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El fino de Feria
Durante mucho tiempo se ha discutido sobre el vino fino que se sirve en la Feria. Hay posturas que lo defienden a ultranza como estandarte de un tipismo que jamás debería desaparecer, otros lo combinan con bebidas refrescantes dando lugar al conocido "rebujito", otros critican su aparente mala calidad frente al vino embotellado que se vende en cualquier tienda por no hablar del de barril. La Taberna de You se hace eco de esta polémica y ofrece dos posturas encontradas. Espero que puedan identificarse con alguna de ellas... si no es así ¡mándenos su versión!
En contra:
Juan José Nicasio, Güé - Master
A favor:
Sr. Pavón, aficionado al vino
No es por echarme flores (antes de tiempo), pero lo fácil es atacar y vilipendiar al vino fino que se bebe en la Feria. La Feria, sí, no una feria cualquiera, sino la del Vino Fino, la del Puerto de Santa María, vamos. Porque en otros sitios son más dados a, por ejemplo, la manzanilla, cosa que tampoco está mal: mientras no echen mano del dichoso “rebujito”... ¿Se imaginan? “2003; Fiestas de Primavera y Feria del Rebujito”. Sobre gustos no hay nada escrito, pero vaya guasa tenía el que soltó la frasecita... La defensa del Excmo. Sr. Don Vino Fino de Feria es para mí todo un honor y un placer que resumiré en un breve decálogo. Tan breve que en vez de diez tendrá nueve puntos. El fino feriante, una bahía de sensaciones para nuestros sentidos...
Es muy triste tener que atacar con crueldad al vino fino de la Feria siendo amante de las tradiciones enológicas regionales y considerándose estandarte del tipismo feriante frente a las bárbaras invasiones del rebujito.

Sin embargo, es mi deber proclamar desde esta atalaya que yo mismo  he construido un hecho que muchos de ustedes, buenos aficionados al bebercio y al moyate de la Feria, habrán notado sin ningún lugar a dudas. ¿Por qué demonios el fino de la Feria no está tan bueno como el de otros lugares?

Y no sirven de  consuelo las explicaciones que recibimos de los bodegueros, que juran (y no sabemos si perjuran) que este vino es completamente idéntico al que despachan al por mayor para su venta al por menor y detall en cualquiera de los pequeños comercios y grandes superficies.

Y tampoco soy un experto catador, sólo un consumidor voluntarioso, pero a mí (y a mucha más gente) le sabe mucho peor este vino que cualquiera que podamos consumir en una taberna.

Según este particular criterio, el autor considera que nos están dando gato por liebre, vendiéndonos a precio de néctar divino un vino sin calidad. El particular milagro del vino de la taberna se torna chapuza feriante, y el taumaturgo tabernero desaparece y se encarna en el regente casetero que nos despacha agua salá...

1. El oído. El sonido del fino feriante vertiéndose sobre el vasito plástico no es igual al de un fino común sobre un catavinos corriente. Con esto, y no con la música de las guitarras, es como empiezan a bailarse las sevillanas y a entonarse variados cantes... o a entonarse y punto (sin dar el cante, ojo).

2. La vista. Qué color el del fino al Sol o a la sombra de las casetas! Un exquisito dorado pálido, cada año más pálido, pues hasta el vino se queda tieso con la forma en que se sangra al personal en feria... (con y sin €uro)

3. El olfato. Su simple olor nos transporta a la Feria, cual autobús urbano que te trae y te lleva a la Feria del Puerto, aunque puestos a elegir entre la mierda de los caballos y el fino, elegimos oler el fino como mal menor, porque tampoco es que huela a rosas. Mejor beberlo simplemente.

4. El gusto. Qué sabor el del fino feriante! Capaz de hacernos olvidar el sangrazo por la tortilla o esa ración de pimientos fritos tan espléndidos... Hay moyatosos que aseguran haber descubierto 140 tonalidades distintas en el sabor del Fino Quinta y el doble en el Pavón. Según estas fuentes, no sé si de mucho valor, después de 6 o 7 medias seguidas uno se queda muy a gusto.

5. El tacto. Como el perfume, lo genial se encierra en recipientes pequeños. La forma con que cogemos el vasito plástico (síntesis de la lírica del fino de feria) delata nuestro amor a ese licor de dioses. Observen a los guiris: rudos germano-bávaros rellenos de cerveza o británicos que han crecido a base de pintas en los pubs, ambos grupos huyen del campo de batalla de la feria desconcertados ante tan pequeño recipiente, que, como el toro, encierra en sus hechuras la casta de nuestras fiestas.

6. La orientación. El sentido de la orientación es el que más relación guarda con el fino. ¿Que la caseta de CCOO es la que lo tiene más barato? Pues desde ella nos recorremos todo el recinto ferial... ¿Qué donde queda tal o cual caseta? Pues justo detrás o a mano derecha de la de CCOO, que es la que tiene la media más barata... Si la caseta de CCOO es la brújula, el vino fino es su Norte.

7. El ridículo. El sentido del ridículo es el que deberían tener los aficionados al “rebujito”. Si quieren saber lo que fue el bálsamo de Fierabrás prueben ese brebaje y se harán una idea... Nosotros, los amantes del fino feriante sentimos vergüenza ajena (spanish shame, que dicen los llanitos). Lo único bueno que tiene el rebujito es que hace uso del fino de feria, porque si alguien echa “sprite” o “sevená” a un fino en condiciones llamamos al juez Garzón!

8. El deber. Sentido del deber en feria: se cumple haciendo uso del fino antes, durante y después de las comidas... Uso moderado como dicen anuncios y etiquetas, aunque en feria ya se sabe... Es el primer deber; el segundo, invitar media en ristre al vecino más a mano.

9. El pésame. Nuestro más sentido pésame al vino fino de feria: mucho fuego artificial y traca con Vangelis de fondo, pero el fino merece un entierro digno (a lo sardina) por su breve pero intensa vida. Esperemos que lo del rebujito sea una moda tan pasajera como estúpida y que los aficionados al fino de feria no tengamos que acabar bebiendo en la semi-clandestinidad más marginal por la incomprensión de esta sociedad de “rebujito mental” que se va imponiendo... ¿Imaginan? 2019: se extinguen el lince ibérico, el camaleón andaluz y el ostión caletero; en la Feria del Rebujito del Puerto, los bebedores de fino se agolpan en los aparcamientos al lado de los amantes del calimocho y un poco más pallá de los fumadores de chocolate...

Después de esta épica defensa del fino de feria toca lo de las flores, pero yo preferiría que ustedes me echaran un poco de buen fino de esa media que han adquirido después de leer embelesados todo esto.
Pero furias aparte, se me ocurren varias  explicaciones posibles. En primer lugar la feria no es el lugar más adecuado para degustar un fino. Tanto por las condiciones de almacenaje en el interior de la caseta, como por la síntesis de diversos olores que caracterizan la feria. Además, el fino es un vino bastante delicado, que sufre bastante con las variaciones de temperatura y de iluminación. Puede sufrir proceso de remontado con bastante facilidad. Y las condiciones llamémoslas estresantes y consecutivas de consumo feriante nada tienen que ver con la reposada tertulia de una taberna.

En cualquier caso, son muchos los que encuentran demasiadas diferencias entre uno y otro. Sin tener en cuenta la saturación de nuestros sentidos tras haber tomado un número razonable de botellas, claro. Pero ya que son muchos los visitantes que acuden a nuestras ferias para degustar el vino de la tierra, deberíamos proporcionarles un producto de mayor calidad, sea por producción o por condiciones de servicio. Que la impresión que reciben de nuestros vinos es mala, la publicidad negativa, y en consecuencia, disminuyen tanto el consumo como las ventas y los puestos de trabajo derivados de la industria bodeguera, que siempre ha sido uno de los motores económicos de nuestra zona.

En resumen, el vino es malo, se bebe menos porque carece de calidad. Y los bodegueros se quejan de que venden poco, desaprovechando el mayor escaparate que es la Feria para captar a nuevos consumidores e impresionar a nuestros visitantes.

Señores, así no se llega a ninguna parte, no se puede preservar la maravillosa tradición vinícola de la zona vendiendo (o sirviendo) bebedizos tan horrorosos en las casetas. Dice el Evangelio en el episodio de las Bodas de Caná que los judíos quejáronse a los anfitriones de por qué habían dejado el vino bueno para el final, cuando es lógico servirlo al principio para despachar después el resto tras la lógica saturación sensorial (esto último NO lo dice la Biblia, pero es mi explicación como aficionado al moyate).

Pues aquí en la Feria no hay vino bueno ni al principio... y por supuesto ni al final. Hagamos algo por solucionarlo o será el fin de toda una tradición vitivinícola, y por consiguiente, de una zona dedicada a este noble negocio y de las economías de muchas familias.
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