(La Razón, 28/06/2002)
Modernidad y cambio
Roberto Laserna*

Una singular serie de paradojas surgen en el análisis de las propuestas de cambio y tradición que esbozan la NFR y el MNR.

No cabe duda de que en el país existe una fuerte voluntad de modernización. Muchos indicios lo demuestran. Desde los abundantes Shirleys y Johnnys con que los niños son bautizados, hasta la ropa Nike y la música tecno-tropical marcan el deseo que tiene la gente de acercarse a lo que considera que es moderno. Eso que identifica lo europeo, lo norteamericano, lo japonés.

Si las ciudades atraen a muchos migrantes es también porque ofrecen mejores posibilidades de acceso a la electricidad, la escuela, la televisión y los motores.

Los bolivianos queremos, en una gran mayoría, acercarnos a la modernidad porque queremos disfrutar lo que ella ofrece en términos de tecnología y bienestar material. En gran medida es también por eso que atraen tanto las propuestas de cambio. Para superar lo tradicional y alcanzar lo nuevo... de una vez.

Pero, al mismo tiempo, en nuestra vida práctica nos aferramos a formas tradicionales de comportamiento, descargando nuestras responsabilidades en la comunidad, despreciando o temiendo lo ajeno, desconfiando de lo nuevo.

Y es imposible saber cuál de estas tendencias predomina porque, en mayor o menor medida, con matices y diferencias, ambas anidan en cada uno de nosotros.

No hay aquí un grupo social que encarna la modernidad y otro la tradición. Ambas están en cada uno de nosotros, llevándonos con frecuencia a asumir actitudes que contradicen lo que pensamos o decimos. Y por eso también vacilamos, dudamos de nosotros mismos y oscilamos de uno a otro lado, cuando no terminamos vistiendo los signos exteriores de la modernidad, pero manteniendo los valores del pasado.

Disfrazándonos de modernos y hablando mucho del cambio para resistirlo en los hechos.

Sólo así puedo explicarme la paradójica situación electoral que estamos viviendo, particularmente en lo que respecta a las candidaturas que encabezan la preferencia electoral y tienen opción de organizar el próximo gobierno.

Por un lado tenemos a Nueva Fuerza Republicana (NFR), convertido en un frente electoral que centra su discurso en el cambio, ofrece hasta cuatro revoluciones y proyecta una imagen juvenil, de caras sonrientes sobre fondos luminosos y floridos.

Pero cuando uno lee su propuesta lo que plantea es recuperar la tradición del Estado intervencionista, vulnerable a la presión de los grupos organizados y basado en el liderazgo personal de un caudillo. Por el otro está el MNR, un partido que ha impulsado y protagonizado efectivos procesos de cambio en el país (reforma agraria, voto universal, participación popular) y cuya oferta plantea el realismo de dar prioridad a la solución a problemas claves: la crisis, la corrupción y la exclusión.

Su propaganda presenta candidatos de aspecto maduro y sereno en situaciones que muestran un país pobre y preocupado. Y a pesar de que han recibido el calificativo de tradicionales, lo que en el fondo plantean es darle continuidad al proceso de cambios que renovó el aparato productivo creando la oportunidad del gas y que revitalizó las áreas rurales, las provincias y los pueblos con la reforma municipal generada por la participación popular. El programa central del MNR sigue siendo el de modernizar al país, pues a pesar de todo lo avanzado, queda un camino largo por recorrer.

El contraste es aún mayor cuando en nombre del cambio generacional se ofrecen dos candidatos jóvenes, pero de larga trayectoria política (Kuljis ha sido dos veces candidato presidencial), mientras que reciben el calificativo de tradicionales quienes forman un binomio que no solamente incluye a un novato en política (Carlos Mesa) sino a quien más allá de los años y las canas ha demostrado, con su humor desenfadado, su pragmatismo y su repudio a la demagogia, una enorme capacidad para innovar la manera de hacer política y de gestionar el país (Sánchez de Lozada).

Por último, cabe recordar que ser modernos implica también tomar decisiones en base a una racionalidad que presta mayor atención a los resultados posibles y que evalúa los medios para escoger, con criterios prácticos, el que resulte más adecuado para alcanzar el fin deseado.

A este respecto, notablemente, el binomio de NFR se postula como nuevo, pero apela al pensamiento mágico y a la decisión sentimental que son tan propias del tradicionalismo. Pensamiento mágico como el que, por ejemplo, cree que una nueva Constitución bastará para cambiar al país, o sentimentalismo que se aferra a los medios sin importar cuán eficaces son para alcanzar los fines (Misicuni sí o sí, aunque postergue y encarezca la solución del agua, gas por Perú aunque ponga en riesgo el negocio o suban los costos). En comparación, la propuesta del MNR desiste de hacer promesas y con realismo tal vez excesivo recuerda que la prioridad es la crisis. Confiados en que la decisión del voto será racional, le resulta tan difícil encandilar a una gran porción del electorado que quisiera ser moderno, pero teme dejar de ser tradicional.

Estas paradojas no pueden explicarse sólo por la propaganda electoral. Ellas en el fondo reflejan la contradicción que llevamos dentro. Una contradicción que solamente podremos resolver reflexionando sobre lo que somos y lo que queremos ser, y actuando en consecuencia. Es una forma terrible de autoengaño pensar en el cambio y votar por el pasado.