LA LEY 1008... NO SE IGNORA

Roberto Laserna

 

El Presidente recibirá a Otto Reich, alto funcionario de Bush, y ambos han dado señales de apertura. Sobre las negociaciones en curso Reich dijo que interesan resultados... no la manera en que se llegue a ellos. Sobre la Ley 1008, el Presidente dijo que “se cumple o se cambia, pero no se ignora”.

El diálogo será útil si en vez de tratar los medios se concentran en los fines, y los definen de manera viable. Pausa o erradicación, Ley 1008 o militarización, son medios que tienen sentido sólo si hay acuerdo sobre los fines.

Reich destaca el interés de su gobierno en reducir cultivos para disminuir el flujo de drogas. Su política, discutible, es un dato que no podemos ignorar. Pero dada la tradición democrática de su país podemos también pensar que esa meta debe armonizar con la defensa de la democracia, no solo por su valor, sino porque abre los caminos del desarrollo. Estos objetivos son seguramente compartidos por el gobierno boliviano y por los campesinos.

Desde el punto de vista de éstos, sin embargo, la cuestión es más concreta: tiene que ver con oportunidades económicas para una vida digna y segura.

La Ley 1008 ha sido un medio clave de la política antidrogas. Se la aprobó en tiempos de emergencia. Los cultivos de coca crecían sin control y el tráfico de drogas expandía su influencia. Se calculaba en el Chapare cerca de 50 mil hectáreas de coca: Bolivia era el segundo productor mundial y abastecía pasta base a los traficantes colombianos. Este era un negocio floreciente para miles de necesitados y aventureros que aprendían, diseminaban  y adaptaban tecnología, expandiendo el mercado de la coca campesina, y ganaban dinero vendiendo a rescatistas que llevaban el contrabando a Colombia o, en  algunos casos, refinaban droga en Santa Cruz o el Beni. El narcotráfico era un poder y el Chapare tierra de  nadie. La única referencia institucional allá era el sindicato campesino, nexo de la colonia con el sistema político.

Han pasado casi quince años. El Chapare es una zona rural excepcional: con caminos y electricidad, una densidad comparativamente mayor de escuelas y postas sanitarias y una economía más diversificada. Hay varios centros poblados y desde 1994 las municipalidades se han hecho más fuertes y útiles. Las oficinas del Defensor del Pueblo y de derechos humanos vigilan y denuncian excesos, y una División del Ejército está asentada allá para actuar cuando el bien común sea amenazado. Los cultivos de coca apenas representan una parte marginal del sistema ilegal.

Hay nuevas condiciones y las metas y procedimientos deben adecuarse a ellas y al riesgo latente de que la violencia desbarate todo. La 1008 ha sido ya modificada en sus aspectos penales  y parece llegada la hora de cambiar el régimen de la coca. Es que la misma Ley es un estorbo que crea delincuencia donde no la hay, e impide controlar los cultivos con esa caprichosa división en zonas tradicionales y en transición.

Es posible y necesario hacer de la coca un cultivo regulado, apelando a los instrumentos existentes, como las municipalidades, los sindicatos, el INRA y los sistemas satélite, y hacerlo con procedimientos que reconozcan la importancia de la coca en las economías campesinas, promuevan el desarrollo sostenible y garanticen la paz y la vigencia del Estado de derecho.

El cultivo autorizado bajo condiciones verificables, y un sistema combinado de penalidades individuales y colectivas puede ayudarnos a fortalecer la economía campesina, ampliar la democracia, controlar el narcotráfico y desalentar el terrorismo.

La visita de Reich es importante. Si no hay dobles discursos, la política hacia la coca podría hacerse más razonable.

 

Artículo publicado en La Razón, domingo 13 de octubre de 2002