Diario Clarin Jueves 29 de enero de 1998 Soledad vino, cantó y venció La Sole de Arequito arrasó en la cuarta noche de Cosquín. Las ocho mil personas que marcaron el primer lleno de la plaza Próspero Molina en lo que va del Festival, la esperaron bajo un chaparrón digno de Macondo. Hasta que la cantante apareció para ofrecer su show que rebosó fuerza y magnetismo. Empapados por el aguacero que los dejó temblando de frío y chapaleando en el agua, la multitud re-afirmó no sólo el poder de convocatoria de Soledad, sino que el romance con la chica del poncho está en su mejor momento. Todos los artistas que la precedieron actuaron con el sabor agridulde de una platea multitudinaria que, si bien los escuchaba, les hacía sentir a cada momento que eran sólo un entremés antes del plato principal que estaban ansiosos por devorar. Los primeros en probar el cóctel de ansiedad que bullía en la Plaza fueron Los Alonsitos, que canalizaron con sus estridentes chamamés las ganas de bailar de cientos de chicos. A los integrantes de Vale 4 los recibió el peor aguacero de la noche y su buena interpretación de La repiqueteada, del cordobés Ica Novo, naufragó en las olas de espectadores que abandonaron momentáneamente la Plaza para guarecerse en las carpas laterales. El Dúo Tiempo, de Salta, con Camino y piedra, de Yupanqui, y Guillermo Fernández, con la vibrante Balada para un loco, de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer, brindaron dos de los mejores momentos musicales de una noche que luego volvió a nublarse con el griterío y el abuso de decibeles de Viviana Careaga y sus Condorkanqui. En su súbito rol de conductor junto a Carlos Franco y Liliana López Foresi, César Isella no parece tener otra meta que publicitar una y otra vez a su "ahijada" Pastorutti. Como si su propia carrera se hubiera eclipsado con la aparición de Soledad en su peña, tres años atrás. "¿Quieren ver a la Sole, la quieren en serio? No los escucho, a ver, llámenla", repetía azuzando, con tono de maestro ciruela, la impaciencia rugiente de la muchedumbre. Un público compuesto de miles de chicos con sus padres, adolescentes y gente mayor, lució involuntariamente uniformado por los pilotos multicolores -hechos de bolsas de naiylon- que podían comprarse por tres pesos en los momentos de lluvia más intensa. Y, en medio de toda esa parafernalia, una productora de cine capitalina zigzagueaba filmando los primeros tramos de lo que será un documental sobre la vida de la Pastorutti. Los enormes equipos se deleitaron en la platea que, a esa altura de la noche, era un impresionante hormiguero inundado por vinchas, fotos y carteles con la cara de la santafesina. Por fin, la Sole apareció pasada la medianoche. Protagonista absoluta de un fervor inusitado que lleva su nombre y apellido, parece estar más allá de críticas y controversias. Con su voz profunda y su energía adolescente, la chica de Arequito hizo durante más de una hora lo que todos esperaban. Pero ella, a su vez, timoneó a su gusto la voluntad y los ánimos de una multitud pendiente de cada uno de sus órdenes y gestos. Además de su rutina de poncho y -a esta altura- megaéxitos de la talla de A don Ata o Que nadie sepa mi sufrir, se advirtió un crecimiento en su manejo de la escena. Con tres temporadas de tablas, actúa con la veteranía de quien hubiera cumplido ochenta. Y la gente lo percibe y lo celebra: está atenta a cada uno de sus mohínes y actitudes y repite, como frente a un espejo, la danza imparable y frenética de una adolescente que, guste o no, puso patas para arriba al folclore.