Revista Viva
Domingo 16 de noviembre de 2003
 
SOLEDAD: MENOS PONCHO
                                                Todo cambia
Todo cambiaDurante años fue la niña mimada del folklore. Ahora compone y canta baladas.
Mientras muestra su pueblo, Arequito, cuenta por que se volcó al pop. La Sole, intima. Y menos poncho.
“Peligro, la Sole manejando", dicen que decía el cartel. Ella, la aludida, concede que era un desastre al volante y se pone a contar con detalle su choque con un árbol añoso. Ríe con todos los dientes, milagro que le agradecerá de por vida a sus artesanos ortodoncistas.
La recorrida por Arequito está por terminar, y eso que recién empieza. No hay tanto para ver, a los ojos de un forastero: el bar del Sordo Saggiorato, el Club 9 de Julio, la plaza.
Gracias a nuestra guía, la ciudadana más ilustre del pueblo, supimos un par de cosas. Que los jejenes son alérgicos al champú. Que muchos engendran vida a metros de sus muertos (la Villa Cariño del lugar está frente al cementerio). Que en el cine son frecuentes los vómitos porque las vibraciones del viejo proyector descomponen a los espectadores. Y que el revoleo indiscriminado de un poncho tiene efectos adversos: el brazo derecho más fibroso, en su caso.
Al fin, en medio de un paredón que da a la ruta 92, a 80 kilómetros de Rosario, un portón automático se abre. Hay olor a asadito: un canto de sirenas olfativo que ningún Ulises resistiría. Jura la Sole que en breve probaremos la mejor carne de Santa Fé.
¿Soledad? No, gracias
Omar Pastorutti está chocho. En dos meses de dieta -nada de harina, adiós a los dulces y, ay, ni una gota de alcohol- ya bajó 11 kilos. Cada mañana pedalea ida y vuelta a Casilda: 42 kilómetros. Hoy, como hay invitados, se dispone a quebrantar el tercero de los mandamientos; un tinto de buena familia acaba de ser descorchado.
Tenedor en mano, discurre sobre dos temas de los que manya: el folklore y la mejor manera de tiernizar un matambre. Soledad, su hija mayor, juega con Malena, una perra Yorkshire que no sabe estar quieta. Y habla de su padre. "Todavía no terminé de cortar el cordón con papá. Soy muy insegura, y cuando tengo que tomar una gran decisión, lo vuelvo loco. Si él me dice 'Está bien', yo sigo adelante", cuenta.
Omar, un mecánico que devino productor artistico, sabe que su hija tiene muy pocos arranques de malhumor, aprendió otearlos cuando están al caer. "Yo estoy casi siempre bien y vengo guardándome todo, hasta que un día exploto. Ojo, que en general tuve una vida muy feliz, y no tengo de qué quejarme. Sé que a mí no me paso nada grave. La muerte de mi abuelo Pascual es lo más duro que viví, pero fue en el 99, hace tanto", dice. Y se pierde en el recuerdo del Nono.
Soledad Pastorutti es una cultora de la digresión; al instante se va por las ramas, se deja llevar por el vértigo de la libre asociación de ideas. Habla, entonces, de don Pascual. Tenía los dedos mochos -gajes del oficio: era carpintero-, era diestro con la baraja, muy cariñoso. "Un genio... pero a lo último no podía ver mis shows porque se emocionaba de más. 'Esta es mi nieta', le gritaba al público con lágrimas en los ojos . Era de hablar con mis fans, les abría la puerta a todos. Se aburría, pobre: ya no lo dejaban ni manejar la bici. Se murió de viejo, no sabés lo que lo lloramos", recuerda.
Habla en plural, la Sole. Vive en plural, siempre rodeada de un séquito numeroso. "No sé estar sola. No es que me ponga a pensar cosas raras, pero necesito compañía para hacer cualquier pelotudez: yoga, danza, el gimnasio. ¿La fantasía de vivir sola? Jamás la tuve. En Buenos Aires, aunque hay lugar de sobra en el departamento, comparto la habitación con Natalia, mi hermana. Y acá en Arequito no dormí nunca sola. Me da miedo", confiesa. A Gricelda, la mamá de la Sole, le dicen Coqui. No habla, casi. Sólo rompe el silencio para ofrecer masas de La Bohemia, la panadería de su amiga Mirta. Y para decir que la casa es de sus hijas, "que apenas ellas quieran" se mandará a mudar. Mientras, limpia que limpia. "Es grande la casa; una termina de barrer y ya tiene que volver a empezar", dice, pero no se queja. Para nada. Está agradecida de la vida, y se lo hace saber a Dios en sus oraciones cotidianas.
Es una mujer fuerte, que supo de estrecheces y no se la cree. Pasa con sus hijas todo el tiempo posible, pero no aguanta muchos días en Buenos Aires. "Siempre digo: 'Las acompaño un año más y ya basta'. Pero esto, la carrera de las chicas, sigue y sigue. Por suerte encontré una señora buenísima que las cuida allá, y no tengo que viajar tanto", comenta.
Griselda les inculcó a sus hijas el amor a Dios, y está orgullosa de cuán creyentes le resultaron. Soledad, que se confiesa seguido y cada tanto comulga, no puede ir a misa todos los domingos pero igual se las arregla. "Cuando estoy mal anímicamente o me siento perdida, necesito conectarme con Dios. Si no estoy en un buen día , salgo a caminar, entro en una iglesia y me pongo a rezar", cuenta. Mil veces, durante años, le pidió por un don que, según ella, le era esquivo: el talento para escribir canciones. "Me costó tanto tenerle fe a una letra mía... Terminaba una canción y llamaba a papá. 'Escuchá, ¿qué te parece?', le decía. Y él me respondía: 'Sí, está linda', nada más, bien secote. Yo me ponía loca:'¿Puede ser que no me salga ni una pu... canción?'. Me daba bronca; y escuchaba a Serrat y más bronca me daba. Todo lo que yo hacía era muy feo", reconoce.
Recién cuando murió el abuelo Pascual, dice, logró escribir algo como la gente. El Nono, que plantó esa palmera que se ve ahí, al lado de la pileta, y del que no puede, ni quiere, parar de hablar.
Ahora es Miguel, amigo de los Pastorutti y vendedor part-time de maquinaría agrícola, el que se pone a contar un accidente. En este caso, un vuelco de aquellos. Salió ileso, dice, pero su bolsillo sufrió daños irreversibles. Miguel es vecino de la Sole y uno de los divorciados más cotizados del pueblo, a pesar de sus camisas estrafalarias. Vive en una casa rosada, sueña con hacerse un loft con vista a la ruta y pilotea helicópteros. La familia Pastorutti lo adora tanto que le perdonó el desastre que causó cuando le encomendaron cuidar la casa porque ellos viajaban a Miami.
En quince días, recuerda entre risas, vació la bodega y fue cómplice del homicidio del loro, caído en combate con Dakota, un siberiano "malísimo".
"Miguel es de fierro", elogía la Sole. Miguel maneja su 4X4 camino a uno de los dos campos de los Pastorutti. "Compramos dos campitos, uno de 53 hectáreas y otro de 42, ahí nomás del pueblo -cuenta Omar-. El más grande es de Sole, el otro de Nati. Los tenemos alquilados, dan una renta de unos siete mil pesos al mes: son una especie de seguro por si las cosas empiezan a ir mal". "Es un campito -jura Soledad-. El ahorro familiar está en la tierra. Muchos creen que estoy llena de plata, pero no es así. Yo recibo una cantidad de dinero mensual; me dan lo que necesito, no más. Tener más plata sería al cuete."
Hollywood en castellano
Se acerca Diego, el paisano que cuida el campo. Quiere saber si don Omar quiere más fiambre: hizo bondiola. "¿Cómo le fue con los yanquis?", le pregunta a Soledad. Y ella pasa a contar sus desventuras en Los Ángeles, donde le puso el punto final a su último disco. "Estaba en un hotel cerca de las colinas de Hollywood, pero conocí poco. El último día quise hacer un city tour, como le dicen allá, la convencí a Nati, nos subimos a una combi y salimos. Parecía una excursión del PAMI, llena de viejos, y no entendíamos nada: todo en inglés hablaban. ¿Sabés por donde era el tour al final? ¡Por las casas de los famosos! Me quise morir: fueron dos horas escuchando: atrás de esos árboles está la mansión de tal'. Lo único que entendía era los nombres de los actores. Fue muy raro esta un rato del otro lado; porque acá la gente viene a ver nuestra casa."
Dice Soledad que ya asumió que la casa que supieron construir es la escala final del peregrinaje de sus admiradores. Pero que le costó horrores. "Al principio ni salía, tenía miedo de que me pasará algo. Pero al final me dije: '¿Qué me puede pasar? Si me van a sacar una foto'. Ahora salgo y saludo todo al que pasa."
Soledad se ríe. Mientras su madre fetea la bondiola, abunda sobre sus fobias, y revela que es una miedosa en proceso de recuperación. "¿Sabés que yo le tenía miedo a un montón de cosas? Por ejemplo, hasta hace un tiempo me daba terror que me sacaran fotos en malla o en minifalda. Por pudor; pero también porque me cuesta mucho andar mostrando el cuerpo. No es por una cuestión de imagen, para nada. En los medios siempre quisieron que muestre las piernas, la tenían con que querían ver a 'la otra Soledad', pero eso a mí no me interesa. Si yo no soy así, ¿para qué me sirve mostrarme sexy?".
Novio con cama afuera
Jeremías Audoglio es el inquilino del corazón de la Sole desde hace tres años y pico. Tiene 26 y una certeza: será el padre de los hijos de la cantante. A pesar del apodo que, cariñosamente, utiliza para nombrarla: La lechona. Jeremías tuvo que ganarse a pulso la confianza de Omar, un celoso irredimible que no quiere oír la palabra "casamiento". Pero lo logró: hoy es, amén del novio de su hija, el productor de los shows de la Sole. Pero hasta ahí llega el amor suegro-yerno: los chicos ni piensan en dormir juntos. "Jere nunca se queda a dormir acá, salvo cuando volvemos de madrugada y no quiere golpear la ventana de su mamá, que se asusta", dice la novia. Entre ellos, describe la futura señora de Audoglio, todo va mejor que bien. "Se banca mi carrera y mi entorno, lo que no es nada fácil, y sobrevivió a momentos muy tensos, en donde yo veía más a mi asistente que a él. Se bancó que fuera re-difícil encontrar un momento para nosotros, para salir a cenar al menos", describe.
Según la Sole, "él no se llevó la joya del pueblo. Yo era feíta para los pibes de acá. Alguno tal vez se interesaba en mí por la guita, pero no tenía una fila de pibes que se morían por mí. Además, yo era re-celosa; me hacía problemas por cualquier pavada y empezaba todas las peleas". Al principio, recuerda Jeremías, ni se veían. El estaba estudiando en Rosario; "ella, siempre de gira". Soledad acota que no les resultó nada fácil resistir a la distancia. "Nos costó porque somos muy pegotes. No es que estamos todo el tiempo abrazados, como esos novios que parecen dos chicles pegados, pero nos cuesta separarnos. Compartimos muchas cosas. Vamos de la casa de él a la mía: los sábados al mediodía, a la casa de su abuela: los domingos, a comer los tallarines de la mía, Elvira."
¿ El futuro? Dios dirá, dice ella. Pero... "Fue mi primer novio , y ojalá sea el último; vivir un desengaño amoroso debe ser feo." Mientras le amarretea abrazos a su novio, Soledad se saca las ganas con sus mejores amigos, los perros. Tuvo 40, calcula a ojo de buen perrero, y llegó a amuchar a 14 al mismo tiempo. Un día, mamá Coqui los regaló a todos. "Tuve muchos perros, pero dos fueron especiales. Una pekinesa, Micaela, que vivía al lado mío, y la Paulina, que vivió siete años. Cuando se murió yo tenía 15 años; Nati y yo lloramos muchísimo. Le dedicábamos los recitales; estábamos tan tristes que dormíamos juntas en la misma cama. Bueno, la cosa es que a las dos las tengo enterradas por allá atrás; les hice unas cajitas, las pinté, les puse los nombres... La Paulina estaba enterrada en un terreno frente a mi otra casa. El año pasado la fui a buscar. Los huesitos se habían mantenido lo más bien. A la pekinesa, que se murió cuando yo no estaba, la habían enterrado así nomás acá en el fondo. Escarbé hasta encontrarla. Con un cepillo de dientes, les limpié todos los huesitos... Las quería armar para tenerlas en la repisa, con los dientes del tiburón que pesco mi papá... Al final me eché atrás, era algo morboso, la verdad." ¿Amerita una visita al analista este arranque necrofilito? "Yo me pregunté varias veces si no necesitaría un psicólogo, y no por el tema de los perros. Pero en el pueblo no se usa mucho el análisis. Tengo tres amigas que están estudiando Psicología, pero acá se van a morir de hambre."
Un pueblo triste
Luis Cignoli era un pan de Dios, lo dicen todos. Lo mataron el 16 de septiembre, a la salida del boliche. El día siguiente, ardió Troya. La pueblada de un pueblo cansado de la inseguridad cambió todo. Esa muerte, la tercera en un par de años, es una cicatriz abierta para los vecinos.
"Está re-triste el pueblo -dice la vecina más famosa-. Este siempre fue el pueblo de la zona con más vida nocturna: los lunes a la noche la gente salía. Ahora, cambió todo; cerraron los boliches y no hay nada para hacer. Yo llego y me voy a dormir. Es triste, se hacen marchas cada tanto, pero la gente participa poco porque tiene miedo. Querrían poner un horario para que todos se vayan a dormir a la misma hora... se siente la bronca. Hay gente que amenaza, y por eso los que saben algo no hablan. Pero para algo sirvió la pueblada: se vio cómo era cada uno Hubo vecinos que querían linchar al intendente para salir en la tele; otros querían quemar la villa, donde hay mucha gente buena. Se metieron los políticos, como siempre. Está todo muy feo, muy triste". Se siente en el aire.
La era de la madurez
Está distinta Soledad. Sosegada, tranquila, ¿más mujer? "No sé si dejé la adolescencia, pero ya cumplí 23, y estoy más responsable. Yo pasé la etapa de ir fuerte en el auto, de chocar, de tomar de más... Ya no me gusta ir a los boliches", dice, y teme sonar avejentada. Hoy por hoy, está barajando para dar de nuevo. Se junta con sus amigas de siempre, como siempre, pero a veces siente que "hablan un idioma distinto. Están estudiando, y su dilema es si volverán a Arequito o no. Por un lado las envidio; pero a la vez, creo que cada uno elige su camino".
En eso está la Sole, viendo que huella seguir. "Antes creía que si daba menos de diez recitales por mes era un fracaso. Hice shows frente a borrachos que tiraban piedras...Ahora mi objetivo es disfrutar, no hacerme mala sangre. Trabajo sólo con gente seria", comenta.
Dice que mutó, "pero todavía me queda mucho por cambiar. Hasta el tercer disco, eran todos iguales. Lo que pasa es que ahora pude quitarme los prejuicios que tenía con la música. Hoy sé que el público que gané ya es mío, que es gente que me quiere por más que cante el arroró. A algunos les gusta como canto folklore, a otros les gustarán mis baladas. Es cierto que ahora lo mío es más pop, pero lo siento si alguien se enoja: hago lo que me gusta"
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EL poncho ya no será su icono. "Lo voy a revolear sólo en el set folklórico que hago en el medio de cada recital. Después, voy a usar ropa folk, creo, pero nada demasiado provocativo. No sirvo para mostrar; porque no tengo dotes físicas. Lo que siempre llamó la atención de mí fue mi energía, no mi cuerpo. Habré crecido pero soy la Sole de siempre".