INICIO

Localice en este documento
Pedro Salinas
Nota preliminar a la antología de Pedro Salinas







Cambiar color de fondo
Blanco   Gris 40%   Gris 50%   Negro
Tamaño de fuente
Reducir   Aumentar
Color de fuente
Blanco   Gris 25   Negro
 
   

   Tanto que decir sobre esta edición de poemas de Pedro Salinas, lo primero que la palabra antología es de las que se nos quedan como una espina de merluza y entonces nada, no la usamos y se acabó. Claro que como hay poemas que están y otros que no están, y las dos cosas han sido decididas por mí (usted perdone y disculpe, doctor), el resultado es una antología, pero si de entrada estoy diciendo que la palabrota me incomoda, usted lector sabrá lo que tiene que hacer, o sea, a) devolver el libro con inmensa indignación si es de los que creen en la seriedad profesional en eso de las antologías respetuosas, o b) sentir como una cosquillita en los dos rincones donde astutamente se juntan los labios para impedir que la boca siga más allá de lo razonable, y ahí nomás saltar desde esta misma frase a lo que realmente cuenta, los poemas que murmuran sus abejas en la colmena paralelepípeda que tiene en las manos, y ojo que a veces pican aunque casi siempre prefieren danzar en el aire de la lectura sus mensajes de alegría, ese otro nombre del amor y de Pedro Salinas.
    ¿Por qué no seré japonés? Fastidia tener que explicar cosas, ponerse delante de lo que importa, abejas y palomas, pero no me ha sido dado el milagro de un haikú que lo fijaría todo en tres líneas y paf. Necesito señalar algunos parámetros y después, como en la canción infantil, abriremos la puerta que nos llevará a jugar. Salinas ya no está con nosotros, yo no lo conocí y usted probablemente tampoco, pero sucede que tampoco él conoce este día en que usted va a leer sus poemas, este tiempo que vertiginosamente deja atrás tantas estéticas y éticas, o sea (hipótesis de trabajo): ¿Qué diría Salinas de esta selección de su obra poética? La pregunta me ha hostigado como el ojo a Caín en cada minuto de mi maldito trabajo quirúrgico -que sí, que no, que en ésta está-, y por eso me escapé como Caín de mi casa con los poemas en el bolsillo y un cuaderno en blanco, anduve viajando por Alemania y Austria (sic) leyendo, releyendo, eligiendo, vacilando, en cafés, en hoteles, en los bosques del Palatinado, en los cabarets de Nuremberg, en una colonia de hippies de Heidelberg, en el Organismo Internacional de Energía Atómica con sede en Viena, donde a veces me contratan insensatamente para revisar traducciones, y de tanta vagancia con Salinas en un autito azul y nosotros de incógnito en países que eran una perfecta no man's land, sin teléfonos ni cartas ni amigas ni diarios, así y con una barbaridad de vino blanco y caminos rurales y posadas de aldea, la pregunta se fue contestando a sí misma, sentí que si Salinas viviera hoy y fuera él quien armara este libro en este tiempo, bajo estos ritmos del setenta, para estos lectores que han aprendido por fin que el único respeto a la poesía consiste en leer lo que está vivo para ellos y el resto que se mande a guardar, en un perdernos por valles y carreteras y gentes tan ajenas a lo español como las que él debió conocer en sus últimos años y que estoy seguro le hubiera gustado reencontrar en la poesía que escriben hoy, violenta y de pura bofetada como la de un Gary Snyder,

    eating peanuts I don't give a damn
    if anybody ever stops I'll walk
    to San Francisco what the hell


así y entonces Pedro Salinas hubiera hecho algo parecido a lo que hay aquí, u otra cosa pero en la misma línea, es decir guardando lo que late entre los dedos y dejando caer lo que ya está bien para las ediciones definitivas y anotadas, esas que ya vienen con las polillas puestas. Yo se lo pregunté tantas veces en los altos de la ruta o en las mesas de los cafés, para asombro de camareros que me veían hablando con el aire, y sentí que un poeta quiere ser leído contemporáneamente y no homenajeado en mármol con corbata de discurso magistral, y que lo mejor de Salinas saltaba de sus libros con una gracia de gato joven apenas se le perdía el miedo a la irreverencia, a la cronología y al qué dirán los hombres sabios. Con lo cual, en un mes de trashumancia nada recomendable, esto.
    Agrego algunos detalles operacionales, como dicen por ahí. La cronología se fue al diablo, what the hell, porque hoy sabemos que hoy es solamente hoy, hic et nunc si le gusta más, y en ese caso, ¿qué sentido tenía empezar respetuosamente por las etapas en que el poeta se busca a sí mismo, para que al final el lector vaya llegando ya más bien cansado a los grandes encuentros? No somos lectores de opera omnia, no hay tiempo, vamos a lo más entrañable, sin esa tópica progresión de juventud a madurez que en el fondo es un problema personal del poeta y que además ni siquiera vale con Salinas, la prueba está en que el octavo poema de Presagios, su primer libro, contiene ya el tono inconfundible que dará después La voz a ti debida. De la misma manera, si faltan aquí no pocos poemas de sus últimos tiempos, es porque a eso que llaman evolución de una obra preferí la visión atemporal de la poesía, ir reuniendo poemas por afinidades y ritmos y contactos, de manera que todo está barajado como hay que barajar un mazo antes de esa gran partida en la que el poeta y su lector se juegan lo mejor que tienen.
    Para barajar tuve medrosamente que sustituir a Salinas, optar desde mi lado. Pasó lo previsible: los poemas de amor quedaron en su gran mayoría, son los que se posan para siempre en ese árbol de la memoria que niega el tiempo y lo anula, y una noche en un banco junto al río en Tübingen, leyendo con ayuda de una linterna de bolsillo, para escándalo y sospecha del guardián del parque (la torre de Hölderlin se recortaba en el agua del Neckar), medí una vez más lo que ya había sabido hace treinta años en la Argentina, que Salinas y Cernuda fueron en su tiempo y en su lengua los dos más grandes poetas del amor, y que un maravilloso misterio se desvela apenas medimos el sentido de esa doble sumersión en lo erótico, Salinas exigiendo la dialéctica ardorosa del encuentro con la mujer, Cernuda extrapolando a nubes y vientos panteístas el amor homosexual, cubriendo entre los dos y sin saberlo una esfera total que tantas mutaciones, tantas quiebras de valores recibidos muestran hoy como el dominio inalienable de ese hombre nuevo que empieza ya a asistir a su último, impostergable advenimiento. Alguien hará un día con Cernuda lo que yo ahora con Salinas, ya Octavio Paz precisó en su Cuadrivio cosas que nadie se había animado a decir sobre el signo de su poesía. Quede así claro que a la hora de elegir, los poemas de amor de Salinas llenan casi todo el volumen, y que además los he ido poniendo desde el vamos para que la voz a él debida sea la más suya, la que su corazón prefirió siempre. Desde luego los mezclo con otros, los llevo y los traigo porque así hemos amado todos: los libros, el cine, las carreteras, la metafísica, la lucha política, los paisajes se desgajan de nuestros amores y les dan su último sentido, y desde ahí volvemos al profundo puerto, entramos otra vez en la bahía que de alguna manera lo contiene todo, la mujer que es la luna del hombre, el agua original de la alegría y el consuelo. Vengan a decirnos -porque se dice por ahí- que Salinas cae en un conceptismo de lo amoroso, que juega con la idea de lo erótico (tu solo cuerpo posible:/tu dulce cuerpo pensado), como si después de Dante o el Shakespeare de los sonetos o John Keats o Apollinaire no fuera transparente que en todo gran poeta la pasión suscita y alimenta un sistema de intuiciones trascendentes, un desasosiego existencial, una metafísica que sólo los prejuicios y los vocabularios (que es lo mismo) disocian falsamente del río de la sangre enamorada. En Salinas la inteligencia también hace el amor, y su don poético que es, como siempre, el de establecer las relaciones más hondas y más vertiginosas posibles aquí abajo entre las formas del ser, para cazar, para poseer ontológicamente la realidad huyente, procede desde y en el amor. Cuando Salinas le habla a una mujer, le está hablando a todo lo que ella le da a ver, a todo lo que nace a partir de ella por el solo hecho de ceder o negarse a su pasión. Catulo y Dylan Thomas y Cesare Pavese y Paul Eluard lo supieron mejor que los dómines de turno; ojalá también ustedes, lectores de esta poesía, hombres de un tiempo que ha roto por fin tantos tabúes idiotas, tantos géneros y casillas y altos y bajos y blancos y negros. Alguna noche de vino y de hierbas fumables, con The Soft Machine o John Coltrane afelpando el aire de reconciliación y contacto, lean en voz alta los poemas de Salinas, dibujen en un oído cegado por la tinta de imprenta ese árbol de poesía que Rilke sintió en el canto de Orfeo. No sé de mejor manera de pagar una larga deuda y recibir a la vez mucho más, infinitamente mucho más de lo que damos.

Julio Cortázar
París, 1970

Agradezco a Ignacio Jordi Atienza por enviarme este texto.


Ir a más textos

Volver atrás