LA TRINCHERA

 
Los usos del patrimonio
José A. Pérez Gollán
 

José Antonio Pérez Gollán:
Doctor en Historia.
Investigador del CONICET.
Director del Museo Etnográfico ‘Juan B Ambrosetti’,
FFyL, UBA.


“Yahvé-Dios plantó un huerto en Edén, al Oriente y puso allí al hombre que había formado. Yahvé-Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista y de frutos buenos para comer. Un río salía de Edén que regaba el huerto. Pronto se dividía en cuatro ramales: el nombre de unos era Pisón, el nombre del segundo es Gihón, el nombre del tercero es Hiddekel, y éste es el que va hacia el Oriente de Asiria, y el cuarto río es el Eufrates" (Génesis, II)
 
 
La herencia cultural

Soldado asirio.Til-Barsib (siglo VIII a.C.)

El saqueo de los museos de Irak y la amenaza de destrucción de sus bienes culturales –una de las consecuencias de la invasión para derrocar al régimen de Saddam Hussein– han puesto sobre el tapete algunos de los temas centrales del patrimonio: a quién pertenece y qué uso se le da.


La herencia cultural de Irak es de particular importancia pues fue en la Mesopotamia –área nuclear del territorio iraquí– donde se desarrolló por primera vez el estadio de evolución socio-cultural que los arqueólogos han rotulado como neolítico y que, en términos generales, supone la fabricación de utensilios de cerámica y piedra pulida, una economía basada en la explotación de plantas y animales domésticos y el asentamiento en aldeas permanentes.

El neolítico

Con el reemplazo de la caza y la recolección por la agricultura y el pastoreo, como la forma dominante de producción de alimentos durante el neolítico, se puso en marcha un complejo proceso adaptativo que dio lugar a grandes cambios sociales e ideológicos: se establecieron las bases para el surgimiento del Estado y las ciudades de la antigüedad clásica y –quizás lo más importante– el desarrollo de todas las civilizaciones modernas. No es aventurado afirmar que a partir del noveno milenio aC, se produjeron más transformaciones profundas en el patrimonio cultural del Viejo Mundo que en todos los miles de años precedentes de evolución humana.

Gudea arquitecto con un plano. Tello (Siglo XXII a.C.)
Museo del Louvre.

La economía neolítica alteró por completo el marco social que pasó a regirse por el acceso a la tierra, el agua y otros recursos básicos, a la vez que se desarrollaron estructuras sociales caracterizadas por profundas diferencias de poder y riqueza. Es más, sin la agricultura hubiera sido imposible imaginar los modos urbanos o el surgimiento de estados e imperios. El neolítico, considerado en una escala universal, es el proceso de implantación global del modo de vida campesino que habrá de determinar las condiciones de existencia de la mayor parte de la humanidad hasta la revolución industrial; sobre esta base económica se desarrollaron casi todas las formaciones sociales que se sucedieron hasta el advenimiento del sistema capitalista.

Según lo que sabemos por las investigaciones arqueológicas, las primeras manifestaciones del proceso de transformación hacia condiciones neolíticas ocurrieron en el 8000 aC en el Cercano Oriente: la región que abarca a Palestina, la porción meridional de Turquía y las nacientes del Tigris y el Éufrates y hasta el sur a lo largo de los montes Zagro. Sin embargo, el nucleo más dinámico de aquel proceso se sitúa en la Mesopotamia, ‘tierra entre los ríos’, la llanura aluvial delimitada por el Tigris y el Éufrates, desde sus nacientes en los montes Tauros hasta que desembocan en el golfo Pérsico.



Las revoluciones neolítica y urbana

Una vez que se logra establecer una economía neolítica plena, con asombrosa rapidez se agregaron especies vegetales y animales domesticadas, cambiaron las herramientas y las técnicas de producción y la vida social se diversificó. Como consecuencia del aumento de la población, los asentamientos aldeanos se extendieron hacia la porción sur de la Mesopotamia a la vera de los cursos de agua, una tierra fértil pero que solo produce bajo riego: muy pronto las aldeas campesinas dependieron de los sistemas de irrigación para sus cultivos. Hacia el IV milenio aC se construyeron templos monumentales de adobes en los pueblos más importantes; como ocurrió en el sitio de Eridu. Quinientos años después aparecieron las primeras ciudades –Uruk es un ejemplo– cuyas calles, viviendas, templos, palacios y fortificaciones cubrieron cientos de hectáreas, rodeadas por grandes extensiones de campos dedicados a la agricultura.

Se fabricaron vajillas de cerámica, armas y herramientas de bronce, ladrillos de arcilla cocida para la construcción; se desarrolló el torno de alfarero, el barco a vela, los vehículos con ruedas, la escritura, el cómputo calendárico, los pesos y medidas y el comienzo de las matemáticas. La sociedad por primera vez se dividió en gobernados y gobernantes, ricos y pobres, campesinos y habitantes urbanos, artistas, guerreros, sacerdotes y reyes. Fue el momento en que las desigualdades sociales se volvieron hereditarias.

El arqueólogo Gordon Childe denominó revolución neolítica a este proceso de tránsito de la economía depredadora de los cazadores-recolectores a la de los productores agrícola-ganaderos, y revolución urbana al posterior surgimiento del Estado y las ciudades.

Discurso ante la Unesco de Melina Mercuri, ministra de Cultura de Grecia

Señor director general de la Unesco, señoras y señores delegados: el gobierno griego me ha encargado anunciarles aquí que Grecia, por intermedio del Comité Intergubernamental para la promoción del retorno de los bienes culturales a sus países de origen de la Unesco, de acuerdo con los procedimientos formales, lo mismo que con las leyes en vigor en Inglaterra, va a pedir oficialmente el retorno de los mármoles de la Acrópolis.

No somos ingenuos. Pero quizás llegará el día en donde este mundo va a crear otras versiones, otras concepciones de la propiedad, del patrimonio cultural y de la creación del hombre, y comprendemos muy bien que los museos no pueden vaciarse, pero insisto en recordarles que en el caso de los mármoles de la Acrópolis no pedimos el retorno de un cuadro, de una estatua. Pedimos el retorno de una parte de un monumento único, símbolo privilegiado de una cultura.

Ciertamente, el Partenón no es por desgracia el único ejemplo de monumento mutilado. Grecia se dirige a los países que han conocido las mismas experiencias, sufrido las mismas depradaciones, y declara que sostiene y sostendrá que los conjuntos mutilados y dispersados a través del mundo deben retornar a sus países de origen, deben ser reintegrados en el sitio mismo y en el espacio donde han sido concebidos y creados, pues constituye la herencia histórica y religiosa, el patrimonio cultural del pueblo que les ha dado nacimiento.

Queridos amigos, ha sido un inglés, Hophouse, el futuro Lord Bronkton visitante de Atenas ocupada en 1809, quien nos ha dado un testimonio conmovedor: un anciano griego se aproximó a él y con voz temblorosa de amargura le dijo: ‘Ustedes los ingleses se llevan las obras de nuestros antepasados; cuídenlas bien porque llegará el día en que los griegos se las van a pedir’.

Y bien, a esto no tenemos nosotros absolutamente nada que agregar: nuestros amigos ingleses las han sabido cuidar: hoy, con una voz firme, les reclamamos nuestros mármoles.

Señoras y señores delegados, señor director general de la Unesco, nuestra petición es profundamente legítima. En nombre de la civilización y de la justicia pedimos su apoyo oral. Estoy por la esperanza.

 
 
Historia de las investigaciones

Ornamentación de la sala del trono del palacio. Babilonia (siglos VII-VI a.C.). Museo de Berlín.

A mediados del siglo XIX la Mesopotamia fue un punto de atracción para viajeros, funcionarios, diletantes y aventureros ávidos por las antigüedades. Los diplomáticos, por su parte, se volvieron arqueólogos improvisados que recolectaban piezas para los museos de sus países. Así, por ejemplo, P-É Botta, consul francés en Mossul, buscó en Nínive; el inglés H Layard exploró Kalaj y Assur; Fresnel, cónsul de Francia en Bagdad, realizó exploraciones en Babilonia. Como resultado de estos trabajos ingresaron las primeras colecciones asirias al Museo del Louvre (París) en 1847 y un año después al British Museum (Londres).

Uno de estos personajes –mezcla de aventurero, anticuario, coleccionista y traficante de antigüedades– fue el norteamericano Edgard James Banks (1866-1945), quien hacia fines del siglo XIX era cónsul de los EEUU ante el imperio otomano en Bagdad. Adquirió tabletas cuneiformes procedentes del saqueo de varios sitios arqueológicos y las vendió en lotes a los principales museos, bibliotecas e instituciones culturales de todo el mundo. En 1914 envió una carta a Juan Bautista Ambrosetti, director del Museo Etnográfico de la Universidad de Buenos Aires, ofreciendo en venta un lote de auténticas tabletas ‘babilónicas’ (ver recuadro). Se ha calculado que Banks importó a los EEUU por lo menos once mil tabletas y, según otras opiniones, la cifra podría ascender a 175.000 piezas. En 1903 dirigió un proyecto financiado por Rockefeller y la Universidad de Chicago para explorar el sitio de Bismaya; nueve años después encabezó una expedición al monte Ararat en busca del arca de Noé.

El período de entreguerra europeo (1919 y 1939) constituye, sin duda, la edad de oro de la arqueología del Cercano Oriente y, dadas las condiciones políticas en la región, se observa una hegemonía de las expediciones francesas e inglesas que realizan trabajos planificados de larga duración y con personal altamente calificado. Pero al finalizar la segunda guerra mundial, y en el contexto de renovadas relaciones internacionales, las prácticas arqueológicas experimentaron un notable cambio, ya que la mayoría de los nuevos estados organizaron sus propios museos y servicios de antigüedades para reglamentar la exploración arqueológica y proteger su patrimonio.

Puerta de Ishtar. Babilonia. (siglos VII-VI a.C.).
Museo de Berlín.

 

Junio 10, 1914

Director, Museo
Buenos Aires, Argentina


Estimado Señor:

   ¿Estaría Ud. interesado en tener una colección de 1000 genuinas tabletas de incripciones babilónicas para su museo?
En la actualidad los antiguos canales babilónicos están siendo abiertos por el gobierno turco y durante los trabajos se ha hallado una gran cantidad de tabletas. Ellas representan todo tamaño, tipo y edad desde el 4000 al 400aC. Muchas las he obtenido recientemente en Babilonia y otras me son enviadas a medida que las encuentran. Nunca hubo ni probablemente habrá otra ocasión en que puedan ser compradas tan baratas.
   Estaré encantado de enviarle 1000 tabletas para que Ud.las examine, seleccionadas cuidadosamente para ilustrar los diversos tipos y períodos. Se especificará el lugar de procedencia, la antigüedad y el tema que trata cada tableta. Cada una será legible y la mayoría está en perfecto estado. Yo garantizo que son genuinas. La colección es digna de publicarse en un gran volumen.
   El precio de la colección es de $2000, o si se desea es posible proveer un lote más pequeño. Si, después de examinarlas no se las encuentra satisfactorias, se pueden devolver.
   Con la esperanza de que Ud. sepa apreciar el valor de estos antiguos registros para su museo, quedo
   Muy sinceramente suyo,

Edgard J. Banks

 

A quién pertenece el Patrimonio

La destrucción de patrimonio cultural no es una situación nueva. Sin ir más lejos, los bombardeos de la segunda guerra mundial demolieron museos, archivos y bibliotecas con la consecuente pérdida irreparable de obras de arte y fuentes históricas. Aún están frescas en nuestra memoria las imágenes de los talibanes empeñados en dinamitar los monumentales Budas tallados en la roca viva y todo al amparo de la ortodoxia religiosa.

     Estandartes de la guerra y la paz. Ur (primera mitad del III milenio).British Museum

Pero hay que advertir que los saqueos de Bagdad no son solo una actividad vandálica; la experiencia nos ha enseñado que una buena parte de las colecciones robadas ingresan al mercado internacional de antigüedades y terminan en manos de coleccionistas particulares o en los museos de los países del llamado primer mundo.

Volvemos, entonces, al punto de partida: ¿a quién pertenece el patrimonio y quiénes lo usan? La pregunta, por cierto, no es nueva y existen muchas opiniones al respecto. La más extendida en los Estados Unidos y Europa es la que parte de la concepción que podríamos llamar del museo como conservatorio y ha sido formulada con absoluta claridad por el arqueólogo francés André Parrot en su libro Sumer: ‘Esta masa enorme [de restos arqueológicos] ha salido, pues, a la superficie, a consecuencia de excavaciones ordenadas (las dirigidas oficialmente por personalidades de reputación u organismos investigadores), y también gracias a trabajos clandestinos, y por consiguiente, sin control, sin método, sin otra norma que la de ir aprisa y encontrar mucho. Los productos de esas prospecciones y los de tales rapiñas se conservan hoy en diversos museos del mundo o pertenecen a colecciones particulares. Existe a veces, en algunos ambientes, la tendencia a reprochar el enriquecimiento de los museos, principalmente los que se han efectuado en el siglo pasado o a principios del actual [siglo XX]. Más vale que nos congratulemos de ello, pues, en esa época, la conservación de los monumentos antiguos parecía muchas veces, si no la generalidad de ellas, como una palabra carente de sentido. De ahí que los museos se convirtiesen en conservatorios, en el sentido etimológico de la palabra, y que a ellos se les deban muchos salvamentos, sin los cuales la humanidad entera se hubiese encontrado empobrecida’.

Otros opinan que el pasado arqueológico es parte inseparable de la historia y, en consecuencia, el patrimonio tangible (restos humanos, obras de arte y la cultura material, en general) pertenecen al lugar de origen; desde hace tiempo reclaman la repatriación de las colecciones que se encuentran en instituciones y colecciones particulares del extranjero (ver el discurso ante la Unesco de Melina Mercuri). Para muchos países que fueron colonias europeas, la arqueología es su única historia nacional.

Reconstrucción de la ziggurat de la III dinastía (siglos XXII-XXI a.C.).

A fines del siglo XIX y comienzos del XX se constituyó un mercado internacional de arte primitivo, gracias al interés de la vanguardia artística europea y, en particular, a la tendencia plástica denominada primitivismo. Se logró que el mundo arcaico cotizara en el mercado, pues las piezas arqueológicas y etnográficas se transformaron en una mercancía de lujo cuyo valor se medía por el interés de los coleccionistas. Desde una perspectiva taxonómica, no resultaba fácil ubicar al arte primitivo en una secuencia universal de desarrollo: por lo general se lo encasillaba en los comienzos, junto con el paleolítico, si bien cronológicamente se extiende paralelo al arte occidental. La distancia temporal, es necesario destacar, es mucho menor que la diferencia con ‘el otro’, que es en última instancia la que determina el lugar en la secuencia de progreso. Pero resulta que una apreciación distinta juzga al arte primitivo como la fuente del modernismo y, entonces, es nuestro contemporáneo: con esta idea, recientemente se inauguró un pabellón del Museo del Louvre (París) dedicado al arte (arqueológico y etnográfico) de África, Oceanía y América. Los museos han encontrado la manera de incorporar los inmigrantes del tercer mundo a la modernidad europea: el patrimonio de los ‘otros’ ahora se ha vuelto el patrimonio de ‘nosotros’.

Hay quienes sostienen, desde una posición científica, que las excavaciones clandestinas, en la búsqueda de objetos bellos para ser exhibidos en los museos o en las colecciones particulares, destruyen el registro arqueológico y por lo tanto es imposible obtener información para el conocimiento del pasado.

Cuando el patrimonio se ofrece en el mercado, su valor se regula por la demanda de los coleccionistas. Ha sido arrancado con violencia del contexto histórico y social que le da sentido y por el cual tienen significado. Para poner en venta una pieza exótica, el saqueador ha destruido cientos de datos históricos del registro original y arrasado con un testimonio milenario. El interés formal, estético, del propietario reemplaza las relaciones de producción y uso de la pieza como bien material y social. El contexto ha sido destruido, en primera instancia, por la acción del saqueo, y luego porque el coleccionista le ha inventado uno extraño y limitado. Ha quedado reducida a un bellísimo objeto artístico sustentado por los valores históricos de la estética europea.


Lecturas sugeridas

ALCINA FRANCH J, (coord.), 1998, Diccionario de arqueología, Aguilar, Madrid.

CHILDE V, 1959, Los orígenes de la civilización, Fondo de Cultura Económica, colección ‘Breviarios’, México D. F.

PARROT A, 1960, Sumer, colección ‘El Universo de las Formas’, Aguilar, Madrid.

PARROT A, 1961, Asur, colección ‘El Universo de las Formas’, Aguilar, Madrid.

 

(En CIENCIA HOY - Volumen 13 - Nº 75 )

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