometraje basado en el libro El ídolo
de las Cícladas, que ví en París. Creo que la película no tuvo éxito,
no se la vió más. Los mediometrajes son de difícil ubicación, sobre
todo, cuando es una película sin intenciones comerciales. Luego, usted
sabe, está Blow Up.
-¿Qué significa para un escritor como Julio Cortázar,
que filmen una película como Blow Up? ¿Tiene repercusión económica
satisfactoria, trasciende como promoción para la venta de sus libros?
-En el caso de Blow Up la repercusión de tipo económico yo la
advertí únicamente en Estados Unidos, porque la película de Antonioni
tuvo un enorme éxito, despertó gran interés e hizo que la gente empezara
a leer mis cuentos. Ahora los leen mucho más, allá.
-¿Y económicamente?
-Bueno, eso se traduce, naturalmente, en un aumento del número de ejemplares
vendidos. En cuanto a los derechos por la película, le voy a decir una
cosa muy divertida que le probará mi incurable ingenuidad. Es feo dar
cifras, pero usted me hace la pregunta y yo le contesto. Por Blow
Up, ese genio de las finanzas modernas que es Carlo Ponti me ofreció
y yo acepté, 4.000 dólares; ellos ganaron 25 millones con la película.
Eso no tiene ninguna importancia. El resultado es que Antonioni hizo
una admirable película y él se dió el gusto: eso cuenta mucho más que
4.000 dólares.
-Y usted se dio el gusto de verla...
-Sí; claro. Y verla así, como un espectador cualquiera... Estaba en
Amsterdam, un día de lluvia; estrenaban Blow Up, pagué mi entrada
y la ví. Me gustó mucho.
-¿Cuántos idiomas habla, Cortázar?
-Bueno, aparte del español, hablo el francés y, con dificultades por
falta de práctica continua, el inglés. Es un idioma que me gusta mucho,
pero como voy poco a Londres, y no voy nunca, por fundados motivos,
a Estados Unidos, tengo pocas posibilidades de practicar el inglés en
París.
-Pero ha estado en Estados Unidos...
-Estuve una sola vez, en el año 60, trabajando en uno de estos organismos
de las Naciones Unidas: me ofrecieron un contrato de revisor de traducciones
en Washington, en un congreso de quince días; entonces fui por las Naciones
Unidas, estuve en Washington y con el dinero que gané en esos quince
días me fui a Nueva York y me los gasté en otros quince días. Fue muy
divertido, porque cuando volví a París saqué la cuenta y ese viaje me
había salido un dólar. Fue una experiencia muy hermosa para mí, porque
Nueva York me exaltó y aplastó al mismo tiempo, me pareció -estos son
lugares comunes, porque creo que todos los latinoamericanos sienten
más o menos lo mismo-una ciudad absolutamente inhumana pero en la que
hay cosas extraordinarias para ver y para conocer. De modo que había
una ambivalencia continua de sentimientos. Se puede ser muy desdichado
y feliz, al mismo tiempo, en esa ciudad. Lo que sé es que cuando el
avión despegó para llevarme de vuelta a Francia, yo pedí cuatro whiskies
seguidos. Tenía una sensación de felicidad infinita. Sí, tenía la sensación
de escaparme de algo que no era para mí. Yo no podría nunca vivir en
Nueva York.
-¿Y se toma whiskies cuando se va de Buenos Aires, en el avión?
-No, jamás. Bueno, tomo los whiskies que me ofrece la aeromoza, que
tienen esa manera de ofrecer absolutamente irresistible. Tomo cualquier
cosa que me den, pero no tengo ninguna razón para tomar whisky; en cambio;
cuando me marché de Nueva York sí necesitaba festejar que volvía a un
lugar en el que me siento mejor.
-Cuando se va de Buenos Aires, ¿siente tristeza de dejar su país? ¿Quisiera
quedarse? ¿Cómo se siente Cortázar, cuando se va de su ciudad?
-Cuando me voy de Buenos Aires, y no me preocupa en absoluto que alguien
pueda pensar que estoy mintiendo, no siento que me voy de Buenos Aires,
porque apenas llego a París entro en una órbita de vida en la que Buenos
Aires está cotidianamente presente; sobre todo en estos últimos años.
Cuando digo Buenos Aires estoy diciendo la Argentina y América latina.
Para eso trato, en la medida de lo posible, de identificarme con toda
nuestra América latina. En estos últimos años, el trabajo que un grupo
de gente intenta realizar en París -entre otras cosas, por ejemplo,
la defensa de los prisioneros políticos-hace que aquello siga siendo
Buenos Aires en cierta medida. Yo recibo llamadas telefónicas que son
de porteños, seguimos hablando nuestro idioma y leyendo los diarios
de aquí.
-Cortázar, en este momento se me acaba de ocurrir una pregunta, hablando
de los presos políticos. ¿Qué se hace por los presos políticos que puede
haber en Cuba?
-Bueno, en primer lugar habría que tener información más precisa sobre
los presos políticos que puede haber en Cuba, y por qué siguen presos.
La información que yo he tenido siempre es que los presos políticos
de la isla están purgando una pena que les fue impuesta por un tribunal.
Es decir, que es gente, algunos de los sobrevivientes del ataque de
Playa Girón, que puede estar presa por ese motivo y tendrá que purgar
una condena de equis años. Yo no conozco casos de presos políticos que
no hayan sido juzgados en Cuba.
-En este momento, si hay alguna reacción contra el sistema cubano dentro
de Cuba, ¿no se llevan presa a la gente, no se la arresta? ¿Hay libertad
de expresión? ¿Podríamos hablar como en la Argentina, en este momento,
de Paco Urondo, sin mayores temores que los propios miedos internos?
-Bueno, piense en eso que se llamó el "caso Padilla". Las modalidades
que se aplicaron en ese caso a mí me parecen criticables, esa llamada
autocrítica que hizo Padilla me pareció una cosa inútilmente espectacular
y, además, repetía modelos que no me son simpáticos, como los soviéticos.
Pero es evidente que Padilla tuvo el pleno derecho de hacer su autocrítica,
de contestar a las preguntas y de responder a cualquier tipo de interpretación
que se hiciera en el curso de aquella reunión en la Sociedad de Escritores.
Tras lo cual Padilla se reintegró a su vida ordinaria; no sé si sabe
qué tiene un puesto de traductor en el ministerio y trabaja como cualquier
otro cubano. Por eso es que, cuando en Europa, los firmantes de aquella
triste y lamentable segunda carta a Fidel Castro aludían a procesos
en Moscú y al stalinismo, se equivocaban tristemente. Porque los procesos
en Moscú terminaban habitualmente con una bala en la nuca del acusado,
y Padilla termina con un empleo de traductor en el ministerio. Tengo
la impresión que hay alguna diferencia.
-¿Ha visto a su amigo Urondo en la cárcel?
-No, porque las visitas no están permitidas. Sólo pueden verlo los
familiares más inmediatos.
-¿Y le han hecho llegar sus saludos?
-Por supuesto. Y él a mí.
LOS NUEVOS ESCRITORES
-¿Qué se hace, cuando se es tan importante como usted, en Europa, por
la difusión de los escritores que comienzan su tarea literaria?
-Se puede hacer mucho. Hay unos cuantos argentinos, peruanos, gente
que vive en París y que hace mucho por los jóvenes. Yo creo en los buenos
parricidios. Así como Freud sostiene que el adolescente tiene que, simbólicamente,
matar a su padre para convertirse en un auténtico adulto, las generaciones
literarias deben proceder de la misma manera. Hay un momento en que
hay que matar al padre; es decir, al maestro, al modelo. Pero hay que
matarlo en buena ley y no con golpes bajos. Entonces, ese tipo de parricidio
me parece necesario. Yo pienso, por ejemplo, que esa generación latinoamericana
que se ha llamado del boom, ha completado su obra; muchos de nosotros
seguiremos escribiendo porque nos da la gana y porque es nuestro derecho,
pero en el terreno de la acción, de la influencia literaria, yo creo
que éste es el momento en que la palabra les es dada a los jóvenes,
y que ellos deben asumir esa responsabilidad. Entonces, por mi parte,
en la medida de mis fuerzas, yo ayudo todo lo que puedo. Yo soy el hombre
más odiado por todos los carteros de París, porque tienen que subir
cuatro pisos dos veces por día, con varios metros cúbicos de paquetes
de libros y cartas que me llegan de América latina. Los jóvenes me mandan
sus libros. Y en la medida de mis fuerzas, yo los miro. La lectura de
todos es imposible por razones físicas, pero con los años uno tiene
un olfato y un cierto instinto, y yo sé muy bien si un libro merece
ser leído íntegramente, me doy cuenta casi en seguida. Y entonces, siempre
que me es posible, recomiendo ese libro a las editoriales francesas.
-¿Un nombre?
-Néstor Sánchez, por ejemplo. Un novelista que es muy criticado y muy
combatido por el carácter experimental, muy audaz, de su obra, pero
que a mí me parece un escritor sumamente útil en nuestro medio. Es un
hombre que rechaza los moldes ordinarios de la literatura narrativa
y busca escribir libros que, siendo novelas, tienen al mismo tiempo
un aspecto formal, un aspecto idiomático, que está lleno de belleza
porque va en contra de todos los lugares comunes de la adjetivación
usual. Néstor Sánchez tiene una imaginación muy extraña y que trabaja
a base de síntesis fulgurantes, lo cual dificulta mucho la lectura.
Es un problema, yo lo sé, es muy difícil leer a Sánchez, pero yo siempre
lo he querido y lo he estimado mucho y estoy contento de pensar que
uno de sus libros se va a traducir ahora al francés. Y luego, supongo,
seguirán los otros. Ese es un nombre. Estoy muy contento también de
saber que Manuel Puig ha sido inmediatamente traducido y conocido en
Francia, y estimado. Y pienso que muchos otros seguirán el mismo camino.
-Y de los tangueros contemporáneos, ¿cuáles son los que oye en su discoteca,
en su casa de París?
-Bueno, sucede que a mí me gustan tanto los viejos tangueros -en eso
soy un perfecto reaccionario, evidentemente-que no he tenido realmente
tiempo de estudiar un poco más, conocer un poco más, lo que está sucediendo
en este momento. Justamente, en estos días ando buscando discos para
llevarme a París. Anoche, por la radio pasaban un tango: me gustó mucho
cómo sonaba, un sonido nuevo, moderno, diferente. Me enteré que lo interpretaba
un conjunto que se llama algo así como Guardia Nueva. Bueno,
no tengo la menor idea de quiénes son, pero me gustó mucho. A lo largo
de América latina me han preguntado mucho por la música de Piazzolla;
evidentemente hay un gran interés por estos experimentos que se hacen
con el tango. Pero, volviendo a mi aspecto reaccionario, cuando es medianoche,
estoy cansado y es la hora del último trago antes de dormir, yo sé que
casi siempre pongo un disco de Pichuco.
-¿Por qué Pichuco?
-Porque lo quiero mucho. Porque creo que es un gran, gran artista.
El bandoneón, en manos de Pichuco, es un instrumento de posibilidades
infinitas. Tiene una manera de frasear, de murmurar un tango, que me
parece incomparable. Yo sé que, sin duda, debo ser injusto con otros
bandoneonistas, que los habrá quizá tan buenos como él. Pero tengo un
disco de Pichuco donde Roberto Grela toca la guitarra, que me parece
absolutamente admirable. Espero llevarme una buena cantidad de discos
de gente joven.
-¿Por qué accedió a conversar con nosotros, Julio Cortázar?
-Porque le tengo confianza. Eso es una cosa que cuenta para mí más
que cualquier otro tipo de referencia. Se dice muy frecuentemente que
yo desprecio a los críticos, que desprecio a los periodistas. Eso es
también una calumnia. Yo no desprecio a nadie en principio. Pero sospecho
a veces las intenciones. Sospecho quién manda a un señor. Y entonces
no es que lo desprecie, simplemente...
Crespo, Antonio (compilador); Confieso que he vivido y otras entrevistas, Buenos Aires, LC Editor, 1995
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