Por: ROBERTO LASERNA
La política de aprovechamiento de los
yacimientos de hierro del Mutún, concentrada por ahora en negociaciones
directas con Jindal Steel & Power, parece destinada a mantenerlos como una
esperanza, nada más.
En ocasión anterior advertimos los enormes costos que podía representar el
subsidio indirecto que implicaba entregar gas a precios diferenciados. El
gobierno ha terminado por admitir que esa crítica era correcta, luego de negar
que fuera un problema e incluso justificarlo en la Ley de Hidrocarburos.
Aquélla no era más que la primera evidencia de que el país se había colocado
en una posición muy vulnerable frente a la empresa y que el resultado, por
ello, podía generar más pérdidas que beneficios.
Al renunciar a su cargo, uno de los ministros que formó parte de la comisión
negociadora y que defendió la decisión inicial sugirió romper las
negociaciones con Jindal y reiniciar el proceso.
La negociación no ha terminado y todos deseamos sea beneficiosa para el país.
Pero no hay razones para ser optimistas.
El problema fundamental, insisto, es que el gobierno se colocó a sí mismo en
una posición débil, y en el proceso de negociaciones ha dado señales que lo
han hecho un interlocutor o socio todavía menos confiable. Todo empezó cuando
en vez de declarar desierta la licitación por existir un solo proponente, el
Poder Ejecutivo autorizó la negociación directa con Jindal aún reconociendo
que su oferta tampoco era satisfactoria.
El hecho de que no se hubieran presentado otros proponentes y de que el
gobierno descartara sin mayores explicaciones la intención de Mittal de
intervenir en el proyecto era ya una señal de alerta. Mittal es la empresa del
acero más grande del mundo, y cuenta con las tecnologías y la capacidad
financiera más importantes del sector. Era un socio de lujo, pero incluso si
por razones políticas no se quisiera la asociación con un gigante, hubiera
bastado mantener a Mittal en la competencia para limitar las pretensiones y
presiones de Jindal.
En todo caso, era preocupante que hubieran tan pocos proponentes para un
yacimiento supuestamente tan grande y rico. Eso quería decir que el pliego de
licitación no había creado condiciones que indujeran a las empresas a competir
entre ellas para ofrecerle a Bolivia las mayores ventajas posibles.
Una licitación es un mecanismo mediante el cual se busca que los interesados
compitan para adjudicarse una obra o un recurso. Se supone que en esa
competencia ha de ganar la empresa más fuerte, la que cuente con mayores
recursos y, por tanto, la que sea capaz de ofrecer las mayores ventajas y
beneficios al dueño de esos recursos. En una buena licitación, el dueño de los
recursos, representado en este caso por el gobierno de Bolivia, una vez que
define las condiciones mínimas debe limitarse a observar y estimular la
competencia, y al final seleccionar a quien ofrezca la mejor opción. De esta
manera puede mantener siempre una posición de ventaja frente a las empresas
que responden a la convocatoria. Cuando la licitación es más competitiva es
cuando mayores ventajas se pueden obtener.
Sin embargo, ni siquiera en un proceso competitivo es seguro que se puede
lograr todo lo que se desea. Eso ocurre cuando las características económicas
del mercado no permiten mejores resultados, lo cual es frecuente, o cuando las
condiciones establecidas en la convocatoria no fueron suficientemente
atractivas o fueron, simplemente, equivocadas.
Si ninguna oferta resultara satisfactoria siempre existe la opción de anular
el proceso y empezar de nuevo. Sin embargo, esta alternativa tiene un costo
elevado porque reduce la credibilidad y la confianza de los inversionistas que
se basa, sobre todo, en la seriedad que demuestran los gobiernos para cumplir
y hacer cumplir sus propias normas. Las empresas ya invierten al participar en
una licitación y lo hacen porque asumen que las reglas del juego se cumplirán
y alguno de los competidores será elegido.
En la negociación directa, como la que se ha establecido con Jindal, el
gobierno abandonó la posición ventajosa de quien había convocado a la
competencia para convertirse en actor directo de la misma, en otras palabras,
dejó el palco para entrar a la arena. Al hacerlo, cambió también la posición
de la empresa, que ya no viene motivada a ofrecerle las mayores ventajas para
ganar su apoyo sino, al contrario, a obtener el máximo provecho para sí misma.
Durante los últimos meses la Jindal no estuvo compitiendo con otra empresa,
sino con el gobierno de Bolivia. Y lo ha hecho sabiendo perfectamente que el
gobierno debilitó aún más su posición al fijar fechas y plazos para la
adjudicación por razones políticas. No olvidemos que expulsó a los
inversionistas brasileros de EBX, que instalaron una planta para procesar el
hierro del Brasil, y, ante las protestas de los habitantes de Puerto Suárez
que perdían empleos, les ofreció industria siderúrgica en el Mutún y a corto
plazo.
Así se comprende que, en su despedida, aquel ministro confesara con amargura
que los de Jindal eran grandes negociadores. Lo que ocurre es que así lo
parecen a quien se puso en desventaja y achicó su posición.
¿Es posible cambiar esta situación?
Aunque al final esto podría implicar reconocer el fracaso del proceso actual,
por ahora no parece haber otra salida que la de poner en juego la mitad que no
ha sido licitada del yacimiento del Mutún y convocar, mediante un
intermediario con credibilidad internacional, como un banco de inversiones, a
una licitación más abierta, con menos condicionamientos tecnológicos y, sobre
todo, con menos voluntarismo político.
Pero, entre tanto, se ha planteado un nuevo elemento que los inversionistas
observarán con mucha atención: la confiscación de la fundición de Vinto a
Glencore de Suiza. La medida fue justificada por rencor político (perteneció
alguna vez a la empresa de Sanchez de Lozada) y ahora se la presenta como una
operación que arrojará ganancias al Estado. Así, cualquiera que invierta en
Bolivia estará atemorizado de obtener ganancias. Pero si no las obtiene, ¿se
animará a poner su capital en riesgo?
El Mutún ha sido hasta hoy una esperanza económica. Todo indica que lo seguirá
siendo… nada más.
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