Entrevista por Antonio Trilla
Cortázar:
el boxeo y el jazz, dos pasiones de cronopios
Entrevista realizada
en Madrid en 1983
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Lo encontré de casualidad. Él esperaba a unos amigos sentado tranquilamente en un café, mientras leía el periódico. Sabía de su rechazo a las entrevistas pero me acerqué igual, porque también sabía que el gran
cronopio que era, guardaba cuotas parejas de humor, generosidad y "buena leche", como decimos en mi tierra. Y que, como buen
gato de jazz, amaba la improvisación.
Alcancé a explicarle, algo cortado, que había estado buscándole porque
quería hablar con él sobre boxeo y jazz, dos de sus grandes pasiones,
cuando dispusiera de quince minutos.
- Ahora mismo -me sorprendió.- ¿Querés un café?
Y ahí
estaba, sentado frente al escritor con el que había compartido días, noches y
madrugadas, como lector frenético de sus cuentos y novelas; con el hombre al
que admiraba por su compromiso con las luchas sociales de América latina, por
su valiente respuesta a las dictaduras militares en ese continente, por su amor a
la "dulce Nicaragua".
- En España, como tú sabes, el boxeo
tiene un marcado rechazo en los ámbitos intelectuales -algo que no comparto
desde luego, como buen aficionado al boxeo que soy- salvo quizás algunas
importantes excepciones como los directores de cine José Luis Garci o Gonzalo
Suarez. ¿Por qué y cómo te interesaste en el boxeo?
- El por qué
nunca me lo pregunté... A mí el boxeo me interesó desde muy niño. Sabes que
en la Argentina, el boxeo es un deporte muy popular. Cuando yo era niño tuvimos
un gran campeón de peso pesado, Luis Angel Firpo, que tuvo una carrera
espectacular. Él fue a pelear a los Estados Unidos, y disputó el título
mundial de peso pesado con el norteamericano Jack Dempsey, en 1923. Dempsey era
un gran campeón y terminó venciendo a Firpo, pero después de que Firpo lo
hubiera noqueado y de que el referee y el público ayudaran a Dempsey a
levantarse. Técnicamente Firpo había ganado la pelea y Dempsey debió haber
sido descalificado. Pero el combate siguió y finalmente, Dempsey le ganó a
Firpo. Todo esto está contado en La vuelta al día. Yo tenía en ese
momento nueve años y aquello fue como una tragedia nacional, porque en la Argentina
se consideró un robo al país aquella pelea. No faltaron los que pedían romper
las relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Aquella pelea creo que definió
mi pasión por el boxeo, porque yo quedé muy impresionado por lo de Firpo y
empecé a interesarme por ese deporte que, en esos años, ocupaba mucho espacio
en los periódicos. Leía todo lo que se publicaba sobre boxeo y escuchaba por
radio las peleas más importantes. Desde luego, que, como vivía en una casa
llena de mujeres no había nadie dispuesto a llevarme a ver una pelea.
- "Torito", el boxeador, es un personajee que conecta contigo, que te
es profundamente simpático y que, incluso, pareciera que te provoca ternura...
- Sí, era justo Suárez, un boxeador desllumbrante... Cuando yo era adolescente
o quizás algo más adelante, la aparición en Argentina de Justo Suárez, el
"Torito de Mataderos", fue otra conmoción. Era un boxeador
extraordinario... Suárez era brillante, espectacular y de una gran simpatía.
Conectaba muy fácil con la gente. Y curiosamente, también terminó perdiendo
al final en los Estados Unidos, como esta contado en Torito. Justo Suárez
terminó de un modo trágico, abandonado por todos después de la derrota y
murió tuberculoso en un hospital de provincia en Córdoba. Para mí, su muerte
-que fue una verdadera tragedia del depoorte- fue también un acontecimiento
importante. No me perdía una sola pelea suya. Un día, estando yo en París, en
la época en que vivía todavía en la ciudad universitaria, recordé todo
aquello y de golpe me senté a la máquina. En dos horas escribí el cuento, con
datos muy precisos sobre sus combates, porque lo había seguido a lo largo de
toda su carrera. Durante dos horas me sentí Justo Suárez y escribí como un
boxeador.
- Tú has dicho muchas veces que, en esa época, eras un esteta, un hombre que
vivía a espaldas de la realidad de América latina y de la historia. Cuando
ibas al estadio, a ver boxeo, ¿también eras un esteta?
- Sí, yo he dicho alguna vez que iba a ver boxeo al Luna Park con un
libro bajo el brazo y era así. Era el joven esteta para el que el boxeo
también era un espectáculo estético. En esa época yo miraba todo con un criterio
exclusivamente estético, y lo veía como un fenómeno estético.
- ¿Sigues siendo todavía un buen aficionnado al "noble deporte de los
puños", como se dice en España?
- Sí, desde luego. Sigo al día todo lo qque se relaciona con el boxeo.
- ¿Qué te provoca el boxeo para que te iintereses por un deporte al que
critican como violento y cruel?
- Es que yo no lo veo violento y cruel. A mí me parece un
enfrentamiento muy honesto, muy noble, como decías ahora. Me interesa el
enfrentamiento de dos técnicas, de dos estilos, la habilidad de vencer siendo a
veces, más débil. Te diré que casi siempre estuve del lado del más débil en
el boxeo y muchas veces los vi vencer y es una maravilla. Por otra parte, lo que
sucede es que a mí no me interesan los deportes colectivos. Eso pareciera que
va en contra de mi ideología pero creo que no es así. El fútbol, por ejemplo,
me es totalmente indiferente. Sé que decir esto, en boca de un argentino, es
algo grave... (se ríe), capaz de desatar muchas iras... Pero me es tan
indiferente como el rugby o el beisbol. Me gustan los deportes donde se
enfrentan dos individuos, como sucede en el tenis o en el boxeo. Son dos
destinos que se juegan el uno contra el otro. En el fútbol son once contra
once, gana o pierde un equipo. La responsabilidad individual se diluye, todo se
diluye; alguien pudo haber jugado muy bien o muy mal pero nunca tiene la plena
responsabilidad del triunfo o de la derrota. En el boxeo eso no es posible.
Allí un hombre vence a otro. Gana porque es mejor o porque hizo mejor las
cosas.
- ¿Qué boxeador te ha provocado esa emoción digamos
"estética" que puede dar una especial mezcla de armonía física,
técnica, fuerza...?
- Estéticamente es muy hermoso ver enfreentarse a dos grandes boxeadores.
Contemplar sobre un ring, verlo moverse a Sugar Ray Robinson, por ejemplo, es
una maravilla. Por eso, nunca me gustaron los boxeadores sin talento.
- Con frecuencia utilizas en la literatuura elementos del jazz o del boxeo, haces
comparaciones...
- Me parece interesante que me preguntes esto. En América latina hay
todavía una tendencia romántica a buscar metáforas que respondan a imágenes
consideradas "nobles". Yo desde muy joven sentí que debía
desacralizar, quitarle a la literatura esa imagen "noble"; siempre
pensé que había en la vida cotidiana elementos llenos de belleza, que era
necesario incorporarlos a la literatura. Desde el comienzo hay en mis libros
referencias del tipo que señalas. Un buen match de box -como decíamos antes-
puede ser tan hermoso como la metáfora más "noble".
- Aparte de los que ya mencionaste, ¿quéé otros boxeadores has admirado?
- Muchos, sobre todo, los de la época dee oro. Y me gustaba mucho Cassius Clay.
Su descaro, sus bravuconadas, ese estilo de desafío permanente. Él decía que
era "el más grande" y quizás lo haya sido. Lo que es seguro es que
ha sido, sin duda, uno de los más grandes de la historia del boxeo. Y de la
Argentina, admiré al "Intocable", Nicolino Locche.
- ¿No te gustaba Carlos Monzón?
- Sí, sí, me gustaba mucho. Era un boxeador cerebral, que usaba la
cabeza para pelear. Y era demoledor. De una finura cruel para boxear. La pelea
con el italiano Benvenuti es inolvidable. Y también el combate con Boutier, que
yo vi por televisión. A propósito, ¿sabes que en los años veinte, Ho Chi
Minh era cronista de boxeo en París? En una ocasión, comentando para una
revista francesa, un combate entre dos boxeadores norteamericanos, uno negro y
otro blanco, él escribió un extraordinario alegato contra el racismo, desde
luego sin utilizar ni una sola vez esa palabra... Recordé ahora ese alegato,
porque cuando vi la transmisión de la pelea Boutier-Monzón me indignaron los
comentarios racistas que hacía el relator.
- Hablando de Monzón, hay otro cuento tuuyo, La noche de Mantequilla,
donde también el boxeo está presente...
- Ah, sí, es la historia de la pelea de Carlos Monzón y
"Mantequilla" Nápoles en París, una pelea que me dejó un recuerdo
muy especial. Así que cuando se me ocurrió la idea del cuento, que es una
historia que tiene que ver con la política, la situé en aquella noche en el
estadio.
- Si no te molesta, podemos pasar al jazzz, otra de tus pasiones... ¿Sigues
tocando la trompeta?
- Cada vez menos. En un tiempo la tocabaa pésimamente, para tortura de mis
vecinos, pero ahora estoy constantemente viajando, de un lado a otro, cuando no
estoy en Nicaragua, estoy yendo a México o regresando a París... vivo en los
aviones. Y la trompeta es un instrumento implacable que exige una preparación
de los labios y eso sólo se consigue tocando seguido. Por otra parte, no estoy
en las mejores condiciones físicas ahora para tocar la trompeta, pero me
divertía mucho cuando podía hacerlo. En realidad, debo confesarte que yo soy
un músico frustrado.
- ¿Tocabas algún instrumento de niño?
- Sí, el piano, me obligaron a tocarlo desde los ocho hasta los trece y
un día cerré el piano y no quise tocarlo más. Una tía mía, fanática de
Bach y de Chopin fue la que hizo de mí un melómano.
- ¿Desde cuándo te interesó el jazz?
- No lo sé exactamente, pero creo que noo tengo casi recuerdos sin jazz. Yo
nací en 1914 así que, cuando era chico, asistí al nacimiento de la radio...
no había discos de jazz todavía. En esa época se escuchaba en la radio, en
Argentina, tangos, música clásica o música popular hasta que un día, -yo
tendría diez años- escuché por primera vez un fox trot y fue mágico
para mí. Dos o tres años después, descubrí a Jelly Roll Morton y más tarde,
a Louis Armstrong y a Duke Ellington. Durante mucho tiempo ellos fueron mis músicos
de jazz preferidos.
- ¿Ya no lo son? ¿Qué discos salvarías ddel diluvio?
- Sí, sí, lo siguen siendo. Es más, si tuviera que elegir algunos
discos para salvar del diluvio, -como dices- (se ríe) me llevaría discos de
los tres, sobre todo algunos del viejo Armstrong y del Duke Ellington de los
años veinte al treinta. Como ves no he evolucionado mucho...
- ¿No te
llevarías ningún disco de música clásica?
- Bueno, quizás no me expliqué bien. El jazz es maravilloso pero la música
clásica es como la gran literatura y mi amor por el jazz es algo que corre
paralelo a mi amor por la música clásica... Si oyes la música medieval, la
música de cámara de Mozart o los últimos cuartetos de Beethoven, sabes que es
todo lo que se puede conseguir en música. Si tuviera que elegir discos para
salvar del diluvio entre jazz y música clásica -cosa que no querría-, aún
con mucho dolor escogería algunos de música clásica, entre los que te he
dicho e incluiría también a Bela Bartok.
- Tú escribiste "El perseguidor"
como un cierto homenaje a Charlie Parker. ¿Cuándo descubriste su música?
- Fue antes de irme de la Argentina. Cuatro o cinco años antes, un día
compré Lover Man, sin conocerlo. Al principio mi reacción fue negativa
hasta que un día la cabeza me hizo clic y desde entonces, muchas cosas que
había oído hasta ese momento perdieron sentido. Su música fue muy importante
para mí.
- De los que vinieron después, ¿quiénes te impresionaron como Parker?
- Dizzy Gillespie, Miles y después, Colttrane. Esos son discos que también me
llevaría conmigo. Y sin duda, no podría olvidarme de Earls Hines, que es un
pianista al que adoro. Toca como un dios. ¿Sabías que Dizzi y Charlie Parker
tocaron en 1943, juntos, en la banda de Hines? Earl es un músico maravilloso,
lleno de alegría y humor. Los movimientos de su mano derecha suenan como una
transposición de la trompeta de Armstrong...
- ¿Escuchas jazz a diario? ¿Escuchas mieentras trabajas?
- Sí, escucho dos o tres discos de jazz por día y bastante más
música clásica. Pero jamás pongo música mientras hago otra cosa. Los que
compusieron esa música no lo hicieron para que fuera un "fondo
musical" sino para que lo oyéramos con la misma atención con la que leemos
un libro.
- Una última pregunta: ¿crees que el jazzz ha influido en tu obra?
- Sí, mucho. Me enseñó cierto swing/i> que está en mi estilo e intento
escribir mis cuentos, un poco como el músico de jazz enfrenta un take,
con la misma espontaneidad de la improvisación.
Crespo, Antonio (compilador); Confieso que he vivido y otras entrevistas, Buenos Aires, LC Editor, 1995
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