Otro fracaso petrolero: otra lección para
aprender
Roberto Laserna
En la literatura económica se conoce como “la
maldición de los recursos naturales” a la paradoja que sufren los países que
son ricos en recursos naturales pero que, sin embargo, no logran el crecimiento
económico que les permita resolver los problemas de su población, que suele
terminar sumida en la pobreza.
Eso de “maldición” en un concepto económico puede
parecer exagerado y poco riguroso. Pero el fenómeno que se designa de ese modo es
real y dramático. Tanto, que se ha comprobado que no existe un solo caso
exitoso de desarrollo basado en la explotación de recursos minerales o
petrolíferos. Algunos países, dotados de un sólido sistema institucional y de
una economía diversificada, han podido eludir los problemas asociados a la
abundancia de recursos financieros provistos por el generoso azar de la
naturaleza. Pero la gran mayoría no solamente no pudo aprovecharlos, sino que sufrió
un grave deterioro en su economía que, por supuesto, terminó afectando a la
mayor parte de sus habitantes. La pobreza y la desigualdad se expanden en la
mayor parte de los países que “disfrutan” de booms
petroleros, debilitando a sus instituciones y sometiendo a sus habitantes a los
flagelos de epidemias y hambrunas, de autoritarismo y de desigualdades.
Buscando evitar estos problemas, el Banco
Mundial intentó reproducir en el Africa las
experiencias de Noruega y Alaska, que se pueden contar entre los pocos casos
que lograron eludir la maldición.
En ambos países se crearon fondos de reserva con
los recursos provenientes de la explotación petrolera, cuya administración fue
delegada a cuerpos colegiados ajenos a la política cotidiana y sujetos a normas
claras sobre el uso de esos dineros. La idea fue evitar que el dinero fácil corrompiera
o debilitara a los gobiernos o que distorsionara la economía, y que al mismo
tiempo se preservara algo de esa riqueza para las futuras generaciones.
El Banco Mundial promovió esta idea en Chad,
incluso condicionando su cooperación a la adopción de la misma. Apoyó el
desarrollo de la industria petrolera a condición de que ese país estableciera
un fondo y garantizara que los recursos obtenidos se invirtieran en educación y
salud, en desarrollo rural y protección ambiental y siempre que una parte quedara
como reserva a fin de invertirla y transformarla en nueva riqueza para
beneficio de los futuros ciudadanos de Chad.
Aprobada la ley en el Chad, el Banco dio todo
su apoyo al gobierno y a los consorcios interesados en explotar la inmensa
riqueza del subsuelo, financiando el oleoducto hacia Camerún que conectó la
producción del Chad con los mercados mundiales. En noviembre del 2003 el fondo
recibió los primeros ingresos. Durante los dos años siguientes, la producción petrolera
se expandió rápidamente.
La república de Chad, independiente desde 1960,
es mediterránea, tiene una población similar a la de Bolivia pero su nivel de
producción es la mitad del nuestro y más del 80% de su población se encuentra
en situación de pobreza. En todo el país hay apenas 11 mil líneas telefónicas,
una estación de televisión y cuatro emisoras de radio FM. Aunque se estima que
hubo un crecimiento económico de más del 35% el año 2005, no se puede saber
realmente a quién beneficia ese nuevo dinamismo.
En estos dos años el fondo creado para
satisfacer las prioridades establecidas por ley habría recibido cerca de 240
millones de dólares, por lo que las perspectivas de futuro se mostraban alentadoras.
El esquema, sin embargo, ha empezado a
derrumbarse. El parlamento de Chad, en uso de su soberanía, claro está, ha
decidido modificar la ley que regula el fondo, permitiendo que el gobierno de Idriss Deby administre de otra
manera los recursos. Por ejemplo, ha eliminado las reservas para futuras
generaciones y ha incluído los gastos militares entre
las prioridades nacionales.
Considerando que de este modo el gobierno de
Chad quebró sus compromisos, el Banco Mundial acaba de anunciar la suspensión
de todas sus operaciones con ese país, incluyendo desembolsos por cerca de 124
millones de dólares. Esta decisión ha sido anunciada luego de dos meses de
esfuerzos realizados para convencer a las autoridades chadianas
de la necesidad de mantener el plan original y concentrar sus esfuerzos en la
lucha contra la pobreza.
Una vez más, la tentación de los millones
petroleros ha resultado irresistible.
La experiencia de Chad demuestra que la
maldición de los recursos naturales es más fuerte de lo que se cree, y que se
requiere mucho más que buena voluntad para vencerla.
¿Podrá Bolivia eludir esa maldición? Es difícil
predecirlo. El riesgo al que nos enfrentamos es enorme, porque ni siquiera
existe preocupación sobre los efectos negativos que podría traer la exportación
de gas natural para una economía tan débil como la nuestra, y para un sistema
institucional tan vulnerable como el que tenemos. Al contrario, parecemos estar
ya atrapados en la ilusión de que ahí, en el gas, está la solución a todos
nuestros problemas.
Lo menos que podemos hacer es
aprender de las experiencias de otros países. Ellas enseñan que el dinero fácil
y concentrado no fortalece la economía ni las instituciones, y suele más bien agravar
que solucionar problemas. Lo que hagamos con esa lección ya es cosa nuestra.
Publicado en La Prensa, 29 de enero de 2006